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Balcones del Valle del Lunarejo, Rivera Uruguay. Foto: Elena Castiñeira Latorre

Proteger la naturaleza que nos protege

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Estudio encuentra que el sistema botánico medicinal del norte del país es “robusto” y de “conocimiento compartido”, pero que es necesario cuidar su permanencia para evitar la “erosión del conocimiento”

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La reserva de biósfera en el Bioma Pampa – Quebradas del Norte ocupa una superficie de 110.882 hectáreas en el departamento de Rivera. Recibe su nombre por la variedad de paisajes que conforman el mosaico de praderas de campo natural, los bosques de quebrada, los cursos de agua y la biodiversidad característica del lugar. En el extremo noreste de Rivera se encuentra el Valle del Lunarejo, y en la delicadeza de las palabras de Elena Castiñeira, doctora en Ciencias Biológicas de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República (Udelar) y de la Universidad Nacional de la Plata, Argentina, es fácil imaginar la belleza del lugar: “Es un lugar maravilloso, un paisaje diferente al resto de lo que puede encontrarse en nuestro país”, ubicado entre formaciones de cerros chatos con “gargantas sumamente profundas” y entre “quebradas muy importantes que resplandecen entre aguas cristalinas” .

Todas estas particularidades hacen de este lugar un espacio donde se generan “ambientes muy heterogéneos y microclimas que permiten que se desarrolle una flora característica”, señala Castiñeira, y apunta que es considerado un hotspot a nivel de biodiversidad: “Un área donde confluyen siete tipos de floras regionales en la que muchas especies encuentran su límite de distribución sur”. Por ese motivo, la bióloga, junto a los ecólogos Andrés Canavero y Matías Arim, del Departamento de Ecología y Gestión Ambiental del Centro Universitario Regional del Este (CURE, Udelar), decidieron concentrarse específicamente en el Valle del Lunarejo, en Rivera, que integra el Sistema Nacional de Áreas Protegidas, para explorar “la estructura y la robustez” del sistema botánico médico del lugar por medio del abordaje de aspectos socioculturales y de diversidad biológica. El objetivo: conocer para proponer medidas de conservación.

Sistemas médicos botánicos

“Cuando hablamos de sistemas médicos botánicos, nos referimos a determinadas comunidades que utilizan ciertos recursos naturales, en este caso plantas medicinales, para tratar determinadas dolencias, enfermedades o mantener su salud”, explica Castiñeira. En la introducción del artículo, publicado en Economic Botany, los autores señalan que la ciencia etnobotánica ha identificado comunidades donde estos sistemas son la “principal fuente de atención primaria de salud”. Incluso apuntan que en “economías débiles” son la “única fuente de atención médica”, y a pesar de su importancia, también “presentan un alto riesgo de erosión biológica y cultural”, porque las plantas son presionadas hasta un punto en que pueden extinguirse a nivel local, o porque se va perdiendo el componente cultural que mantiene vivo el conocimiento sobre sus propiedades medicinales. “Se ha propuesto que conservar esta diversidad biocultural es esencial para aumentar la resiliencia de estos sistemas ante las perturbaciones debidas tanto a la pérdida de especies como a la erosión del conocimiento”, agrega el documento.

En el caso de Uruguay, afirma la investigadora, el país “tiene sitios donde confluye esta diversidad biológica con la diversidad cultural” y “cuando esas dos variables se juntan, se potencian”. Castiñeira afirma que a lo largo del territorio nacional la población tiene “una predisposición al uso de plantas medicinales”, y eso se puede ejemplificar con el consumo de yerba mate, que los uruguayos beben desde pequeños. “El contacto que tenemos con los ‘yuyos’ y las plantas medicinales es muy fuerte. Eso obviamente viene de una cultura compartida a nivel regional con Argentina, Paraguay y el sur de Brasil, que se asocia al legado de los pueblos originarios, principalmente indígena guaraní”.

Además de esta predisposición, Castiñeira manifiesta que los sistemas botánicos que se utilizan en el país dependen de la disponibilidad de recursos que haya en el ambiente y de las propias características culturales de la comunidad. Por ejemplo, en la zona comprendida en la investigación “está la influencia de los brasileños, de nuestro legado indígena, la influencia afrodescendiente y europea, de manera que se genera un rico elenco de alternativas terapéuticas con distintas especies”. Este uso cambia dentro del territorio: “Cuando vas al este del país hay otro tipo de población, que utiliza de una manera diferente los recursos”.

¿Se usan más las plantas medicinales hoy?

La investigadora aclara que no cuenta con estudios longitudinales para saber si ha aumentado el uso de plantas medicinales en los últimos años. Pero señala que desde su punto de vista y con base en los conocimientos que ha adquirido, “muchos conocimientos tradicionales están saliendo a la luz”, al tiempo que se producen más estudios sobre distintas propiedades de las plantas. De esa forma, la información se va transmitiendo y universalizando, y llega a las sociedades.

