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Sofía Raffaelli y Silvana Alborés en la facultad de Química.

Foto: Federico Gutiérrez

Los microorganismos nativos del suelo, aliados para resolver la crisis de la resistencia a los antibióticos

17 minutos de lectura
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Investigadores de la Facultad de Química y colegas del INIA buscan la forma de que revelen sus secretos.

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Los microorganismos incluyen a una gran cantidad de seres unicelulares imposibles de ver a simple vista salvo contadas excepciones. Si bien llevan cientos de millones de años en el planeta, tuvimos que esperar a que el ser humano desarrollara el microscopio para constatar su existencia, y entre los pioneros en verlos y dibujarlos para la ciencia estuvo Antonie van Leeuwenhoek, que realizó maravillosos trabajos en el siglo XVII con un microscopio diseñado por él mismo.

Durante mucho tiempo los microorganismos fueron demasiado pequeños para prestarles importancia, salvo en dos terrenos: el de la salud y el de los alimentos. Nuestra relación con estos seres estuvo signada entonces por una atención desmedida hacia los microbios patógenos –y hacemos bien en no ningunearlos porque hay bacterias y hongos que son capaces de acabar con nuestra vida con eficiencia– y por la consecuente obsesión por ver la forma de eliminarlos. Tal obsesión persiste hasta el día de hoy y de ella se valen quienes ofertan productos que prometen que pueden acabar con 99,9% de las bacterias, algo que no sólo no es cierto, sino que de serlo provocaría una catástrofe biológica.

El único cariño que les prestábamos a los microorganismos venía sólo por el lado de la culinaria. Y tal vez para compensar, era un gran cariño. Sin las levaduras, que pertenecen al reino de los hongos, no tendríamos ni vino, ni cerveza ni pan. Tres alimentos suficientes para definir una relación de amor-odio con estos seres diminutos. Claro que ellos no se daban por enterados y se dedicaban a lo que mejor saben hacer: vivir y prosperar.

Con el tiempo la microbiología fue dando grandes pasos hacia la comprensión de que el mundo de los microorganismos era muchísimo más complejo, rico y maravilloso de lo que el enfoque sanitarista nos había dejado ver. Las bacterias y hongos son seres increíbles y hacen cosas que desafían la imaginación. Pero no sólo eso: están por todos lados, incluso dentro nuestro. Casi todos los seres vivos somos una comunidad de organismos. Además de las células de nuestros propios cuerpos, que tienen nuestro material genético, vivimos en simbiosis con una enorme cantidad de células de bacterias y hongos, que tienen sus propios genes. Todos somos holobiontes.

Por ejemplo, sin las bacterias que pueblan nuestros intestinos seríamos incapaces de llevar a cabo la digestión. La microbiota intestinal, es decir, la comunidad de microorganismos de nuestro intestino, hace tantas cosas por nosotros que deberíamos avergonzarnos de asociar automáticamente la palabra patógeno con microorganismo. Hoy varias enfermedades se entienden más como una alteración del equilibrio normal de esa comunidad en interacción con nuestras células que como consecuencia de la sola aparición de un patógeno malvado. Si se quiere, siendo comunidades, nuestros problemas son de convivencia (o de ecología: alteramos bioecosistemas y después nos quejamos de los desastres ocasionados).

Más allá de que los microorganismos sean maravillosos y que la inmensa mayoría no nos vaya a ocasionar jamás daño alguno, tampoco podemos darles a todos la otra mejilla. Un puñado es muy perjudicial para nuestra salud. Y como hemos hecho en tantos otros campos, encima hemos ayudado a que sean más peligrosos.

