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Integrantes de Abuelas de Plaza de Mayo en la movilización por los 40 años del golpe de Estado, el jueves en Buenos Aires. Foto: Santiago Mazzarovich

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Argentina recordó los 40 años del golpe de Estado.

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Cientos de miles de personas en todo el país se preparaban para salir a la calle con familiares y amigos, asociaciones civiles, partidarias, organizaciones de derechos humanos, preparando banderas y carteles, títeres e instalaciones, folletos y publicaciones, pegándose al pecho las fotos de sus desaparecidos. Mientras tanto, dos presidentes conmemoraban en privado los 40 años del día más terrible de la historia argentina reciente. Mauricio Macri y Barack Obama, con gestos compungidos, arrojaban flores al agua marrón desde el Parque de la Memoria, un predio atravesado por un muro gigante de hormigón con 30.000 placas con nombres de personas asesinadas y desaparecidas entre 1969 y 1983. Son demasiadas personas. Pero Macri, que en 2014 habló de “el curro de los derechos humanos”, y Obama, que generó malestar por la fecha elegida para su visita oficial, estaban solos.

Luego, en conferencia de prensa, el presidente argentino, cuyo gobierno está cerrando compulsivamente las áreas dedicadas a los derechos humanos de varias dependencias públicas, hablaría de la dictadura como un período de “división de los argentinos” y de “violencia política e institucional”. Obama, por su parte, insistiría en la voluntad de desclasificación de los archivos de Inteligencia y de la Embajada de Estados Unidos (tal como se anunció el 17 de marzo) y reconocería el trabajo de las organizaciones de derechos humanos, que no asistieron al acto protocolar, justamente, porque ese día la cita es colectiva y en las calles. “No es el momento para que nosotros estemos en un lugar cuando estamos recordando los 40 años de algo tan atroz, lleno de dolor y que todavía no tiene una respuesta lógica”, explicó la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, al responder por la negativa la invitación de Macri, que, a pesar de haber sido gobernador de la ciudad de Buenos Aires durante dos períodos, hasta este año nunca había visitado el Parque de la Memoria.

La conmemoración de los 40 años del golpe de Estado estuvo cargada de símbolos y contrastes propios del momento político que atraviesa el país. En una semana en la que el foco de las organizaciones de derechos humanos estuvo puesto en las actividades para reivindicar las políticas de memoria, verdad y justicia, pidiendo garantías al gobierno para que no aplique el flamante protocolo antiprotesta en la marcha, los medios de comunicación saturaban con la obamanía. Así, el jueves 24 de marzo, mientras unas 250.000 personas marchaban en la capital federal (y otros miles llenaban plazas en todo el país), en el Día de la Memoria las cámaras estaban puestas en esos dos hombres solos arrojando flores al agua.

Camino a casa

Sentadas en el cordón de una Avenida de Mayo repleta a rabiar, rodeadas de las pancartas de agrupaciones de derechos humanos y de columnas políticas, de los carteles de los gremios, de Obamas y Macris de papel maché, de temerarios buitres de cartón (en alusión a los holdouts a los que el gobierno acordó el pago de 15.000 millones de dólares), muy cerca de la larguísima bandera -todavía extendida en el suelo, lista para ser alzada de forma colectiva- con las fotos de los desaparecidos, Natalia y Romina, de 16 años, esperan a sus compañeros de la Federación de Estudiantes Secundarios para empezar a marchar. “Tengo un tío desaparecido, y en casa siempre se habló de la dictadura y de lo importante de salir a la calle en esta fecha”, dice Romina a la diaria. “En esta fecha y siempre”, retruca Natalia. “Para muchos de nuestra edad es normal que se juzgue a los represores y que haya políticas de memoria, que se recuperen nietos. Pero eso hasta hace poco tiempo no pasaba y es lo que hay que salir a defender”, agrega.

A diez años de los primeros juicios orales, según el último informe de la Procuraduría de Crímenes contra la Humanidad, hay más de 2.000 imputados, de los cuales 669 fueron condenados. Actualmente hay 16 juicios en curso en nueve provincias, entre ellos, uno por el Plan Cóndor, que está en su etapa de alegatos.

A pocos metros de Natalia y Romina se encuentra la columna de la agrupación HIJOS, que, junto con Abuelas de Plaza de Mayo, Madres Línea Fundadora, Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas y Hermanos de Desaparecidos por Razones Políticas, fue una de las organizaciones convocantes a esta primera marcha y de las redactoras del documento oficial que se leyó horas después en una Plaza de Mayo colmada y conmovida.

Por primera vez, justo detrás de las organizaciones de derechos humanos no marcharon las columnas políticas sino los gremios de trabajadores, que, además de recordar a sus compañeros desaparecidos, hoy también reclaman por los compañeros despedidos: desde el 10 de diciembre, día de la asunción de Macri, ya van más de 100.000 empleados cesados: 30.000 en el sector público y unos 77.000 en el privado.

“Hoy es un día doblemente importante. No sólo por los 40 años, por el pasado y por la memoria, sino por el presente. Sin derechos no hay democracia, siempre fue nuestro lema, y hoy Macri con sus decretos, con su violencia institucional, con su plan de ajuste y redistribución para los más ricos, está avasallando nuestros derechos”, dice a la diaria Paula Maroni, de HIJOS. Todo está listo para empezar a marchar, y la voz del Indio Solari (una constante en la cortina musical de la jornada) comienza a acoplarse con cánticos de las columnas.

