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foto: difusión s/d de autor

Sergio Blanco se mete en la autoficción con “El bramido de Düsseldorf”

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A los 22 años, el director y dramaturgo Sergio Blanco se instaló en Francia después de recibir el premio Florencio Revelación, y de haber sido becado en la Comédie-Française. En 2016, cuando se cumplieron 23 años del comienzo de su aventura europea y su tránsito por numerosos escenarios griegos, alemanes, franceses y brasileños —entre tantos—, Blanco reestrenó tres obras impactantes: La ira de Narciso, Tebas Land y Ostia (que se puede ver este lunes a las 20.00 en la Alianza). En la primera, Gabriel Calderón interpreta a un personaje llamado Sergio Blanco, y a partir de la intimidad que genera la habitación de un hotel, alterna el mito de Narciso, la intriga policial y los avatares propios de la vida. Tebas Land transita por el legendario mito de Edipo y un muchacho preso por haber matado a su padre a tenedorazos; la puesta avanza a partir de sucesivos encuentros entre un dramaturgo (Gustavo Safores) y el joven parricida (Bruno Pereyra) en una cancha de básquetbol dentro de la cárcel. Con Ostia fue la primera vez que Blanco decidió subir a un escenario, a partir de una obra que desarrolló junto a su hermana Roxana, y en la que ambos repasan la infancia y el pasado compartido.

Ahora, con El bramido de Düsseldorf, el dramaturgo vuelve sobre sus obsesiones: según adelanta, aquí recurre al mito: “Por un lado, está el mito de Acteón, que es un célebre cazador convertido en ciervo por haber sido sorprendido mientras espiaba a Artemisa, la diosa de la caza: ella le lanza un puñado de agua y lo transforma. En la obra hay una referencia a esto, pero también a mitos modernos y contemporáneos. Porque el mito no sólo responde a relatos del mundo grecolatino, sino también al mundo contemporáneo. Y, en particular, El bramido... hace referencia a una figura mítica, Peter Kürten, que fue un asesino serial alemán, muy conocido como “el vampiro de Düsseldorf”. Es el que inspiró la película M, de Fritz Lang. A esto se suman mitos contemporáneos, como pueden ser las marcas Nike, Adidas, Coca Cola, Ray-Ban”. Esas marcas ya estaban presentes en Tebas Land y La ira como “guiñadas a esos relatos que presentan cierta carga mítica”.

De modo que, para el director, su nueva obra se inscribe en su necesidad de explorar mitologías, y de reescribir textos anteriores, por su convicción de que estos relatos breves concentran la esencia de la condición humana. “De alguna manera, los mitos siempre tocan los grandes temas, como el eros y el tánatos, el amor y la muerte. Y así también hablan del tiempo, de la amistad, de la lealtad, de la guerra, de la soledad, de todos los temas que nos habitan. Y por eso mis obras recurren mucho a ellos”.

El aullido

En paralelo, Blanco ha venido trabajando sobre el modo literario conocido como autoficción, que en su lectura define como un cruce de relatos reales y ficcionales. Si bien es un género esencialmente narrativo, hace unos años que lo ha extendido al teatro, y su próxima puesta no será la excepción. Adelantó que la obra surge de un episodio real: una madre chilena le envió un correo contándole que su hijo se había suicidado en condiciones muy similares a las que suceden en La ira de Narciso. Así, primero se dio “el contacto epistolar que establecí con esa madre que me pedía el texto para intentar conocerlo y buscar claves o mensajes posibles de su hijo”.

Lo segundo fue un hallazgo fonético, ya que en ese entonces viajaba en tren por Alemania, rumbo a conocer una de las versiones de Tebas Land, y tuvo que pasar por Düsseldorf. “Vi el nombre de la ciudad y me gustó”, dice Blanco. Entonces, “entre recibir esa carta y el descubrimiento de Düsseldorf comencé a escribir este texto”. En el espectáculo el personaje de Sergio Blanco viajará a esta ciudad, donde se enfrentará a la agonía y muerte de su padre. “Son los últimos tres días de la vida del padre de Sergio Blanco en esa ciudad, al mismo tiempo que este personaje hace varias cosas. Nunca sabemos qué es exactamente, nunca entendemos por qué está allí; si para conocer de cerca la historia del vampiro, si para escribir guiones para una productora porno, o si lo hizo para circuncidarse en la sinagoga”.

Asumir el riesgo

Para Blanco, este regreso a los escenarios uruguayos responde a su interés por explorar la autoficción. “Siento la necesidad de esta escritura que parte de lo vivido, y por eso mismo necesito ser yo el que las lleve a escena. ¿Por qué en Uruguay? Porque es un lugar al que estoy viniendo más seguido, y porque es un espacio que me permite trabajar muy cómodo y muy distendido. De todos modos, si bien son producciones que se hacen en Uruguay, siempre implican una proyección internacional, porque nuestros proyectos se estrenan en Montevideo pero luego giran por los circuitos latinoamericanos, centroamericanos y europeos. Tebas Land, por ejemplo, hace cinco años que viene girando, y El Bramido... lo estrenamos aquí, pero ya tenemos asumidos compromisos para 2018 y parte de 2019. Y lo mismo sucedió con Ostia y con La ira”.

El autor de Calibre 45 sólo entiende al actor como un constructor del espectáculo, y no como alguien que interpreta un texto dirigido por un puestista. Por eso, cuando comienza a trabajar como director, la obra adquiere otros sentidos. “Siempre defino al artista contemporáneo como alguien que constantemente está buscando nuevas formas, no por una necesidad de originalidad o novedad –eso no me interesa en lo más mínimo–, sino por el desafío del riesgo, por un placer del riesgo. Y eso es lo que lo define. Ahora estamos en pleno riesgo, y para mí es muy gratificante, porque eso mismo es la creación. Es arriesgarse a decir algo”.

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