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César Goso.

Foto: Camilo dos Santos

Las columnas de las Grutas del Palacio podrían ser los huecos rellenados por sedimentos que dejaron troncos de un bosque inundado

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Un trabajo liderado por españoles, con participación local, propone que a fines del Cretácico varias inundaciones anegaron bosques y que las columnas de la atracción geológica de Flores serían los huecos dejados por los troncos de árboles que, tras descomponerse, fueron rellenados por sedimentos.

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Leído por Mathías Buela.
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En las últimas semanas ha quedado de manifiesto como pocas veces había sucedido en nuestro país. Un conjunto de rocas puede ser mucho más que un conjunto de rocas. Primero, por las rocas en sí, que muchas veces son testimonio de turbulencias pasadas, testigos de la fascinante historia de la vida en este planeta o, incluso, materiales para seguirla construyendo. Pero el valor no se agota allí. Muchas formaciones geológicas son también no sólo un patrimonio natural que sustenta biodiversidad, sino también apreciadas, y apropiadas, social y culturalmente.

Si bien entendemos que en nuestro país hacen falta viviendas y que algo tenemos que hacer para que más habitantes de este territorio accedan a ellas, construir un complejo de 29 edificaciones en el afloramiento rocoso de Punta Ballena ha provocado una gran movilización de una sociedad que parece estar comenzando a hastiarse de que el desarrollo inmobiliario se haga a expensas del derecho al goce de la naturaleza. El despropósito de lo que allí pretende hacerse ha logrado, de cierta manera, hacernos más sensibles ante las amenazas que atraviesa la geodiversidad.

Es que, así como múltiples formas de vida –animales, plantas, hongos, microorganismos– hoy están bajo amenaza debido a las actividades humanas, también lo están distintos sitios geológicos que, por su gran valor natural, ecosistémico, económico y sociocultural, forman parte de nuestro patrimonio. Justamente para proteger esa diversidad, desde hace décadas la comunidad internacional, liderada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), viene promoviendo la creación de geoparques.

En 2013 Uruguay fue el segundo país sudamericano en lograr integrar un geoparque a la Red Global de Geoparques de Unesco. Se trata del Geoparque Mundial Unesco Grutas del Palacio, que abarca buena parte del departamento de Flores y pequeñas extensiones en los departamentos vecinos de Soriano y Río Negro, y que tiene como estrella principal a las grutas que le dan nombre. A pesar de que, por suerte, a nadie se le había ocurrido construir un complejo de lujosos edificios sobre las Grutas del Palacio, sí fue el temor a su deterioro lo que motivó a la organización no gubernamental Grupo Porongos a impulsar no sólo su protección sino también su puesta en valor.

Todo esto tiene mucho que ver con una reciente publicación científica que intenta explicar cómo se formaron las columnas pétreas que le dan el atractivo a las Grutas del Palacio. Titulado Grutas del Palacio y otros depósitos continentales afines del Cretácico Superior (SO Uruguay): características sedimentarias y pruebas de un antiguo bosque inundado, el artículo lleva la firma de los españoles Ferrán Colombo, de la Facultad de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Barcelona, y Gloria Gallastegui, del Instituto Geológico y Minero de España, junto con los investigadores locales César Goso, Gerardo Veroslavsky, Valeria Mesa y Daniel Picci, del Instituto de Ciencias Geológicas de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República.

Como veremos, intentar explicar la formación de las columnas de un sitio de gran valor cultural y turístico no sólo es relevante de por sí, sino que es también consecuencia de que en los geoparques de la Red de Unesco tenga que haber un comité científico. Y precisamente, César Goso, de la Facultad de Ciencias, es, además de uno de los autores del trabajo, el coordinador científico del Geoparque Mundial Unesco Grutas del Palacio. Así que más rápido de lo que un ingeniero que defiende a un consorcio inmobiliario hace calentar a los vecinos de Punta Ballena, nos vamos a conversar con César sobre el posible origen de las columnas de las grutas de Flores y otras maravillas de un sitio que lleva siglos fascinándonos.