Son las tres de la tarde. Una fila de cientos levanta la bandera del piso y empieza el peregrinaje. Se avanza lentamente, pero de manera constante. En un momento todo se detiene y se arman barandas humanas, dejando un círculo vacío por donde entran dos combis. De allí, despacito y muy protegidas, van bajando las Madres de Plaza de Mayo, “las Viejas”, muchas de ellas en silla de ruedas, y se instalan, rodeadas de aplausos, a la vanguardia de las organizaciones, para ingresar a su casa, la Plaza de Mayo, que desde el mediodía está repleta de gente esperándolas.

Pasado y presente

Los representantes de las organizaciones se abren paso entre la gente para subir al escenario. Suena “Memoria”, de León Gieco. Es una multitud con piel de gallina. Son cientos de miles de personas que se reconocen como colectivo entre lágrimas. “Compañeras, compañeros, sólo faltan 400 más para que esta plaza cumpla su cometido”, se escucha desde los parlantes, en referencia a los nietos que quedan por recuperar. Mirta, que tiene 70 años y una bandera de Argentina en los hombros, que recorrió, como todos los años, 1.000 kilómetros desde la provincia de Río Negro para llegar a la plaza, se abraza con Ester, su amiga y compañera de militancia. “Lloramos de alegría y de tristeza, todo junto. Venir acá, viajar durante tantas horas para estar un rato en esta plaza le da sentido a todo. A todo lo que sufrimos, pero también a todo lo vamos a seguir luchando. A mí me desaparecieron a mi marido. Nunca supe nada. Mirá lo que son estas señoras divinas”, dice Ester, señalando a las madres y abuelas que ya están en el escenario, preparadas para leer el documento.

Antes de que tomaran la palabra Estela de Carlotto y la titular de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, Taty Almeida, entre otros representantes, Horacio Pietragalla, diputado por el Frente de la Victoria y nieto restituido, leyó un mensaje que la dirigente social de Tupac Amaru Milagro Sala envió desde la cárcel, donde se encuentra detenida desde enero, sin juicio, por una denuncia del gobernador de Jujuy, Gerardo Morales. La plaza estalla. Todos gritan: “Libertad para Milagro Sala”. Y entonces sí, comienza el discurso. El micrófono pasa de mano en mano durante 40 minutos. Abuelas, madres e hijos recorren el pasado de lucha por la memoria, pero también envían un fuerte mensaje anclado en el presente. Se criticó a la gestión macrista y su “doble discurso” sobre los derechos humanos, se alertó sobre el poder de las corporaciones y sobre la necesidad de juzgar a la complicidad civil en la dictadura, se habló de la situación política de Brasil, Bolivia y Venezuela y se apuntó al Poder Judicial como encubridor y garante de la impunidad.

Se exhortó a seguir juntos y a salir a las calles y, como respuesta al cántico “vamos a volver”-que ya es un clásico en las manifestaciones populares que se han sucedido desde el 10 de diciembre- se dijo: “No vamos a volver. Porque nunca nos fuimos”.

Una vez terminado el discurso, desde el escenario se pidió a la gente que fuera abandonando la plaza para dejar lugar a “la otra marcha”, que venía de la Plaza de los Dos Congresos: la del Partido Obrero, Izquierda Socialista y Partido Socialista de los Trabajadores, integrantes del Frente de Izquierda y de los Trabajadores, que, a pesar de las negociaciones que se mantuvieron hasta las últimas horas del miércoles 23 para hacer un acto conjunto, decidieron organizar uno propio. A pesar del separatismo, hubo encuentro. Cuando los manifestantes de la primera marcha se retiraban a sus casas por las calles laterales a la plaza, se fueron encontraron con los grupos de izquierda, que llevaban la misma consigna: “Nunca más”.

Mariposas y otros revuelos

Cuenta una leyenda azteca que cuando un guerrero muere se transforma en mariposa y así vuelve para acompañar a sus pares en la lucha. Este año la marcha, sorprendentemente, se llenó de mariposas. Presencias que aparecieron por oleadas durante toda la tarde, se posaban en los brazos de la gente, en las banderas y pancartas, y hasta en los pañuelos de las Madres. Todos, después de la emotiva marcha, que según los organismos de derechos humanos fue la que tuvo mayor convocatoria de los últimos 20 años, hablaban y posteaban en las redes fotos de esas presencias frágiles pero insistentes. Un símbolo más, en un día cargado de sentidos. Pero las repercusiones no vinieron solamente en forma de mariposas.

A menos de 24 horas de la manifestación popular, el secretario de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural, Claudio Avruj, salió al cruce criticando el documento oficial de la marcha y el pedido masivo de renuncia al ministro de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, Darío Lopérfido (que negó la cifra de 30.000 desaparecidos), y acusó a las organizaciones militantes por los derechos humanos de tener un “discurso agresivo para seguir cohesionados entre ellos”.

Por su parte, el periodista partidario de Cambiemos Alfredo Leuco publicó una columna en el diario Clarín en la que atacó a esas organizaciones y pidió “con urgencia líderes y referentes honrados y de prestigio social para conformar nuevas entidades de derechos humanos para los nuevos tiempos de la Argentina”. Para esa ardua y renovadora tarea propuso, entre otros, al cineasta Juan José Campanella y al neurocientífico best seller Facundo Manes. Estela de Carlotto se tomó unos minutos para responderle y dijo en una entrevista con Radio del Plata: “La verdad que da pena. No sé si prenderá en algo esta propuesta. Mi respuesta al señor Leuco es que puede hablar, porque lo dejan, para él no hay ningún tipo de censura. Que recuerde que hay todo un pueblo de pie, una juventud que está activa y que va a defender la democracia”.

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