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Néstor Montalbano.

Foto: Federico Gutiérrez

Néstor Montalbano: El hombre que inventó el fútbol y la Argentina

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Por estos días se exhibe en nuestro país No llores por mí, Inglaterra, coproducción argentino-uruguaya que reescribe las invasiones inglesas a Buenos Aires. El director Néstor Montalbano, quien trabajó en series como Cha Cha Cha y Todo por dos pesos, imaginó un año 1806 en el que ya existen el fútbol tal y como lo conocemos, la selección argentina antes de la independencia del país y hasta ese adictivo juguete conocido como spinner.

En esta mezcla de Piratas del Caribe (Gore Verbinski, 2003) con Escape a la victoria (John Huston, 1981) se cruzan personajes que hablan como argentinos con otros que hablan como españoles, como ingleses o como locutores de televisión.

Montalbano habló con la diaria acerca de su película, que es protagonizada por Gonzalo Heredia y cuenta con la actuación de Diego Capusotto, su eterno socio en el humor. Pero también habló de reír y de jugar.

Este proyecto tiene unos cuantos años. ¿Recordás cómo surgió la idea, si por el lado del fútbol o el de la historia?

Surgió por la historia. Siempre me fascinó el tema de la historia; pertenezco a una generación que creció con películas históricas en la Argentina de los 60. De chico me disfrazaba de prócer y de grande tuve esta inquietud de querer hacer una película histórica. Por donde me llevó la vida con el humor, no pude ser totalmente solemne frente a ella, y me metí en esta fábula. Lo primero que supe es que yo quería hacer las invasiones inglesas. Primero iba a ser con el boxeo. Los ingleses traían un boxeador, un negro tremendo que venía reventando en Ciudad del Cabo, en todos lados. Pero me quedaba corta la historia y enseguida apareció el fútbol.

¿Qué tan de vida o muerte es el fútbol para vos?

Lo vivo moderadamente. Soy hincha de San Lorenzo y me involucro más cuando le va bien, porque no quiero sufrir. Sí con la selección argentina, porque tengo un corazón más amplio, pero no está en mí el fanatismo.

¿Te costó encontrar el tono de la película?

No.

¿No tuviste la tentación de agregar más anacronismos, por ejemplo?

Puede ser. En los primeros libros los fui limpiando, tenía muchos más. Me daba un poco de miedo abusar de eso. Pero el registro no, porque me considero muy seguro de desde dónde abordo una película, y no lo pienso mucho, no me preocupa. Me preocupa sí tener un buen guion, que tenga un buen avance, que tenga una buena estructura, que tenga una buena historia. Eso sí lo estudio mucho y lo llevo hasta el último día de rodaje. Es lo que más me mortifica. Pero no en el estilo. En el estilo me dejo llevar, y hasta a veces me paso de rosca. Y casi siempre lo termino definiendo cuando estoy rodando.

Con que tenga cierta coherencia interna es suficiente.

Exacto, porque la tiene el guion, porque tengo el límite en el guion, que para mí es de hierro. Sí me abro adentro, después, si encuentro que eso lo puedo explayar, pero siendo funcional a lo que el guion me está pidiendo.

¿Cómo resolviste el tema de los diferentes idiomas que hablarían los personajes?

Hablando con los actores de punta, que eran los que más marcaban el tono. En este caso, el general Beresford, un inglés que me iba a sostener toda la película. La decisión la tomé muy rápido, frente a Mike [Amigorena], porque todo fue en un café. Si al tipo yo lo hacía modular como un inglés que habla el español, iba a cansar. Y Mike tiene una muy buena voz, entonces le pedí que me hiciera el latino neutro. Le dije: “Hagámoslo como si estuviera doblado”, que es el verosímil de lo que vemos cuando nos doblan a un inglés. Es así. Entonces partió de ahí. Mirta Busnelli me ofreció hablar como si fuera una inglesa hablando en español, mezclando palabras porteñas, como “boludo”. También lo hizo en un café y le dije: “Ni dudarlo”. La comediante estaba sintiendo que era por ahí.

Contame acerca del marco histórico de la película.