La dirección científica de un geoparque

César Goso, geólogo, viene trabajando desde hace tiempo no sólo en las Grutas del Palacio, sino en distintas partes del departamento. Porque un geoparque es más que un sitio geológico de interés.

“Un geoparque para Unesco es un territorio que tiene al menos un sitio geológico, que puede ser ya un afloramiento rocoso, un yacimiento paleontológico, un paisaje como un volcán, una zona acuífera o propiamente algún tipo de suelo, que tenga relevancia científica internacional”, comienza explicando. “Y ese sitio más otros que pueden tener una relevancia educativa o turística, o relevancia científica a nivel local o regional, hacen un conjunto de geositios. El territorio con ese conjunto de geositios puede aspirar a integrar la Red Global de Geoparques de la Unesco, que actualmente son más de 213 en 48 países”, agrega.

La tarea además tiene un fin social. “El objetivo final de los geoparques es promover el desarrollo sostenible, ya que se busca que las comunidades locales de esos territorios se apropien de los recursos geológicos que tienen para usarlos con fines geoturísticos, educativos”, dice César. Y como es “sostenible”, la protección es parte inherente del asunto: “Obviamente, por detrás está la conservación, porque si todo geoparque tiene al menos un sitio de relevancia científica intencional, hay que darle protección, y eso hace a la importancia de lo que se denomina el geopatrimonio y la geoconservación”, afirma. De hecho, en cada uno de los distintos sitios geológicos o geositios que forman parte de este geoparque, como la localidad rupestre de Chamangá, la falla geológica de Villasboas o los cerros Ojosmín, no puede practicarse ni la minería ni la forestación en las zonas aledañas por una directriz de ordenamiento territorial departamental.

“La geodiversidad viene a ser el conjunto de elementos geológicos naturales que son distintivos de un territorio en general, pero a eso se le adosa también todo lo cultural. Entonces se arma como una especie de paquete de atributos patrimoniales a los que se busca conservar y, al mismo tiempo, dar a conocer y generar recursos económicos para beneficio de la gente de esas localidades a través de la gastronomía, la hotelería, excursiones, artesanías, productos alimenticios típicos, etcétera”, amplía César.

“En el comité científico hago aportes desde mi especialidad, la geología, pero también, gracias a los aportes de los demás compañeros, se abordan temas culturales, de atributos biológicos del lugar, de la historia, etcétera. Por ejemplo, con el arqueólogo Rafael Suárez se está proyectando relevar lugares del geoparque para conocer de dónde sacaban materias primas los paleoindios para elaborar sus utensilios, armas y demás”, cuenta César.

“Entonces, está lo científico, pero también está la intendencia, que es la que gestiona el geoparque, está la Cámara de Turismo de Flores, donde están los gastrónomos, los hoteleros, está la ONG Grupo Porongos, los artesanos y los pequeños productores o emprendedores. Este trabajo te saca por momentos de la burbuja académica en la que estás en la facultad y te lleva a tener que dialogar con empresarios, con la gente de la intendencia, con vecinos, con las escuelas, porque en particular me interesa mucho desarrollar la parte de la educación con los gurises. Profesionalmente, y como persona, el geoparque me permitió crecer un montón”, dice César, satisfecho con el jugo que les ha sacado a estas piedras. Pero que quede claro: el mérito no es de él, ni tampoco así quiere que parezca.

“Todo esto del geoparque nació gracias al Grupo Porongos allá por 2006. Desde la ONG estaban preocupados porque consideraban que en las Grutas del Palacio había riesgo de derrumbe. Como las personas entraban sin demasiados requerimientos y sólo había un funcionario en la puerta de entrada, vecinos y autoridades tenían temor de que un día hubiera algún accidente y que la intendencia tuviera que hacerse cargo ante algún acontecimiento no deseado con consecuencias personales, producto de que estaba habilitado un sitio que capaz que implicaba ciertos riesgos. Así empezó todo esto para mí, cuando llegó Kimal Amir, del Grupo Porongos, a la Facultad de Ciencias”, relata César.

