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Paola Lima, en una obra en la parada 35 de la Playa Mansa, en Punta del Este.

Foto: Virginia Martínez Díaz

Trabajadoras de la construcción reclaman más oportunidades para ingresar a las obras: “No es un problema de fuerza o de que no estemos capacitadas”

8 minutos de lectura
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Pese a los avances de los últimos años, aseguran que la principal barrera es que las empresas no las tienen en cuenta a la hora de contratar personal.

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Un repaso por la historia revela que, en Uruguay, las mujeres ingresaron a la industria de la construcción hace apenas 17 años. El primer incentivo fue un curso de reparación de veredas que dictó la Casa de la Mujer de la Unión entre los años 1999 y 2000 en Montevideo, según recuerdan trabajadoras consultadas por la diaria. Esa capacitación impulsó a que un primer grupo de mujeres aprendiera el oficio y algunas se animaran a ingresar en el sector, que es uno de los más masculinizados en el país. Desde entonces, se han promovido medidas para alentar la mayor participación de las mujeres, algunas con efectos más visibles que otras.

Una de esas acciones fue la promulgación en 2009 de la ley de trabajo de peones prácticos y de obreros no especializados, que establece un sistema de sorteo para cubrir las vacantes que las empresas no puedan cubrir con su personal permanente cuando realicen obras públicas. La entrada en vigencia de esta norma marcó un leve incremento en el número de trabajadoras en las obras.

En paralelo, desde 2008 se han incluido cláusulas en los convenios colectivos del sector para la inserción de la mujer en la industria. El más emblemático en ese sentido fue el artículo 17 del convenio colectivo firmado en 2010, durante la cuarta ronda de negociaciones del sector, que incorpora la ratificación de cláusulas de género y equidad. Estas cláusulas incluyen la no discriminación en el acceso al empleo, en la fijación de salarios y “a la hora de otorgar categorías y adjudicar tareas”; la prevención y sanción del acoso moral, laboral y sexual; la protección de la maternidad y la lactancia, y la prohibición de exigir test de embarazo a las trabajadoras, entre otras.

Sin embargo, las medidas se tradujeron en avances lentos y la realidad muestra que todavía persisten barreras en el acceso de las mujeres a la industria. Basta con mirar los números: de acuerdo con un informe sobre la construcción publicado en setiembre de 2020 por la Asesoría General en Seguridad Social del Banco de Previsión Social (BPS), el promedio anual de mujeres obreras cotizantes en el BPS pasó de 99 en 2004 a 497 en 2019. Esto significa que las mujeres representaban 0,4% del total de los puestos obreros cotizantes en 2004 y, 15 años después, apenas alcanzaban 1,1%. Como contrapartida, los varones representaban 98,9% de los puestos cotizantes en 2019.

Las obreras entrevistadas por la diaria, que residen en distintos departamentos del país, aseguran que hoy el desafío es que haya más mujeres en las obras y coinciden en que el principal obstáculo lo ponen las empresas, que, pese a iniciativas aisladas para promover la inserción laboral femenina, todavía prefieren contratar varones a la hora de tomar personal para una obra. Las trabajadoras consideran que el rechazo no tiene que ver tanto con las capacidades de las mujeres –que son las mismas que las de los varones, pese al prejuicio en torno a la “fuerza” que se necesita para el trabajo–, sino con algunas condiciones logísticas que la empresa debe disponer, como por ejemplo baños o vestuarios femeninos, entre otras razones.

Más mujeres con cascos amarillos

La construcción es un trabajo que pueden ejercer mujeres y varones por igual, aseguran las trabajadoras, aunque reconocen que hoy la realidad no es la misma que antes. “Si yo hubiera entrado a la industria de la construcción años atrás, cuando una bolsa de pórtland era de 50 kilos, era un poco complicado. Pero hoy es diferente, gracias a los avances tecnológicos y las peleas que ha dado el gremio en general, porque hoy, por ejemplo, tenemos una bolsa de 25 kilos, que una compañera puede levantar lo más bien”, explicó a la diaria Paola Lima, que ingresó al rubro de la construcción hace una década.

Lima –que tiene 35 años, nació en Pando y reside en la ciudad de Maldonado– dijo además que hoy las trabajadoras pueden acceder a una “continua capacitación en las diferentes tareas” a través de iniciativas como el Fondo de Capacitación para Trabajadores y Empresarios de la Construcción.