Tras más de un siglo machacando con antibióticos a varias bacterias y hongos patógenos, tras un abuso desmedido en varias industrias de alimentos y una prescripción médica y veterinaria irresponsable, hoy tenemos tanto un problema sanitario enorme como una contundente demostración de cómo funciona la teoría de la evolución en tiempo real. Las bacterias y hongos evolucionan como todo organismo, en parte presentando pequeñas mutaciones aleatorias. Al regar a algunas bacterias y hongos con antibióticos de manera inadecuada, hemos permitido que aquellas que presentaban genes que las hacían resistentes a los compuestos de los fármacos tuvieran descendencia, mientras que las que no los tenían quedaran por el camino. La selección natural en acción. Hoy tenemos una crisis sanitaria debido a la resistencia de algunas bacterias y hongos a los antimicrobianos que tenemos a mano.

Si uno desea preservar su salud, el peor lugar para estar es un hospital. Pese a las tareas de desinfección, allí también pululan varias bacterias. Muchas de ellas han adquirido genes de resistencia a los antimicrobianos, por lo que una vez que se alojan en un paciente, es complicado sacarlas. Las temidas infecciones intrahospitalarias son un gran problema. Buscar nuevas formas de combatir al puñado de bacterias y hongos patógenos resistentes que causan pánico en los hospitales es una tarea a la que están abocados equipos de científicas y científicos de todas partes del planeta.

En ese sentido, la publicación del artículo “Bioprospección de la actividad antibiofilm y antimicrobiana de bacterias del suelo y de intestinos de insectos” merece celebrarse. Allí, investigadoras e investigadores de la Facultad de Química de la Universidad de la República, en colaboración con colegas del Laboratorio de Bioproducción de la Estación Experimental Las Brujas del Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias (INIA), fueron astutos. Lejos de pensar en los microorganismos como enemigos, buscaron ver si algunas bacterias y hongos del suelo eran capaces de generar algunos compuestos –metabolitos en este caso– capaces de ayudarnos a mantener a raya a las bacterias que complican la vida en los hospitales. Y lo que encontraron fue extremadamente promisorio.

Así que vayamos al encuentro de Silvana Alborés, del Área de Microbiología de la Facultad de Química, y su colega Sofía Raffaelli, también de esa área y además del Laboratorio de Farmacognosia y Productos Naturales de la misma facultad. Y de paso, dejémonos sorprender por más particularidades insólitas –o ya veremos, de película– de estos seres diminutos.

¿Por qué buscar aliados en las bacterias del suelo?

Lo primero que dicen Silvana Alborés y Sofía Raffaelli cuando llegamos es que lo que vemos es una excepción: casi nunca van maquilladas a la Facultad de Química. Pero no es el maquillaje que traen pensando en el encuentro con la cámara de Fede Gutiérrez lo que las hace estar radiantes, sino las ganas que tienen de hablar de sus bichitos. ¿Por qué fueron a buscar bacterias del suelo? ¿Y por qué probar si sus metabolitos, es decir, compuestos que generan mediante su metabolismo, ayudan a combatir a los microorganismos resistentes a los antibióticos? Como casi todo, la historia arranca mucho antes.

“Venimos trabajando desde hace más de 20 años en la búsqueda de antimicrobianos, en particular a partir de productos naturales, en una colaboración entre la Cátedra de Farmacognosia y Productos Naturales, en particular con Álvaro Vázquez, y la Cátedra de Microbiología, aquí en la Facultad de Química”, dice Alborés. Como ven, el problema de la resistencia a los antibióticos no es de ahora. Junto a sus colegas, buscan nuevas alternativas para una guerra en la que nos vamos quedando sin armas. “Es una realidad que la resistencia es cada vez un problema mayor, entonces es bueno buscar nuevas moléculas para, en el futuro, desarrollar nuevos fármacos o, también, recurrir al uso de los extractos en sí mismos para distintas aplicaciones, por ejemplo en alimentos”, agrega.

“Empezamos buscando antimicrobianos en base a productos naturales, por ejemplo a partir de plantas nativas y de microorganismos como hongos aislados en Uruguay. A partir de esos productos naturales hacíamos extracciones y demás y evaluábamos si tenían actividad frente a distintos microorganismos. También estuvimos en la Antártida juntando hongos, siempre buscando nuevas fuentes que también le dieran valor agregado al país, que tuvieran algo que ver con Uruguay”, dice Alborés. Y si buscaron en la Antártida, cómo no iban a fijarse en los microorganismos de nuestro suelo.

