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Archivo, abril de 2022.

Foto: Ernesto Ryan

Interpelación del progreso: la paradoja del desarrollo uruguayo

8 minutos de lectura
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¿El país ha progresado en los últimos 25 años? Un análisis en base a sets de indicadores tradicionales y alternativos.

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Hasta hace poco, si alguien me preguntaba sobre el desarrollo de Uruguay en el último tiempo, digamos en los últimos 25 años, respondía sin titubear que habíamos tenido un importante progreso. Que teníamos muchas cosas para mejorar, que había dimensiones insatisfactorias, es verdad, pero que en términos generales habíamos mejorado en este primer cuarto del siglo XXI. Y podía sostener esta afirmación con una amplia batería de indicadores que mostraban cómo Uruguay había crecido, mejorado su distribución del ingreso y disminuido la pobreza.

Sin embargo, hace poco me surgió una pequeña duda que, como un virus, se fue expandiendo progresivamente y me hizo arribar a una conclusión desconsoladora: es perfectamente posible conjeturar que Uruguay no ha progresado en los últimos tiempos. No digo en los últimos meses o en los últimos dos o cinco años. Es posible sostener empíricamente que Uruguay ha retrocedido desde una perspectiva de desarrollo en los últimos 25 años.

El set tradicional de indicadores para medir el desarrollo

Comencemos por el diagnóstico tradicional. Si del universo posible de indicadores para resumir el desarrollo de un país hubiera que elegir cuatro y sólo cuatro, pienso que el producto interno bruto (PIB) per cápita, el índice de desarrollo humano (IDH), el índice de Gini y el índice de pobreza constituyen un set razonable.1 Repasemos cómo le fue a Uruguay en cada uno.

El PIB per cápita es el indicador económico clásico para resumir si hemos avanzado o no. Uruguay tenía en el año 2000 un PIB per cápita de 7.000 dólares y lo triplicó hasta alcanzar los 21.000 dólares de la actualidad. Somos tres veces más ricos que a principios de siglo.

Pero claro, el PIB per cápita es un resumen demasiado simplificado. El economista indio Amartya Sen impulsó hace 40 años la construcción de un indicador que hoy es canónico en la Organización de las Naciones Unidas. El IDH mete en una licuadora tres dimensiones –economía, educación y salud– y saca un número entre 0 y 1. Ese indicador nos dice que también mejoramos: en el 2000 estábamos en 0,753 y ahora en 0,809. Tenemos más desarrollo humano que a principios de siglo.

Estos dos indicadores no dicen nada sobre la desigualdad, una dimensión que muchos consideramos relevante para evaluar el desarrollo. El indicador por excelencia para medirla es el índice de Gini, que toma valores entre 0 y 1 y cuanto menor es su valor más igualitaria es la sociedad. Hace unos 25 años el índice de Gini de Uruguay se ubicaba en 0,45 y actualmente está en 0,39. Somos una sociedad más igualitaria que la de principios de siglo.

Finalmente, el cuarto indicador clásico para pensar el desarrollo de un país es la pobreza. La cantidad de personas por debajo de la línea de pobreza a principios de los 2000 era superior al 20%. Con la crisis de 2002 tuvo un salto –llegó a 40%– y luego bajó sostenidamente hasta ubicarse en el 10% de la actualidad. Somos menos pobres que a principios de siglo.

Por tanto, más ricos, con más desarrollo humano, más igualitarios y menos pobres. Un combo fundamental de crecimiento con equidad que nos lleva a decir que sí, que hemos progresado en este primer cuarto del siglo XXI. Icemos bien alta la bandera uruguaya, que el sol y las franjas azules y blancas flameen orgullosos al compás del viento.

Y sin embargo, todo esto que me bastaba hasta hace poco ya no se siente tan completo. La duda me ha asaltado: ¿hemos progresado?

Un set alternativo

Los indicadores presentados son usuales, robustos y presentan una mirada integral. Son un buen resumen del desarrollo, pero al mismo tiempo hay algo que se les escapa. Algo falta en este paquete de números, algo que sucede más lejos del promedio, al margen del aparato conceptual tradicional y macro de la economía. Algo más inasible, que se siente en el aire, se escucha en las noticias, se percibe en la calle.

La profesión de economista me interpela: no basta con describir sensaciones, hay que poder medirlas. Pero... ¿dónde buscar? En la biblioteca, el estante de economía ya no me ofrece respuestas. ¿Debería buscar en otro lugar pistas para poder captar, además de lo que sucede en el centro, lo que pasa en el margen?

