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Contra el olvido: dos discos tributos y cuatro microdocumentales en torno al centenario de Amalia de la Vega

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“Una cantante perfecta”, dice el cantautor Rubén Olivera sobre Amalia de la Vega. Y destaca, junto a la belleza de su voz y su técnica, su trabajo como compositora, su conocimiento de los géneros. Si para Atahualpa Yupanqui era “el sonido que parece surgir desde las entrañas de la madre tierra con la autenticidad de los grandes artistas”, para Lauro Ayestarán, “entre los que proyectan el hecho folclórico al terreno artístico”, la figura de Amalia de la Vega “se recorta en el Río de la Plata con perfiles propios”, además de unir “armónicamente un bello metal de voz, la más sólida afinación y la dicción más clara para recrear las tradicionales melodías” en el estilo más adecuado. Olivera, que subraya el asombro de sus méritos sin haber estudiado formalmente, recuerda que referentes como Ayestarán y Eduardo Fabini, cuando “criticaban a otros, se preguntaban por qué no compartían el rigor de Amalia”.

¿Qué implica, a nivel de repertorio, que De la Vega haya musicalizado a poetas nativistas como Fernán Silva Valdés y Tabaré Regules? “Era una defensora de lo criollo”, responde el cantautor, y dice que por eso se ensambló con estos poetas, así como con la defensa de interpretar –más allá de que cantó zambas, cuecas y demás– milonga, cifra, estilo, vidalita; “una serie de géneros que, después, los de la generación más politizada tomaron poco”, a la vez que componía “discos que afianzaran un intento de música que se diferenciaba de lo argentino”.

En cuanto al desconocimiento de su figura y su obra, su inclusión en el Álbum de la Orientalidad (1975) y su abstención política, recuerda que la foclorista dejó de cantar a mediados de los 60 y retomó en 1975: “y no es que fuera asociada a la derecha, sino que simplemente no tenía interés en cuestiones políticas, más allá de que la incluyeron en actos durante la dictadura. Fue más bien incluida antes que colaboradora, más allá de que esto siempre sea un poco ambiguo. Pero no cantaba un repertorio politizado, y se suma el hecho de que ella fue desconocida”. No obstante, Olivera explica este desconocimiento por un problema estructural del país vinculado a la difusión de su pasado.

En el marco del centenario de su nacimiento, este año se organizaron decenas de actividades: la Dirección Nacional de Cultura editó un disco tributo versionado por 12 artistas, con énfasis en su faceta autoral y compositiva; Arlett Fernández le dedicó un álbum homenaje (impulsada, en 2015, por Ramón Marquisio y Estela Magnone); la musicóloga Olga Picún, junto con estudiantes de la Facultad de Información y Comunicación (FIC), elaboró cuatro documentales audiovisuales temáticos; y, entre los proyectos que aún están en proceso, Moriana Peyrou trabaja en un libro biográfico que no será una cronología de su vida, sino que “tomará algunos rasgos de su personalidad para contar una historia relacionada con su carrera artística” y, entre los hallazgos de la investigación, destaca un sugerente perfil humorístico.

La primera apuesta

“Llegué a la música por necesidad, cuando descubrí, por casualidad, que cantaba bien”, dice Fernández, una intérprete que al comienzo de su carrera, en 1993, se vinculó al ámbito tanguero y, dentro del género, son muy recordados, por ejemplo, su actuación en el teatro Solís junto a Yamandú Palacios y el reconocimiento del Festival de Folclore de Cosquín, cuando en el año 2000 le dedicó dos importantes premios: el de revelación y el de la mejor voz de tango.

En 2005, cuando le diagnosticaron Parkinson severo, comenzó a alejarse paulatinamente de los escenarios, y en 2015 varios colegas (Fernando Cabrera, Estela Magnone, Malena Muyala, Olga Delgrossi, Rubén Olivera, Mauricio Ubal, Fabián Marquisio, Martín Ibarburu, Eduardo Larbanois, Moyi Figueira y Luis Esquibel) decidieron organizarle un concierto homenaje.

