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Estela Recalde, junto a su hijo, en la Usina de Felipe Cardoso.

Foto: Natalia Rovira

Reciclar para sobrevivir

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Más de 200 personas viven, trabajan y edifican con residuos que derivan de la usina Felipe Cardoso.

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En las inmediaciones de la usina de residuos domiciliarios Felipe Cardoso se formó un asentamiento aproximadamente 50 años atrás. Está integrado por personas que se dedican al reciclaje de residuos y sus familiares, que poco a poco habitaron los terrenos linderos al camino Felipe Cardoso, cerca de lo que posteriormente se transformó de basurero municipal a cielo abierto a usina de residuos sólidos con distintos tratamientos. La situación se intensificó en la crisis de 2001 y actualmente residen allí más de 200 personas.

En la tierra se encontraron excesos de plomo y cromo. En el aire, quién sabe. Paulo Blancos y Estela Recalde comparten un mate dulce mientras relatan el camino que recorren los residuos desde los contenedores hasta los bolsones en los que, ya clasificados, se venden a particulares a un peso por kilo. “Traigo las cosas para acá, las amontonamos en un lugar como hasta llegar a un tope de 10 a 12 bolsones o más. El comprador carga todo en el camión, vamos al depósito, pesamos los distintos materiales con distintos precios, te saca la cuenta y te da lo que a vos te pertenece”, contó Recalde.

Estela cursa tercero en el liceo N° 14 para terminarlo y estudiar Enfermería, que es su sueño. Trabaja en la basura desde los ocho años, pero desde que tiene uso de razón trabajaba en la cantera, que es como se denomina a la montaña de residuos de la usina Felipe Cardoso, que ahora es custodiada por la Guardia Republicana para que nadie resulte herido reciclando entre las máquinas.

Actualmente, es la secretaria de la Unión de Clasificadores de Residuos Urbanos Sólidos (Ucrus). Accedió a conversar con Habitar luego de una jornada en la planta de reciclaje en la Usina 5, donde trabaja ocho horas todos los días. Su pareja, Blancos, también trabaja con residuos desde hace más de 30 años. Mientras señalaba a una pequeña edificación de chapas exclamó: “En ese galponcito hago milagros, armo y desarmo, arreglo y rompo. Tengo corriente para el taladro, la electricidad nos llega desde donde era antes la Usina 5”.

Tras apuntar al frente del terreno, planificó: “Cuando vendamos todo lo que está clasificado ahí voy a empezar a edificar, porque acá estamos encima de la basura. No se puede hacer en realidad, esto es mugre apisonada”. Contó que hace unos años cambiaron las condiciones debido a que los camiones que van para la usina tienen que pasar primero por balanza, les dan un ticket y con él pueden ir a volcar. “Antes, cuando no existían los tickets, venía un camión con pan y lo dejaba en las casas precarias, pero ahora no, viene un camión con pan y lo tiene que tirar en la usina”, lamentó.

Paulo Blancos, en su casa frente a la Usina de Felipe Cardoso.

Foto: Natalia Rovira

Otros aspectos no cambian: “supuestamente están haciendo la vía peatonal, la limpieza y la conexión de OSE. Después vendrá la UTE. Date cuenta, ponerte el agua, los contadores, en pocas palabras, todavía no nos van a sacar de acá”, evaluó.

Realojo

En los últimos años la promesa del realojo ha surgido en numerosas oportunidades desde distintos actores institucionales sin resolución. Lorena Martínez, vecina del asentamiento que no trabaja en la planta de reciclaje, describió que “los hijos de Estela fueron censados cuando eran bebés, ahora muchos son padres, están casados y se fueron”. En el relato de los vecinos, de generación en generación, el realojo no es más que una utopía.

