Miguel Cherro es médico desde hace 52 años, es pediatra y psiquiatra de niños y adolescentes. Detrás de su nombre hay una exitosa carrera profesional que incluye ocho libros, decenas de artículos científicos y cargos docentes en Uruguay, España y Japón. Está jubilado de la actividad profesional pero no se alejó mucho del trabajo, en julio fue nombrado miembro honorario de la Academia Nacional de Medicina y mañana dará su primera conferencia como tal sobre el tema en el que se especializó: la teoría del apego. Ya tiene proyectos que le gustaría impulsar desde su nuevo rol, relacionados con la violencia en la sociedad y con cómo los aportes de la teoría del apego pueden ayudar a trabajar en la empatía. Previo a la conferencia, Cherro conversó con la diaria sobre la importancia del apego en el desarrollo humano, el rol de la familia y cómo los primeros años de vida influyen en el comportamiento del adulto.
El principal postulado de la teoría del apego reivindica la importancia de contar con un cuidador significativo en el desarrollo de un bebé. Su impulsor fue el psicoanalista inglés John Bowlby, quien en la década de 1960 unió conceptos de varias teorías: “la psicoanalítica como base, agregó elementos de la teoría cognitiva –que tradicionalmente estuvo reñida con la psicoanalítica– y además utilizó conceptos de la psicología del desarrollo, de la teoría de los conjuntos y de la teoría sistémica, que concibe la familia dentro del núcleo social como un sistema en el que cada miembro influye en el otro miembro”, explicó el especialista uruguayo.
En un artículo de la Revista de Psiquiatría del Uruguay, Cherro la define como la teoría que “proclama la necesidad imprescindible que tiene el bebé humano de tomar contacto con otro ser de la misma especie para acceder a la condición de sujeto”. Para su buen desarrollo los bebés se aferran a los cuidadores que están presentes y activos en su vida desde los primeros seis meses hasta el año; esas personas y sus interacciones con el bebé forman la base que le permitirá luego al niño explorar el mundo y generar vínculos afectivos estables y saludables.
Entre las consecuencias visibles del apego están los “modelos de trabajo interno” que, según detalló Cherro, son “las prácticas de cuidado que tuvimos de bebés, que a lo largo de los años conservamos y que son las que nos ayudan como referencia para aplicar a las pautas de crianza de nuestros propios hijos”. Otra de las funciones del apego es el desarrollo de la empatía y de la confianza en uno mismo y permite también establecer “el sistema que desentraña intenciones que las personas transmiten no sólo por lo que dicen sino también por las actitudes. El bebé capta eso desde muy temprano con sus referentes, y es lo que le permite desarrollarse como persona e interactuar con otros”, comentó Cherro.
¿Qué influencia tiene el apego en la personalidad del adulto?
Una enorme influencia. Concomitantemente con la descripción de la teoría del apego, se hizo una comprobación científica, la prueba de “reacción ante el extraño” que describió Mary Ainsworth y que permite evaluar cómo reacciona el bebé ante el reencuentro con su cuidador significativo. Sobre esa base se describieron tres tipos de apegos: el seguro, que afortunadamente es el mayoritario en términos porcentuales, y otros dos tipos que son inseguros: el dubitativo y el ambivalente. Otra autora luego describió el apego desorganizado, que es una mezcla de las variantes anteriores y no tiene una pauta regular. Este último tipo de apego es una característica de los niños que han sufrido abuso o maltrato. Cuando uno ve eso debe sospechar la existencia de una negligencia, abuso o maltrato que luego puede influir en los comportamientos a lo largo de la vida.
¿Un niño que haya tenido un apego desorganizado puede generar de adulto vínculos saludables?
No es una conducta lineal; los apegos son modificables y son promediables. Por ejemplo, una madre deprimida capta las necesidades del bebé, pero su estado de ánimo no le permite estar accesible para lo que el bebé necesita. Eso podría indicar que se va a constituir un apego inseguro, porque la madre no responde a los términos de la disponibilidad emocional que se necesita. Pero otro de los cuidadores significativos del niño, como puede ser el padre, el abuelo, una tía, una hermana o cualquier otra persona, puede, en muchos casos, complementar esa carencia. Por eso los apegos son promediables: no se hacen en base a la calidad relacional de uno solo de los cuidadores, sino un promedio de todos los vínculos que el niño establece con su entorno significativo.
