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Ilustración: Ramiro Alonso

El drama de la desigualdad

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Leído por Andrés Alba.
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Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

Hace apenas cinco días, el PIT-CNT sacudió el tablero al entregar más de 430.000 firmas por su propuesta de plebiscito sobre seguridad social. Era previsible, por lo tanto, que buena parte de la conmemoración del 1º de Mayo se centrara en esa iniciativa, al igual que los comentarios acerca de la movilización desde el sistema partidario. Sin embargo, y pese a la indudable relevancia de ese tema, la agenda del movimiento sindical uruguayo abarca muchos otros, que no deberían pasar inadvertidos.

Entre esos otros temas están, por ejemplo, los relacionados con la creciente producción de desigualdad en Uruguay, que se manifiesta de modo muy evidente en el aumento de la pobreza, la insuficiencia de la mayoría de los salarios y la mala calidad del resto de las condiciones laborales en un número creciente de puestos de trabajo.

Hay una importante cantidad de estudios sistemáticos sobre estos aspectos de la realidad, pero la desigualdad es una relación, y en su otro extremo está, mucho menos investigada, la riqueza. Ella es, para el discurso ideológico conservador, una consecuencia de méritos individuales, un dinamizador indispensable del crecimiento económico, que crea empleos y, presuntamente, terminará beneficiando al conjunto de la población. Cuestionar la riqueza es una lamentable expresión de mediocridad, envidia y resentimiento, nos dicen desde el bando que defiende a los ricos.

Un estudio de la confederación de organizaciones humanitarias Oxfam, con sede en Londres, aporta evidencia sobre el fondo de la cuestión. En esa investigación, Oxfam manejó por una parte los dividendos de 2020 a 2023 en las 1.200 mayores empresas del mundo, que pagan 90% del total internacional en la materia. Por otra parte, registró para el mismo período la evolución del salario real en 31 países, que suman 81% del producto interno bruto mundial.

El resultado, escalofriante, es que en los tres años considerados el pago de dividendos aumentó 45%, mientras que los salarios reales crecieron sólo 3%. Cabe destacar que se trata de un período con fuerte impacto de la pandemia de covid-19, que suele invocarse con la intención de justificar el deterioro de las condiciones de vida de las mayorías, sin mencionar que para las minorías más ricas hubo, como se ve, grandes oportunidades de negocios.

En la pequeña escala de Uruguay tuvimos una experiencia semejante. En los primeros años del actual período de gobierno, la emergencia sanitaria trajo consigo un fuerte deterioro del salario, el empleo y la satisfacción de necesidades básicas, pero no fueron años nefastos para todas las personas que integran nuestra sociedad, ya que al mismo tiempo hubo un auge de la demanda internacional hacia el sector exportador, cuyas ventas marcaron récords de cantidades y precios.

A aquella bonanza se sumó que, según los cálculos del Instituto Cuesta Duarte del PIT-CNT, la pérdida de salario real en los últimos años implicó una transferencia de más de 2.000 millones de dólares desde trabajadores a empresarios.

La desigualdad, además de ser un escándalo ético, frena el crecimiento económico y el desarrollo humano, que por supuesto incluye la seguridad social.

Hasta mañana.

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