“Supuestamente nos iban a realojar en 2010, vinieron y nos dijeron 'apronten todo'. Tenía unos chanchitos y los vendí, juntamos las cosas en cajas, la ropa, todo vendí. Y a partir de ahí no pasó nada. Después vinieron otra vez y pasó lo mismo”, recordó Recalde, que cree que ahora van a realojar a 50 familias que no están vinculadas a la clasificación de residuos, “a los que clasifican nos van a llevar para otro lugar”, dice.

En diálogo entre vecinas, Martínez coincidió y contrastó: “Hemos conversado sobre el realojo y dicen que encontraron un terreno en Vista Linda para 25 familias; las primeras que saldrían son aquellas que tienen madres solteras como jefas de hogar y gente que vive fuera del reciclaje”.

Desde la perspectiva institucional está todo inciertamente claro. “En este momento se está concretando el convenio con el Ministerio de Vivienda y la Intendencia de Montevideo (IM) en camino a ese realojo”, explicó a Habitar Mercedes Clara, licenciada en Comunicación y directora de Desarrollo Social de la IM. La primera etapa fue un relevamiento de las familias para identificar que viven 215 personas en 82 hogares. Ahora se realizan entrevistas en profundidad “para conocer a fondo la realidad de cada familia y las posibles proyecciones de cara a la nueva etapa que es el realojo”, aseguró.

“La firma ya está por estar y este proceso empezó; se sabe que los realojos llevan su tiempo y no me animo a decir un tiempo preciso, pero sabemos que son años”, apuntó Clara, que añadió que “a partir del trabajo con las vecinas y vecinos vamos mejorando las condiciones de vida, en este 'mientras tanto' que queremos que sea lo más corto posible”.

Por otro lado, desde el Ministerio de Ambiente (MA) expresaron a Habitar que “no es momento de dar declaraciones ya que, en el marco del Plan Nacional de Gestión de Residuos, se están firmando convenios con los 19 departamentos para el cierre de los vertederos a cielo abierto. Una vez que se concrete la iniciativa y comiencen a cerrarse los vertederos habrá información para comunicar desde el MA”.

Barrio frente a la Usina de Felipe Cardoso, Montevideo. Foto: Natalia Rovira.

Foto: Natalia Rovira

Gateros

“El reciclaje de residuos implica dinámicas que están atravesadas y manejadas por empresas multinacionales. Por esto es importante organizarse internacionalmente para entender que nuestra basura a veces termina en lugares que ni imaginamos y hay gente que viene desde muy lejos queriendo privatizar el manejo de residuos y gestionar nuestra basura”, detalló Lucía Fernández Gabard a Habitar. Fernández es secretaria general de la Alianza Internacional de Recicladores, que está en proceso de formalización, y además acompañó varios momentos de la formación de sindicatos locales como la Ucrus.

Para Fernández es importante defender el acceso a los materiales reciclables de quienes “se dedican a reciclar nuestras basuras de hace muchísimos años antes de que se haya puesto tan de moda”. “Hace 20 años los clasificadores eran gateros que entraban al sitio de disposición final, llamada ‘la cantera’, y se le llamaba ‘gatear’ por la manera de caminar y de desplazarse entre montañas de basura de forma encubierta, porque técnicamente estaba prohibido y no podían entrar”, contó. El período de crisis económica fue brutal porque aumentó la cantidad de personas que tuvieron que recurrir a la cantera para trabajar.

Clara coincidió con esta realidad al explicar que varios vecinos comparten relatos sobre la cantera, como que “'la cantera es una madre', 'siempre da la cantera, es generosa'. Es la que siempre cuando estás mal, te da una mano si estás laburando la construcción y te quedaste sin trabajo, sabés que te va a dar de comer, tienen como una veneración a la cantera. Eso es impresionante, porque hay gente que está hace 50 años ahí”.

