“Yo vivo en un lugar de medio locos/Que a veces se parece al paraíso/El que se vino a vivir es porque quiso/Salvarse de quedar loco del todo”, canta Julio Víctor González, el Zucará, en “Un lugar de medio locos”, canción que se volvió himno en La Paloma, el balneario rochense en el que vive el cantor popular. Y es que describe este territorio con precisión: la soledad, la mezcla de culturas y personas de distintos orígenes, el peso del turismo en la construcción identitaria, la naturaleza y la sensación de que la vida tiene sentido en este lugar.
De 2011 a 2023 se produjo una gran migración poblacional, mayoritariamente interna, desde otros departamentos. Estos movimientos generaron modificaciones económicas y socioculturales. Aunque el turismo sigue siendo la principal fuente de ingresos del territorio y la idiosincrasia palomense está fuertemente radicada en esa dinámica estacional, la diversificación de miradas y el aumento de gente que desarrolla un sentido de pertenencia en el territorio introducen nuevos sentidos a la identidad local.
La Paloma es un balneario ubicado al este del país, en el cabo Santa María, en la costa rochense del océano Atlántico. Sus límites geográficos como municipio incluyen las localidades de La Paloma, La Aguada, Costa Azul, Arachania, San Sebastián de La Pedrera, Antoniópolis, La Pedrera, Laguna de Rocha, Santa Isabel y Punta Rubia.
El censo del Instituto Nacional de Estadística de 2011 registró 5.516 habitantes en el municipio. La cifra aumentó a 9.060 en el censo de 2023. A nivel departamental, los datos indican que el 25% de la población nació en otro lugar, 22% en otro departamento y 3% en otro país. Entre los factores que impulsaron este movimiento se encuentran la pandemia (y con ella la habilitación y expansión del trabajo remoto) y la instalación en Rocha del Centro Universitario Regional Este (CURE).
Un poco de historia
El 1° de setiembre de 1874 se encendió por primera vez el faro de La Paloma, hito que marcó el nacimiento del territorio. “La costa del cabo Santa María congregó arachanes y charrúas, abrigó piratas a la vez que desconcertó navegantes hasta la construcción de su faro”, cuenta el investigador y magíster en antropología Daniel Cajarville en su libro La Paloma, de balneario tradicional a lar cosmopolita (Torre del Vigía, 2024). El primer farero, don Ciro Pini, y su familia fueron pioneros en quedarse en ese “páramo” que “no invitaba a acercarse a nadie”, en palabras de la historiadora Malvina Sánchez rescatadas en el libro de Cajarville.
Con los años la población fue creciendo y se creó un pequeño puerto, que en 1913 fue reemplazado por uno de calado medio. En 1914 empezó a funcionar la línea ferroviaria que conectaba áreas pobladas de La Paloma con la ciudad de Rocha, capital departamental, y 14 años después la conexión se extendió hasta Montevideo. “Esto posibilitó un repentino auge de La Paloma como balneario, afianzando la práctica del turismo manifestada tímidamente desde 1880 a través de familias en su mayoría rochenses”, explica Cajarville en el libro.
La Paloma fue declarada pueblo en 1939 por la Ley 9.888 y el crecimiento urbano de la zona hizo que en 1982 fuera nombrada ciudad por la Ley 15.333. Balneario no es una categorización formal, sino una manera de referirse a lugares cercanos a algún curso de agua que sirven principalmente como zona de descanso y recreación. Los cambios poblacionales en el territorio abren la pregunta: ¿La Paloma sigue siendo un balneario?
Otros hitos que marcaron el desarrollo del territorio fueron el desarrollo urbano e inmobiliario promovido por Nicolás Solari y el aumento de actividad pesquera artesanal que se transformó en un oficio extendido entre personas de la zona. El plan pesquero de 1970, recuerda el investigador, supuso la instalación de tres empresas de pesca industrial: Astra SA, Corporación Uruguaya de Pesca SA e Industrial Pesquera La Paloma SA; y comenzó el período de auge industrial de la zona, del que hoy sólo quedan vestigios en el puerto.
