Cuando las personas llegan al encuentro, los juegos están seteados prolijamente sobre las mesas de Sala Emilia. Rápidamente se van formando, de manera espontánea, los diferentes subgrupos, según el encanto que produce la propuesta visual de cada juego. La pareja que organiza los encuentros, Natalia Larrañaga y Pablo Vidal, que ya están sonrientes y con su ser dispuesto a enseñarnos todos los detalles, irán pasando de mesa en mesa evacuando dudas y estarán con la atención puesta en que nadie permanezca sin jugar. En cada encuentro aquí, en La Comercial, se aprenden nuevos juegos y se repiten aquellos que hayan logrado enamorar a la concurrencia en citas anteriores.
El juego que ha salido a mesa más veces en lo que va de este año se llama Fort. Fue creado por Grant Rodiek, desarrollado por Nick Brachmann, con el arte increíble de Kyle Ferrin y editado en español por 2 Tomatoes Games. Se trata de un juego recomendado para diez años en adelante, que presenta una dificultad media y que ha recibido variados galardones internacionales. La duración estimada de una partida es de entre 20 y 40 minutos.
Fort genera amor a primera vista: la belleza particular de sus ilustraciones, su paleta de colores, la calidad de sus tableros, los detalles de sus fichas y el encanto de sus personajes provocan las inmediatas ganas de jugarlo. Una vez admirados sus componentes, sucede el siguiente flechazo: su temática. Diseñar un juego moderno es, de alguna forma, diseñar una ficción, invitar a actuar, a asumir un rol y, sobre todo, a transportarse, a veces en el tiempo, a veces en el espacio y a veces hacia las profundidades. Fort invita a todo esto al mismo tiempo, nos propone volver a la infancia, a tener una pandilla, con mejores amigas y amigos que no nos abandonarán nunca durante la partida. Nos invita a tener una mochila llena de cosas, una guarida, a comer pizza, a conseguir juguetes, a buscar amistades en el parque o en los patios vecinos y, como objetivo principal, nos invita a construir un fuerte. Quien logre conseguir la mejor pandilla y hacer el fuerte más grande ganará el premio final, ni más ni menos que una escultura de macarrones.
Cuando la temática, la mecánica y la estética van de la mano, el juego se convierte en el combo perfecto entre entretenimiento, ingenio y belleza. Técnicamente hablando, Fort combina varias mecánicas usuales en los juegos de mesa modernos; se trata de un juego de construcción de mazos, como tantos, en el que una de las claves para alcanzar la victoria consiste en reclutar las mejores cartas, o sea, en reunir las amistades que puedan colaborar mejor en la estrategia de quien lidera la pandilla. Dichas amistades serán “reclutadas” en los patios ajenos o encontradas en el parque, donde niños y niñas con los que nadie ha querido jugar esperan que otra pandilla les convoque a ser parte de una nueva misión, siguiendo una de las reglas madre de la infancia: si no querés jugar conmigo, me voy a jugar con otra persona. Por eso mismo podemos decir que Fort tiene también un poco de draft (selección de cartas por turnos), y mucho de gestión de mano, ya que una vez conformada la pandilla, representada en nuestro propio mazo de cartas, deberemos elegir constantemente con qué amistades jugar y cuáles descartar, enriqueciendo nuestro mazo según nuestras necesidades; es que en Fort, cada niño y cada niña nos permite realizar una acción diferente. No podemos olvidar que en este juego también opera la gestión de recursos, porque la acción de avanzar en la construcción de nuestro fuerte tiene un coste que se paga con pizzas o juguetes que almacenamos en nuestra mochila.
Como guiños que dan solidez y profundidad al desarrollo literario de la temática y que hacen que la ficción momentánea que Fort nos propone cierre de manera genial, aparecen pequeños detalles que nos hacen sonreír felicitando el ingenio de sus creadores: al igual que en la infancia, las acciones que realiza el resto se pueden copiar, podemos beneficiarnos de la imitación del comportamiento de otro niño o niña y se nos ocurre hacer algo sólo porque vemos que alguien lo hizo, en medio de la partida aparecen “reglas inventadas” que tuercen el rumbo, los palos de las cartas evocan elementos de juego infantil: patineta, pistola de agua, pala, pegamento, libro y corona, las cartas de “mejores amigos” destacadas con una estrellita, son cartas que no podemos descartar, con una lógica basada en que los mejores amigos y amigas nunca nos abandonan, y todo esto sumado a los maravillosos nombres elegidos para los personajes: Cabeza de Zanahoria, La Canija, Patines, La Zurdita, Culo Inquieto, Inquietante, Scout, Presumida, Imprudente, Doc, entre otros.
En definitiva, Fort es un juego de mesa accesible, ni muy complejo ni muy sencillo, donde las reglas vienen bien resumidas en los propios tableros, que explican con claridad las acciones que podemos y debemos realizar en nuestro turno. Se nos proporcionan además unas hojas de guía que, con una iconografía detallada, explican el significado de cada símbolo que podamos encontrar en las cartas. Todo esto nos permite disfrutar de Fort desde nuestra primera partida, aunque es cierto que cuanto más lo hayamos jugado, más fluidez tendrá cada aventura.
Cuando un juego te permite conectar con vivencias y recuerdos, cuando te hace sonreír el ingenio que se puso en su diseño, cuando los ojos disfrutan de lo que ven y las manos de lo que tocan, cuando se vuelve una experiencia aparte estudiar el detalle de cada carta, podemos decir que un juego triunfó y podemos comprender por qué regresa insistentemente a las mesas.
Su precio promedio en Uruguay es de 2.200 pesos y se puede conseguir en locales como Sparta Board Games o Montevideo Gaming House. La inversión vale la pena, pues volver a la infancia siempre lo vale.