La pérdida de bosque en la Amazonia es una verdadera tragedia. En un mundo en el que sabemos que ningún país se salva solo del desastre climático y ambiental, bien hacemos en tenerla presente. El inconveniente surge cuando queremos adoptar los problemas ambientales de otras partes a nuestro territorio sin prestar demasiada atención a lo que nos rodea.
Nuestro bosque nativo no es muy abundante, y si bien nunca lo fue, eso no debería ser una excusa para no protegerlo. De hecho, está protegido por ley. Claro que hay quienes infringen la ley y excepciones autorizadas que podríamos revisar. Pero el bosque nativo no está siendo amenazado directamente por la acción humana: su principal problema es la invasión de especies exóticas como el ligustro y la gleditsia, las que silenciosamente, y sin que estemos haciendo mucho al respecto, extienden un panorama tan sombrío como la luz que le están quitando a las especies nativas. Pero hay un ecosistema que la está pasando peor que el bosque nativo. Y en ello tenemos activamente mucho más que ver.
A diferencia del simpático humedal, de la seductora costa atlántica y del Río de la Plata, de los apacibles bosques que rodean los ríos, de las espectaculares quebradas, al pastizal le prestamos poca atención. Puede que no sea espectacular como la selva amazónica, pero en nuestros pastizales vive 63% de las 351 especies de aves del país, 74% de las 74 especies de mamíferos, 55% de las 65 especies de reptiles, 8% de las 48 de anfibios y 36% de las 315 especies de plantas leñosas. Si sumamos a los insectos, arácnidos, otras plantas, hongos y microorganismos, el pastizal, lejos de ser ese lugar que pensamos no tiene nada, se convierte en uno de nuestros ecosistemas donde la vida prolifera en todo su esplendor. Y pobre, el pastizal no la está pasando bien.
Entonces, en lugar de hablar de la deforestación de la Amazonia, bien haríamos en darle un poco más de importancia a la depastizalización del Uruguay (perdón, debí acuñar el término porque el tema está tan poco en la agenda que ni siquiera tenemos una palabra para nombrarlo). Tal vez a hablar más del tema contribuya el artículo “Dos décadas de mapeo de la cubierta del suelo en la región de pastizales del Río de la Plata: la iniciativa MapBiomas Pampa”, recientemente publicado. Allí se muestra qué ha venido pasando con los pastizales entre 2001 y 2018 en Argentina, Brasil y Uruguay, países que conforman el bioma Pampa, una de las áreas de pastizales más grandes del mundo.
Entre los autores de Brasil y Argentina se encuentran también investigadores de nuestro país: Santiago Baeza, del Departamento de Sistemas Ambientales de la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República, Federico Gallego y Laura Bruzone, del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias, María Vallejos, del Programa de Investigación en Producción y Sustentabilidad Ambiental del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria y Andrea Barbieri, del Departamento de Geografía de la Facultad de Ciencias. El mapeo que han realizado nos ayuda tanto a ver la fragilidad del pastizal como a pensar qué queremos hacer con él. Así que vayamos a conversar con quien coordina el grupo Uruguay de MapBiomas desde su creación en 2020, Santiago Baeza.
Esfuerzo regional
MapBiomas nació en 2015 en Brasil para desarrollar mapas de cobertura del suelo de sus diversos biomas. Para ello emplean información obtenida por satélites del sistema Landsat que, al pasar por cada zona aproximadamente cada 16 días, generan imágenes. En esas imágenes cada pixel implica una superficie de 30 x 30 metros, y en un año normal se obtienen unas 20 imágenes para cada pixel. Esas imágenes obtenidas a distancia son, además, calibradas y puestas a punto por investigadores y organizaciones locales que ayudan luego a que los algoritmos de inteligencia artificial hagan una lectura más acertada -sin saber ella absolutamente nada de pastizales ni de biomas- de lo que los ojos mecánicos de los satélites perciben. Muchas veces no se dice, pero a la inteligencia artificial hay que ayudarla. Y mucho.