La pesca artesanal, el surf y la actividad turística conformaron y siguen sosteniendo el perfil económico del balneario.
Lo que fue, lo que es, lo que vendrá
En 2014 en La Paloma “no había nada para hacer”. Estoy citando a mi yo adolescente que se fue a Montevideo a estudiar convencida de que no iba a volver al lugar en el que había crecido. Este era el panorama en esa época: había un Abitab que cerraba a las 17.00 y después de esa hora la avenida principal, Nicolás Solari, quedaba completamente desierta; no había espacios de recreación para jóvenes, ni acceso a la cultura, ni cine, ni teatro, ni deliveries que trabajaran todos los días de la semana; durante el año había que viajar a la ciudad de Rocha para salir a bailar y después esperar un ómnibus sobre la ruta 15 para volver a casa.
Es innegable que las cosas han cambiado. Los viernes pasan películas en el Centro Cultural, hubo un cine (aunque duró unos meses), el municipio organiza eventos culturales durante el año, hay obras de teatro, feria vecinal todos los sábados, hay más de un local de pagos, que cierra a la tardecita, y cuando cae el sol sigue habiendo tiendas abiertas, se puede salir a merendar a varios cafés o pedir comida a varios locales que funcionan todo el año, y de vez en cuando se arma una fiesta.
Daniel Cajarville dijo a la diaria que “según la persona, hay una expectativa de consumo cultural y cada quien se va a saciar con cosas diferentes”. Por ende, hay personas que sienten que la oferta en La Paloma es suficiente y otras que piensan lo contrario.
Sigue habiendo poca oferta orientada a adolescentes, que socializan principalmente en el skatepark, en la playa o en alguna plaza; el mercado laboral, aunque ha aumentado, sigue siendo acotado, mucha gente trabaja de hacer changas o en la informalidad. La demanda de trabajo aumenta exponencialmente durante la temporada estival y luego cientos de personas vuelven a quedar sin empleo.
El investigador dijo a la diaria: “La Paloma te da condiciones para no estar tan lejos de la capital, pero a la vez no está tan cerca. Al mismo tiempo, tiene una infraestructura básica de educación, salud, acceso a los bienes básicos, una dinámica cultural aceptable e inclusive llamativa para lo que es una pequeña localidad del interior. Es infraestructura balnearia, lo que implica que es agradable a la vista y para recorrerla, tiene una imagen consolidada en la memoria de muchas personas e información disponible sobre el lugar. Un montón de aspectos que llevan a personas que se agotaron de la ciudad y buscan alternativas en base a lo que desean y lo que necesitan”.
María Celia Rodríguez es oriunda de La Paloma, se fue a estudiar a Montevideo y volvió en 2021 a su tierra natal, donde trabaja y cría a su hijo. Dice que los cambios que nota desde que era chica hasta ahora son que “hay muchas actividades, más de una disciplina deportiva para encarar, muchos más espacios de expresión artística”.
Ser de acá dejó de significar solamente haber nacido acá y tener familia de acá y se amplió para abarcar también el sentido de pertenencia de las personas que eligen radicarse en este lugar.
Cajarville diferencia en su libro a los residentes de lejos y los residentes de cerca. Quienes llegan de lejos buscando “el estilo de vida palomense” suelen tener “pilares económicos y sociales superiores a quienes proceden de cerca. [...] Quienes en su mayoría llegan de lejos generalmente transitaron trayectorias urbanas y cosmopolitas”. A su vez, quienes provienen de cerca “suelen contar con menores capitales económicos y culturales [escolaridad], aunque con vastas redes en el territorio a modo de capital social”. Son oriundos de todo el departamento de Rocha.
El aumento poblacional puso sobre la mesa el debate por el progreso, una palabra que pone en disputa qué quiere la gente para el territorio en el que vive. Cajarville puntualizó que en las entrevistas que realizó para el libro se encontró con gente que halla La Paloma ya “demasiado gris y urbanizada, más ciudad que otra cosa”, con lugares sometidos a la contaminación lumínica y propuestas que van en contra de la esencia de balneario del lugar, mientras que otras personas impulsan proyectos de mayor urbanización, de asfaltado de calles, iluminación de espacios naturales y construcción de edificios.
