Durante décadas, un extraño sonido escuchado en el océano Antártico constituyó uno de los misterios más persistentes del hemisferio sur. Fue captado por primera vez por personal militar de submarinos en 1960, cuyos tripulantes tuvieron la mala idea de llamarlo bio-pato (bio-duck) debido a que les hacía recordar a la vocalización de un pato. Desde entonces, ha sido imposible sacudirse de encima ese persistente nombre, por más que el sonido parezca salido de la película Contacto y no de un humilde ánade.
El bio-pato que se escuchaba generalmente cerca de aguas antárticas consistía en una secuencia de pulsos dobles muy repetitivos y de baja frecuencia, con un intervalo de unos tres segundos entre serie y serie.
El enigma alrededor de este sonido se hizo aún más profundo cuando comenzó a ser captado simultáneamente en el invierno y la primavera en lugares muy alejados, como la costa oeste australiana y el mar de Weddell en la Antártida.
Durante muchos años circularon varias explicaciones posibles sobre este sonido, que parecía salir de ningún lado y de todos lados a la vez para cruzar las aguas australes. Lo atribuyeron a peces, a barcos, a otros submarinos y, cuándo no, a tecnología extraterrestre.
Cuando uno escucha por primera vez esas señales reverberantes y envolventes, entiende un poco más estas muestras de imaginación (y de paranoia). El descubrimiento del bio-pato antártico se dio en pleno auge de la Guerra Fría, época en que la Marina de Estados Unidos instaló una red de puestos de escucha bajo agua para detectar submarinos soviéticos pero terminó captando mucho más que eso, incluyendo cantos nunca escuchados de ballenas (y a distancias impensadas).
Para comienzos del siglo XXI ya había algunas sospechas de cuál era el origen de este sonido misterioso, pero hubo que esperar hasta 2013 para sacarse las dudas por completo. Ese año, un equipo de biólogos marinos logró colocar etiquetas acústicas con hidrófonos (micrófonos para grabar bajo agua) en dos ejemplares de ballena minke antártica (Balaenoptera bonaerensis). Pudieron entonces registrar con claridad aquel sonido de bio-pato característico y constatar que se trataba del mismo pulso misterioso que venía escuchándose desde hacía décadas.
Según el equipo de investigadores, los resultados del trabajo resolvían el misterio sobre el origen del bio-pato, “uno de los sonidos más prevalentes en el océano Antártico durante el invierno austral”, y además tenían “implicaciones importantes para el entendimiento de esta especie, que es de prioridad particular para la Comisión Ballenera Internacional”.
En realidad, el misterio se solucionó sólo en parte: sabemos el quién pero no el porqué. Desconocemos aún qué significa este curioso pulso repetitivo que hacen estos animales, algo nada extraño si consideramos que apenas hemos raspado la superficie de ese mundo enigmático de cantos y conversaciones submarinas de los cetáceos, cuyas puertas se abrieron al estudio hace poco más de medio siglo.
Cada animal percibe el mundo en una burbuja sensorial propia y distinta –la Umwelt, como le llamaba el zoólogo Jakob von Uexküll– y es capaz de detectar apenas una pequeña fracción de ese gran universo de sentidos que lo rodea. Así nos ocurre probablemente a nosotros con los sonidos de las ballenas y sus significados, que vienen fascinando a la humanidad desde que se difundieron las melodías melancólicas de las ballenas jorobadas a comienzos de la década de 1970. Ahora, parte de ese misterio toca las puertas de nuestra casa.
El hombre con oídos en el mar
El biólogo Javier Sánchez Tellechea siente intriga por los sonidos que hacen los animales en el mar desde niño, cuando se colocaba cerca de sus oídos las roncaderas que pescaba su papá. Su camino en las ciencias biológicas lo llevó bastante más tarde a estudiar los ronquidos de otras especies de corvinas, pero también a oír con atención a las pescadillas, a nuestras amenazadas franciscanas, a las ballenas francas australes e incluso a ballenas jorobadas (captó una vez un posible llamado de angustia en un ejemplar varado a poca profundidad en el Buceo).
Para especializarse en la grabación de sonidos bajo el mar tuvo que darse bastante maña al comienzo. Antes de reunir la plata suficiente para costearse los hidrófonos y construir dispositivos para poder hundirlos como oídos espías a decenas de metros de profundidad, hizo micrófonos caseros con sensores piezoeléctricos, el mismo material usado para detectar las ondas producidas por los submarinos en la Segunda Guerra Mundial (sí, el estudio de los sonidos de los cetáceos parece ir extrañamente de la mano de la historia militar submarina del siglo XX).
