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Enrique Saforcada. Foto: Andrés Cuenca

La salud como un todo

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Entrevista con el psicólogo argentino Enrique Saforcada.

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Durante toda esta semana estuvo en Montevideo el argentino Enrique Saforcada. Psicólogo de 84 años, se recibió en la Universidad de Córdoba en el año 1963, trabajó durante su carrera básicamente en los campos de la psicología social y la salud pública, y además ejerció la docencia en varias universidades argentinas.

Usted ha dicho que el concepto de salud mental es una falacia: ¿en qué se basa para hacer esta afirmación?

La cosa es así. Si uno toma como cierta –cosa que nadie ha discutido– la definición de salud que hizo la Organización Mundial de la Salud cuando se creó en el año 1948, hace 70 años, dice que la salud es el completo estado de bienestar, físico o biológico, psíquico y social, y no sólo la ausencia de enfermedad. Esa fue la primera definición que se hizo en positivo de la salud. Entonces, hablar de salud mental, de enfermedades mentales, prescindiendo de los otros elementos, escindida del resto del ser humano, es algo totalmente falaz, perimido y disparatado. Lo que tenemos es el proceso de salud y sus emergentes, positivos o negativos, y en ese sentido podemos decir que al observador de eso, en este caso a un observador profesional, se le hacen visibles los trastornos de la salud con preponderancia en alguno de los tres componentes sobre los otros. Entonces sí yo puedo decir que el cáncer es una enfermedad de manifestación preponderantemente biológica o que la esquizofrenia es un trastorno de manifestación preponderantemente mental, pero no quiere decir en ninguno de los dos casos que hayan quedado excluidos los otros dos componentes. Siempre están presentes los tres elementos. Entonces no existen las enfermedades mentales ni los enfermos mentales, lo que sí hay son personas que están enfermas en la totalidad de ellas y su contexto. Entonces, cuando la cosa se saca de ese concepto original y consensuado de salud la cosa empieza a ser muy falaz y se llega a esta situación desgraciada que lleva a que los psicólogos y psicólogas se encarguen de la salud mental y los médicos y médicas de la salud del cuerpo, lo cual es un disparate que ha determinado a lo largo de los años la profundización del divorcio entre las dos profesiones, y el que termina pagando el pato de esa situación es toda la sociedad.

¿Por qué usted afirma que actualmente en Argentina los que se reciben de psicólogos reciben un título vacío?

En Argentina el título de psicólogo es totalmente vacío, porque si me encuentro con un psicólogo o psicóloga y le pido que me hable cinco minutos de las funciones básicas del psiquismo y no puede ni siquiera decir cuáles son las funciones básicas del psiquismo no es psicólogo, más allá de que tengan el título. Y eso es algo que pasa con la gran mayoría de los docentes de Psicología de la Argentina, lo cual está mostrando falencias bastante serias. Y estas falencias se van acrecentando y potenciando cuando uno entra a ver los campos de aplicación de la psicología. Entonces vos ves que en algunos países hay 80 u 85 campos de aplicación, y voy a la Argentina y la Federación de Psicólogos de la República Argentina reconoce únicamente a seis especialidades, es decir que consideran que hay seis campos de aplicación de la psicología, lo cual habla de una pobreza franciscana, y eso genera un daño muy grande a la sociedad, porque se le niega lo que en muchos otros países del mundo la psicología, en sus diversas áreas, está aportando. En Argentina no hay ninguna persona que haga psicología económica, por ejemplo. Inclusive cuando uno habla con profesionales de la psicología económica, no tienen idea de lo que es eso, y en el año 2002 el Premio Nobel de Economía se lo dieron a Daniel Kahneman, que es un psicólogo israelí que trabajó con cuestiones vinculadas a la economía, porque en definitiva la economía es una ciencia del comportamiento que se nutre de dos grandes ciencias básicas: la matemática y la psicología. En un país que tiene enormes problemas económicos, no hay nadie que se ocupe de la psicología tributaria, que es un área totalmente desconocida. Y en Argentina es vivo el que no tributa, el que evade los impuestos. En Argentina pasa vergüenza o es burlado el que dice que tributa; el no tributante es el vivo, como el presidente actual, que es un connotado evasor. En Inglaterra, en las universidades de Bath y Sussex tienen a los mejores especialistas en este tema, y nosotros en Argentina precisaríamos gente que estudiara el comportamiento tributario. Pero para ver experiencias exitosas no hay que irse tan lejos. En Chile, en la Universidad de la Frontera, hay un departamento importante de psicología económica que fue contratado por el Ministerio de Educación para dar cursos de alfabetización económica en las escuelas primarias, para intentar neutralizar la presión que se ejerce sobre los niños respecto al consumo. Entonces, hay muchas cosas que no existen en la psicología del Río de la Plata y eso es un problema.

