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Guillermo Lasso, candidato a la presidencia de Ecuador por el Movimiento CREO, el 18 de enero en Quito.

Foto: José Jácome, Efe

El panorama electoral ecuatoriano: ¿Dispersión, polarización o repolarización?

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El 7 de febrero, Ecuador elegirá al sucesor de Lenín Moreno. Las encuestas muestran que tres opciones pueden llegar a la segunda vuelta: el correísmo, representado por el joven Andrés Arauz, que promete un futuro ya vivido en el pasado; el empresario Guillermo Lasso, con un discurso neoliberal; y el dirigente indígena Yaku Pérez, que de manera sorpresiva tercia entre los otros dos con un discurso ambientalista y de referencias ancestrales.

Las elecciones locales de marzo de 2019 en Ecuador batieron un récord en el número de candidatos: los más de 80.000 aspirantes eran casi el triple de quienes se presentaron en las elecciones locales cinco años antes. Las presidenciales previstas para el 7 de febrero de 2021 ya tienen su propio récord: 16 candidaturas, el mayor número desde la formación de la república, en 1830. La dispersión ha sido la marca dominante en el sistema político que legó la implosión del partido Alianza País, una vez que la descollante figura de Rafael Correa abandonara el país y dejara tras de sí un reguero de denuncias, juicios y condenas por corrupción.

La razón es fácil de comprender. El desbande del partido que dominó el escenario electoral ecuatoriano por una década alienta el cálculo de que casi cualquiera puede ganar las elecciones en medio de la confusión. Entre 2007 y 2017, el predominio del partido conducido con mano de hierro por Correa presionaba a la unidad de sus opositores, ya que en los lugares donde las candidaturas se multiplicaban el partido dominante podía arrasar como primera minoría. Incluso allí donde las coaliciones eran imposibles, los votantes tendían a alinearse ampliamente a favor o en contra del gobierno. Era el conocido escenario de la polarización: las terceras opciones quedaban marginadas, fuera por los políticos, fuera por sus seguidores.

Yaku Pérez, candidato a la presidencia de Ecuador por el Movimiento Plurinacional Pachakutik, junto a su esposa Manuela Picq, el 18 de enero, en Guayaquil.

Foto: José Sánchez, afp

Un ejemplo. La coalición de izquierdas opositoras al gobierno de Correa, que presentó dos candidaturas unitarias en 2013 y 2017, se encuentra ahora dispersa en cinco candidaturas diferentes: Gustavo Larrea, por Democracia Sí; Paúl Carrasco, por Juntos Podemos; Xavier Hervas, por Izquierda Democrática; Yaku Pérez, por Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik; y César Montúfar, apoyado por el Partido Socialista Ecuatoriano. El mismo panorama de dispersión se constata entre los pedazos que todavía se mueven del antiguo Alianza País: al menos cuatro candidaturas encabezadas o promovidas por antiguos funcionarios del correísmo.

En ese marco de dispersión política, es claro que hay una poderosa tendencia que apuesta por recuperar la antigua polarización. Quienes la empujan son precisamente quienes se beneficiaron de ella al presentarse como los “polos” de la oposición binaria dominante. Es decir, los dos candidatos que encabezan las encuestas: el ex ministro Andrés Arauz, por Unión por la Esperanza, y el banquero Guillermo Lasso, por el partido Creando Oportunidades en alianza con el Partido Social Cristiano. La fuerza social subyacente que impulsa esta tendencia a revitalizar la antigua polarización es un ambiente económico y social crítico. La crisis económica y fiscal, las políticas de ajuste y austeridad, el desplome económico y sanitario agudizado por la pandemia de covid-19 y profundizado por la incompetencia y la corrupción del gobierno de Lenín Moreno son todos factores que despiertan una intensa indignación social, la tormenta perfecta en la que se despliegan con más éxito los discursos y las esperanzas radicales o que se pretenden como tales.

Lasso se presenta a sí mismo como el portaestandarte de un modelo empresarial alternativo al “estatismo correísta”. Nada nuevo bajo el sol. Iniciativa privada, reducción de impuestos, inversión extranjera que entrará a raudales por la confianza en un gobierno serio y Estado mínimo. El petróleo y la minería se presentan esta vez como el corazón de la recuperación prometida, aderezada con créditos subsidiados para pequeñas empresas agrícolas con 1% de interés y 30 años de plazo. El resultado publicitado de semejante receta es dos millones de nuevos empleos en lugar del millón que se propagandeó en las elecciones pasadas con las mismas medidas.

Papeleta de votación para las elecciones presidenciales en Ecuador.