“Una de las cosas que busca el INIA, entre sus múltiples líneas de trabajo, es encontrar microorganismos que puedan ayudar a los cultivos”, sostiene Raffaelli. “Entre esos microorganismos algunos son promotores de crecimiento vegetal o controladores biológicos”, dice. Y estos microorganismos son los que podrían ayudarnos en esta crisis de resistencia antimicrobiana.

Dado que los investigadores del INIA Las Brujas, entre ellos Nora Altier y Eduardo Abreo, coautores del artículo, tenían microorganismos del suelo y de los intestinos de los insectos aislados, colaborar podría traer cosas interesantes. “En este proyecto con el INIA el interés era darle valor agregado a esa colección de cepas para las que ellos ya tenían los aislamientos disponibles y que usaban para otras cosas”, agrega Raffaelli. “Lo que hacemos es un extracto no con la biomasa de las bacterias, sino con lo que producen en el medio extracelular, con lo que queda en el caldo de cultivo. La idea era ver si en los caldos de cultivo de esas bacterias había metabolitos que nos pudieran interesar para estas actividades antimicrobianas y antibiofilms”, dice Alborés.

Ya iremos a eso de los biofilms o películas biológicas. Pero ya que hablamos de películas, a modo de spoiler digamos que entre las cepas del suelo aisladas por los investigadores de la estación experimental INIA Las Brujas, ubicada en Canelones, se encontraba la bacteria Bacillus cereus, un organismo cosmopolita que se convertiría en la estrella de la investigación de Alborés, Raffaelli y sus colegas.

Silvana Alborés.

Foto: Federico Gutiérrez

Biofilms: cuando la unión hace la fuerza

“En ese recorrido que estábamos haciendo de búsqueda de nuevos antimicrobianos empezó a plantearse el problema de los biofilms como un factor asociado a la resistencia. Por ejemplo, entre otros mecanismos, la forma que tienen de crecer los biofilms hace que le sea más difícil al antibiótico acceder a cada célula bacteriana”, cuenta Alborés.

Sucede que las bacterias generalmente no se encuentran aisladas, sino que prefieren vivir en comunidad. En esa vida comunitaria es que forman el biofilm, una película que rodea y protege a todas las que entendieron que en la comunidad y no en la individualidad radica la felicidad. Cuando se forma el biofilm las bacterias están más protegidas que cuando se cortan solas, lo que hace más difícil que algunos antibióticos cumplan con su tarea.

“Los biofilms son complejísimos y eso es lo divertido de estudiarlos”, dice Raffaelli, quien mientras llevaba adelante su maestría hizo una pasantía en la Universidad Nacional de Córdoba en el laboratorio de Gabriela Paraje y se especializa en estas películas que forman las bacterias y algunos hongos. Lo que vio la fascinó tanto que su doctorado, que comenzó con la idea de estudiar antimicrobianos a partir de metabolitos de microorganismos contra células planctónicas –así se llama a las células cuando andan solas– decidió enfocarse en buscar metabolitos antibiofilms a partir de productos naturales.

Raffaelli cuenta que los biofilms contribuyen mediante varios mecanismos a la resistencia a los antibióticos de las bacterias y hongos. “Uno es esa película que forman alrededor, que es literalmente una barrera que no deja que los antimicrobianos ingresen. Ya ahí empezamos a jugar con qué tipo de moléculas pueden ingresar o no al interior del biofilm y tenés un primer corte de aquello que puede funcionar y aquello que directamente no entra”, sostiene.

“Cuando efectivamente los antimicrobianos logran entrar, superando la barrera, los biofilms tienen otros mecanismos para expulsarlos, entre ellos unos llamados bombas de eflujo, que en los biofilms se expresan más de lo normal. Entonces a muchos compuestos que logran pasar la primera barrera, los biofilms lo sacan para afuera”, agrega, mostrando que esta película de las bacterias podría entrar en el género asedio y resistencia épica al estilo la tercera entrega de El señor de los anillos. Pero hay más.