Otro problema sobre el que usted ha hablado es sobre la preponderancia casi hegemónica del psicoanálisis dentro de la psicología.

Yo soy muy crítico, pero no de la teoría psicoanalítica sino de los psicoanalistas argentinos, que es algo distinto. Y puedo incluir en esta crítica también a los psicoanalistas uruguayos, porque en nuestros países las carreras de Psicología son muy parecidas, casi iguales. Lo que pasa en el Río de la Plata es un caso único en el mundo, porque por ejemplo en Brasil y Chile, que son países cercanos, la situación es totalmente diferente. Acá se están generando profesionales incompletos, porque sus derechos humanos fueron violados cuando la universidad que los formó no les ofreció la disciplina en toda su amplitud, en todos sus campos de aplicación. Porque si el alumnado recibe la profesión totalmente sesgada, dirigida a la clínica, y dentro de la clínica a un marco teórico específico, como es el psicoanalítico, y dentro del psicoanálisis a Lacan, que no es Freud sino que es pura filosofía, entonces estamos mal encaminados. La teoría lacaniana no puede hegemonizar el campo de la psicología. Eso en Uruguay no ha pasado tanto, pero en Argentina sí. Casi todos los psicólogos son lacanianos y todos son clínicos, y la psicología social, que es una de las principales columnas sobre las que se sostiene todo el edificio de la psicología, siempre fue taponada y marginada. Tan así fue la cosa que se terminaron creando las escuelas de Pichon-Rivière, a quien conocí y con quien trabajé. Pero lo único que hizo Pichon-Rivière fue trabajar sobre los grupos operativos, que son una partícula subatómica de la teoría de grupos, que a la vez es una molécula dentro del monumental espectro de la psicología social, entonces ¿cómo va a ser Pichon-Rivière el referente de la psicología social en la Argentina, y me animo a decir que también en el Río de la Plata? Entonces pasa que los estudiantes desconocen a autores fundamentales de la psicología social, y los psicólogos que no tienen una formación sólida en psicología social son como aquel personaje del libro de Italo Calvino, El vizconde demediado, una persona partida al medio, alguien que, con viento a favor, conoce la mitad de lo que es la psicología. Porque la psicología social está presente en todos los campos de la psicología, incluso en la clínica y también en las neurociencias.

Durante sus años de trabajo usted definió a la pobreza estructural como una enfermedad social; explíqueme ese concepto.

En realidad no es exactamente así. Taxativamente lo que yo defino como una enfermedad polimórfica, grave, muy difícil de resolver, no soluble en una persona sino en función de generaciones, es la pobreza estructural con implicancia personal, que no es lo mismo que la pobreza estructural a secas. Una cosa es el contexto urbano y habitacional en la que viven esas personas, pero esto es otra cosa. Lo que he hecho es ponerme a ver las implicancias personales de los habitantes que están en esos contextos. Entonces yo encuentro gente resiliente, que vive en condiciones muy adversas para su desarrollo, no sólo intelectual y cultural sino también físico, y no obstante se desarrolla bien e incluso en algunos casos son superdotados o superdotadas. Pero algunos otros no, y uno se encuentra con personas con serios problemas de neurodesarrollo, con fuertes indicios de retardo, que no pueden terminar sus ciclos de estudio, con un peso y una talla menor a la media del lugar. Entonces, estas personas tienen problemas cognitivos, toman malas decisiones y sus vidas quedan condicionadas para siempre. Esto se ve muy claramente en la película brasileña Ciudad de Dios. Es ficción, pero se inspira en innumerables casos de la vida real. El personaje central, Zé Pequeno, es un chico que no alcanzó un neurodesarrollo de acuerdo a su paquete genético, que no tenemos porqué pensar que no era normal. Zé Pequeno es un chico cuyas funciones ejecutivas no maduraron de forma adecuada y terminó como terminó. En cambio, el otro protagonista de la película termina siendo un fotógrafo respetado en un diario porque tuvo experiencias de socialización que le fueron beneficiosas, por cuestiones inefables que uno no puede visualizar adecuadamente, pero ahí se puede ver claramente en el mismo contexto social dos caminos totalmente diferentes. Entonces, el que terminó siendo fotógrafo cuando era niño era un pobre estructural, en cambio Zé Pequeno fue un pobre estructural con implicancia personal.

Usualmente cuando se quiere saber sobre las condiciones de salud de la población de un país en general se acerca al estudio de su sistema de salud. Usted afirma que esta es una aproximación incompleta, ¿por qué?