¿Qué pasa con un niño que no promedia su apego con otros cuidadores?
Puede pasar de todo. Trabajé con algunos adolescentes privados de libertad hace varios años. Cuando entrevisté a uno de ellos y le pregunté por qué estaba ahí, me dijo: “Maté a una vieja”. Así nomás, brutalmente, sin un poco de empatía. Esa “vieja” podía ser cualquier persona. En ese caso, la falta de apego seguro en su infancia derivó en un adolescente que no puede desarrollar la empatía, que es una de las funciones del apego. Pero, por otro lado, cuento otro caso clínico: escribí un libro que se llama Al calor del hogar, que recoge entrevistas a niños del hogar Salterain del INAU [Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay], donde se atiende a niños que no están con sus familias y los recibió don Elbio Martínez. Los adolescentes que se criaron en ese hogar tuvieron unas infancias terribles, más de una vez me pregunté qué habría sido de mí si hubiera tenido una infancia como la de ellos. Terribles situaciones de abuso, de maltrato, alguno se alimentaba de restos de basura. Hoy todos tienen familia, trabajo y están integrados socialmente con hijos o con proyectos de tenerlos, con vínculos saludables, gracias a que encontraron en la casa la recuperación del apego que no tuvieron en la infancia.
¿Hasta cuándo se forma el apego?
Realmente empieza antes del nacimiento. El núcleo familiar determina mucho la situación, es decir, hay conductas propulsoras del apego. El apego propiamente dicho se constituye a los seis meses y es como todo proceso en la vida: se va haciendo paulatinamente, a medida que nos desarrollamos. Si todo ocurre normalmente, al año de edad el bebé tiene cuatro o cinco figuras de apego representativas. El apego se sigue constituyendo luego porque se reedita con los vínculos que se forman a lo largo de la vida; con los docentes, por ejemplo, hay vínculos que hacen a esa matriz inicial del apego que determina los vínculos posteriores.
¿Qué rol juega la madre en el apego?
Hasta la década de 1980 se le daba mucho énfasis al rol de la madre. En una conferencia uno de los referentes nos dijo que estábamos privilegiando en forma exagerada la díada madre-bebé, que teníamos que levantar la mirada y ver también la importancia del padre. A partir de ese momento se pasó a revalorizar la figura del padre. Hay autores que aseguran que la depresión posparto se supera mejor y más rápido cuando se involucra al padre en el tratamiento, por ejemplo.
¿Qué pasa en los hogares monoparentales?
Obviamente afecta. Uno tiene que estudiar la familia en sí y ver en qué medida las condiciones ideales del apego no se están dando. Es un problema actual y una desventaja en la crianza, pero no es algo insalvable: hay otras figuras que pueden funcionar como suplementarias y son importantes. Lo que hay que buscar en las situaciones de monoparentalidad es ver en qué medida existe una red que acompañe a esa madre o padre que está criando en soledad, visualizar esa red y acentuar sus bondades.
Hay quienes cuestionan la noción de “instinto maternal”. ¿Hay algún cambio en cómo se forma el apego?
Un bebé se da cuenta cuando lo sostiene la madre o el padre; la mujer tiene determinada actitud, una forma de sostener al bebé que se diferencia de la del hombre. Biológicamente somos distintos, ni mejores ni peores. Esa diferencia hace al apego. Y ahí veo venir la pregunta: ¿qué pasa con las parejas homosexuales que adoptan un bebé? La experiencia internacional demuestra que los hijos criados por parejas gays no tienen más patologías que los hijos criados por parejas heterosexuales; eso está demostrado científicamente. El apego es igual de saludable, sin dudas, pero a su vez las diferencias entre la mujer y el hombre están. Pero en términos del apego lo que realmente importa es que se respete siempre la naturaleza íntima del bebé, sus deseos y sentimientos, nada más.