Cuando el basurero pasó a tener categoría de relleno sanitario, que implica un proceso con mayores medidas ambientales, se implementó una forma diferente de disponer la basura. “Se protegen las napas freáticas [acumulación de agua subterránea que se encuentra a una profundidad relativamente pequeña bajo el nivel del suelo], en una celda o espacio de terreno se disponen impermeabilizantes para que esa basura cuando se descomponga no filtre en las capas”, explicó Fernández, para quien “esta operativa técnica mejora un poco ambientalmente lo que antes se hacía a la bartola, como se hace en el interior del país donde no hay dinero para hacer relleno sanitario y simplemente son vertederos de basura a cielo abierto”.

Este cambió respondió a la organización de los vecinos y gateros. “Eran muchos, hacía décadas que estaban dedicados a eso y se creó el sindicato de la Ucrus entre 2001 y 2003, cuando cortaron la entrada a la cantera”, narró Fernández.

Planta 5 Bis

De común acuerdo entre la IM y Ucrus ahora algunos camiones van especialmente a tirar los residuos a los clasificadores que están trabajando en una planta especialmente cerrada denominada Planta 5 Bis. “Básicamente es una plataforma de hormigón, no tiene techo, en esta administración se habilitaron baños. Estaban trabajando desde 2005 al año pasado a la intemperie total”, expresó Fernández y completó: “La garantía de que les tienen que tirar 30 camiones diarios con buen material que debe provenir de algunos circuitos mejores para que ellos puedan tener más material, y no de cualquier lado”.

Estela Recalde, junto a su hijo, en la Usina de Felipe Cardoso.

Foto: Natalia Rovira

En contraste, Recalde contó que para que eso suceda cada persona que trabaja en la planta debe abonar a un funcionario cooperativista 50 pesos cada día. Sobre este hecho, Blancos alertó: “Son 50 pesos todos los días, date cuenta, llega el mes y abonás un montón, 1.500 pesos por mes; cuando de repente haces 2.000 o 3.000 pesos, te pesa”.

“Ni pena te da juntar material ahora, está todo bajo: el cartón está a un peso por kilo, las botellitas de plástico están a dos pesos por kilo, el nailon de color no te lo compran más, el plástico alguno, el papel blanco no te lo compran tampoco. Estás trabajando para nada”, lamentó Recalde.

En un recorrido por la Planta 5 Bis, delimitada por muros, una garita y una edificación con un espacio de reunión, un oficial de la Guardia Republicana relató un día de trabajo. “Nosotros estamos para cuidar acá el predio nomás y que no haya relajo, recibimos los tickets que vienen de la balanza y nada más. Vienen entre 20 y 30 camiones por día”, aseguró a Habitar.

“En la usina Felipe Cardoso entran igual, aunque haya compañeros, nosotros sabemos que entran vecinos a laburar. Ellos no se dan cuenta pero están en medio de las máquinas, cada rueda de ellas es del tamaño de una garita nuestra y a veces mueren personas por trabajar. Es nuestra responsabilidad que ellos no entren”, aseveró.

Recalde relató que trabajan más o menos 50 personas, aunque en las planillas hay casi 100 anotadas. Todos forman parte de la misma cooperativa, aunque algunos trabajan clasificando residuos, principalmente de metal, con asadas, otros con lo que traen los motocarros y otros en la plataforma de reciclaje donde vuelcan los camiones, buscando nailon, cartón, papel y plástico.

“Nada viene separado, todo viene mezclado. No sé si vale más el metal, porque en esto yo no estoy, estoy en la pista de la basura”, diferenció Recalde, que explicó que luego cada quien se lleva los bolsones para su casa, por miedo a que se incendie el espacio, como pasó recientemente.

Blancos explicó el proceso de venta de su núcleo familiar: “Conocemos al dueño de un depósito que manda un camión, se levanta la carga reciclada, se pesa acá con una balanza de pie. Te subís con la carga al hombro, te pesan y después te descuentan del tiraje”.