“Cuando uno conoce el territorio, ve que hay zonas del mapa que dan elementos que no pueden ser. Cuando entendés el algoritmo que hay detrás, que detecta la variación de la radiación absorbida por la vegetación, por ejemplo, en un año muy seco obtiene mucha radiación en momentos y en otros muy poca, y eso lo asocia con un cultivo. Cuando uno mira el mapa conociendo el territorio, puede ver cuando eso que dice no es tan así”, explica Baeza desde la sayaguense esquina de Garzón y Millán de Facultad de Agronomía.
MapBiomas comenzó mapeando los diferentes biomas de Brasil y se expandió a otros países para abarcar diferentes biomas más allá de las fronteras nacionales. Surgió entonces la idea de mapear los pastizales del Río de la Plata, ecosistema que forma el bioma Pampa y que se extiende por el sur de Brasil, Uruguay y parte de Argentina. En este primer mapeado utilizan imágenes satelitales que van del 2000 al 2019.
¿Por qué observar a nivel regional lo que pasa con nuestros pastizales? La razón más evidente es que los ecosistemas no son muy buenos reconociendo las fronteras políticas de los humanos y las atraviesan con más facilidad que un contrabandista de cigarrillos en caja blanda. Pero además, como veremos, así como compartimos ecosistemas, compartimos problemas. Finalmente, si tenemos un ecosistema amenazado en tres países, su futuro no sólo está en lo que decida hacer cada uno, sino más bien en una acción conjunta coordinada.
20 años críticos
El período que analizan en el trabajo, por lo menos aquí en Uruguay, es relevante por los cambios que se dieron. La superficie dedicada al cultivo de soja aumentó enormemente, como también lo hizo la forestación con pinos y eucaliptus. En ese lapso, además, comenzaron a operar las dos plantas de celulosa y se comenzó a negociar la tercera.
“Sí, es un período de cambio muy fuerte”, dice Baeza, quien también señala que no fue el único. “Hubo un pico de actividad agrícola similar entre 1960 y 1970, algo que está por fuera del período mapeable por estas tecnologías, obviamente. No sabemos dónde y cómo se dio, más allá de lo que podemos encontrar en censos agropecuarios y otros documentos que nos ayuden a espacializar de cierta manera ese desarrollo agrícola”, dice con cierta impotencia por no poder ver en un mapa cómo aquella expansión agrícola afectó a los pastizales.
“Pero en términos del pasado reciente, digamos, sí que hay un cambio monstruoso en el uso suelo en estos años, con un avance muy importante de los cultivos y de la forestación comercial”, señala. ¿Y sobre qué avanzan los cultivos y las plantaciones forestales? Quien haya dicho “sobre los pastizales” puede saltearse el siguiente párrafo.
El pastizal es un ecosistema seriamente amenazado en Uruguay. Es algo que, basados en lo que se viene publicando en nuestro país y la región, venimos mostrando desde hace tiempo. Pero Baeza redobla la apuesta: “El pastizal es el ecosistema más amenazado en el mundo. Y se da la paradoja de que es el ecosistema con más tasa de cambio y con menor tasa de protección al mismo tiempo”.
Pixel por pixel
En un mapa que busca mostrar cómo cambia el uso del suelo a lo largo del tiempo, es importante definir en qué categoría entra cada pixel revelado por los satélites. De esta manera, el MapBioma Pampa estableció siete coberturas de suelo. La primera está destinada a las zonas donde se practica agricultura. “Son aquellas zonas del espacio donde se sembraron cultivos para consumo humano o animal o se sembraron pasturas para ganado”, dice Baeza, y hace una acotación que será importante luego: “En esta categoría entra la pradera cultivada”.
Luego está la categoría “pastizal”, que se supone que es el campo natural, aquel donde en ningún momento del año se sembró o cosechó nada y que tiene una cobertura vegetal permanente. “Es probable que parte de esos pastizales tengan intervención”, reconoce Baeza, quien, como trabaja en investigaciones sobre diferentes grados de intensificación de la ganadería sobre pastizal, cuenta que en algunos predios se siembran leguminosas y se fertiliza con fósforo para aumentar el forraje producido. “Eso seguramente queda clasificado como pastizal, y, al menos por ahora, no tenemos el nivel de detalle para diferenciar esas categorías”, reconoce.