“Muchos antimicrobianos actúan sobre el metabolismo de las células y necesitan que la célula esté activa para poder interferir en los mecanismos normales de la vida de la célula”, dice Raffaelli. Pero el biofilm tiene un as bajo la manga: “En su capa más externa tiene las células en su estado metabólico más habitual, y por tanto pueden ser afectadas por los antimicrobianos. Pero en el interior del biofilm las células entran en un estado que se llama de dormancia, como que apagan un poco todo su metabolismo. Están vivas en la teoría, tienen el potencial de funcionar normalmente con un metabolismo normal, pero no lo hacen en ese momento y viven de las otras células que están alrededor. Entonces incluso llegando el antimicrobiano a entrar al biofilm, aunque no lo saquen para afuera y llegue a matar a todas las células alrededor, es muy difícil llegar a eliminar las células en estado de dormancia porque no se puede interferir con un metabolismo que no tienen. Si todas las células externas mueren, esas células en dormancia pueden volver a su estado metabólico normal y reinfectar”, dice Raffaelli sin ocultar la gran admiración que le despiertan seres tan minúsculos.

“Esos son los tres mecanismos más complicados, pero en realidad tienen un montón de otras cosas que les dan protección”, dice Raffaelli. Entre ellas está que las bacterias no juegan limpio en esto de evolucionar: tienen transferencia horizontal de genes, es decir, se pasan material genético de unas a otras independientemente de la reproducción. De esta manera, genes que les dan resistencia a los antibióticos pueden pasar no sólo a la siguiente generación de bacterias que no perecieron por el antibiótico, sino que se comparten con parte de la comunidad. Esto es tan asombroso como pensar que dándote la mano podría pasarte el material genético para que fabriques las proteínas que le permitirán a tu sistema inmune estar más preparado para luchar contra el SARS-CoV2. Sin vacuna. Sin herencia. Como bobeando.

La vida en comunidad tiene sus ventajas. Las bacterias las descubrieron hace millones de años.

No hay ESKAPE

ESKAPE es como se denomina a seis de las bacterias que más dolores de cabeza están causando en hospitales por su resistencia a los antimicrobianos: Enterococcus faecium, Staphylococcus aureus (entre nos conocido como estafilococo dorado), Klebsiella pneumoniae, Acinetobacter baumanii, Pseudomonas aeruginosa y varias especies del género Enterobacter. Sobre estas bacterias, que tienen un simpático acrónimo ya que escapan al control de los antibióticos y cada vez nos vamos quedando con menos armas para combatirlos, más un hongo, Candida albicans, que puede ser una pesadilla para los inmunodeprimidos –se estima además que 75% de las mujeres tuvieron alguna vez una infección vulvovaginal por culpa de él– probaron sus metabolitos de bacterias del suelo Alborés y Raffaelli.

“Lo único divertido que tienen esas bacterias es el nombre, porque todo lo demás es un horror”, dice Raffaelli sobre el ocurrente acrónimo. “Se seleccionaron esos microorganismos porque son como los principales responsables de las infecciones intrahospitalarias y nosotros estamos centrándonos bastante en la salud humana”, agrega.

Pero antes aclaremos: los extractos con metabolitos con cepas nativas de bacterias del suelo no se probaron contra las bacterias ESKAPE que fueran resistentes a los antibióticos. “Trabajamos con cepas de colección, que pueden llegar a tener genes de resistencia pero que no son aislamientos clínicos que ya sabés que tienen resistencia o multirresistencia, como para ver si podíamos tener actividad contra los biofilms de ese tipo de microorganismos. Quizás a futuro podamos ver lo que sucede con esos mismos microorganismos pero en su versión resistente”, comenta Raffaelli. En ciencia se avanza dando pequeños pasitos. Pero además hay otra razón para este abordaje: si el biofilm aumenta la resistencia, ver si podemos debilitarlo antes de que los genes resistentes a los compuestos hagan su tarea podría bajar la cantidad de bacterias con las que tenemos que lidiar en los hospitales.