“El sonido es fundamental en la naturaleza. Las aves escuchan los sonidos de los insectos que persiguen, los murciélagos detectan el ruido de sus presas o el de sus depredadores, y así con muchas especies. Abajo del agua pasa lo mismo, sólo que mucha gente no suele darse cuenta de las interacciones acústicas que hay allí, donde el sonido va cerca de cuatro veces más rápido que en el aire”, cuenta Javier.
Uno de sus más recientes proyectos, financiado por la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC), consistió en detectar los puntos calientes de hábitats de franciscanas a través de la grabación de los sonidos que emiten. Su ambicioso objetivo era colocar estaciones de grabación en toda la costa, pero al disponer sólo de cuatro de ellas tuvo que depender de una complicada logística para irlas cambiando de posición.
“Si bien la idea era detectar franciscanas, sabíamos que íbamos a registrar de todo. Efectivamente, cuando escuchamos las grabaciones vimos que teníamos sonidos de varias especies de peces, pero también una señal de baja frecuencia que apareció primero en la estación colocada en Punta del Este”, dice Javier.
Lo mismo pasó luego con las estaciones colocadas en Colonia y Juan Lacaze, en el Río de la Plata. Aparecía nuevamente este pulso bajo y repetitivo, en un rango apenas audible para el oído humano. Javier suponía que por las características del tipo de sonido era producido por una ballena y tenía también la corazonada de cuál era la especie que lo generaba, pero para corroborarlo tuvo que bucear en la bibliografía existente y hacer una comparación minuciosa de los registros.
El resultado de su trabajo es un artículo recientemente publicado en Aquatic Mammals que lleva su firma como integrante del Laboratorio de Acústica Ultrasonora del Instituto de Física de la Facultad de Ciencias, y las de Sebastián Izquierdo, Patricia González, Agustín Carbonel, Sabrina Rodríguez y Walter Norbis, del Laboratorio de Fisiología de la Reproducción y Ecología de Peces, también de la Facultad de Ciencias. En él se registra por primera vez para Uruguay el misterioso sonido que intrigó por décadas a los estudiosos del hemisferio sur, pero también un pulso no descrito hasta ahora.
Hablando ballena, como Dory
De noviembre de 2021 a junio de 2023, Javier y el resto del equipo colocaron cuatro estaciones de grabación en 31 puntos distintos de la costa uruguaya, dedicando cuatro días continuados de registros a cada uno de ellos (2.976 horas en total).
Las estaciones fueron ubicadas en ambientes contrastantes, desde el océano Atlántico hasta el interior del Río de la Plata, cubriendo todos los departamentos costeros desde Rocha hasta Colonia.
El análisis permitió encontrar sonidos de varios peces –como corvinas, pescadillas, pargos– y delfines como la franciscana o la tonina, pero lo más llamativo fue haber detectado ese pulso repetitivo y de baja frecuencia que Javier asoció inmediatamente con ballenas.
Por el rango de frecuencia y la forma de los llamados, Javier sospechaba ya que se trataba del famoso bio-pato de la ballena minke antártica, pero hubo un par de episodios que le confirmaron que sus suposiciones iniciales iban por buen camino. Los pulsos fueron registrados en cinco posiciones diferentes de tres localidades: Punta del Este, Juan Lacaze y Colonia. La primera evidencia fue que cerca de la estación colocada en Isla de Lobos, Punta del Este, integrantes de la Asociación Honoraria de Salvamentos Marítimos y Fluviales (ADES) le comentaron a Javier que habían visto un par de ballenas que parecían minke.
“Hay algo sumamente característico que tiene el llamado de la ballena minke, y es que emite un tren de pulsos dobles. Lo único es que los pulsos dobles que detectamos nosotros no tenían el barrido lateral que suele estar al final, pero eran dobles. Y la minke antártica es la única ballena que lo emite, por eso yo creía que se trataba de esa”, explica Javier.
Poco tiempo después, en Juan Lacaze, una ballena minke antártica encalló viva a sólo dos kilómetros de una de las estaciones (el animal pudo ser devuelto en buenas condiciones al mar gracias a la ayuda conjunta de la Armada y de voluntarios). “Chequeamos las grabaciones de esa estación y aparecieron los mismos sonidos, los mismos trenes de doble pulso. Fue una manera de corroborar que era esta especie”, agrega.