También están las categorías “vegetación leñosa nativa”, que abarca todos nuestros tipos de bosques y árboles, “forestación”, que es en la que entran todas las plantaciones comerciales de pinos y eucaliptos, “áreas sin cobertura vegetal”, que incluyen lo urbano, las zonas muy pedregosas, dunas, etcétera. Por último, están las categoría “agua”, para ríos, lagos, lagunas, y “pastizales inundados y zonas pantanosas”.
“Estos mapas tienen tres grandes fuentes de error. Son mapas útiles, de buena calidad, con una medición formal del error de cuán bien clasifican, y funcionan razonablemente bien. Uno de los principales errores está asociado a la mezcla entre pastizales naturales y pasturas sembradas”, acota Baeza.
“La otra fuente de error se da en el caso de las leñosas plantadas y las no plantadas”, sigue. “Cuando uno va a una parcela se da cuenta claramente del límite entre la plantación y lo que no es forestación. Hay zonas del paisaje donde se mezclan, zonas donde forestan casi hasta dentro del monte, lo que se presta a confusión”, precisa.
La tercera fuente de error se da entre las categorías “agricultura” y “zonas inundables”. “Por ejemplo, en el caso de la producción arrocera, entre otras cosas, porque esas zonas inundables van y vienen”, agrega. Pero más allá de estos errores que pueden confundir a los algoritmos, el propio trabajo establece porcentajes cuantificados de precisión para sus mapas, cuyo resultado final está dentro de parámetros aceptables para la técnica (74% de precisión para 2001 y 78% para 2018). Todo listo entonces, vayamos a los resultados.
¿Qué nos pasó?
El objetivo con estas herramientas era analizar qué había pasado con estas siete categorías en el área observada. ¿Qué vieron? Para empezar, tiremos unos datos más generales: “La agricultura y los pastizales fueron las clases de cobertura terrestre más abundantes en 2001 y 2018 para toda la región. La vegetación leñosa nativa fue la tercera clase más abundante y los pastizales inundados y zonas pantanosas la cuarta”, dice la publicación. “En Argentina la agricultura era tres veces más abundante que los pastizales”, mientras que en Uruguay “los pastizales eran casi tres veces más abundantes que la agricultura” y en Brasil “la agricultura y los pastizales eran igualmente abundantes”, mientras que la vegetación leñosa nativa “era más abundante que en Argentina y Uruguay”.
Ahora, ¿cómo cambió el uso del suelo en estos 18 años? “Nosotros vemos, en general, en toda la región, una pérdida del área de superficie con pastizales naturales muy importante”, dice Baeza. El trabajo lo deja claro: se perdieron 2,4 millones de hectáreas de pastizales, lo que implica “9% del área remanente de pastizales que había en 2001”.
“Esa pérdida se da fundamentalmente por el avance de la agricultura y el avance de la forestación comercial. Eso no es homogéneo en todo el territorio, obviamente, y las grandes pérdidas están concentradas en Uruguay y en Brasil”, continúa Baeza. No es que en Argentina el pastizal esté mejor: recordemos, el mapeo mide variación entre 2001 y 2018. “En Argentina, el auge de la expansión agrícola es previo al período mapeado, lo que explica que la concentración más grande de pérdida de pastizales se dé en Brasil y en Uruguay por los dos mismos motivos: el avance de la agricultura y el avance de la forestación”, comenta.
Al estar discriminado el uso que se le da a la tierra, podemos ver entonces en qué se transformaron esos pastizales. O mejor dicho, qué se colocó donde antes había pastizales, porque allí los pastos más que transformarse dejaron de estar prendidos al suelo. “El avance de la forestación es particularmente importante en Uruguay, aumentó muchísimo”, adelanta Baeza.