“El tema de los biofilms es un mundo aparte. Más allá de que obviamente nuestra experiencia con antimicrobianos ayudó un montón, es totalmente distinto porque cambiás el enfoque. Ya no es intentar matar a un microorganismo, sino tratar de complicarle la vida a esa comunidad”, concuerda Raffaelli. Divide y reinarás. “Un poco sí, porque esa célula que antes matabas o al menos inhibías con un antibiótico, al estar inmersa en esa comunidad, ya la cosa cambió, al menos, mientras forme un biofilm”, afirma Alborés.

¿Qué precisa un biofilm para proliferar? “Nada, son unos malditos que prosperan en cualquier lado salvo donde vos querés”, dice Raffaelli soltando una carcajada. “No cuesta tanto hacer proliferar un biofilm, porque se estima que en la naturaleza entre 90% y 99% de las bacterias están en forma de biofilms. Lograr eso en el laboratorio ya tiene sus complejidades, porque no es lo mismo en el lugar donde la bacteria se siente más cómoda que en nuestras placas”, dice. “Normalmente no es tan difícil que formen biofilm, pero que lo formen de la manera que una quiere y con las condiciones que quiere para hacer un ensayo tiene sus desafíos. Todo lo que es biológico es muy variable y los biofilms no son la excepción”, agrega.

Allí hay algo raro: mientras Sofía se desvive para que el biofilm prospere... luego lo expone a extractos que espera que acaben con él. Tanto empeño criando a los microorganismos, para luego jugar al diluvio universal. “El otro día estaba leyendo una cosa que proponía que describieras tu trabajo de forma irracional y en palabras sencillas. Si yo hago ese ejercicio diría que a lo que me dedico es a hacer que microorganismos crezcan en comunidades para después asesinarlos”. Una vez más dejamos que las carcajadas amainen para seguir hablando de la investigación que llevaron adelante.

Aclaremos: no todo biofilm es perjudicial. Son comunidades de bacterias. Y muchas de ellas nos favorecen más de lo que nos perjudican. “Incluso en investigación hay veces que está bueno que se forme un biofilm”, reconoce Alborés. “Por ejemplo, en casos de controladores biológicos que querés aplicar en la raíz de la planta. Ahí está bueno que el controlador logre colonizar esa raíz y crecer y formar un biofilm ahí, porque va justamente a tener su mecanismo de acción contra el patógeno no dejando que se una, por ejemplo”.

Sofía Raffaelli.

Foto: Federico Gutiérrez

Velada de combate con preliminar y pelea de fondo

En su trabajo enfrentan a estos metabolitos del caldo de cultivo de bacterias nativas del suelo del cepario del INIA Las Brujas contra las bacterias ESKAPE en dos combates distintos: en primer lugar, contra las bacterias planctónicas, sin formar el biofilm, y luego sí contra la comunidad. De las 13 cepas que experimentaron, todas tuvieron efecto en la inhibición de crecimiento de alguna de las bacterias ESKAPE y el hongo Candida. Y lo más importante: lograron ese efecto inhibitorio a concentraciones bajas.

“Muchos microorganismos, por un tema de competencia, van a producir por lo menos alguna molécula que mate o inhiba el crecimiento de otro microorganismo”, dice Silvana. “Pero si necesitamos una concentración altísima para lograr el efecto, no tiene sentido, porque sabemos que probablemente va a ser tóxica. Ponemos entonces como un límite para decir bueno, esto realmente tiene una actividad significativa a baja concentración que amerita seguir estudiándolo”. Muchas cumplieron con eso, combatiendo a las bacterias a concentraciones menores a los 500 microgramos por mililitro.

