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Antonio Pacheco y Marcão, de Goiás, anoche en el Estadio Centenario.

Foto: Javier Calvelo

Casi, casi

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Goiás al convertir de visitante eliminó a Peñarol de la Sudamericana.

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El haber marcado dos goles como visitante fue el determinante para que Goiás clasificara a la próxima fase de la Sudamericana y, por tanto, el equipo aurinegro quedara eliminado, como en la mayoría de sus últimas incursiones internacionales, con la frustración de no poder revertir el resultado en el Centenario.

Anoche ganó, y ganó bien, pero le faltó el gol que lo llevara un paso adelante. La frustración quedó disminuida por el empuje y las ganas puestas, pero la gente se fue con sensación de que se pudo, pero…

¿Qué le faltó al carbonero? Seguramente más juego. Las intenciones y las ganas estuvieron siempre, pero los circuitos o sistemas para doblegar a la defensa brasileña, no. Además, en dos ataques te zampan dos goles y así quedás liquidado. Es posible que con un Pacheco más entero, con una hipotética alineación más fluida, tal vez con el Lolo Estoyanoff, que afiebrado no estuvo ni en el estadio, la cosa hubiera sido distinta, pero no lo fue. Y no se podía esperar otra cosa que un Peñarol intimidante de salida, pero no ya con esa falsa receta de “los pasamos por arriba a huevos” o “los cagamos a patadas a estos brasileños cagones”, sino con las mejores armas que el mirasol de ayer podía desarrollar: por afuera y buscando también alguna bocha aérea.

Pero eso fue sólo durante los primeros cinco minutos, porque después los brasucas empezaron con túquiti tíquiti en media cancha, y sin lugar y sin pelota los carboneros perdieron aquel rumbo inicial. Estaba en eso el Goiás, con la aplicación de su Plidex futbolero y en un pelotazo largo He Man Moura recibió y controló, mintió que iba para un lado, se fue al otro, dejó en ridículo a los Rodríguez; Guilermo para un lado y para el otro y Darío en un intento de cierre, y la pudrió en el ángulo. Sólo había corrido un cuarto de hora y el Goiás ya había escupido el asado.

Entre el tedio haciendo esquina con el hartazgo a futuro y la majadería de la tribuna ante la ausencia de soluciones se estaba poniendo tensa la cosa, cuando a los 38 minutos una jugada en cuotas con aciertos y errores parecía que terminaba en una brillante atajada de Harley, pero desde el Sauce como todos los días llegó Matías Corujo, que adentro del área chica la mandó guardar. Bueno, volvió a tomar color el estadio y unos minutos después, en otro ataque ni fu ni fa, un brasuca la saca para el medio y el Pato Sosa venía bufando y la apretó tan pero tan bien que se la puso contra el palo al pobre Harley; 2 a 1 y a otra cosa.

A la salida del vestuario -los de 13 a 0 contaron que los goianos se trompearon entre ellos en el túnel- otra vez la previsible y esperable carga de los mirasoles, que, además, consiguieron impensadamente ventaja numérica por la boba expulsión de Everton. La receta de la carga ahora también incluía al colombiano Mejía y casi inmediatamente después también a Diego Alonso. No había mucha magia, sí muchas ganas y alguna jugada de Alonso, que presagiaban la posible llegada del gol. Pero ya sabés lo que pasó, el gol fue del Goiás, de Carlos Alberto. En el único ataque de los verdes en el segundo tiempo, el dos brasileño metió quinta y chau, Guillermo Rodríguez, y la bocha entró contra el palo. Faltaban 15 minutos y estaban 2 a 2. Mala cosa para Peñarol.

Un terrible e inesperado para el mismo derechazo de Martinuccio puso el 3 a 2 para los peña cuando faltaban cinco y… Nada, no alcanzó. Pudo haber llegado alguna aproximación al gol de la clasificación, pero nada. Es parte del ejercicio del fútbol de la competencia, el antagonista brasileño se agrupó para defenderse, y para clasificar, y lo consiguió. Y ya está, eso es el fútbol, eso es la competencia, y ahora hay que seguir. Una lástima, sí, pero ya fue.

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