Según dicen en el trabajo, entre 2001 y 2018 en Uruguay hubo un aumento de 100% de la superficie forestada; mientras la superficie forestada se duplicó, el pastizal bajó 10%, un poco más que el promedio de pérdida de 9% para todo el bioma Pampa. En Brasil, la forestación creció el doble que en Uruguay, alcanzando 200%.
A diferencia de lo que sucedió en Brasil, donde la agricultura aumentó 25% de la superficie, en Uruguay lo hizo apenas 3%. Si esta fuera una película en la que el pastizal es el Bambi con el que queremos que el público empatice, el malo en Uruguay, según estos mapas y en este período, es la forestación. Sin embargo, los porcentajes pueden confundirnos: si bien la agricultura aumentó sólo 3%, dado que las áreas dedicadas a agriculturas son mayores que las dedicadas a forestación, ese magro 3% implica más hectáreas de pérdida de pastizal.
La expansión disimulada
“En Uruguay, aumentó mucho la agricultura y acá puede estar en juego un poco este error del que te contaba de la mezcla pastura-pastizal. Probablemente, la pérdida de pastizales haya sido mayor a la que reportan los mapas”, sostiene Baeza.
La expansión sojera podría estar un poco disimulada en estos mapas. La pista de esta situación puede estar en el siguiente dato que comunica el trabajo: en el período estudiado con estos mapas, “Uruguay tiene una pérdida neta de pastizales de 0,9 millones de hectáreas”. ¿Por qué “netas”? Porque el trabajo señala que 1,4 millones de hectáreas pasaron entre 2001 y 2018 de pastizales a agricultura, 0,6 millones de hectáreas a plantaciones forestales, mientras que 1,1 millones de hectáreas pasaron de agricultura a ser pastizales. ¿Cómo dice? Ese pasaje de 1,1 millones de hectáreas de cultivos a pastizales llama poderosamente la atención. Es casi el doble que el pastizal que se perdió por la expansión forestal y casi empata con el que se perdió por la expansión agrícola.
Como persona urbana me veo obligado a hacer la pregunta. ¿Las áreas cultivadas pasan con frecuencia a ser pastizales? Uno tiene la idea de que una vez que se comienza a cultivar no hay mucha vuelta atrás, al menos en campos que son comprados para producción. La cara de Baeza confirma mi sospecha urbana.
“El paso de zonas de cultivo a pastizales está en parte asociado al error que comentábamos antes. La sospecha que tenemos es que esos cultivos no pasaron a ser pastizales, sino que son cultivos que se alternan con pasturas anuales y el clasificador está mezclando las clases ‘pastura’ y ‘pastizal’. Entonces pensamos que no es que del cultivo pasaron a ser pastizales naturales, sino que del cultivo se pasó a la rotación clásica de sembrar pasturas”, explica Baeza. Pero luego hay más aspectos que los que puede sospechar mi urbanidad.
“Lo otro que puede incidir un poco en esto es que hay un abandono, sobre todo desde 2010 o 2012 en adelante, de campos en suelos marginales que se habían pasado a la agricultura con el boom sojero. Pudieron hacerlo porque la renta era muy alta, pero eran predios donde los rendimientos de los cultivos no eran muy altos. Cuando los precios bajaron, echaron para atrás. Eso también puede estar repercutiendo en eso que se ve, pero es un ‘puede’, es una duda”, especula Baeza.
Obviamente, no podemos decir más que lo que dice el trabajo. La pérdida de pastizal es de al menos ese 10% que encontraron. Todo apunta a que puede haber sido más, pero de ser así, debemos esperar por nueva evidencia, como la que tal vez aporte la nueva colección del MapBioma Pastizales del Río de la Plata en la que Baeza y sus colegas están trabajando y que saldrá a fin de año.
“Esta es la primera colección de este producto, del MapBioma Pastizales del Río de la Plata. Se supone que está concebido para ir evolucionando hacia mejor. De hecho, si miramos los márgenes de error de la colección 2, que todavía no salió, ya son mejores. Es algo que se busca, el error disminuye, cada colección va mejorando la descripción de la realidad”, marca entusiasmado.