Pero la sorpresa no terminó ahí. Además de registrar por primera vez en Uruguay el característico sonido de la ballena minke antártica que intrigó a tanta gente durante décadas, detectaron otro pulso novedoso.
Lost in translation
“Inmediatamente después de estos trenes de doble pulso aparecía un tren de pulso simple que aún no fue descrito para la especie”, comenta Javier. Del “bio-pato” común pudieron registrar con claridad diez series (tres en Punta del Este, cinco en Juan Lacaze y dos en Colonia), con la curiosidad agregada de que en Punta del Este captaron una superposición de sonidos que indicó que había más de un individuo.
Del otro pulso, no registrado hasta ahora, lograron captar 22 series nítidas (11 en Punta del Este, siete en Colonia y cuatro en Juan Lacaze). Cada llamado de estos contenía entre tres y 22 pulsos con un intervalo de 1,75 segundos en promedio cada uno. Fueron registrados entre las 23.00 y las 6.00 entre los meses de mayo y agosto.
“Los registros acústicos pueden brindarnos conocimientos para distinguir poblaciones potenciales sobre la base de las diferencias geográficas por su comportamiento vocal. Los sonidos de bio-pato son ilustrativos al respecto”, señala el trabajo, que agrega que la llamada única registrada en esta región “podría ser un indicador de una población diferente o una que exhibe distinto comportamiento en esta área”.
Su significado exacto, sin embargo, es todavía un misterio. “Sabemos una ínfima parte de la producción de sonido de estos animales y las grabaciones de esta especie no son tantas como para poder sacar su repertorio total o entender su significado. El problema es que como estas ballenas se ven mucho en la zona antártica, es muy difícil por temas de logística registrar el sonido y asociarlo a un comportamiento”, dice Javier. Mucho menos para un sonido que hasta ahora no se había descrito, como el de este trabajo.
Una investigación realizada en el mar de Weddell, publicada en 2023, distinguió 11 tipos de bio-patos de la especie e identificó que existen variaciones de acuerdo al lugar y al año (y que sus llamadas pueden ser consideradas cantos, como los de otras ballenas), pero reconoció que su función sigue siendo desconocida.
Con respecto a los pulsos característicos de bio-pato registrados en nuestra área, Javier cree que podrían estar relacionados con un reagrupamiento o comunicación de grupos, pero confiesa que es poco preciso lo que se sabe hoy. Más específicamente, el artículo señala que los sonidos grabados aquí “podrían estar relacionados con el contacto entre madre y cría”, ya que en el Río de la Plata han varado juveniles y neonatos.
“Por lo tanto, obtener datos acústicos de madre y cría podría revelar si los sonidos novedosos para esta especie están relacionados con esta filiación. Esto podría respaldar la hipótesis de que las costas uruguayas son parte de una región importante tanto para la reproducción como para la cría de esta especie”, agregan.
Es ahí donde surge el otro aspecto novedoso del trabajo hecho en Uruguay, porque aunque estos animales no son llamados antárticos en vano –viven principalmente en esas aguas, aunque muchas migran hacia mares más cálidos en invierno–, parecen atraídas por el Río de la Plata.
Bonaerensis de verdad
Su trabajo no sólo constituye el primer reporte de canto de ballena minke antártica en el Río de la Plata, sino también la primera vez que se registra el sonido de esta especie en ríos. Su entrada a las aguas del Plata no parece ser casualidad, como muestra tanto la gran cantidad de vocalizaciones grabadas allí como los datos de varamientos.
Un artículo de 2020 de Eduardo Juri, Meica Valdivia, Paulo Simões y Alfredo Le Bas recopiló 11 varamientos de ballenas minke antárticas en la costa uruguaya, la mayoría de ellos de ejemplares juveniles o neonatos (y de muertes recientes). Cuatro de esos varamientos fueron en el Río de la Plata, a los que hay que sumar otros que el mismo Javier constató desde entonces.
“Las aguas del Río de la Plata podrían proveer a las ballenas minke antárticas la suficiente seguridad como para evitar depredadores como las orcas, registradas tanto en la costa atlántica uruguaya como en el estuario del Río de la Plata, pero no específicamente en el Río de la Plata mismo”, indica el trabajo.
Estos datos hacen pensar a Javier que quizá los animales entran con algún propósito. “No podemos decir si es para descansar o para escapar de depredadores, pero sería interesante investigar más. La idea es seguir poniendo estaciones más al centro del río”, apunta Javier.