“Entendemos que hay pocas compañeras porque las empresas nos siguen discriminando a la hora de tomar personal para el centro de trabajo”. Paola Lima

“Acá, entonces, no es un problema de fuerza o de que no estemos capacitadas”, apuntó la trabajadora, que forma parte de la dirección departamental del Sindicato Único Nacional de la Construcción y Anexos (Sunca) en Maldonado. “Entendemos que hay pocas compañeras porque las empresas nos siguen discriminando a la hora de tomar personal para el centro de trabajo”, agregó. En ese sentido, Lima, que es jefa de hogar y tiene cuatro hijos, dijo que cuando las trabajadoras van a entregar un currículum, “generalmente te dicen ‘no pensamos tomar mujeres’ o ‘ya tenemos la plantilla llena’; te dicen algo como para que tú ni siquiera dejes el currículum”.

Laura Alberti.

Foto: Federico Gutiérrez

“Como trabajadora de la construcción y como militante sindical, creo que el desafío que tenemos para adelante es que no nos sorprenda que haya una compañera en una obra; que seamos más trabajadoras con casquito amarillo adentro de un centro de trabajo”, resumió por su parte Laura Alberti, representante del Sunca en el Secretariado Ejecutivo del PIT-CNT. La sindicalista, de 45 años, dijo que el problema es que las empresas ven a las mujeres como “un baño más, un vestuario más, y está el tema de que pueden entrar a trabajar y quedar embarazadas”.

“¿Quieren mostrar equidad? Bueno, tomen compañeras también. No estamos pidiendo que, si entran 500 trabajadores, 250 sean mujeres. Estamos pidiendo darles el espacio”. Laura Alberti

Alberti señaló que “varias empresas ahora quieren conseguir un certificado especial de equidad”. “¿Quieren mostrar equidad? Bueno, tomen compañeras también. No estamos pidiendo que, si entran 500 trabajadores, 250 sean mujeres. Estamos pidiendo darles el espacio y el lugar a las mujeres, así como también a las personas con discapacidad o a las personas que fueron privadas de libertad”, resaltó. “Si hay una compañera que trabajó en obra, que se cumplió su contrato, se quedó sin trabajo y tiene buenas referencias, no vemos por qué no darle oportunidad de que vuelva a trabajar”, agregó Alberti, y destacó que hay “muchísimas compañeras jefas de hogar” desempleadas, “que la están pasando muy mal”, especialmente debido al impacto de la pandemia.

Pero incluso cuando logran ingresar en una obra, muchas veces sucede que se les asignan tareas tradicionalmente atribuidas a las mujeres. En ese sentido, Alberti dijo que en un momento pasaba seguido que “las compañeras ingresaban a trabajar y las ponían a hacer tareas como, por ejemplo, cocinar o limpiar los vestuarios, entonces teníamos que ir y explicarles que las compañeras estaban capacitadas para hacer todo. No es que pensaran que no lo podían hacer, sino que pensaban que ahí estaban más cuidadas”. Según dijo, fue un proceso “hacerles entender que la compañera no entró para hacer estas tareas, sino que entró para hacer las tareas igual que hacen los varones”, pero hoy en día la situación “está cambiando”.

“Ahí tenés que ser bastante caradura para tenerte fe y confianza y decir ‘no, yo quiero aprender’”, señaló Mariana Giribone, que tiene 49 años, empezó a ejercer el oficio hace nueve, es oriunda de Carmelo y hoy trabaja en Colonia del Sacramento. Puso su propio caso: contó que cuando ingresó al sector realizó tareas de limpieza, más adelante pidió que le enseñaran un oficio y aprendió a ser herrera.

Otras batallas

En un país en el que cerca de 18% de las mujeres aseguró haber vivido situaciones de violencia de género en el ámbito laboral en algún momento de su vida, según los resultados de la Segunda Encuesta Nacional de Prevalencia sobre Violencia Basada en Género y Generaciones (2019), ningún sector de trabajo queda completamente al margen de esta problemática. ¿Qué pasa en un rubro tan masculinizado como el de la construcción?

Según Alberti, se han registrado casos de acoso laboral o sexual contra trabajadoras, pero “es más lo que se piensa que puede pasar que lo que pasa”, en parte porque, en su opinión, “el varón obrero carga con ese estigma de que es el acosador, el patotero, el que grita a las mujeres que pasan por la obra”. Recordó que el Sunca tiene distintas comisiones en todos los departamentos, como la de derechos humanos, la de género o la de conflictos, que atienden estas situaciones y tratan de resolverlas.