En 2007 se firmó un convenio de cooperación técnica entre la Facultad de Ciencias –el decano era entonces Ricardo Ehrlich, conocido de Amir y razón tal vez por la que este se acercó a la facultad a buscar apoyo académico–, la ONG y la Intendencia de Flores. El primer artículo del convenio planteaba como objetivo crear allí un geoparque.

“Desde 2006 hasta ahora he ido tantas veces que ya casi soy un floresino más”, ríe César. La propuesta formal para ingresar a la Red Global de Geoparques de Unesco fue elevada en 2012. Al año siguiente la propuesta fue aceptada. “En setiembre cumplo formalmente 11 años en este rol de coordinador científico del geoparque, procurando desde las distintas disciplinas volcar más conocimiento para poner en valor distintos sitios de ese territorio de unos 3.400 km²”, comenta César.

“Estudiantes de Geología han hecho sus tesis de grado inventariando esos 15 sitios geológicos sistemáticamente. Hemos volcado conocimiento científico. Otros compañeros de la Facultad de Ciencias también se han interesado en estudiar algunas de las rocas que aparecen en la región”, cuenta César. Y uno de los que se interesaron por el sitio fue el español, que es el primer autor del trabajo que hoy nos convoca: Ferrán Colombo. Allá vamos.

Origen esquemático de las columnas de las Grutas del Palacio según la publicación

A) Inundación de una zona boscosa. B) La cubierta vegetal se destruye por las inundaciones. La zona se llena de sedimentos por “materiales de grano fino transportados por inundaciones recurrentes”. Se desarrolla un nuevo suelo “caracterizado por una incipiente generación de pisolitos” (en líneas punteadas). C) Los restos de troncos se descomponen. Se desarrolla “un suelo caracterizado por pisolitos ferrosos” (círculos con círculos dentro). Los huecos de los árboles comienzan a rellenarse con “fragmentos de suelo con pisolitos ricos en hierro”. D) Suelo erosionados desde las partes superiores con pisolitos rellenan aún más los huecos dejados por los troncos. E) Nuevas inundaciones “transportan arenas y gránulos ricos en cuarzo”. Remolinos “posiblemente erosionaron las partes superiores de los suelos y algunos moldes” de árboles, originando formas de “conos anchos llenos de areniscas, fragmentos de suelo y pisolitos”. F) Vegetación se desarrolla sobre un nuevo “depósito superior de areniscas de grano grueso”, lo que resulta en la formación de “nuevos pisolitos polifásicos ricos en hierro” (círculos con dos círculos dentro).

España arbolada

¿Por qué un artículo científico sobre las columnas de las Grutas del Palacio tiene como primeros autores a dos españoles? Porque, como dice César, un problema “quedó pistoneando” por más de 20 años.

“En 2004 Colombo estuvo de visita y quedó maravillado con las Grutas del Palacio. Ya en aquel entonces le nació la idea de que allí podrían observarse evidencias o el registro de un paleobosque, y que las columnas podrían ser el sitio donde estuvieron los troncos. ¡Fijate que ya hace 20 años de eso y recién ahora sale la publicación!”, cuenta César. Ferrán no fue ni el primero, ni probablemente el último, en intentar explicar las geoformas columnares, tal su denominación técnica, de las grutas de Flores.

“Mario Isola, que fue un espeleólogo italiano que estuvo en Uruguay en 1870, ya en aquella época estuvo estudiando esa formación geológica, porque se decía que las grutas habían sido construidas por los indígenas”, sostiene César, mostrando además cómo lo geológico y lo cultural se van entrelazando. De hecho, durante tiempo también fueron llamadas “Cuevas del Palacio de los Indios” (y no es de extrañar que lo indígena haya sido invisibilizado en un país que hasta hace muy poco padecía una ceguera histérica hacia todo lo que refiriera a nuestros antepasados previos a la colonización).