Sí, porque solamente eso no te permite ver los problemas en su totalidad. Por ejemplo, si yo me fijo en el presupuesto de salud de la Argentina en porcentaje al Producto Interno Bruto y lo comparo con países de la región como Uruguay, Chile, Costa Rica o Cuba, es mucho más alto. Pero si comparo en relación a estos mismos países algunos indicadores importantes de salud, como mortalidad infantil, mortalidad materna y otros, Argentina está siempre más abajo que los otros. Entonces, si busco solamente la explicación de por qué se da eso en el sistema de salud no la voy a encontrar. Tengo que tomar en cuenta otros componentes del escenario de la salud, a lo que llamamos sistema total de salud. Pero también tengo que tomar en cuenta a la enfermedad pública, definiendo a la enfermedad pública como toda enfermedad que en un lugar y momento determinado, teniendo el Estado los recursos necesarios para evitarla –dinero, conocimiento, gente capacitada, infraestructura–, no puede ser evitada. La enfermedad pública está presente en todos los países del mundo, es algo casi inevitable, pero puede ser algo muy pequeño o algo realmente enorme, como es el caso de la Argentina, donde estimo que la enfermedad pública es al menos un tercio de la carga de morbimortalidad del país. Pero estas enfermedades públicas son totalmente evitables si los poderes del Estado actuaran debidamente, pero no lo hacen. Y por qué no lo hacen es otra gran pregunta, es una cuestión a averiguar, pero en la mayoría de los casos es por corrupción, porque hay mucha plata en el medio. Entonces, para analizar la situación general de un país en el tema de salud, para poder comprenderla en su totalidad, es necesario tomar distancia y ver el panorama desde arriba, no sólo el sistema de salud sino también los poderes del Estado, el complejo industrial corporativo profesional, el complejo globalizado comunicacional, el rol de la Organización Panamericana de la Salud y de la Organización Mundial de la Salud, que también entran en juego en muchas conductas delictuales. Entonces, viendo todo eso puedo decir que Argentina tiene un profundo subdesarrollo salubrista, pero eso no pasa acá en Uruguay, donde la situación es bastante mejor, y también pasa lo mismo en Chile. Pero además, otro punto que hay que tener en cuenta es el rol que juegan las universidades que forman a los profesionales que van a ejercer las ciencias de la salud. Si no se cambian los planes de estudios es imposible que se tenga un primer nivel de atención de salud fuerte, donde se resuelvan la mayoría de los problemas. Mientras las facultades formen a sus estudiantes para el ejercicio de la práctica liberal de la orientación, es inviable la atención primaria de la salud. Porque podés tener el objetivo, pero si los efectores que tendrían que llevar adelante esa tarea están preparados para otra cosa, indefectiblemente el esfuerzo va a ser estéril.

Como estudioso de la sociedad de su país, ¿cómo ve la situación actual de Argentina?

Nosotros estábamos saliendo de un gobierno que había estructurado un estado de bienestar bastante sólido. Todo mejoró durante el gobierno de los Kirchner. Habiendo salido de una crisis brutal que golpeó a toda la sociedad, como la de 2001, en poco tiempo la Argentina comenzó a crecer y ese crecimiento se volcó, como corresponde, en cuestiones sociales: la salud, la educación, la seguridad social, la ciencia. Pero entonces llamó mucho la atención que un pueblo que estaba en una situación de relativo bienestar pudiera votar a Macri, pero esto se dio fundamentalmente en base a la manipulación psicopolítica, que se apoya sobre unos estimuladores inespecíficos que logran que la gente termine votando contra sus intereses, algo que nos puede sonar a pavadas pero que no lo son, sino que tienen años de investigación científica atrás. Entonces aparecen esos estimuladores: la palabrita “cambiemos”, el “sí se puede”, el color amarillo. Todo esto está investigado, y no en la Argentina por el payaso este de Durán Barba, sino que estas teorías fueron desarrolladas por los grandes centros de investigación psicológica que funcionan bajo la órbita del Departamento de Defensa de Estados Unidos. Hay gente de las universidades que está financiada desde esta entidad y el conocimiento que produce no pasa al mundo académico sino que sale derecho hacia los organismos de inteligencia. Entonces, en base a eso, este hombre [Macri] logró ganar la elección. Y hablando con gente que lo votó me decían “yo sentía que precisábamos un cambio”, pero lo que nadie me podía decir era un cambio para qué. Entonces estos resultados en las elecciones pueden parecer arte de magia o que el pueblo argentino es estúpido, pero no es ni una cosa ni la otra, sino que es el resultado de años de investigación psicológica rigurosa, es ciencia. Pero acá en el Río de la Plata a esa ciencia la execramos. La psicología no puede ser ciencia, la psicología es no se sabe qué, pero no puede ser ciencia. Y bueno, así estamos.

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