En su artículo, el equipo de trabajo considera que esta área es potencialmente una zona importante de conservación, ya que podría ser parte del corredor migratorio de estas ballenas entre las bajas y altas latitudes. Haberlas escuchado por primera vez en nuestras aguas nos da pistas en ese sentido. “Hay un trabajo hecho en Brasil que registró varios tipos de llamadas de esta especie y vemos que tienen el mismo rango de frecuencia que estas. Es altamente probable que sean los mismos animales que vienen bajando y por alguna razón se meten en el Río de la Plata”, considera Javier. Por lo tanto, agrega la investigación, “entender su presencia a lo largo de la costa uruguaya es crucial para su conservación”.
En resumen, el estudio demuestra que las ballenas minke antárticas “no sólo producen llamadas de bio-pato en aguas oceánicas, sino también en el Río de la Plata a lo largo de la costa uruguaya”. “Nuevos estudios con técnicas acústicas pasivas para detectar estas llamadas pueden aportar importante información sobre la estacionalidad y los tiempos migratorios de esta especie, así como conexiones con otras regiones de cría y alimentación en el hemisferio sur”, señala el artículo.
“Este estudio también resalta la trascendencia de extender la implementación de monitoreo acústico a lo largo de toda la costa uruguaya. Como ocurre con muchos estudios globales, sugerimos fuertemente el uso de esta técnica como método imperativo para estudiar la ocurrencia de cetáceos, su comportamiento y los potenciales impactos sonoros”, concluye la investigación.
Melodía desencadenada
“Uruguay está obviamente de espaldas al mar”, reflexiona Javier. “Somos privilegiados porque tenemos costa de río, de estuario y de océano, pero en ellas habitan un montón de especies que no sabemos que están allí simplemente porque no las vemos”, agrega.
Aprender a escuchar nuestras aguas abre un poco más nuestra burbuja sensorial, por volver a la Umwelt del comienzo del artículo. “La acústica no es invasiva y no afecta a los animales, pero te puede dar un montón de datos sobre las especies y sus hábitats. Te permite un muestreo impresionante para entender mejor lo que está pasando en aguas uruguayas”, opina Javier.
Poner oídos en los mares es también una forma “de dar valor a esas aguas y mostrar la riqueza que tienen, porque muchas personas piensan sólo en la pesca cuando aluden a la costa, pero no hay que olvidarse de que los mamíferos marinos son los centinelas de esas áreas y nos pueden ayudar a entender en qué estado se encuentran”, advierte.
“Si hay peces, los mamíferos van a estar ahí, pero si los ambientes se vuelven complicados es probable que se vayan. Entonces es muy importante poder tener un registro de quién está y quién no está en las distintas zonas”, dice Javier, que tiene claro que esto no puede lograrse sólo mediante monitoreo acústico, sino que es necesario combinarlo con el trabajo de observaciones visuales, estudios de genética y rastreo satelital, entre otras técnicas.
Pasaron 157 años desde que la ballena minke antártica fue descrita por primera vez para la ciencia, gracias a un ejemplar que apareció muerto a unos diez kilómetros de Buenos Aires. Pese a que logró escapar de la avaricia de la industria ballenera tradicional gracias a su tamaño relativamente pequeño (no así de la moderna) y se convirtió en una de las ballenas más abundantes del planeta, es muy poco lo que se sabe sobre la forma en que se comunica.
Bajo el mar hay un universo que nos parece alienígena, rebosante de señales y conversaciones que desconocemos casi por completo. Una puerta pequeña a ese mundo la abrió involuntariamente la Guerra Fría, que nos permitió comenzar a registrar y estudiar parte de esa burbuja sensorial que estaba por fuera de nuestra percepción. Como es poco probable que alguna vez tengamos un doctor Doolittle que traduzca fielmente a nuestro idioma lo que expresan los animales, sólo nos queda aprender a escuchar cada vez mejor. Si lo hacemos, podremos acercarnos a entender cómo perciben el mundo otros animales y de paso evitaremos que se vuelva a asociar con un pato un sonido tan intrigante y poderoso como el de una ballena minke antártica.
Artículo: Antarctic Minke Whale (Balaenoptera bonaerensis) Bio-Duck Call Detection in the Río de la Plata, Uruguay
Publicación: Aquatic Mammals (2024)
Autores: Javier S. Tellechea, Sebastián Izquierdo, Patricia González, Agustín Carbonel, Sabrina Rodríguez y Walter Norbis.