No cabe duda de que quienes anduvieron por estos pagos desde hace más de 13.000 años las deben haber usado de refugio y centro de reunión. Y no sólo ellos. César cuenta que a través de una serie de entrevistas que realizaron docentes de Bellas Artes para la creación de infografía para las grutas, varios lugareños dieron fe de ello. “Algunos contaban que cuando eran niños allí se realizaban reuniones, que había cantarolas y festicholas los fines de semana. Incluso que después de las elecciones se organizaban fiestas ahí. El que ganaba las elecciones festejaba en las grutas, y al parecer, según los relatos, se congregaba mucha gente”, cuenta.

Ya desde principios del siglo pasado la idea de que las grutas habían sido construidas por humanos había sido descartada. “Más allá de que ese no sea el origen de las grutas, de todas formas esa idea es interesante porque hace parte de la cultura que se crea en torno al sitio. De hecho, las grutas están en el escudo del departamento de Flores, lo que hace evidente que su valor patrimonial es muy fuerte”, afirma César.

Para los geólogos, entonces, era claro que las grutas y sus respectivas columnas eran naturales. Pero una cosa es decir eso y otra es explicar cómo se formaron. Se había propuesto entonces que sedimentos con mucho hierro –que al oxidarse obtienen ese característico color rojizo muy presente en los sedimentos de la Formación Asencio donde están las Grutas del Palacio– se habrían filtrado desde capas superiores por grietas, dando lugar a la formación de las columnas.

“Las teorías del comienzo eran que se había infiltrado agua rica en óxido de hierro a través de algunas grietas. El óxido de hierro, cuando precipita, da estructuras más bien redondeadas que los geólogos llamamos pisolitos”, cuenta César. Y ahora volvamos a Ferrán.

Varias columnas aparecen cortadas o seccionadas. Gracias a ello es posible ver su interior. “Tienen como una estructura con un núcleo central y un anillo o aureola exterior”, sostiene César. “Cuando Ferrán Colombo las vio, lo primero con lo que las asoció fue con lo que se ve al cortar un árbol. Entonces él, después de estudiar esas y otras hipótesis sobre su formación que no lo convencían mucho, empezó a pensar que si las columnas eran troncos, acá habría habido un paleobosque”, adelanta César.

“Pero Ferrán, que venía desde 2004 maquinando con que se trataba de troncos de árboles, sostenía que teníamos que buscar elementos orgánicos. Incluso la forma de las columnas a Ferrán le hacían acordar a las de los troncos de los palos borrachos. Él se quedó añares con esa idea pistoneando, hasta que dio con una colega española, Gloria Gallestegui, la segunda autora del trabajo, que se especializa en ver al microscopio los cortes de las rocas y analizar estructuras. Y ella encontró en cortes de los sedimentos algunos restos orgánicos de raíces. Cuando Ferrán vio eso, se subió al caballo y dijo que era tiempo de darle para adelante a esa idea”, cuenta César. De hecho, esos restos orgánicos que hablaban de la presencia de árboles descompuestos en el sedimento fueron encontrados en algunos de los 35 testigos –perforaciones tubulares del sedimento– que fueron minuciosamente estudiados y caracterizados.

“Así que desde la pandemia para acá redactó esta idea para primero presentarla en un congreso geológico en España, y nosotros lo fuimos acompañando en la redacción. Él dijo de probar a ver qué pasaba con esa idea entre los colegas, y que si surgían críticas o le tiraban muchas piedras, lo repensábamos”, cuenta César. Le digo que para un geólogo que te tiren piedras no es algo malo. César coincide con una risa franca y amplia.

“Como en el congreso el trabajo tuvo buena repercusión, Ferrán propuso entonces escribir el artículo y mandarlo a una revista. Ahí de a poco lo fue armando y nosotros realizando algunos aportes bajo su supervisión”, dice. Vayamos entonces a lo que proponen como origen de las columnas.

Grutas del Palacio (archivo, julio de 2015).

Foto: Andrés Cuenca

Fantasmas de árboles

En el trabajo, Ferrán Colombo y sus colegas proponen entonces no que las columnas de las Grutas del Palacio son troncos de árboles fosilizados, sino los fantasmas de árboles que vivieron y proliferaron a fines del Cretácico, hace unos 70 millones de años. Lo de fantasmas, claro está, en una sección sobre ciencia, es en sentido figurado.