La primera vez que escuchó a Fernández en vivo, a Magnone le impactaron el color y el caudal de su voz, así como “su poderosa presencia escénica”. “Luego de eso la invité a cantar conmigo en algunos espectáculos y siempre despertaba admiración en quienes nunca la habían escuchado”, cuenta. Para Magnone, en los temas más folclóricos es en los que ella se vuelve “insuperable”: “Así lo demuestra su disco homenaje a Amalia, en el que su voz luce en todo su esplendor”.

Marquisio (que además de ser el productor y arreglador del disco se encargó de los coros, las guitarras y el charango, entre otros instrumentos) admite que Amalia es un álbum atípico. El músico la conoció cuando era “una gloria del folclore, y ahora estaba en medio del ostracismo y en una situación económica muy compleja. Con Estela Magnone decidimos hacer un recital en la sala Zitarrosa”, y en ese entonces Cabrera y Magnone se lamentaron de que no hubieran editado un disco que registrara “esa voz magnífica”, aunque “sin la posibilidad de que hiciera prensa ni lo presentara, era difícil que alguien lo editara”, dice Marquisio años después, cuando el álbum acaba de ser editado por el sello Bizarro. Su padre, Ramón Marquisio, al recordar que en 2019 se cumpliría el centenario, fue quien sugirió hacer un disco homenaje a Amalia. “Cuando se sintió mejor, decidimos que se instalara dos días en el estudio. El primer día grabó cuatro canciones, y al siguiente, cinco. Ese era el material que tenía para trabajar, sin otras tomas ni posibilidades de cambio. Eso, también, es lo impresionante del disco”, reconoce Marquisio.

No se puede cantar temblando

En 2015, cuando se despedía del escenario y le sugirieron grabar a Amalia, Fernández se ilusionó, pero también le generó mucha inquietud el estado de su voz, ya que “no se puede cantar temblando”, explica. Cuenta que pasó el tiempo y un día Marquisio le mandó una posible selección. Escuchó y analizó los temas, y volvió a estudiar su obra, porque antes que cantante se considera una intérprete. Cuando, meses después, Magnone la buscó para empezar a grabar, volvió “a convivir con la incertidumbre y el miedo de no saber si podía hacerlo. Pero lo logré: en un día y medio logramos dejar las bases de la música. Me emocionó mucho cuando lo escuché: fue una batalla ganada”.

En el disco también participaron –en forma honoraria– Julio Cobelli (guitarra), Bettina Lain (flauta traversa), Eric Wangensteen (trompeta y fliscorno) y Moyi Figueira (bajo).

El vínculo de Fernández con Amalia comenzó durante su infancia: “Tengo 57 años. Crecí durante la dictadura escuchando folclore argentino. Todas las noches, cuando nos íbamos a dormir, prendíamos una radio vieja en la que escuchábamos Su cita folclórica. En ese contexto descubrí a Amalia, y siempre me impresionó su voz. Mientras vivíamos el proceso de apertura democrática, su música me fue llegando junto a otras”.

Durante su carrera, mientras investigaba música y cantautores latinoamericanos, y en sus presentaciones apostaba por incorporar una composición de cada país. Cuenta que se olvidó un poco de Amalia hasta que un día se enteró de que le iban a entregar un premio. Cuando fue a verla, dice, “todo fue un asombro para mí”. Con el transcurso de los años, luego de grabar varios discos, de vivir en Buenos Aires y hacer giras por el interior argentino, “en algún lugar estaba Amalia, sólo que todavía no había encontrado el momento ni con quién. Y como no pude volver a cantar, este será mi último legado”.