En 1806 sufrimos la primera invasión inglesa, que después derivó en una segunda. Yo me centro en la primera. La particularidad que tiene esta película es que yo adelanto toda la historia de mi país en ese período de 60 días que tuvo esa invasión. Porque llega el fútbol, que no estaba, y llega la palabra “Argentina” denominando a un seleccionado que va a derivar en un territorio, en un país. El hecho central es la llegada de esos ingleses a una colonia española, y un problema que enfrentaba en la historia es que no tenía identidad como argentino. Estaban los criollos, pero bajo el dominio de la corona española. En definitiva, era España contra Inglaterra. El desafío, el riesgo, fue extrapolar todo esto del fútbol y la argentinidad a aquel momento.

Y tu verosímil lo permite.

Ahí están los límites que vos me preguntabas si puedo pasar, y sí paso. El humor te lo permite.

Hay un momento fundamental al comienzo, cuando Gonzalo Heredia aparece girando un spinner, como diciendo “acá hay cosas que me vas a tener que permitir”.

Lo entendiste perfectamente. Fue muy pensado desde ese lugar. Si querés entrar en la historia y me aceptás esto, relajate y te vas a divertir. Si me decís que esto es una boludez, que está fuera de moda o lo que me quieras decir, ya sé que te vas a quedar afuera. Es una manera de decantar. Es muy inteligente tu percepción y, modestamente, es lo que pensé.

Juguemos, no sólo al fútbol sino también al cine.

Juguemos, pero de esta manera: yo te muestro esto, pero a la vez te estoy mostrando que la ropa de este tipo es de 1806. El vestuario es traído de España porque no había vestuario fiel en Argentina; se deschava que el botón es de plástico. Hicimos el riesgo de traerlo de Cornejo, una sastrería que le provee incluso a Piratas del Caribe. ¡De hecho, hay vestuarios que son de esa película! Yo sabía que iba a hacer una película cómica. O graciosa. No es cómica, es graciosa. Pero si te la muestro con cotillón y ya no me creés de entrada, y te estoy dando un spinner, que el spinner sea de esa época y el vestuario también. Vamos a jugar, pero en serio. Con honestidad.

¿Te siguen haciendo reír las mismas cosas que en la época de Todo por dos pesos?

Tal vez sí. Lo que pasa es que es muy difícil ver hoy cómo se superaría uno volviéndolo a hacer, porque creo que el país se transformó en una parodia en sí mismo. Estos días me estuve preguntando, si volviera a hacer eso, desde dónde lo abordaría. Sería muy obvio todo. Como artista estaría muy inquieto si no encontrara un nuevo móvil original donde ponerme. Pero me hacen reír las mismas cosas y me río más que antes, porque es tan cruel todo.

¿También como espectador?

No, no, no. Pero porque soy un amargo viendo cosas que no son mías. Yo tengo mucho ego. No les presto atención a ver si me tienen que hacer reír o no. Yo me río en la vida, no por una película.

¿Será el ego o serán gajes del oficio? Al hacer humor uno empieza a verle los hilos.

No, en eso soy muy fresco, muy llano. Una vez me dijo un tipo: “Si vos ves cómo se hace la salchicha [el pancho], no la comés más”. Y yo quiero seguir comiendo salchicha. Ahí es donde se nos va la magia, y creo que el mundo ha perdido magia. Me parece que me río más que antes.

Entonces no sos tan amargo.

Sí con respecto al cine. Te vas poniendo grande y ahí sí, no veo cosas que me sorprendan tanto. Yo quisiera que me sorprendieran más. Y me pone en el desafío propio de querer suplir eso que no encuentro.

¿Es más difícil de ganar el público que va al cine a reírse?

La diferencia está en la respuesta. Una película dramática no sabés si le gustó al tipo, pero por lo menos está todo en silencio, salvo que alguno se aburra y se vaya. O cuando empiezan los cabezazos, la distracción, el celular. Pero en el humor es muy frustrante cuando hiciste un chiste que creíste que la rompía y vas a la sala y no se rieron. Eso es espantoso. La respuesta es inmediata en el humor.

Si eso sucede, ¿seguís defendiendo a ese chiste?