“Las columnas serían el lugar donde habrían estado esos troncos, producto de que los sedimentos que están alrededor parece que podrían haber sido depositados en un lago, o un gran cuerpo de agua, o al menos en un momento de una gran inundación que pudo permanecer durante un buen tiempo”, señala César.

“Sugerimos que las estructuras de las columnas sean probablemente moldes de troncos cuyos árboles se desarrollaron en un entorno que estuvo sujeto a grandes inundaciones, lo que provocó la formación de lagos temporales. Aguas ricas en barro que transportaban sedimentos de grano fino subsecuentemente sumergieron los árboles”, reporta el artículo.

“La madera de los árboles de ese bosque, que quedó inundado y sepultado, se habría ido degradando o pudriendo, y van quedando algunas evidencias de sus restos, como las que aparecieron en los análisis de las muestras de rocas observadas en microscopio. Y en los espacios donde estaban los troncos habrían caído los materiales del suelo que, mucho tiempo después, se formó por arriba de donde estuvo el bosque inundado”, comenta César.

Los lugares donde estuvieron los troncos, entonces, serían, según este trabajo, como un embudo que incorporó material del suelo que estaba por encima, rico en hierro. “Ferrán siempre fue de esa idea, y ahora la materializó en esta publicación”, reconoce César.

“Eso entonces da otra explicación de las columnas. Pero viste cómo es la ciencia, no hay una verdad absoluta, sino que uno se va aproximando, publica, la comunidad lo lee, lo critica, y así es como avanza el conocimiento científico”, dice.

¿Qué árboles?

En el trabajo no sólo hablan de un paleobosque, sino que además conjeturan sobre los árboles que podrían haberlo formado.

“Hoy en día, la presencia de árboles vivos sumergidos entre árboles muertos proporciona pruebas sólidas de episodios de inundaciones muy recientes. En nuestro caso de estudio, la existencia de un bosque en un ambiente cálido y semiárido, pero en una zona ocasionalmente inundable, sería coherente con una vegetación de tipo sabana”, afirma el trabajo, señalando que “tal escenario consistiría en pequeños grupos de árboles en medio de vastos pastizales”.

E incluso, tras decir que el paisaje “puede ser equivalente al actual Pantanal de Brasil y Paraguay o a la actual selva amazónica, donde en algunos lugares convive vegetación de tipo sabana con macizos aislados de selva tropical”, se arriesgan a tirar posibles familias de árboles. “Sugerimos que las principales especies arbóreas del Cretácico Superior del SO Uruguay podrían ser Araucariaceae sp., Aspidosperma sp., Prosopis sp. y Jacaranda sp., entre otras”. Así que, según estos autores, los fantasmas que dejaron las columnas de las Grutas del Palacio podrían ser árboles de los géneros de las araucarias, de los quebrachos, de los ñandubay o los jacarandá.

Más adelante sostienen que “un estudio de los remanentes de madera de la Formación Puerto Yeruá (Argentina), equivalente lateral a nuestra área de estudio, revela que probablemente existió durante el Cretácico Superior un extenso bosque compuesto principalmente por árboles de lauráceas”. En ese trabajo de 2015, la argentina María Jimena Franco y sus colegas daban a conocer una nueva especie de laurácea, a la que bautizaron Paraperseoxylon septatum, del Cretácico de la formación Puerto Yeruá, y que hace recordar al género actual Persea, el del popular árbol de palta (Persea americana).

“Por tanto, parece razonable suponer que las lauráceas predominarían sobre otras especies de árboles esparcidas por el área de estudio”, dicen entonces en su artículo Ferrán Colombo y colegas. Entre los árboles actuales de esa familia hoy tenemos, además de la ya mencionada palta, al laurel blanco (Ocotea acutifolia) o el laurel de río (Nectandra angustifolia).