La pata más importante de la economía sigue siendo el turismo y decenas de locales abren sólo de diciembre a marzo, pero de a poco se va diluyendo la sensación de que llega abril y La Paloma muere; se profundiza la idea de que quienes somos de acá y vivimos acá podemos disfrutar del territorio, que no existe sólo para el descanso y disfrute de los turistas, y la idiosincrasia de servicio al que viene puede convivir con el mercado interno y el desarrollo comunitario.
Sobre por qué decidió volver a vivir en La Paloma, Rodríguez expresó: “Es mi lugar, me siento segura, tranquila, con los míos. Tengo una gran red de cuidados, por ende, es el lugar perfecto para criar. La playa y el verano me encantan; disfruto mucho la despedida del verano y la soledad del frío palomense. Me parece un gran privilegio poder aflojar los meses de baja temporada, me permite estar en mi casa, compartir, sin rutinas y con libertad... Eso hasta que llega noviembre y arranca la locurita, pero me gusta esa sensación de arrancar y esperar que la temporada sea mejor que la que pasó”.
A nivel laboral, opinó: “Siento que quienes vivimos del turismo tenemos que apostar a los emprendimientos propios durante el invierno, desde talleres, artesanías, clases, changas, lo que salga. Hay de todo para hacer porque la gente se la rebusca y hay bastantes ofertas de actividades”.
Rodríguez cree que todavía “falta mucha accesibilidad, sobre todo de información, hay de todo pero la gente no se entera. La brecha social está presente, hay mucha desigualdad. Siento que falta más contagio de amor y cuidado por el lugar, y falta más participación de todes para hacer más ruido y agitar la participación social”.
Virginia Mafio, docente jubilada, oriunda de Montevideo pero asidua veraneante de La Paloma que hace años se radicó acá, recuerda que en su niñez la población de La Aguada habitaba principalmente tres calles: “Se formaban bandos hacia un lado y hacia el otro de la calle principal; los vecinos de la calle principal eran los que tenían la posibilidad de elegir bandos, los demás estábamos alineados en nuestra calle de residencia”. En carnaval iban con baldes de lata a juntar agua de océano para tirarse en el medio de la calle y jugaban libremente en la playa. En ese momento, “el espacio era enorme frente a la cantidad de gente que lo ocupaba”, a diferencia de lo que sucede ahora, “que se nos hace a veces muy reducido porque está lleno de gente, todos amontonados unos arriba de los otros. En aquella época teníamos un total espacio libre para jugar”.
La Paloma era antes “un lugar de cercanía” en el que todo el mundo se conocía y se juntaba cuando había eventos, ahora “hubo una masificación, en parte por la pandemia, y no nos cruzamos todos los habitantes, estamos lejos de conocer toda la población”.
Por su parte, Cynthia Fernández, oriunda de Lascano, se mudó a La Paloma en 2024, trabaja de manera autónoma y también como empleada en el sector gastronómico. Cuenta que eligió este lugar porque toda su vida quiso vivir en un balneario: “Acá tenía gente amiga, una comunidad. Me encanta su paisaje y sus playas”. Puntualizó que se precisa “más difusión y conocimiento de las cosas que suceden” y “mayor concientización sobre el bioma, las zonas de humedales, la protección de las playas, las dunas y las lagunas, cómo afecta el turismo a los hábitats locales”. Ve la comunidad palomense como “diversa, mucha gente que ha elegido vivir acá por lo lindo que es y porque se siente plena acá, hay una hermandad”. La otra cara de ese crecimiento poblacional es que “ha crecido mucho la especulación inmobiliaria; muchos lugares que eran monte o duna ahora son lotes para la venta”. En el mismo sentido se expresó Rodríguez, que señaló como la transformación más rotunda en estos años “el avance desmedido del negocio inmobiliario, sin ningún tipo de ordenamiento territorial; se están haciendo cosas muy violentas con el entorno”.
Sobre esta problemática dice Cajarville en su libro: “Las dinámicas inmobiliarias que permean el territorio están contribuyendo actualmente a una segmentación interna”.