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Ilustración: Ramiro Alonso

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Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

En los últimos años se puso de moda el término “posverdad” para referirse a lo que antes se solía llamar, más claramente, mentira con intenciones políticas. O sea, aquello que describía, ya en 1986, la excelente canción “El jodedor”, de Leo Maslíah (esa que dice: “Yo vendo palabras en vez de las cosas”). Algunos datos, sin embargo, se resisten a cualquier tipo de operaciones engañosas: los precios al consumo aumentaron 2% en abril, su incremento en los últimos doce meses fue 10,86%, y el acumulado en el primer cuatrimestre del año es el mayor desde 1997.

Todos sabemos que esto se debe en parte al aumento de tarifas que se aplica desde el primer día del mes pasado, y en parte a un aprovechamiento indecente de la emergencia sanitaria. Sobre lo primero, se puede reeditar el debate sobre si correspondía que el anterior gobierno ajustara las tarifas a fines del año pasado. Sobre lo segundo, es claro que el gobierno actual decidió no impedir los abusos.

Hay también datos cuya nitidez debería ponerlos a salvo de manipulaciones, pero que algunos intentan presentar como más les conviene. La cantidad de homicidios aumentó 10,1% durante el primer cuatrimestre respecto del mismo período del año pasado, y en lo que va del actual gobierno hubo 60, 15,38% más que en marzo y abril de 2019. Dos meses no dan para evaluar una política de seguridad pública, y se trata de un período en el que cambió mucho la convivencia social debido a la emergencia sanitaria, pero los números son esos. Lo que resulta entre insólito y grotesco es que algunos hayan destacado ayer que hubo una mejoría, porque los homicidios fueron menos en abril que en marzo.

A este tipo de operaciones de maquillaje se les suele llamar “relatos”, a menudo con la peligrosa afirmación implícita de que, en el juego político, cada uno produce el suyo y todos son válidos. Una cosa es proponer cierta manera de interpretar hechos, y otra muy distinta es tratar de que los hechos se vuelvan invisibles.

Un ejemplo destacado de manejo discursivo, que podríamos llamar “clásico”, es el del senador y ex presidente Julio María Sanguinetti. Ducho en la retórica y fecundo en ardides, disimula puntos débiles del oficialismo y presenta sus discrepancias con otros integrantes de la “coalición multicolor” como si no fueran tales, o no fueran muy importantes, pero al mismo tiempo desliza algunos cuestionamientos por iniciativa propia. Comenta que la mayor presencia de policías en las calles “genera una sensación mayor de seguridad”, y de inmediato acota: “Usted me dirá: ¿es sensación o realidad? Bueno, el tiempo lo dirá”. En algunos temas es llamativamente ambiguo (dice que 1992 “no era un gran momento para vender” empresas públicas), y en otros parece contundente hasta que se sopesan las palabras que eligió: afirma que las críticas de Guido Manini Ríos a la Justicia no fueron oportunas ni convenientes, pero omite pronunciarse sobre su contenido.

Por último, una forma extrema de que no se manejen datos que perjudiquen al gobierno es declararlos secretos, y establecer que sólo el presidente de la República puede “desclasificarlos”.

Hasta mañana.

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