Mientras tanto

La directora de Desarrollo Social de la IM describió la situación actual como que están “arreglando cosas aunque el fin último es que se realojen. Pareciera contradictorio, pero no lo es. El horizonte es que las personas no pueden vivir más ahí y estamos trabajando para eso. Mientras tanto, como las condiciones de vida son inaceptables, vemos cómo podemos mejorar en lo que está a nuestro alcance. Porque cada día es mucho tiempo, si bien vienen esperando hace muchísimo”.

Dos trabajadores visitan semanalmente el barrio, recorren las casas y construyen una agenda con los vecinos. “Hubo un trabajo importante en reconstruir la confianza en la institucionalidad, llevó tiempo, no es fácil y con toda la razón del mundo, están acostumbrados a que la gente vaya y se vaya inmediatamente”, argumentó Clara.

En el proceso se han planteado actividades culturales y recreativas con los niños, además de otras iniciativas vinculadas a la salud, la educación y la formalización de acceso a servicios básicos como el agua corriente y la energía eléctrica.

Barrio frente a la Usina de Felipe Cardoso, Montevideo.

Foto: Natalia Rovira

Recientemente, “actualizamos el análisis de plomo en el suelo para chequear lo que ya sabíamos, pero a partir de eso hicimos un contacto con la Unidad Pediátrica Ambiental y estamos trabajando con un nodo con distintas organizaciones en la promoción para detectar y atender tempranamente la situación de plomo en la sangre, por lo menos de los niños pequeños que están viviendo ahí”, alertó Clara.

El arquitecto Ignacio Lorenzo, director de la División de Limpieza de la IM, aseguró a Habitar que se han realizado esfuerzos específicos en fiscalizar “aquellas industrias, comercios, transportistas que desechen en lugares ilegales, por ejemplo, un curso de agua o un basural”.

Se realiza un seguimiento permanente con GPS a todos los transportistas de residuos, y hay un control en los comercios y establecimientos para que tengan al día su declaración jurada. Gracias a esto encontraron que de 500 inspecciones, sólo 100 establecimientos tenían todo en regla.

Entre las acciones del programa Áreas Liberadas, por el que se gestionan todos los problemas vinculados a los basurales en la periferia y asociados a cursos de agua, Lorenzo sostuvo que “en los asentamientos próximos a Felipe Cardoso se implementaron varias limpiezas este año, se está trabajando con la comunidad para reducir basureros informales que en algunos casos tienen que ver con transportistas que tiran sus residuos de manera informal allí”.

La basura de unos, el recurso de otros

El Manual de Residuos Sólidos de la IM explica que residuo es “cualquier sustancia, objeto o material, del cual su poseedor o poseedora se desprenda, tenga la intención o la obligación de hacerlo, independientemente de su valor”. A lo largo del camino Felipe Cardoso hay carteles con la consigna “se acepta todo”.

“Yo no pongo carteles, pero dos por tres hay gente que te deja lavarropas, cocina y eso lo ponemos para vender, se le pone un precio esté roto o sano. Una cocina puede dar 500 pesos, un lavarropas, si anda, se le puede sacar un poco más, si no anda lo tenés que vender barato. Mucha gente viene por repuestos de lo que sea, otros tiran cosas acá y nosotros las aprovechamos”, concluyó Blancos.

Mientras para Fernández es vital cambiar la óptica para pensar “en el residuo como un recurso, que genera un montón de ingresos, que sale mucha plata gestionarlo y que habría que hacer algo más que enterrarlo y recolectarlo”, Clara expresó que esto se ve en la Planta 5 Bis, que podría ser “mucho más eficiente en lo que se recicla porque el objetivo no es reciclar todo, cada uno va, hace lo suyo y se va. Es un espacio donde van los clasificadores y trabajan de forma independiente”.

Ambas coinciden en que el desafío es valorar al clasificador como “un actor central en la gestión de residuos, que se mueve en la informalidad, pero que mueve un montón de toneladas. Se suele ver como un problema en la gestión de residuos, pero para nosotros es parte de la solución”.

Esta nota fue publicada en el Suplemento Habitar.

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