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Fragata portuguesa en Rocha.

Foto: Daniel Hernández (iNaturalist)

Falsa alarma: las fragatas portuguesas nos visitan cada año y, salvo irritación por contacto con sus tentáculos, no producen mayores inconvenientes

5 minutos de lectura
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2020 ya trajo demasiadas tragedias. La llegada de las fragatas portuguesas un poco antes de lo habitual no es una de ellas: apenas es cuestión de acostumbrarse a que no estamos solos en el planeta.

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Las fragatas portuguesas (Physalia physalis), como hasta el último verano lo eran los turistas brasileños y argentinos, son visitantes estivales frecuentes de nuestras costas oceánicas. Así como algunos hermanos del otro lado del río pueden llegar a ser un poco escandalosos y algunos hermanos del norte pueden parecernos un poco alegres de más, las fragatas portuguesas también tienen lo suyo: no se trata en realidad de un único animal, sino de una colonia de animales -llamados zooides- que se reparten las distintas funciones que permiten la existencia del organismo colonial.

Y es cierto: al igual que un turista que quiere seguir de fiesta toda la noche en la casa de al lado cuando uno quiere dormir arrullado por el canto de las ranas y los grillos, las fragatas pueden ser un poco irritantes. Pero así como hay que saber tratar con cada persona, lo mismo sucede con el resto de los seres vivos con los que compartimos el planeta: en el caso de la fragata portuguesa, alcanza con no tocar sus tentáculos, cuyos nematocistos liberan una toxina que la colonia emplea para paralizar a los peces de los que se alimenta y que puede resultar irritante para los humanos.

Que no panda el cúnico

Las fragatas portuguesas viven en vastas regiones del planeta, y sus tentáculos llegan a medir hasta 30 metros en colonias maduras. Sin embargo, no es el caso de los visitantes que llegan flotando gracias al gas que albergan en su neumatóforo y a una especie de vela que les permite aprovechar los vientos. “Por lo general las fragatas que aparecen en nuestras costas son mucho más chicas”, dice la bióloga Ana Martínez, investigadora de la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara). “Lo frecuente es que tengan neumatóforos de unos siete centímetros y tentáculos de unos 30 centímetros. En esta oportunidad aparecieron algunas un poco más grandes, con neumatóforos de entre 10 y 15 centímetros y algunos reportes de tentáculos más largos”, dice Martínez, que cuenta que en algunas redes se subieron fotos de tentáculos que llegan a los dos metros.

Pero el tamaño no es todo. “En algunas otros países hay arribazones de 10.000 o, como sucedió en Chile hace poco, de hasta 44.000 organismos. En este caso estamos hablando de 200 fragatas que arribaron a la costa”, agrega, bajando la pelota. “Las Physalia llegan todos los años entre febrero y marzo, que es cuando el agua oceánica está más caliente, y suele haber arribazones del plancton azul”, dice Martínez, que también aclara que, como la naturaleza tiene sus bemoles, hay años en que llegan antes, en diciembre, y se retiran después, dejándose ver hasta en mayo.

Ante la cobertura un poco sensacionalista del tema por parte de algunos medios, la bióloga hizo un posteo en su Facebook en el que recuerda que “la picadura de abeja puede generar la muerte de una persona alérgica”, pero nunca vio que los medios se hicieran eco de ello o que “se pusiera cartelería en los montes” alertando sobre el peligro de la presencia de estos insectos. “¿Por qué tanta alharaca con la fragata?”, se preguntaba, y proponía que tal vez tuviera que ver con que hay un gran desconocimiento sobre la fauna marina y que por eso se demoniza. “¡Hay que tratar de evitar su picadura, pero tampoco es para tanta alarma!” concluía.