Giribone, que hoy integra la Comisión de Género del Sunca a nivel nacional, lo vivió en carne propia: atravesó dos situaciones de violencia en los nueve años de trabajo en la construcción. En uno de los casos, fue ejercida por un puntero [una de las categorías laborales], y en el otro, más reciente, por parte de un compañero. “La pasé muy mal, pero prioricé la herramienta, porque tuve muchísimos compañeros que me defendieron”, señaló.

La trabajadora de Colonia dijo que actualmente se están coordinando cursos de capacitación sobre violencia basada en género con instituciones y organizaciones del departamento “para poder avanzar en todo ese tema y seguir ayudando a todas las personas que están sufriendo violencia”. También adelantó que, a nivel nacional, la Comisión de Género del Sunca trabaja en un documento que busca que profesionales capaciten a trabajadoras y trabajadores para saber cómo detectar situaciones de violencia y “abordar por lo menos el primer momento”.

Lima recordó que el sindicato “ha apostado a transformar la desigualdad haciendo campañas contra el acoso, conversando con los compañeros, haciendo asambleas” para sensibilizar sobre el tema. Para ella, uno de los principales desafíos a futuro, además de “salir a denunciar que las empresas no nos toman”, es “seguir haciendo campañas sobre el acoso y la violencia en el centro de trabajo o en las obras, entendiendo que como gremio tratamos de construir una transformación con los compañeros intentando cambiar esas cuestiones que no son de ahora, sino que vienen de siglos de cultura machista y patriarcal”.

Mariana Giribone, en la Plaza de Toros de Colonia del Sacramento.

Foto: Ignacio Dotti

De todas formas, la trabajadora de Maldonado consideró que el ingreso de las mujeres a la industria de la construcción generó “algún cambio cultural en los trabajadores, que también ayudó al comportamiento básico de todos los días”, de “andar diciéndote cosas en la obra, que se digan algunas palabrotas y demás”. “Hubo un cambio de los compañeros”, dijo Lima, “que entendieron que algunas cuestiones ya no podían pasar sólo por estar las compañeras ahí”.

Malabares con los cuidados

Como les sucede a muchas mujeres en otras ocupaciones, una cuestión que también se plantea en la construcción es el tema de las estrategias que tienen que desplegar las obreras, muchas de ellas jefas de hogar, para conciliar los horarios de la construcción con las tareas de cuidados. “Tenés que acomodarte al sistema de que tenés que levantarte a las cinco o seis de la mañana, o sea, son muchas más las horas que estás afuera de tu casa”. “En invierno, salís de noche y volvés de noche a tu casa, entonces es complicado para atender a los gurises”, comentó Lima.

Una de las herramientas que surgieron para intentar dar respuesta a este problema es la creación de los centros de primera infancia para hijas e hijos de personas que trabajan en la construcción, conocidos como Centros Siempre, una iniciativa que fue aprobada en el convenio colectivo de 2018. “Nos pasaba que si vos entrabas a las 7.00 y los centros CAIF o las guarderías abrían a las 8.00, ¿qué hacías con tus hijos? También el tema de con quién los dejás cuando son tan chiquitos, porque al mes o mes y medio de tener un hijo ya tenés que trabajar”, señaló Alberti, que es madre de dos hijos. “Viendo esa y otras realidades generamos un convenio que establece que al año o año y medio deberíamos estar abriendo un Centro Siempre. Nosotros tenemos fondos sociales en acuerdo con el sector empresarial y deberíamos estar abriendo por lo menos una vez al año un Centro Siempre, uno gestionado por el sector de los trabajadores y uno gestionado al año siguiente por el sector empresarial”, explicó. Hoy en día hay dos centros: uno en Piedras Blancas y otro en Curva de Maroñas, cerca del intercambiador Belloni. La representante sindical dijo que si bien los únicos que funcionan en este momento están en Montevideo, en zonas en las que “hay un gran cúmulo de trabajadoras y trabajadores”, la idea es abrir al menos uno en cada departamento del país.

Lima, por su parte, valoró que estos centros son una “ayuda importantísima”, porque el funcionamiento “se trata de amoldar a la hora del trabajo que te lleva este rubro” y, además, “vos sabés que podés dejar a los gurises y van a estar bien cuidados”.

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