El margen. Pensando en este concepto me surge el recuerdo de Victor Hugo y los tres tomos de Los miserables, ese maravilloso clásico de la literatura universal. Su protagonista, el gran Jean Valjean, preso por robar un pan, corrompido en el encierro, me invita a buscar datos sobre la prisión. Uruguay multiplicó su cantidad de personas privadas de libertad: comenzó el siglo con 4.000 presos y actualmente tiene 15.000. El número es elevadísimo también en comparación internacional: estamos dentro del top 10 del ranking global de población carcelaria. Tenemos casi cuatro veces más personas privadas de libertad que a principios de siglo.

Siguiendo en Los miserables, algunas páginas más adelante, con un pasaje tan fugaz como intenso, Gavroche nos recuerda la dureza de la calle. Busco información sobre personas en situación de calle: Uruguay ha hecho siete conteos en Montevideo desde 2006 hasta la fecha. En 2006 las personas en situación de calle eran 700; en 2023, 2.800. Se ha cuadruplicado la cantidad de personas en situación de calle con relación a principios de siglo.

Más arriba en la estantería, desde Pobres gentes en adelante Fiódor Dostoievski fue un gran cronista del margen. La tapa de Crimen y castigo llama la atención: el joven y andrajoso Raskolnikov asesina a la anciana. Los datos de homicidios en Uruguay muestran una tendencia sostenida. Uruguay en el año 2000 rondaba los 200 homicidios anuales, mientras que actualmente se encuentra por encima de los 350. Estas cifras incluso podrían ser mayores, ya que no toman en cuenta las muertes dudosas, que se cuadruplicaron en la última década y rondan las 200 anuales en la actualidad. Tenemos el doble de homicidios que a principios de siglo.

Algunos libros más a la derecha, Dante nos conmueve con su Divina comedia. El séptimo círculo del infierno, el de la violencia, contiene varios anillos; si los homicidas son castigados en el primero, los suicidas pasan su eternidad en el segundo. Hay algo de síntesis allí, el suicidio es un acto individual, pero su naturaleza es eminentemente social (Durkheim dixit). Uruguay comenzó el siglo con 16 suicidios cada 100.000 habitantes y actualmente está en el orden de los 23. Mientras que a principios de siglo 500 personas se quitaban la vida al año, hoy los suicidas superan las 800 personas anuales. Nos suicidamos más que a principios de siglo.

Por tanto, la otra cara del desarrollo uruguayo: más presos, más personas en situación de calle, más homicidios y más suicidios. ¿Hemos progresado?

El desarrollo pensado desde Rawls y Artigas

Dos conjuntos de indicadores, dos visiones diferentes y contrapuestas del Uruguay. Llegado a este punto, y a contrapelo de lo que siempre he pensado, me pregunto: ¿y si empezamos a medir nuestro desarrollo por la cantidad de presos, pichis, asesinos y suicidas, en lugar de por el PIB, el IDH, el Gini y la pobreza?

La propuesta suena, hay que aceptarlo, un tanto arbitraria. Un recuerdo me hace volver a la economía: John Rawls y su Teoría de la justicia. Rawls consideraba que las opiniones sobre la justicia están contaminadas por el lugar que cada uno ocupa en la sociedad. Para obtener un criterio de justicia “más puro” siguió un procedimiento fantástico: suponer que la discusión se da en una situación llamada “la posición original”, en la cual “nadie conoce su lugar en la sociedad, su posición de clase o estatus social, y tampoco nadie conoce su suerte en la distribución de activos y habilidades naturales, su inteligencia, su fuerza, y cosas similares. [...] Los principios de justicia se eligen detrás de un velo de ignorancia”.

Siempre me imaginé esta situación como una gran oficina pública llena de almas esperando a ser introducidas en el cuerpo de un recién nacido. Las almas esperan sentadas con un número en la mano, y un san Pedro a contraturno las va asignando a bebés que nacerán en diferentes barrios del mundo, gritando como la empleada pública de Gasalla:

679: ¡Montparnasse, París!
680: ¡Parque Rodó, Montevideo!
681: ¡Rocinha, Río de Janeiro!
682: ¡Recoleta, Buenos Aires!
683: ¡Marconi, Montevideo!

Y ahí va el alma con el número 683, se para y avanza para meterse en el cuerpo de ese bebé que está naciendo en el Pereira Rossell.