Eso ya era interesante, si bien no era el objetivo principal de buscar formas de socavar la formación de los biofilms. “Todo lo que sea nuevo es interesante porque hace al conocimiento de nosotras como científicas así como al conocimiento general, del mundo, digamos”, coincide Raffaelli. “Algunas cepas tenían actividad inhibitoria a concentraciones bajas, lo que da para seguir trabajando. La idea sería también ver qué moléculas son las responsables de esa actividad, porque si bien es interesante ver lo de los biofilms, también poder combatir a microorganismos planctónicos es algo súper interesante y es lo que hemos hecho hasta ahora, y como ha sobrevivido la humanidad desde 1900 hasta ahora”, agrega.

El primer combate lo ganaron. Llegaba entonces el turno de sembrar la discordia, es decir, de evaluar si estos extractos tenían la habilidad de inhibir la formación de biofilms. Allí, los extractos con metabolitos de la bacteria del INIA Las Brujas 55 –a la que denominan ILBB55–, obtenidos a partir del caldo donde vivía el Bacillus cereus, mostró que a bajas cantidades –concentraciones de 16 microgramos por mililitro– inhibía en 71% el crecimiento del biofilm del hongo Candida albicans y en 99% el crecimiento del de estafilococo dorado. Como si fuera poco, también a una concentración de 125 microgramos por mililitro, inhibía en 62% la formación de biofilm de Pseudomonas aeruginosa. ILBB55 promete.

Otros tres extractos obtenidos de las bacterias Lysinibacillus fusiformis (ILBB7) y Lysinibacillus xylanilyticus (ILBB63) también fueron efectivos para impedir la formación del biofilm del hongo Candida a concentraciones de 16 microgramos por mililitro (en 79% y 64%, respectivamente). Contra el estafilococo dorado, el extracto de Serratia ureilytica (ILBB145) también mostró una inhibición en la formación de biofilms elevada (94%), pero a una concentración un poco mayor (125 microgramos por mililitro).

“Cuando hablamos de inhibición en células planctónicas se ve si inhibe o no inhibe el crecimiento, es sí o no. En cambio, al mirar el efecto en los biofilms tenés que ver cuánto inhiben su formación; no es tan sí o no, sino que si logran erradicar 50% del biofilm capaz que ya es bueno, o capaz que querés llegar a 90%, porque llegar a 100% en biofilms es más difícil y, a veces, no tan necesario, con reducciones importantes ya es un buen resultado”, comenta Raffaelli.

“Lo importante también son las referencias de acuerdo a la aplicación que estemos buscando”, amplía Alborés. “Si querés usar un producto natural de una planta para conservar un alimento inhibiendo el crecimiento de microorganismos o biofilms, no es el mismo caso que cuando querés un antibiótico de aplicación clínica. Dependiendo de la aplicación buscás distintas referencias, y para eso tenés que estudiar bibliografía, qué microorganismos se quieren controlar, y también qué concentraciones se emplean hoy en día para esa aplicación en particular, porque depende de eso también la concentración con la que vos competís en tu investigación. En base a eso es que, como investigadores que estamos buscando nuevas estrategias, nos damos cuenta si tenemos en ciernes algo promisorio, o si son niveles muy bajos que no ameritan seguirse investigando, al menos con ese fin”, agrega. Y lo que vieron sí que amerita. ILBB55 arrancó aplausos.

“ILBB55 es un poco la estrella de este trabajo. La idea sería poder ver luego qué moléculas efectivamente de ese extracto son las responsables de esta actividad que reportamos”, comenta Raffaelli. “En cuanto a la perspectiva del trabajo, ahora estamos tratando de ver cómo vamos a seguir”, sostiene Alborés.

“Por un lado, está bueno ver cómo es que estos metabolitos tienen una actividad antibiofilm. Por ejemplo, una forma podría ser que actuaran en una señal que se llama de quorum sensing, o de detección de quórum, que es una señal que indica que las células están todas allí y que al sensar que están unidas hace que produzcan metabolitos extracelulares, polisacáridos, etcétera. Estos metabolitos en los extractos quizás estén interfiriendo en esa señal de comunicación de las células e impida que se forme el biofilm. Esa es una opción”, conjetura Alborés. “También puede ser que los metabolitos inhiban la formación del biofilm o que una vez que el biofilm está formado, de alguna manera lo desarme. Todo eso es algo que a futuro tenemos que seguir estudiando”, agrega.

