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Liz Agiss en Slap & Tickle.

Foto: Joe Murray

Bofetadas y cosquillas en la Muniz

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El espectáculo británico Slap and Tickle llega este fin de semana.

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La acumulación caótica parece su marca: en su sitio web se define una “mujer perfomer, coreógrafa, bailarina, cineasta, tutora, maestra y locutora experimentada, respetada y motivadora” que los públicos de ámbitos variados como “la danza, el teatro, el cine, y la academia” pueden apreciar. No extraña que su estilo se haya definido, en varias ocasiones, como una especie de vodevil desbordante: el vodevil en sus mejores momentos es caleidoscópica mezcla de estilos y registros, siempre tirando al grotesco. Lo que promete la inglesa Liz Aggiss con su Slap and Tickle (Bofetada y cosquilleo), que llega a Montevideo como parte de una gira mundial empezada el año pasado y se presenta mañana y pasado en la sala Zavala Muniz a las 20.00, es esto y más: de corte abiertamente feminista, su teatro-danza se caracteriza por una actitud polémica hacia cuestiones socialmente sensibles, con un estilo que roza continua y conscientemente lo vulgar y extravagante. Desde sus inicios, a mediados de los años 80, esta exuberancia y comicidad con toques agresivos (punk tal vez sería una buena síntesis) se diseminó en más de 20 espectáculos (y algunas películas) –en colaboración, hasta 2005, con Billy Cowie– cuyos programáticos títulos hablan solos: Bailarina grotesca, Once ejecuciones, Absurdidades, Divagando, Visión doble, Cortado con un cuchillo de cocina (en claro homenaje a Hannah Höch), entre otras.

En Slap and Tickle uno de los focos es la sexualidad, y aun más la exposición de esta por parte de mujeres, como ella, que han pasado los 60, seguramente poco representadas en roles provocativos: Aggiss utiliza en este monólogo –además de cierta cantidad de objetos– su cuerpo como eje de la pieza, como siempre ha hecho. Sus contorsiones, mímica, continuos cambios de roles, voces y prendas le han brindado el apodo de “gran dama de la danza anarquista”. Y no se puede olvidar, en el clima circense que generan sus espectáculos, el involucramiento del público, por ejemplo mediante la ráfaga de preguntas que la actriz bailarina arroja a la platea, a menudo incómodas. Montevideo tiene ahora la posibilidad de comprobar si y cómo se ha mantenido el espíritu que animaba Aggiss en sus comienzos, cuando un crítico sentenció de un ballet suyo: “Ufano, hipnótico, silenciosamente provocativo y retador, es un asalto regenerador a la danza convencional”.

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