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El presidente de la Reserva Federal estadounidense, Ben Bernanke, durante su participación en el simposio "Hipotecas y el futuro de la financiación inmobiliaria", organizado por la Corporación Federal de Garantía de Depósitos y la Reserva Federal, el 25 de octubre, en Arlington, Virginia

Foto: Efe, Michael Reynolds

Carambola a demasiadas bandas

3 minutos de lectura
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Expertos contrarían de antemano inminente plan de estímulo monetario de la Fed.

Ésta es la pregunta del billón de dólares: ¿cuándo terminarán los estímulos económicos, fiscales y monetarios que aplican distintos gobiernos para salir de la peor crisis mundial desde la Gran Depresión de los años 30? Por ahora, la respuesta parece ser “aún no”.

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El mundo del revés

En las antípodas (no sólo geográficas) de Estados Unidos, el Banco Central Chino anunció que tenderá a asumir una política monetaria “prudente”, pero “moderando” sus parámetros actualmente “expansivos”, indicó a la agencia Reuters el asesor académico del organismo, Li Daokui.

Las economías emergentes han consolidado una importante expansión que les permitió el retiro progresivo de sus estímulos fiscales y monetarios (ver recuadro). Por el contrario, el mundo industrializado aún tambalea. Por eso sus autoridades insisten en mantener los planes de apoyo, a pesar de las voces críticas e incluso apocalípticas que advierten sobre un nivel de gasto al que consideran excesivo e insostenible. Es que el temor a un desplome de la tibia recuperación persiste entre los que dictaminan las políticas y quienes prefieren evitar las apuestas arriesgadas.

En este contexto, la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) inició ayer una reunión de dos días en la que discute un enorme plan de estímulo monetario cuyos efectos, según advierten muchos expertos, podrían ser negativos para la principal economía mundial. Los detalles concretos de este plan, denominado Quantitative Easing (expansión cuantitativa), se darían a conocer esta tarde en un comunicado que incluiría, además, el diagnóstico de la Fed sobre el actual estado de salud de la economía estadounidense.

De todos modos, la prensa especializada y los mercados han anticipado algunos elementos de este peculiar programa monetario, el cual se basaría en compras de bonos del Tesoro por entre 100.000 y 500.000 millones de dólares en un período de entre seis y nueve meses.

Malobueno conocido

La Fed ya recurrió a una medida de estas características a comienzos de 2008 (meses antes del colapso del banco de inversión Lehman Brothers, hito que marcó el recrudecimiento de la crisis financiera mundial), cuando adquirió unos dos billones (millones de millones) de dólares en bonos del Tesoro.

El objetivo es aumentar el precio de estos bonos de deuda de entre dos y diez años de plazo y, al mismo tiempo, reducir su rentabilidad, que se comporta inversamente al precio. Ocurre que la rentabilidad de la deuda es uno de los principales factores que inciden en la fijación del interés de los préstamos a largo plazo. Así se traza la carambola: la cotización de la deuda pública se eleva, su rentabilidad cae, la financiación se abarata, las familias se animarán a gastar más y las empresas, a invertir más.

Eso ayudaría, según la Fed, a estimular una recuperación económica que comenzó a mediados de 2009, pero que aún es muy tibia y no ha logrado consolidarse de manera definitiva.

El organismo está sometido a una intensa presión política para actuar. Reducir el desempleo estadounidense, que hoy asciende a 9,6%, requeriría un crecimiento anual del Producto Interno Bruto (PIB) superior a 5%, cuando el actual es de apenas 2%, según explicó la agencia de noticias Associated Press en un informe.

Además, la inflación está tan baja (por debajo de 2%) que la economía estadounidense tiene incluso riesgo de deflación, es decir, de una caída de los precios que paralizaría la pulsión consumidora del público (si los bienes vienen abaratándose, ¿para qué apurarse a comprar?).

Alerta que camina

Sin embargo, los expertos privados no están del todo convencidos de las virtudes de la inminente iniciativa de la Fed, que pocos bancos centrales han probado en el pasado, excepto la propia Reserva Federal y el Banco de Inglaterra.

Analistas advierten que, en la práctica, la medida equivale a darle rienda suelta a la impresora de billetes. O sea que el gran aumento de la masa monetaria circulante puede desatar una enorme inflación.

Esto, en principio, es positivo porque estimula la economía a través del impulso al gasto de los consumidores, ansiosos ante la posibilidad de que los precios suban mientras se deciden a comprar. Pero el verdadero riesgo es que la inflación se desboque e infle, a su vez, dañinas burbujas especulativas. Además, hay escepticismo por el impacto del plan sobre el mercado laboral. “La expansión cuantitativa no hará nada para el empleo porque realmente ya hay mucha liquidez” en la economía, dijo hace unos días a The Wall Street Journal el premio Nobel de Economía Christopher Pissarides.

Otros advierten que aumentar la masa monetaria depreciará aun más el dólar, lo que favorecerá las exportaciones estadounidenses pero dañará las importaciones.

Además, el hecho de que caiga la rentabilidad de la deuda pública estadounidense intensifica la huida de los inversores hacia países que ofrecen mayor rendimiento, especialmente los emergentes, entre ellos los latinoamericanos.

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