Foto: Rodrigo Buendía, AFP

Andrés Arauz es un joven funcionario de segunda línea, y de perfil técnico, del correísmo, casi desconocido hasta ahora. Precisamente por esas razones fue escogido: se puede presentar como “nuevo” y “fresco”, al tiempo que reivindica sin atenuantes ni la sombra de una autocrítica a la Revolución Ciudadana. El discurso de Arauz pone el acento en que sus promesas son viables porque ya se vivieron en el gobierno de su mentor, que aparece, desde Bruselas, como la figura omnipresente de sus materiales de campaña. “Recuperar el futuro”, el eslogan electoral, representa bien su mensaje: un futuro ya vivido en el pasado.

Arauz ha prometido que en la primera semana de gobierno entregará 1.000 dólares a un millón de familias y que repatriará los capitales transferidos al extranjero, mientras su estrategia electoral lo presenta como el enemigo de todos los partidos, la prensa y los banqueros coligados en su contra. Una clara repetición de la fórmula ganadora de 2006. Todos son atacados como los cómplices de un gobierno descompuesto e inútil cuya bancarrota aparece como la mejor prueba de la bondad del pasado. El correísmo tiene un piso de votos importante que oscila entre 20% y 30% del electorado. Suficiente para llegar a la segunda vuelta.

La novedad del momento es que por primera vez desde 2006 una tercera candidatura disputa ese escenario de polarización. La candidatura de Yaku Pérez, por Pachakutik, es una suerte de alternativa de “repolarización” debido a la agenda económica, social y ambiental que impulsa. Re-polarización porque reordena las polaridades alrededor de otro polo, el movimiento indígena y sus aliados, en lugar de los dos tradicionales anteriores, el caudillismo correísta y el proyecto empresarial. La base de su agenda económica se asienta en el programa elaborado en desordenadas y multitudinarias asambleas luego de la masiva rebelión popular de octubre de 2019, que propone aumentar impuestos directos a las grandes fortunas y grupos económicos. El protagonismo indiscutido en ese levantamiento de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), de la cual Pérez fue dirigente hasta marzo de 2019, cuando fue elegido prefecto de la provincia de Azuay, en el sur andino, es lo que explica esta inédita oportunidad de una victoria electoral nacional de un candidato indígena. Pérez ha insistido en una estrategia de campaña basada en un discurso ambientalista, con acentos sentimentales, que insiste en la armonía y los valores ancestrales. Es un discurso nuevo, que en sus formas elude lo que entendemos usualmente por “polarización”. Sin embargo, su programa de gobierno, en caso de aplicarse, reorganizaría la polarización, pero no la eliminaría.

Andrés Arauz, candidato a la presidencia de Ecuador, el 13 de enero en Quito.

Foto: Rodrigo Buendía, AFP

Sólo estos tres candidatos tienen oportunidades de ganar. Si venciera cualquiera de los otros 13 candidatos sería el resultado de una sorpresa monumental. Si gana Lasso, su programa económico y su absoluta falta de carisma personal hacen muy poco probable que construya una hegemonía electoral estable por un período prolongado. Es más probable que el liderazgo de la oposición a su agenda conservadora se dispute arduamente entre los indígenas y el correísmo. Si vence Arauz, la antigua polarización podría reeditarse, pero su gobierno carecerá de una base social organizada, del escenario de bonanza económica que presidió sus éxitos pasados y de cualquier mayoría parlamentaria. Con todos los partidos y los movimientos sociales en contra, es probable un escenario político de una nueva Asamblea Constituyente, en un intento de reconstruir su hegemonía electoral y algún tipo de acuerdo con los sectores empresariales. Un gobierno de Yaku Pérez es quizá el más incierto de los tres. Su única fuente de poder inicial sería el poderoso movimiento indígena, el más organizado movimiento social (en estricto rigor, el único) con que cuenta el país. No alcanza, pero es una base menos maleable que la voluntad y el carisma personal de Correa, que es el principal activo político con que cuenta el partido de Andrés Arauz.

Sin Pérez, la Conaie seguiría siendo más o menos lo que siempre ha sido; si mañana desapareciera Correa, todo su movimiento quedaría huérfano, sin conducción y sin oportunidad creíble de reinventarse. Dispersión, polarización, repolarización. Una agenda neoliberal, una reedición del caudillismo personalista, un movimiento social auténtico, heterogéneo y vital, urgido por inventar una difícil e incierta hegemonía política. En las elecciones de febrero de 2021 las alternativas son auténticas. Y no son dos, sino tres.

Pablo Ospina Peralta es un historiador ecuatoriano, docente de la Universidad Andina Simón Bolívar, investigador del Instituto de Estudios Ecuatorianos y militante de la Comisión de Vivencia, Fe y Política. Este artículo fue publicado originalmente por Nueva Sociedad.

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