Castiñeira también opina que se ha dado un proceso histórico en el que el uso de plantas medicinales dejó de ser un tabú. “En el Uruguay del 1900 los médicos mantuvieron un poder hegemónico sobre la salud, entonces, quienes tenían el poder de curar eran los médicos, y estaba estigmatizada cualquier alternativa de curación que no fuera ejercida por la clase médica. Eso comienza a desdibujarse con el desarrollo de disciplinas científicas como la fitoquímica, la etnofarmacología, la etnobotánica y la producción de conocimiento científico que legitima los conocimientos tradicionales y las propiedades medicinales de las plantas”, contó. Además, como dato curioso Castiñeira sostiene que “80% de las personas en el mundo usa plantas medicinales para curarse” y que eso no es nuevo sino “algo que está hace mucho tiempo”. 

La investigadora advierte que con las plantas medicinales hay que “ser cuidadosos”, tanto para no poner en riesgo la salud como para no agotar el recurso. Al igual que las drogas sintéticas, las plantas medicinales tienen efectos secundarios y pueden ocasionar problemas. Por ejemplo, a diferencia de los fármacos, las concentraciones de los compuestos químicos en las plantas varían mucho según las condiciones ambientales en que se desarrolla la planta. A nivel de conservación, sostuvo que si la cosecha de una planta no se realiza de forma correcta, se corre el riesgo de presionar demasiado al recurso.

Conocimiento en red

Para comenzar con el estudio, Castiñeira tomó su mochila y viajó al norte del país, muchas veces acompañada por su pequeño hijo, para realizar el trabajo de campo. Una vez allí, fue recorriendo distintos puntos, algunos más cercanos a la ciudad y otros más lejanos, y mantuvo entrevistas con diferentes personas con conocimientos sobre el uso de plantas medicinales. Por medio de estas entrevistas le interesaba saber cuántas plantas conocían, cómo las llamaban, cómo y dónde las obtuvieron y a qué tratamientos las asociaban. Esos contactos que fue haciendo la fueron derivando a otros, y así desarrolló la metodología que se conoce como “muestreo bola de nieve” en áreas rurales y urbanas del Valle del Lunarejo, donde realizó 44 entrevistas semiestructuradas.

Pero el trabajo no terminó allí. Una vez hechas estas entrevistas se debía “guardar material de referencia” de cada planta en vouchers: “Son plantas que quedan depositadas en una colección científica y que sirven de material de referencia para otros investigadores”, explica Castiñeira, agradecida hacia cada uno de sus interlocutores que abrieron las puertas de sus hogares y se mostraron “encantados de hablar sobre medicina y sobre poder ayudar a otro”. “Creo que hay hasta un tema evolutivo que propicia que las personas nos ayudemos a buscar fórmulas para mejorar”, agrega.

Robusto y comunitario

El siguiente paso de los investigadores fue “observar qué tipo de conexión hay entre las personas, las plantas y los usos”. En el artículo los autores señalan que se identificaron 159 plantas medicinales y determinaron que “los interlocutores tienen un uso promedio de 18,3 plantas medicinales”. Las especies más nombradas fueron la marcela (Achyrocline satureioides) con 39 menciones; árnica (Stenachaenium campestre) con 25; manzanilla (Matricaria recutita) con 22; malva (Malva sylvestris) con 21; y cedrón (Aloysia citrodora) y carqueja (Baccharis articulata) con 20 menciones. Los autores reportaron que en la población existía un grupo menor de personas que poseían un conocimiento más profundo sobre los usos y cantidad de plantas, y luego existía para la mayoría de la población un promedio “relativamente estable” del conocimiento de alrededor de 30 plantas medicinales, dijo la bióloga.

En las entrevistas encontraron que había una especie de “kit” de plantas medicinales que no faltaba en los hogares, compuesto “casi en la misma proporción por plantas nativas y exóticas”. Para Castiñeira eso es reflejo de la “multiculturalidad que hay en Uruguay, que combina el legado nativo o indígena y la inmigración europea”. Plantas que componen el “kit natural” son la marcela, la carqueja, el arrayán, la malva, la pitanga, la coronilla, la menta, el marrubio. Además, hay un “fuerte uso de cítricos”, como limones y sus hojas, para hacer preparados para los nervios y diversas infusiones. “También encontramos que a medida que nos alejamos más de los centros urbanos la proporción cambia y la gente conoce más plantas nativas que exóticas, pero indistintamente la población uruguaya consume una u otra”, agrega.

Los autores sostienen que el conocimiento en la comunidad es compartido y no se concentra en una única persona, como en otras estructuras sociales. “Eso nos permitió reflexionar acerca de cómo el sistema médico botánico en Uruguay no está basado en grandes concentradores de conocimiento, como puede ser el curandero de un pueblo que posee ese conocimiento él solo”, sostiene Castiñeira. En el norte el conocimiento sobre las plantas medicinales “está bastante compartido” aunque haya diferencias, porque “no todos conocen lo mismo”. 

