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Ilustración: Ramiro Alonso

Da Silveira, incalificable

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Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

La comunidad educativa del liceo Zorrilla de Montevideo vive un momento muy difícil. En los últimos días se produjeron distintos enfrentamientos violentos, aún no aclarados pero que no parecen estar todos vinculados entre sí, con participación de personas ajenas a la institución. La situación se agravó debido al suicidio de un alumno, que según su familia tuvo entre sus causas situaciones de hostigamiento en ese centro de estudios.

Es evidente que todo esto afecta a estudiantes y sus familias, a docentes, autoridades del liceo y vecinos, que necesitan construir un clima de diálogo sereno para afrontar todo lo malo que les ocurre y –como corresponde en una institución educativa– convertirlo en una oportunidad de aprendizaje.

Para esto es preciso que cuenten con diversos apoyos, que van desde garantías básicas de seguridad hasta recursos técnicos para procesar del mejor modo posible la situación, pasando por la contención y la empatía indispensables para cualquier persona en estas circunstancias. No necesitan, en cambio, que los utilicen, por intereses de quienes no priorizan lo más urgente.

La vida es una sola, y seguramente en los problemas del Zorrilla y de otros centros de estudios inciden muy diversos factores, que en algunos casos se relacionan con la situación social y económica general, y en otros con conflictos interpersonales y grupales mucho más específicos, sin olvidar los que se deben a carencias, generales y particulares, de las propias instituciones educativas.

Todo esto, así como otras causas directas o indirectas, es parte de lo que las comunidades tienen que procesar atendiendo a su complejidad. Simplificar el análisis para llevar agua al molino propio no sólo aporta poco a la construcción de soluciones; también les falta el respeto a las víctimas de la situación y aumenta el daño.

Si alguien saliera, desde la oposición social o política al actual gobierno, a destacar en forma aislada los vínculos de estas violencias con insuficiencias del presupuesto de la educación o con la caída del salario real, pasarían pocos minutos antes de que fuera acusado, en el mejor de los casos, de oportunista e insensible.

Con el mismo criterio, cuesta calificar sin expresiones insultantes el hecho de que el ministro de Educación y Cultura, Pablo da Silveira, no haya tenido mejor idea que tuitear el sábado lo que sigue: “La violencia juvenil es un problema grave. Tiene muchas causas, pero parte de ellas están en la educación. Cuando alguien se siente frustrado, inseguro o enojado y no puede expresarlo con palabras, es usual que acuda a la violencia. También por eso, ¡más transformación educativa!”.

Cero referencia a los dramas humanos, cero consuelo, cero compromiso de aportar algo de lo que la comunidad educativa más necesita en lo inmediato. Una arenga vulgar por la reforma que impulsa la mayoría oficialista en la educación pública, apoyada en un simulacro de diagnóstico sin fundamentos que sólo considera, entre todas las posibles causas, la que le conviene a Da Silveira para hacer política.

El gremio de estudiantes mostró, en su reacción medida y constructiva, una madurez mucho mayor que la del ministro. Da para pensar.

Hasta mañana.

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