Amalia de la Vega: tributo a 100 años

El asesor Daniel Machín dice que la Dirección Nacional de Cultura se propuso homenajear y poner en valor la figura de Amalia por la efeméride y por ser una referente de nuestro folclore. “Pero, a diferencia de otros, el legado de Amalia ha quedado un tanto solapado y, con ella, parte de la identidad musical. Si bien tiene un público y es destacada, sobre todo, por colegas, su cancionero no suena en las radios con asiduidad y la mayoría de sus discos no han sido reeditados; hoy en día, apenas hay dos trabajos (y uno de ellos es un compilado) en la plataforma Spotify”. Además de “poner sobre la mesa el rol de la mujer en la cultura uruguaya” a partir de “una rara avis en un universo muy masculino”. “¿Cómo lo logró? ¿Era realmente un caso único, o fue simplemente la que pudo hacerse un lugar? ¿Cuántas Amalias quedaron por el camino?”, se pregunta.

Para este disco tributo versionado por artistas de distintos ámbitos (Clara García, Eli Almic, Ana Prada, Florencia Núñez, Laura Chinelli, Samantha Navarro, Yisela Sosa, Marihel Barboza, Maia Castro, Carmen Pi, Alfonsina y Estela Magnone) convocaron a tres productores (Fede Lima, Nicolás Demczylo y Fabrizio Rossi) para que seleccionaran las canciones (en todos los casos Amalia es autora, al menos, de la música), armaran los arreglos y designaran las posibles intérpretes. En paralelo, hicieron una postulación formal a la Comisión Nacional de Patrimonio para que el homenaje se convirtiera en el lema de este año.

Documentales

Con dirección de la musicóloga Olga Picún, estudiantes de la FIC (coordinados por Juan Pellicer) realizaron cuatro microdocumentales: el biográfico Perla-Amalia; Las cosas nuestras; Cantora radial, que aborda, como sugiere Picún, el lugar de la mujer en el medio, ya que Amalia comenzó a ir a la radio a los 22 años y no podía acudir sola (por eso, la acompañaba su primo Carlos Martínez Moreno); y Una gran casa en Francisco Simón, donde vivió junto a sus diez sobrinos.

“Hilario Pérez dice que las tres voces siempre han sido Gardel, Amalia y Zitarrosa, y ahí hay un hilo conductor musical muy claro, en el que Amalia es el puente”, indica Picún, a la vez que destaca su capacidad interpretativa, que no se condice con su formación, ya que, desde el punto de vista musical, “y de la musicalización de la poesía, se confirma a una persona de mucha inteligencia y sensibilidad, y muy conocedora del entorno en el que canta”.

Los documentales, con un perfil didáctico, hacen hincapié en el papel que ocuparon el oído y la intuición en la composición e interpretación de su repertorio, y reúnen a distintas figuras que abordan distintos aspectos de su obra y su personalidad: el guitarrista Hilario Pérez, sus sobrinos (cuentan que le gustaba mucho el fútbol y que iba al estadio los domingos, cuando las mujeres y los niños entraban gratis, y si bien era de Nacional, un día dijo ‘yo soy de cuadro chico’ y se hizo hincha de Huracán Buceo), Sylvia Puentes de Oyenard (recuerda que de niña cantaba escondida detrás de la puerta y que, ya adulta, nunca cedió a la presión que pautaba que debía presentarse con vestidos de fiesta, porque decía que era imposible cantar milongas y vidalitas de lentejuelas), María Julia Listur (sobrina política que vivió con Amalia cuando fue requerida por la dictadura), Eduardo Larbanois (comenta que, al no contar con una formación académica, componía las canciones y las pasaba por tarareo a los músicos; “ella tenía una dicción perfecta y cuidaba mucho la acentuación de las palabras; eso generó una impronta”), y fragmentos de la entrevista televisiva que en 1999 le hizo Rubén Olivera, en la que confiesa que siempre le tuvo terror al medio, a la presentación: “Me gustaba actuar a solas en el estudio y por años lo hice así, pero después tuve que ir cediendo, de a poco”.

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