Desde este velo de ignorancia, Rawls se pregunta qué criterio de justicia surgiría, qué pensaríamos si sólo supiéramos que tenemos el número 684 y todavía no nos han gritado a qué cuerpo de recién nacido iremos a parar. Llega a una conclusión radical: una situación será más justa que otra sólo si los menos afortunados mejoran.

¿Y quiénes menos afortunados que los protagonistas de los gráficos del segundo set de indicadores? La posición original nos exhorta a medir el avance del todo según la mejora del margen. Los cuatro indicadores ya no son arbitrarios, sino que pueden ser entrelazados, con costuras invisibles, por la filosofía política de Rawls.

John Rawls fue un profesor estadounidense de la Universidad de Harvard, pero sus ideas no nos resultan ajenas. El principio de justicia que maneja ya había sido proclamado en estas latitudes por un revolucionario oriental que propuso un reglamento de tierras bajo la consigna “los más infelices serán los más privilegiados”. José Gervasio Artigas anticipó el corazón de la filosofía rawlsiana con 150 años de antelación.

Es así que comienza a tomar cuerpo nuestra propuesta de medición alternativa del desarrollo. Ya no es una mera sensación. Cuenta detrás con un conjunto específico de indicadores, ya presentado, con un marco teórico potente que le da unidad, el de la filosofía de Rawls, y con un anclaje local, el pensamiento político de Artigas.

Por tanto, el set de indicadores en los que Uruguay ha retrocedido toma otro cariz: ya no son simples datos llamativos o anomalías curiosas, sino que pueden ser considerados la métrica misma de nuestro progreso. Desde este enfoque, que podríamos llamar artiguista-rawlsiano, Uruguay ha retrocedido en los últimos 25 años.

(Nota mental para futuro artículo instrumental: si la ONU junta salud, educación y economía en un único indicador –el IDH–, por qué no juntar estos cuatro datos en un único indicador, un índice artiguista-rawlsiano de desarrollo humano. Un índice que sigue el margen, a los que por definición quedan por fuera de la Encuesta Continua de Hogares –la cárcel no es un hogar, la calle no es un hogar– y a los que pertenecen al séptimo círculo del infierno dantesco).

2024: pensando cómo evaluar el pasado pero fundamentalmente el futuro

2024 será un año de campaña electoral y, por tanto, un año que obliga a la revisión de lo que hemos realizado y lo que queremos lograr. Más allá de la evaluación de las luces y sombras del actual gobierno, de su comparación con los anteriores, del contraste con las expectativas generadas, resulta importante plantearnos una mirada más larga sobre el devenir del país.

Uruguay necesita mejorar sus tasas de crecimiento, su desarrollo humano, la distribución del ingreso y bajar la pobreza. En estas dimensiones hace diez años que estamos en una situación de estancamiento. Sin embargo, en estos cuatro puntos contamos con un elemento positivo: tenemos experiencia de mejora en nuestra propia historia reciente. Estamos mejor que hace 25 años y tuvimos una década (2004-2014) de impresionante mejora en las cuatro dimensiones.

Los desafíos mayores se encuentran en aquellas áreas en las que no sólo estamos insatisfechos, sino que además estamos peor que antes. Más aún: en aquellas dimensiones en las que sistemáticamente empeoramos incluso mientras mejorábamos en aspectos que siempre creímos y creemos fundamentales. Ha pasado suficiente tiempo como para comprender que no existe una relación causal de mejora automática entre el paquete de políticas de crecimiento con equidad, que supimos exitosamente desplegar, y algunos fenómenos penosos que sufrimos como sociedad y que se han profundizado.

Pensando en el futuro, supongamos un escenario hipotético en el cual logramos desplegar en los próximos cinco años un conjunto de políticas que hacen crecer el PIB, aumentar el desarrollo humano, mejorar la distribución del ingreso y disminuir la pobreza, ¿estaremos satisfechos en 2030? Parece obvio que sí.

Pero si al mismo tiempo continúan las tendencias de nuestro segundo set de indicadores y llegamos a 2030 con 20.000 presos, 4.000 personas en situación de calle, 500 homicidios por año y 1.000 suicidios anuales, ¿podremos decir que hemos progresado?


  1. Fuentes de datos para esta nota: Banco Mundial, PNUD, INE, MEF, Comisionado Parlamentario, Mides, Ministerio del Interior, MSP, De Armas (2017), Rojido, Cano y Borges (2023), Ceres (2023). 

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