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Festejo de Central de San José, tras la obtención del título de campeón de la Copa Nacional de Clubes, en el estadio Casto Martínez Laguarda de San José.

Foto: Javier Calvelo

Es linda la primera vez

2 minutos de lectura
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En dos disputadas finales con Ferro Carril de Salto, Central de San José ganó la Copa Nacional de Clubes.

Luego de haber empatado 2-2 en Salto la semana pasada, Central sacó provecho de la ventaja que otorga el gol de visitante al igualar 1-1 con Ferro Carril en el Casto Martínez Laguarda. El partido fue cambiante, jugado con dientes apretados, y finalmente la balanza se inclinó para los locales que levantaron su primera Copa Nacional de Clubes.

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Las tribunas estallaban de gente, los rayos de sol quebraban con su calor el áspero campo de juego, cuando entre una cuetería infernal saltaron los 22 protagonistas a la arena -en algunos sectores era literal-. Luego del protocolo inicial arrancó la cosa y con el correr de los minutos quienes parecían plantear un juego más ofensivo eran los salteños, que vestían una casaca roja con una franja blanca. La presión en la salida que aplicaban a los locales daba resultados, Josema di Napoli se adueñaba del mediocampo. Ferro Carril imponía su estilo, a veces le salía bien y otras no, pero seguía probando. Juan Iriarte hacía camino por la banda izquierda y metía muchos centros, uno de éstos lo conectó el pelilargo Menoni que cabeceó y la bola dio en el palo izquierdo generando el primer ¡clanc! de la tarde.

Los locales, con su juego en abanico, apostando al toque al corte, no inquietaban demasiado ante la buena labor defensiva visitante. Pero el partido comenzaría a accidentarse con la lesión del zaguero salteño Jorge Álvez, que fue suplantado por Matías Suárez. El Mago Vera raspaba, obligaba y sembraba chances de pelota quieta bordeando el área. Menoni lo tuvo de tiro libre pero tapó Calero. El portero de Central se la descolgó del ángulo.

De a poco el pibe de Central, Nacho Guardado, empezó a demostrar a pura gambeta, velocidad y zancada la distinción de su juego. Pablo Cabrera también era otro elemento peligroso en ataque pero faltaba engranaje para detonar el botón de gol. El partido pasaba a agarrar ritmo de ida y vuelta. Eso sí, el juego duro y la conversa al árbitro también pintaban que el partido no era uno más, era una final. Central tuvo la suya pero el palo apareció de nuevo, esta vez salvando a los dirigidos por Ramón Rivas. En el rebote Sebastián Cabo se devoró un gol que era anhelado por la repleta tribuna principal.

El ritmo era infernal y no daba respiro. A veces la guinda picaba mal, otras era bien tratada -sobre todo por los botines de Guardado-. También aparecía por las alturas cuando la intentaban mandar al campo contrario. Este Ferro es un equipo mañero. Sobre el final de la primera parte se encontró con un gol muy raro: Menoni mandó un centro cerrado al corazón del área chica, el golero salió con los puños, la pelota rebotó en Marcelo Moreira y terminó durmiendo en el fondo de la red. Los hinchas salteños se iban locos de la vida al entretiempo ganando con un 1-0 parcial que los consagraba campeones.

Central salió a comerse la cancha en el segundo tiempo y el delantero Pablo Cabrera comenzó a ser determinante. Como consecuencia de su asociación con Guardado hacía agua el fondo salteño, que intentaba acoplarse jugando con el resultado a favor. Primero Guardado lo tuvo pero Burgos tapó y en el rebote Cabrera cabeceó y el travesaño salvó a los del litoral, que se las veían cada vez más negras. Pero la dupla Guardado-Cabrera fue por más: a los 62 minutos, tras un centro del primero y posterior cabezazo cruzado contra el palo derecho, entró pegadita a la red para que se partieran en mil pedazos las gargantas de la hinchada del decano maragato. Los cambios empezaron de los dos lados pero las variantes tenían un duro desafío.

El desenlace del partido había dado un giro de 180 grados. Ferro fue a buscarlo, adelantó las líneas, a pesar de que perdió un hombre -a los 78 Juan Rivero se retiró expulsado por una agresión-, Rodrigo Quiroga y Nicolás Ferreira la peleaban y corrían mientras Juanchi Iriarte en medio de la locura intentaba armar. Atrincherado, y procurando el contragolpe, el equipo de Juan Cabrera fue quemando minutos. En una de las últimas bajaron al Mago Vera adentro del área; quizá exageró la caída, pero Óscar Fungi no la cobró. Cada segundo se fue muriendo como en un reloj de arena hasta el pitazo final que encendió la llama de la gloria para el viejo Central de San José, que por primera vez llenó ese lugar vacío que estaba en la vitrina, esperando la copa que anhelan todos los hinchas del fútbol del interior. Disfruten, campeones.

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