El tema de los predios dedicados a cultivos que pasan a ser pastizales encierra además, otra cuestión sumamente delicada de cara a la conservación de ese ecosistema que perdió 10% de su superficie existente en sólo 18 años.
¿Conservar, restaurar o qué?
Si estamos perdiendo pastizal por el avance forestal y agrícola, de seguir con estas tasas de pérdida más temprano que tarde estaremos en problemas. Si quisiéramos revertir la situación, ¿qué sabemos de la regeneración de los pastizales? ¿Cuánto tarda un campo con una historia agrícola importante o con una forestación intensa en volver a albergar un pastizal sano? ¿Pueden, como dicen los mapas, más de un millón de hectáreas destinadas a cultivos pasar a ser pastizales en 18 años?
“Tenemos una estudiante de doctorado, Ana Laura Mello, que está haciendo su tesis sobre fragmentación del pastizal y además tiene una parte sobre su restauración pasiva”, cuenta Baeza. “Son lugares donde se cultivó soja durante el boom y después abandonaron. Los que pudieron hicieron una pastura sobre eso y algunos ni eso, porque no tenían capital. Está entonces generándose pasivamente un pastizal, que viene con muchas malezas, es muy poco diverso, pero para el clasificador de estos mapas ese es un pastizal, porque tiene cobertura perenne a través del tiempo, cuando en realidad es un pastizal llamémosle ‘secundario’ y de muy mala calidad. Son predios en los que hubo agricultura reciente, no ha pasado un tiempo suficientemente largo como para decir que el pastizal se restauró”, adelanta Baeza.
Veremos entonces qué sale de esa tesis, porque lo que sabemos de la región no es muy auspicioso y nos llama más a actuar ahora para proteger lo que queda que en pensar en arreglar mañana lo que hemos arruinado. En el caso de los Campos del Sur, los más parecidos a los de aquí, investigadores brasileños señalan que “se ha demostrado que los pastizales secundarios difieren de los primarios en términos de composición de especies de plantas y de procesos del ecosistema”. Por tal motivo, señalan que, si bien “la restauración de los pastizales secundarios es importante”, lo que debe hacerse es “evitar la conversión de los pastizales primarios”.
Baeza dice que hoy no sabemos cuánto demora en desarrollarse pasivamente un pastizal en un predio con pasado agrícola. A la hora de pensar políticas públicas, pensar en la restauración o, como se dice ahora para estar de moda, en el rewilding no estaría siendo la mejor apuesta.
“El pastizal sano provee una cantidad de servicios ecosistémicos. Eso que viene después de la agricultura, al menos en los primeros años, se parece a un pastizal pero es muy pobre, e incluso es un pastizal muy poco productivo en términos de capacidad de producción de forraje para el ganado, por ejemplo. Es algo que está muy poco estudiado, no sabemos mucho y la idea es arrojar un poco más de luz sobre eso: cuánto tiempo demora, qué pasa con la diversidad, qué pasa eventualmente con el carbono de ese suelo, saber si en caso de que lo hayan perdido es posible que lo recuperen... son aspectos sobre los que sabemos poco y nada, está todo para estudiar”, dice con honestidad Baeza.
“Ahora que con estos mapas sabemos dónde ocurren esas transformaciones, podemos entrar y preguntarles cosas a los mapas. Tener la película asociada a un lugar en el espacio de cómo va cambiando el uso del suelo te permite hacer un montón de esas preguntas, que son las que vienen ahora”, reconoce.
No sólo conservación
Pensar en el futuro del pastizal no es imprescindible únicamente desde la mirada de la conservación y la biodiversidad. Nuestros pastizales naturales sostienen sistemas productivos y la salud de ese pastizal termina afectando la salud del sistema productivo. “También tienen consecuencias en la sociedad, que se ve afectada por esos servicios ecosistémicos”, agrega Baeza.