¿Qué hacemos con el ILBB55 que promete?

Publicaron que tienen un extracto con metabolitos de una cepa nativa aislada de bacterias del suelo que produjo un efecto interesantísimo en la inhibición de algunos biofilms microbianos y de hongos como Candida. Comunican también que van a seguir indagando en por qué sucedió eso, qué moléculas están detrás de esa actividad. ¿Qué sigue? ¿Lo dejan ahí para que otro recoja el guante, o la idea es seguir investigando qué hay detrás de esto?

“La idea no es que el guante lo recoja otro. Lo que estaría bueno es seguir con esta cepa, lo que obviamente implica tener los recursos para hacerlo. La idea es que sea un trabajo a futuro, pero todavía estamos intentando resolver cómo, tratando de trabajar de forma inteligente de acuerdo a nuestras limitantes. Ahora estamos en ese proceso de pensar cómo vamos a hacer para dar con la o las moléculas responsables de esta actividad, si vamos a hacer una caracterización química primero y trabajar a partir de eso, si nos vamos a centrar en la parte genómica, hay muchas opciones. La idea no es dejarlo tirado, decir genial, nos dio esto, me voy con otra cosa”, reflexiona Raffaelli.

“También puede seguir otra vía dejar el extracto como tal para una aplicación en la que no te importe aislar el compuesto, por ejemplo en un material que te puede servir para que no se forme biofilm, y allí tal vez no importe mucho cuál es la molécula. Cuando te importa cuál es la molécula es por ejemplo cuando pensás en un fármaco, pero quizás esto pueda tener otras aplicaciones”, agrega Alborés.

Sea como sea, allí, en nuestro suelo, tenemos aliadas para la crisis de la resistencia a los antibióticos. Raffaelli y Alborés las están escuchando. “Los extractos de bacterias del suelo y bacterias intestinales de insectos pudieron inhibir el crecimiento de biofilms bacterianos y de levaduras, mostrando resultados prometedores a bajas concentraciones, siendo candidatos potenciales para el descubrimiento de fármacos para tratar y prevenir enfermedades infecciosas”, dicen en su trabajo. Si ellas escuchan a las bacterias del suelo, nosotros bien haríamos escuchándolas a ellas y sus colegas.

Claves de esta investigación antibiofilms

  • Las bacterias del suelo del INIA son cultivadas. Como parte de su metabolismo, lanzan al caldo de cultivo distintos compuestos (metabolitos).
  • Las investigadoras hicieron extractos con los caldos de cultivo conteniendo metabolitos de 13 bacterias del suelo del INIA.
  • Esos extractos fueron probados contra cinco bacterias que desarrollan resistencia a los antibióticos y un hongo patógeno. Todos los extractos fueron eficientes en impedir el crecimiento de alguna de las bacterias o del hongo.
  • Los extractos también fueron probados contra la formación de biofilms de dos de estas bacterias y del hongo. Los extractos con metabolitos de la cepa nativa de la bacteria Bacillus cereus fueron muy eficientes, a muy bajas concentraciones, en inhibir la formación del biofilm de la bacteria estafilococo dorado y del hongo que provoca la candidiasis.
  • Otras cepas mostraron también acción antibiofilm.
  • Con todo esto queda planteado que en nuestro suelo hay bacterias promisorias para ser nuestras aliadas para resolver la crisis de la resistencia a los antibióticos.

Artículo: “Bioprospecting the Antibiofilm and Antimicrobial Activity of Soil and Insect Gut Bacteria”
Publicación: Molecules (marzo de 2022)
Autores: Sofía Raffaelli, Eduardo Abreo, Nora Altier, Álvaro Vázquez y Silvana Alborés.

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