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Bauhaus: paradojas de una exposición

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Mirada de neófito.

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Sencillez.

Funcionalidad.

Audacia.

Los principios de la escuela de diseño Bauhaus no sólo transformaron, casi que inventaron, esa disciplina. La forma de eso que consideramos “moderno” es hija de su influencia. Ahora que la Bauhaus cumple 100 años, Montevideo la recuerda con una muestra. Una muestra que no es sencilla ni funcional, y a la que le faltó audacia para ocupar más y mejores espacios expositivos.

El mundo entero es una Bauhaus estará hasta el 11 de agosto en el Museo Blanes. Ya al entrar se intuye la incomodidad con la que los enormes paneles explicativos fueron colocados, con fórceps, en el edificio de inspiración palladiana. Es posible seguir hacia la derecha y apretujarse entre otros cartelones –muy claros e interesantes– o caminar en dirección a las sillas que están frente a la tienda del museo. La pieza que se ve ahí es una luz de esperanza. Uno de los diseños más célebres de esa escuela, la silla Wassilly, restaurada en mimbre gracias a una idea de Esther Haedo. Un objeto tamizado por la mano de quien fuera, junto con Enrique Amorim, habitante creadora de ese islote de modernidad que fue el chalet Las Nubes, en el lejano oeste uruguayo. Una pieza acriollada que presagia una indagación sobre cómo se adaptó a suelo nativo una especie proveniente de la factoría de ideas más célebre de Europa. ¿Se reflejará esa búsqueda no sólo en las charlas, interesantísimas, que la acompañan, sino también en los objetos que la integran?

Con esa promesa autoprometida se pasa rápido por las maquetas y aparece la vitrina con la celebérrima tetera de Marianne Brandt y con el genial ajedrez abstracto de Josef Hartwig. La tensión de la expectativa se mantiene. Pero luego, se vaya hacia la sala que se vaya, todo se desintegra. Los enormes paneles del comienzo parecen cada vez más enormes y atropellan el espacio sin dejar que el contenido ni sus visitantes respiren. ¿No era mejor dejar toda esa información para el catálogo-folleto que, acompañado de muy buenos artículos de especialistas locales, se vende a sólo 100 pesos en la tienda de recuerdos y libros?

La sensación final es ambigua. Montevideo forma parte de los festejos de ese centenario y pone ante los ojos de sus habitantes un fogonazo tras otro de esa utopía terrenal que fue la Bauhaus. Ahí están las fotos de la Silla africana (1925) de Marcel Breuer, del Equilibrista (1923) de Paul Klee, y del Autorretrato con amiga (1922-1923) de Richard Oelze. No es poco, es verdad, pero la forma no está adaptada a la función. Ambigüedad. No deje de ir, no se la pierda, aunque mientras la visite no pueda dejar de preguntarse si no había otro lugar más adecuado. Ya que los enormes paneles de la muestra vinieron en ese formato, ¿no se pudo segmentarla en más de un museo en vez de quebrar en dos “la sala del Desembarco” y volverla una especie de inquilinato expositivo? ¿No se pudo tomar por asalto un viejo edificio y complementar el Blanes?

Sencillez.

Funcionalidad.

Audacia.

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