Me deja la duda. Y es una duda horrible, porque decís: “Puta, le estoy pifiando. Apuntá mejor”. No me entendieron. Es lo peor que me pasa. Y yo en eso estoy en riesgo todo el tiempo, porque hago un estilo de humor que salta un poco de los cánones convencionales. Yo sé que lo que hago es una mezcla, es bastante ecléctico y tiene una personalidad. Que a muchos les vuela la cabeza y a otros no les gusta. Ese límite lo conozco. Pero también está esa aceptación del que no le gusta: no le quiero contar cosas a ese tipo, eso está claro para mí. Y esa formación de la aceptación la vas haciendo con la madurez. Lo sufrí mucho más antes, ahora no.

Volviendo a No llores por mí, Inglaterra, se nota una apuesta fuerte a la música incidental.

El cine de hoy perdió la música. Está clavado en un naturalismo casi agobiante. Yo vengo de la generación de Ennio Morricone. Vengo de El bueno, el malo y el feo [Sergio Leone, 1969], de Cinema Paradiso [Giuseppe Tornatore, 1988]. Le doy un valor tremendo a la música, soy lo más rompepelotas que te puedas imaginar con la música con la música. Las películas primero las musicalizo en mi casa y después se la llevo al músico para que replique su talento. No lo voy a subestimar, no quiero que me copie: por algo lo elegí como músico y como talento. Esta orquesta está grabada en Macedonia con 62 músicos. No por exquisitez mía, sino por la política argentina, porque fui a contratar 60 músicos y me salía el doble que grabarla en Macedonia. Eso es un problema, porque hubiese querido darles laburo a los compatriotas.

¿Te había tocado filmar una escena tan compleja como la batalla contra los ingleses?

No, y fue un aprendizaje. Antes de hacerla miré algunas escenas de batallas de películas importantes. Después me dije que no iba a tener el tiempo de hacer eso desde la producción, no iba a tener 40 días para hacer la escena en donde le cortan la cabeza a un tipo. Pero necesito ver lo orgánico; a mí me molesta mucho cuando una batalla no es orgánica. Las batallas mal filmadas, que carecen de coreografía, son un enchastre. Acá los chicos tuvieron clases de esgrima durante un tiempo, y los que representan la batalla son gente que representa batallas en Buenos Aires en la época de las invasiones inglesas. Gente especializada que sabía cómo moverse. Así que yo puse la cámara y planteé las situaciones que quería que me recrearan, pero fue muy profesional.

¿Quién dirías que es el rival de Argentina en este momento, su Inglaterra?

El mismo argentino. Hoy el problema es el argentino, todos estamos involucrados. Necesitamos un estado de maduración y de transición, tenemos que salir de la locura de la bipolaridad que tenemos. Yo creo en la grieta y la confrontación, pero no la bancamos. Entonces se transforma todo en un estado de tirantez, y en el medio están los tipos que laburan y quieren ir para adelante. Todavía no vemos el horizonte, entonces estamos en una etapa angustiante. Y es muy fácil decir que el enemigo es [Mauricio] Macri o [Christine] Lagarde, pero en definitiva somos nosotros los que llegamos a todo esto.

Hablemos de la tentación a la hora de trabajar con Capusotto.

Uno de los dolores más grandes que tendría en mi vida sería darle a él un fracaso, algo que no se merezca. Lo conversamos mucho desde ese aspecto cuando vamos a laburar. Podría haberle dado el personaje protagonista, pero un Manolete hecho por Capusotto sería otro registro. Heredia lo hace espectacularmente bien, y yo quería que fuera eso; el personaje que te lleva de la mano y se destaca por neutralizar todas las acciones. Capusotto se hubiese robado la película, sin duda; pero yo no sé si en un contexto real, puesto él en esa situación, hubiese funcionado bien y no hubiese sido una masacre para él tenerlo todo el tiempo en plano.

Yo hablaba de tentarse de risa. ¿Te sigue pasando, después de tanto tiempo?

Si nos mantiene serios es porque él o yo estamos haciendo algo mal. Hay una complicidad inmediata de estar riéndonos aunque pidamos un café. El día que perdamos eso, vamos a ser dos viejos chotos.

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