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Pablo Alonso, director técnico de Bella Vista, ayer en el estadio Centenario.

Foto: Nicolás Celaya

Hay señales de humo

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Con goles del Lolo Estoyanoff y Alcoba Peñarol le ganó 2 a 1 a Bella Vista.

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La magia carbonera atraviesa el aire cálido como si fuera un boomerang de colores, casi un dardo envenenado. Esto es Peñarol, señores. El sol brilla igual que un diamante. Y la manyamanía paraliza el viento de la tarde de domingo. Hay chiflidos casi histéricos contra la humanidad del juez Larrionda.

La sombra eterna del gran Mariscal balconea la asamblea de botijas que revolotean con Bella Vista como si estuvieran en el patio de la escuela. El Peñarol del armenio Keosseian pasó zozobras en la línea final en la primera mitad. El Indio Solari manda señales de humo, pero el zurdazo violento del rosarino acelera los corazones y hay miradas de aprobación, guiñadas por el talento. El que sabe sabe.

Enseguida un cabezazo de Federico Rodríguez y un bombazo de Cepellini complican un poco la ilusión aurinegra. Luego viene una mediavuelta de Bigote López como para arrancar para la peluquería. Y más adelante un balazo del Tony Pacheco para hacer que el intercambio futbolístico se haga más parejo, casi rápido, intenso, de franca lucha y tránsito de ida y vuelta, sin frenos.

Pasados los 40 minutos el Lolo Estoyanoff mete la cabeza con los pelos platinados y raspa la guinda bien contra un palo. Fue el 1 a 0 que reventó en gritería y entonces, igual que si fuera un pescador avezado, el Lolo se sentó en la escollera del foso de la Amsterdam a intentar pescar algún bagre.

En el segundo tiempo el zaguero Alcoba, lanzado en palomita casi de plasticina, clavó de cabeza el 2-0 tras centro combado del maestro Pacheco. Todo el mundo grita. Brazos arriba, puños al cielo. Y sube así, dando vueltas, la magia en el aire tibio. La alegría carbonera se hace contagiante. Peñarol te quema la cabeza. Por momentos está como embotellado. Bella Vista empuja, abre la cancha, maneja la globa.

Al Rulo Varela el sauceño Albín le pasa la escofina y el árbitro se hace acreedor a una aguda silbatina al señalar el punto penal. Después, los muchachos papales se meten unos empujones entre ellos mismos para decidir quién patea. Hay humo blanco. El volante Nicolini lo mete dos veces -en el primero hubo invasión de un colega- con un disparo fuerte y a media altura para poner el 2 a 1 y sumar emoción a los minutos finales.

Entró luego el colombiano Mejía en lugar del Indio Solari y con un vuelo de mosca y más piruetas que un equilibrista arrancó los aplausos de la gente. El tercero aurinegro estuvo a punto de caramelo cuando el bombazo del argentino Martinuccio primero le quemó las manos al golero papal y dio luego en un caño.

Fue raro. Peñarol pudo ganar mucho más cómodo. Bella Vista erró un montón de goles. También pudo ser empate en un taco fallido de Cepellini.

En fin, ganó Peñarol, en partido intenso, con ráfagas veloces de fútbol, cantos de gol, señales de humo y la clásica tarde de un domingo luminoso se fue desperezando para meterse en ese ciclo espantoso que tiene la vida cuando arranca la semana y todos los santos lunes hay que hacerle piruetas a la rutina.

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