Monsanto comienza a funcionar en 1901, en Missouri, como empresa química, para convertirse, décadas después, en líder mundial de biotecnología. La promesa de la multinacional es producir más, en menos tiempo, sin dañar el medioambiente, ayudando especialmente a los pequeños productores y a los países en vías de desarrollo. Pero el uso de transgénicos también fue promovido por la panacea de terminar con el problema del hambre en el mundo. El documental de Robin intenta dejar claro que ninguna de estas promesas se cumplió y que, peor aun, las consecuencias del uso de los transgénicos, y del monopolio de la producción de semillas transgénicas, son nefastas para cualquier país, desde más de un punto de vista.
En 1976, Monsanto comenzó la comercialización del herbicida Roundup, nombre comercial dado por la empresa al glifosato, un herbicida que prometía una dupla atrayente para cualquier agricultor: el fin de las malas hierbas, sin dañar el medio ambiente. Se vendió con gran éxito, ya que una de sus supuestas ventajas era ser biodegradable. Pero, según se señala, estudios hechos por la propia Monsanto mostraron que el nivel de degradación biológica es de 2%. Debido a esto, la empresa fue condenada dos veces por publicidad engañosa y tuvo que retirar de los envases de sus productos esa falsa información.
En 1995 Monsanto comenzó a comercializar productos modificados genéticamente, entre ellos, la Soja Roundup Ready, resistente al glifosato, y el algodón Bollgard o BT, manipulado para crear un insecticida que repele, entre otras plagas, a la lombriz americana. “90% de los organismos modificados genéticamente [OMG] cultivados en el planeta son de Monsanto”, explica Robin en el documental. La empresa tiene asegurada la venta de las semillas transgénicas y la venta de los herbicidas que las acompañan, ya que la modificación genética es realizada para resistir a esos herbicidas, y no a otros.
¿Uruguay natural?
En la presentación del documental, los organizadores entregaron un folleto en el que se dan algunos datos sobre la situación de los cultivos transgénicos en Uruguay. Entre otros, se señala que “durante la zafra 2007/08, se sembraron casi 100 mil hectáreas de maíz transgénico y 462 mil hectáreas de soja transgénica” y que a partir de su ingreso al país “el aumento de los agrotóxicos importados ha sido de entre el 500 y 600 por ciento”. Entre los impactos sociales se destacan “la concentración y extranjerización de las tierras (de las 500 mil hectáreas de soja cultivadas el año pasado, más de la mitad fue sembrada por argentinos), la suba del precio de la tierra, la expulsión de los pequeños productores, la degradación y erosión de los suelos, la contaminación del aire y el agua”. María Isabel Cárcamo, de RAP-AL Uruguay, recordó: “En 1996, Monsanto introdujo en nuestro país la soja transgénica, y ni nos enteramos. Recién cuando Monsanto introduce el maíz transgénico, en el 2003, hubo oposición, se interpeló al ministro de Agricultura (Martín Aguirrezabala, del Partido Colorado), pero igual se aceptó el ingreso. Hay que informar a la gente sobre este tema, los cultivos transgénicos ya están aceptados y la propuesta es que vengan más”. Por su parte, Enildo Iglesias, de Uita, dijo que “Uruguay tiene a la soja como el segundo producto de exportación, detrás de la carne”, e instó a reflexionar, en este marco de situación, “qué pasa con el Uruguay Natural, cuando lo que queda en nuestro país de toda esta soja exportada es basura, contaminación, enfermedades y deterioro del medio ambiente”. Ambas organizaciones se comprometieron a comenzar una fuerte campaña de divulgación sobre el tema.
Ley del máximo beneficio
El documental plantea que no se hicieron los estudios suficientes para descartar la toxicidad de los herbicidas, específicamente del Roundup, y que tampoco se estudiaron con suficiente profundidad los efectos a largo plazo de los productos transgénicos.
Paralelamente se trata el tema de cómo se reglamentaron los OMG en Estados Unidos. La agencia encargada de la seguridad de los productos alimenticios y medicamentos de ese país, la FDA (Administración de Drogas y Alimentos, en español), es señalada como la responsable de que no haya una categoría especial para los OMG y de que, por lo tanto, éstos no cuenten con una reglamentación específica. Es por esto que en Estados Unidos los productos transgénicos no tienen la obligación de llevar una etiqueta que avise sobre su condición.
La FDA aplicó el “principio de equivalencia sustancial”, por el cual no hay diferencias entre transgénicos y no transgénicos. Y ese principio parece ser el meollo del problema que enfrenta a defensores y detractores. Robin se pregunta cómo se llegó a esa equivalencia, y la respuesta que da es que se logró por el engaño de la FDA, a través de la manipulación de datos, y respondiendo a presiones de Monsanto, cuyo único objetivo era sacar los transgénicos al mercado lo más rápido posible. Largos tramos del documental se dedican a fundamentar este engaño.
