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(No tan) llenos de magia

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Reseña de “Destilar”, de La Vela Puerca.

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Como quien no quiere la cosa, Deskarado, el primer disco de La Vela Puerca, está cumpliendo dos décadas. Desde aquel puntapié inicial en el que los comandados por Sebastián Teysera plantaron su semilla de alta magia ska con pizcas de reggae, pasaron seis discos más –y un EP con tres temas, Pasaje Salvo, de 2013–, contando el que acaba de aparecer en las bateas: Destilar. Pese a lo que cantaba aquel morocho de Tacuarembó, 20 años es bastante, y en ese tiempo La Vela, además de vivirlas todas, supo edificar un sonido que cualquiera puede identificar incluso a distancia y distraído, aunque supo hacerle algunas remodelaciones a lo largo de los discos. En el insuperable De bichos y flores (2001) la banda redondeó su ska fiestero de melodías de vientos compartibles (si Uruguay tuviera algo parecido a un programa espacial, “El viejo” hubiera sonado hasta en Marte), y en Piel y hueso (2011) terminó de levantar su estructura punk, hasta romper un poco el molde con Érase... (2014), en el que, como nunca, coquetearon con el pop –y muy bien, como en el hit “¿Ves?”–.

“Parece que nada va a cambiar”, canta Teysera en el tercer tema del nuevo álbum, “La nube”, que además es el primer corte de difusión –con su correspondiente videoclip–, y parece que se refiere al sonido de su banda. El gran tema es tratar de dilucidar si, así como Al Pacino en algunas de sus últimas películas –como Stand Up Guys (2012), por ejemplo–, simplemente se dedica a hacer de Al Pacino, hasta qué punto en Destilar La Vela Puerca no se está ocupando de hacer de La Vela Puerca, es decir, siguiendo la línea cantada, apenas remodelando un poco la fachada del mismo edificio sonoro.

“La nube” tiene una intro anodina, de guitarra eléctrica con distorsión sutilmente podrida que se sostiene sobre un mismo acorde, y que está lejos de aquellos estallidos de épica como los de “Llenos de magia”. Cuando irrumpen los vientos, la canción parece que va a levantar, pero no, se queda por ahí, como una promesa –aunque hay que reconocerle un solo de guitarra bastante inspirado–. Pero lo que más llama la atención es la voz de Teysera, que si bien, se sabe, nunca fue Frank Sinatra ni mucho menos, y en Festejar para sobrevivir –DVD de 2017 grabado en vivo para festejar los 20 años de la banda– ya se advertía una merma en su potencial, en “La nube” canta bastante apagado, y eso se nota más en el seudolevante de la canción, en el que incluso su voz no está muy destacada en la mezcla –paga $0,00 que es a propósito, por supuesto–.

Pero este sabor a poco que deja el corte de difusión se olvida con el tema con el que arranca el disco –por algo lo pusieron primero–: “Velamen”. Ahora sí, un riff hecho y derecho, con punch, contrapunteado con la voz de Teysera, que arranca pidiendo “una cerveza, por favor, / que vengo del infierno”, para después pedir otra porque viene celebrando “al bucanero y al amor” que lo está esperando, en clara señal de esperanza velapuerquera, como la que transmite el pegadizo “oh oh” del final, que seguramente será coreado por todo el mundo en los toques en vivo (es una interesante vuelta de tuerca que esa melodía esté a cargo de un coro y no de los vientos).

La mayoría de las canciones tienen un pulso rápido, pero al igual que en los últimos discos, el ska desapareció –al menos en el sentido estricto de la guitarra rítmica tocada con la técnica skank–, aunque tampoco estamos en presencia de canciones muy punk como las de Piel y hueso ni de caminos pop como las de Érase. Por lo tanto, la banda agarró por el medio. Pero quizá la falta que más se nota es la de los vientos, y no porque no estén, sino porque –también, como en los últimos discos– suenan más bajo que las guitarras. Es probable que el motivo de esa bajada de perilla sea que algunos de los arreglos de vientos no son tan para arriba como los de otrora. El mejor ejemplo es el del segundo tema, “Atala”, en el que los metales deslizan una melodía de cadencia un poco tristona, contrapuesta a la otra vez esperanzadora letra de Teysera, que nos tira su posta ante la incertidumbre del futuro: “Vivimos de morir. / Atala, no la sueltes, no la dejes ir. / Ahora toca seguir. / Mañana no es razón / para cada minuto que disfrutes hoy, / que nadie sabe este guion”.

“Atala” junto con “Casi todo” son de los mejores temas del disco. Este último es mucho más punk, con unos vientos un poco más al frente y para arriba –recuerda lo mejor de De bichos y flores–, en la que Teysera termina de pulir el optimismo que esboza en los primeros temas con la terminología del mundo digital que nos abruma: “Soy un mega de cordura / entre la ciberlocura. / Un destello de esperanza, / portador de la balanza”.

Si bien tiene sus buenos momentos (a los mencionados hay que agregarles “La luna de Neuquén”, tema acústico y relajante con arreglos de cuerdas, y el break de teclado de “Mi diablo”, que aporta un timbre distinto a la atmósfera del álbum), a medida que el disco avanza va dejando una especie de déjà vu, no sólo de canciones de otros discos sino incluso del mismo Destilar, que estaban dos o tres tracks atrás. Pero el recuerdo de los mejores momentos de De bichos y flores y A contraluz (2004) son borrosos, como los que se tienen después de una dura resaca. Es la misma sensación que se experimenta al ver algunas de las infinitas películas de Jurassic Park: por instantes recordamos qué buena que estaba la primera, pero no es lo mismo. Habrá que aferrarse a la esperanza de Teysera y pensar que algún día volverán llenos de vida, llenos de magia.

Destilar. La Vela Puerca. 2018. Bizarro/Sony Music.

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