Eso genera dos grandes situaciones, explicó Castiñeira. Por un lado, demuestra “la capacidad que tiene el sistema de ser resistente y robusto [frente] a la desaparición de esas personas que poseen el mayor conocimiento”, porque si “estás en una aldea donde el conocimiento lo tiene exclusivamente un curandero y este se muere, esa población se queda sin ese conocimiento”. Esta situación dejó a los investigadores “más tranquilos”, porque en varios sistemas el conocimiento se está perdiendo. 

Por medio de la simulación computacional de diversos escenarios de pérdida de agentes –es decir, personas y plantas–, los investigadores encontraron que el sistema es robusto. Sin embargo, esto no implica que no sea vulnerable. Los autores vieron que si se eliminaban determinados agentes, tanto personas que poseían conocimientos como especies, el sistema se mantenía, “pero hallamos un punto de inflexión en donde el sistema perdía su estructura funcional”, dice la investigadora. El paso próximo sería promover medidas para no alcanzar ese punto en que un sistema robusto pasa a perderse. “No es posible asegurar cuándo exactamente se puede dar ese punto de inflexión y el sistema de un vuelco, pero lo detectamos y podemos aproximarnos a escenarios que pueden dirigirnos hacia allí, por eso son necesarias las medidas de contingencia”, manifiesta Castiñeira.

La bióloga plantea que la robustez observada también viene dada por la “diversidad que existe en el lugar”. Sin esa diversidad la población estaría se vería muy limitada en la variedad de especies para usar. “Con una amplia diversidad y una riqueza tan importante, se dispone de alternativas para los tratamientos y se puede equilibrar la intensidad de uso de un recurso utilizando su equivalente”, sostiene. “La posibilidad de tener alternativas terapéuticas naturales es muy importante en las comunidades donde no tenés acceso a un centro de salud, y por eso es el interés de conservarla”, agrega. Si bien en Uruguay hay un sistema de salud con una cobertura muy amplia, muchas personas viven en lugares lejanos a centros de salud o “eligen recurrir a sistemas alternativos distintos al sistema médico oficial para curar sus dolencias, por lo que debemos proteger el recurso medicinal, asegurar su acceso y promover su uso responsable”, dice Castiñeira. 

¿Y ahora qué?

¿Qué medidas tomar para que ese conocimiento no se pierda? es la pregunta de cabecera de la etnobiología aplicada a la que se dedica Castiñeira. Siguiendo los objetivos del estudio, plantea que algunas acciones para proteger el sistema botánico medicinal del lugar pasarían por “la generación de programas de difusión de conocimiento”, medidas para “evitar el despoblamiento rural” así como para proteger las especies para que no se extingan, ya que si esto último sucede “todo el conocimiento asociado a esa especie también se pierde”. “Es una conexión bidireccional, porque si desaparece la persona, el conocimiento de esa persona se va con ella, y si desaparece la planta también desaparece el conocimiento asociado a ella”, resume la investigadora. 

La investigación disparó en Castiñeira ideas para futuros trabajos. Uno tiene que ver con el uso de diferentes plantas en distintas regiones bajo una misma denominación. Sería el caso de la árnica. La Arnica montana es una especie europea que crece en las montañas; sin embargo, en el país “hay otras especies nativas que las personas denominan árnica y se utilizan con los mismos fines”, dice, fascinada con la idea de “cómo a partir de una planta exótica buscamos las alternativas nativas”.

Otra investigación que quedó pendiente tiene que ver con plantas asociadas a determinados tratamientos, como la práctica de “abortos y desparasitación”. Para Castiñeira sería interesante realizar un estudio desde la perspectiva de género: “Si bien existen los sistemas de salud, hoy muchas mujeres dan a luz en medio de la campaña, con ayuda de la vecina o a veces solas, y utilizan plantas medicinales para curar sus heridas o desprender la placenta. Los abortos también son algo bastante frecuente, y existen plantas específicas para ese fin”.

Un último tema a investigar es “la nueva ruralidad”, un concepto que Castiñeira utiliza para referirse a un movimiento de personas, en su mayoría jóvenes y de nivel socioeconómico alto, que optan por ir a vivir al campo. “Ese grupo de personas lleva consigo una cantidad de conocimientos que son diferentes a los de las comunidades que ya estaban establecidas allí desde hace mucho tiempo, por lo que sería interesante investigar cómo dialogan ambos tipos de conocimientos”.

Artículo: “Ethnobotanical Knowledge Complexity in a Conservation Area of Northern Uruguay: Interlocutors-Medicinal Plant Network and the Structural Patterns of Interaction”.
Publicación: Economic Botany (05/2020).
Autores: Elena Castiñeira Latorre, Andrés Canavero, Matías Arim.

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