En conversación con la diaria, afirma que los investigadores brasileños “son quienes más estudios han hecho respecto de casos de envenenamientos”, y que en el caso de envenenamiento con fragatas de Brasil “siempre los efectos son locales”. En un trabajo publicado por Vidal Haddad Junior y colegas, de la Universidad Estadual Paulista, se afirma que esos efectos locales incluyen “dolor intenso y una sensación de quemazón”. Martínez señala que en el mundo sólo se han reportado dos casos de muertes por contacto con fragata portuguesa y ninguno fue en esta región del Atlántico sur.

El asunto es sencillo: alcanza con no entrar en contacto con sus tentáculos, ni dentro del agua ni cuando aparecen varadas en la arena. En caso de que la precaución no funcione, hay que quitar el tentáculo (ya que sigue liberando las toxinas) y lavar con agua salada del propio mar.

No estamos solos

La visita de las fragatas portuguesas, lejos de generar alarma, es una buena oportunidad para recordarnos que compartimos este planeta con otras formas de vida. Estamos acostumbrados a eliminar, ahuyentar o exterminar a todos los animales que nos molestan, desde las cucarachas hasta los felinos carnívoros, desde los piojos y hormigas hasta cruceras y yararás. Y es cierto: algunos animales -y plantas, y bacterias, y virus, y hongos- pueden causarnos problemas, pero por lo general eso sucede cuando avanzamos sobre ellos.

Ana Martínez también ve la ocasión para hablar de algo que trasciende a la presencia temprana de fragatas: “El humano ha toqueteado el planeta a todo nivel. Y los toqueteos que quitan distintos eslabones a la cadena trófica producen mecanismos de cascada que tienen efectos diversos. La sobrepesca hace que cambien todas estas cosas, como también lo hace la llegada de nutrientes al mar. Con estas modificaciones, algunos procesos se empiezan a magnificar. Por ejemplo, a nivel mundial ahora están siendo más frecuentes los blooms de medusas. Tal vez ahora tengamos fragatas más grandes, lleguen las más longevas y sean más frecuentes y tengamos más interacción con ellas, porque tenemos aguas más calientes, entre otros factores”, postula. Es que en nuestras costas se encuentra lo que se llama un hotspot, un punto caliente donde el calentamiento de las aguas oceánicas es mayor que el registrado en promedio en el planeta.

Pero los animales y la naturaleza no siempre hacen lo que uno espera o quisiera. Bien pudiera ser que el fenómeno de este año, de una llegada más temprana de individuos de mayor dimensión, no vuelva a darse por algún tiempo. “Podría ser también que se trate de un año particular, con condiciones oceanográficas particulares, que hicieron que llegaran fragatas que estaban más alejadas y que no son las que suelen arribar a la región”, conjetura la bióloga. “Lo que sí creo es que a esto hay que sacarle el dramatismo”, reitera.

“Por lo general, nos cuesta entender que las cosas están conectadas, que hay cosas que hacemos que favorecen que haya más medusas o más fragatas. La sobrepesca hace estragos a nivel marino porque toquetea la cadena trófica. Y a veces se producen cosas que son indeseables, pero se dan porque hicimos algo previo para que se produjeran. Lo mismo pasa con las cianobacterias: son organismos que estuvieron siempre, pero hoy estamos haciendo todo para que exploten las floraciones”, agrega.

Las fragatas portuguesas forman parte de la fauna de los océanos. Nos han visitado todos los años y lo seguirán haciendo... salvo que hagamos en el mar lo mismo que hicimos en la tierra, y pretendamos eliminar todo lo que nos molesta. Alarmarse por su llegada es como asustarse porque nuestros jardines están plagados de gorriones o las plazas de palomas. O es más injustificado aún: en el caso de los gorriones y las palomas, se trata de especies introducidas por el ser humano, mientras que las fragatas portuguesas son navegantes cosmopolitas de los océanos. Por lo general, quien concurre a las playas de Rocha lo hace, en parte, por su entorno más natural que el de otras costas. Si al ir hasta allí uno se molesta por las formas de vida que habitan esos entornos naturales, entonces debería considerar seriamente hacer turismo de piscina.

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