“Bueno, eso es más bien una especulación basándose en otras cosas reportadas para la región en ese entonces”, afirma César. “Como estábamos tan próximos y unidos geológicamente, porque esos ambientes fluviales y probablemente algunos en parte lacustres eran corrientes de agua que corrían hacia la Mesopotamia argentina, entonces uno podría considerar que había un mismo ecosistema que se prolongaba hacia allí”, agrega. “Conociendo un poco algunas referencias botánicas del lado de allá, se especula en el trabajo que podrían ser de esos grupos”, reconoce.

Grutas del Palacio (archivo, julio de 2015).

¿Comida de dinosaurios?

Ya que estamos a fines del Cretácico, sabemos que por aquel entonces en estas tierras andaba el Aeolosaurus, cuyos fósiles se encontraron en sedimentos de la Formación Asencio, la misma que aflora en las Grutas del Palacio. Que hubiera bosques con vegetación sería algo que con su cuello larguísimo seguro apreciaría. Más que nada alimentándose desde el borde del bosque, puesto que las columnas de las Grutas del Palacio están muy juntas unas de otras –algo un poco raro para árboles de semejante tamaño, al menos para los nativos que vemos hoy– y no nos imaginamos al Aeolosaurus derribando árboles a diestras y siniestra, ya que eso sería hojas para hoy y hambre para mañana.

Las Grutas del Palacio son entonces una ventana que nos permite ver qué estaba sucediendo muchísimo tiempo atrás. Aquí se habla de grandes inundaciones alternadas con sequías. Tal vez el Aeolosaurus, entonces, hace 70 millones de años, estuviera más preocupado por la alta variabilidad climática que por el meteorito que en breve caería sobre la tierra y lo llevaría a la extinción. Capaz que estos son los vestigios de troncos de los últimos árboles que vieron nuestros dinosaurios. “No lo había pensado así. Pero eso podría ser un título muy llamador para arrancar la nota”, ríe César.

César hace énfasis, de todas maneras, en que esta hipótesis no agota el tema. “Mañana tal vez se encuentre otra evidencia, y la explicación de cómo se formaron las columnas vaya por otro lado. Pero por ahora esta es una propuesta que está ahí para ser considerada. Vamos a ver qué sucede”. Suceda lo que suceda, lo más atrapante de la ciencia casi siempre está más del lado de la pregunta que de la respuesta.

Artículo: Grutas del Palacio and other related Upper Cretaceous continental deposits (SW Uruguay): main sedimentary features and evidence for an old flooded forest
Publicación: Andean Geology (abril de 2024)
Autores: Ferrán Colombo, Gloria Gallastegui, César Goso, Gerardo Veroslavsky, Valeria Mesa y Daniel Picci.

Esquema de la formación de las geoformas columnares. Tomado de Colombo et al 2024.

Origen esquemático de las columnas de las Grutas del Palacio según la publicación

A) Inundación de una zona boscosa. B) La cubierta vegetal se destruye por las inundaciones. La zona se llena de sedimentos por “materiales de grano fino transportados por inundaciones recurrentes”. Se desarrolla un nuevo suelo “caracterizado por una incipiente generación de pisolitos” (en líneas punteadas). C) Los restos de troncos se descomponen. Se desarrolla “un suelo caracterizado por pisolitos ferrosos” (círculos con círculos dentro). Los huecos de los árboles comienzan a rellenarse con “fragmentos de suelo con pisolitos ricos en hierro”. D) Suelo erosionados desde las partes superiores con pisolitos rellenan aún más los huecos dejados por los troncos. E) Nuevas inundaciones “transportan arenas y gránulos ricos en cuarzo”. Remolinos “posiblemente erosionaron las partes superiores de los suelos y algunos moldes” de árboles, originando formas de “conos anchos llenos de areniscas, fragmentos de suelo y pisolitos”. F) Vegetación se desarrolla sobre un nuevo “depósito superior de areniscas de grano grueso”, lo que resulta en la formación de “nuevos pisolitos polifásicos ricos en hierro” (círculos con dos círculos dentro).

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