¿Y entonces qué hacemos? Si los malos de la película en estos mapas, los impulsores de la despastisalización, son la agricultura y la forestación, ¿debemos dejar de forestar y cultivar? “Yo no creo que la solución pase por sacar la soja o sacar la forestación. Creo que lo que falta es ordenamiento territorial. Básicamente, definamos prioridades por cuenca, hagamos estudios detallados de pros y contras, de ganadores y perdedores en cambio de uso del suelo, y tomemos decisiones conscientemente”, reflexiona Baeza.
“Estos mapas te permiten preguntarte ese tipo de cosas, como qué pasa cuando dejás de cultivar en una zona. Ahora que sabemos dónde están esas parcelas, podemos ir a medirlas y ver qué pasó en cinco años. Con diferentes edades de abandono podemos, luego, ver qué pasa con la diversidad, con el carbono o con otro montón de elementos. Luego decidiremos si vale o no la pena, o hasta dónde seguimos cultivando y forestando, o en qué zonas sí y en cuáles no. Yo jamás digo que no hay que hacer forestación o dejar de plantar soja, sino que prefiero hablar de organizar esas actividades en el espacio, pensar qué queremos para cada región del país. Creo, sí, que la decisión no debería ser sólo privada ni sólo de los productores”, afirma.
“Asimismo, hay zonas del país que, a los efectos del pastizal, están irremediablemente perdidas. Todo el pastizal que estaba en el cinturón agrícola, que tiene agricultura desde hace más de 45 años, ya no existe. Habrá algún pequeño remanente en algún predio de alguna persona muy principista o en algún predio con problemas de herencia en el cual el campo no se haya tocado”, complejiza Baeza. Es decir, podemos hacer algo sólo donde el pastizal aún está.
“Los pastizales quedan en sitios donde las características del sistema impidieron la agricultura o la forestación, basalto, sierras, allí sí hay un porcentaje importante de la superficie con pastizal, pero hay zonas en las que los pastizales se perdieron. Ahora, si encuentro remanentes en lugares donde realmente hay muy poco, tengo prioridades de conservación mucho más importantes, o incluso de restauración, porque esos parches son propágulos para cualquier intento de restaurar comunidades de pastizal en ese sistema”, explica con toda lógica.
“El grueso de la expansión nueva que capta el mapa se da en la región centro-sur. Es el avance agrícola que ocurre a partir del 2000, sobre todo en esa región, en el basamento cristalino y en parte de la cuenca sedimentaria del noreste. El avance de la forestación está bien acotado a los tres grandes polos forestales. La zona litoral, que es el más viejo, que tuvo su expansión pre 2000, pero que luego siguió creciendo; el eje Tacuarembó-Rivera, que después del 2000 creció notoriamente, y luego el fenómeno más nuevo es la expansión de la forestación en las sierras del este, que viene creciendo a un ritmo acelerado”, dice con cierta preocupación.
Siempre está bien la discusión social sobre qué queremos hacer con lo que tenemos. Y la ciencia, así, solita, no tiene esa respuesta. Lo que los mapas de MapBiomas nos muestran más bien nos permite hacernos preguntas. ¿Podemos darnos el lujo de perder 10% de nuestros pastizales cada 18 años? ¿Cuándo lo decidimos como sociedad? ¿Queremos seguir por ese camino? No son preguntas científicas. Pero Baeza y otros colegas aportan evidencia para ayudarnos a enmarcar la discusión. Que nunca nos falte esa ciencia.
Artículo: “Two decades of land cover mapping in the Río de la Plata grassland region: The MapBiomas Pampa initiative”
Publicación: Remote Sensing Applications: Society and Environment (setiembre de 2022)
Autores: Santiago Baeza, Eduardo Vélez-Martin, Diego de Abelleyra, Santiago Banchero, Federico Gallego, S Veron, María Vallejos, Eliseu Weber, Mariano Oyarzabal, Andrea Barbieri, M Petek, M Guerra Lara, S Sarrailhé, Germán Baldi, C Bagnato, Laura Bruzzone, S Ramos y Heinrich Hasenack.