En el documental se detalla, también, una larga serie de conexiones entre miembros de la empresa, la FDA y el gobierno. Y se muestra cómo muchos científicos que investigaron y obtuvieron resultados que eran adversos para Monsanto fueron descalificados o despedidos de la empresa. Por otra parte, se señala que Ronald Reagan, presidente en el momento en que salió al mercado la Soja Roundup Ready, tenía como política la desreglamentación, como forma de favorecer la industria. Robin plantea que las decisiones tomadas no estuvieron basadas en hechos científicos, sino que fueron decisiones políticas.
Una agricultura sin agricultor
La expansión de Monsanto por el mundo es otro de los ejes del documental. Según se explica, entre 1995 y 2005, Monsanto compró unas cincuenta empresas de semillas, repartidas por el mundo: de soja, algodón, choclo, leche, trigo, tomate, papa y sorgo. En el curso de diez años, los cultivos transgénicos se extendieron sobre más de cien millones de hectáreas, en las que el 70% es resistente al Roundup y el 30% al insecticida BT. El destino de esta producción, en países en vías de desarrollo o subdesarrollados, es “alimentar las gallinas, vacas y chanchos europeos”, reproduciendo así los ya clásicos modelos de crecimiento hacia afuera.
Una de las estrategias del monopolio se basa en el sistema de patentes. En Estados Unidos, los OMG están protegidos por la ley de patentes, por lo que cada agricultor que compre semillas transgénicas debe firmar un contrato de uso de tecnología, comprometiéndose a respetar la patente obtenida por Monsanto. Basándose en algunos casos concretos, se muestran las nefastas consecuencias que esto trae para los agricultores estadou-nidenses. Esta práctica se extiende al resto de los países a los que Monsanto vende sus productos, con variantes, dependiendo de las leyes de cada país.
En cuanto al avance de Monsanto en el mundo, en el documental se hace foco en tres casos: India, México y Paraguay. Quizá el ejemplo de India sea el más débil en términos de argumentación. Allí, Monsanto compró la empresa Maico, empresa líder de producción de semillas de algodón. En 2005 se introdujo el algodón BT y la tasa de suicidios de productores indios creció, señalándose que entre 2005 y 2006 hubo 600 suicidios. La dependencia de los campesinos a las leyes impuestas por el mercado no es nueva, como tampoco lo es la dependencia que genera el monocultivo, pero Robin sugiere que ambos hechos se reforzaron a partir de la llegada de los OMG. Las semillas son ahora más caras y el consumo de pesticidas no disminuye, como prometía Monsanto.
El otro caso especialmente agravado es México, ya que este país es la cuna de la biodiversidad del maíz. En Oaxaca hay más de 150 variedades de maíz local, pero el maíz mexicano ya está contaminado por OMG provenientes de Estados Unidos. México prohibió los cultivos transgénicos pero, según se explica, debido al tratado de libre comercio firmado con Estados Unidos y Canadá, se dio una importación masiva de maíz norteamericano, transgénico en un 40%, y vendido dos veces más barato que el maíz tradicional. La contaminación con OMG es incontrolable, ya que las plantas de maíz se cruzan naturalmente por el polen que viaja en el aire. Uno de los campesinos mexicanos entrevistados se refiere a este hecho como la segunda conquista. El documental plantea que la contaminación, por supuesto, es intencional porque “el que controla las semillas controla los alimentos”.
La otra forma de ingreso de transgénicos es a través del contrabando, lo que ocurre en Paraguay, que, en el 2005, se vio obligado a legalizar los cultivos clandestinos de soja, con el fin de salvar sus exportaciones hacia Europa, ya que allí es obligatorio etiquetar los transgénicos. Una vez ingresados, comenzó la deforestación indiscriminada, que provocó lo que Jorge Galeano (dirigente de organizaciones campesinas) llama “el desierto verde”. Las consecuencias son la eliminación de comunidades y familias campesinas, la destrucción de la biodiversidad del campo y la aniquilación de los recursos naturales necesarios para sobrevivir, sin contar con las consecuencias de la contaminación.
El documental termina con la negativa telefónica de la multinacional de otorgar una entrevista a Robin. Sobre fondo negro, la respuesta del portavoz de Monsanto: “Apreciamos la insistencia que ha demostrado para obtener una entrevista con nosotros, pero tuvimos varias conversaciones internas y no hemos cambiado nuestra posición. No tenemos ninguna razón para participar en su documental porque sospechamos que no será positivo para nosotros, así que… ya sabe”. “You know”.