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Rigoletto 007: sobre la puesta en el teatro Solís

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Mirada de neófito.

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Si los seguidores de Timothy Dalton dudan de que Sean Connery haya sido el mejor James Bond, pocos de los melómanos actuales cuestionan la primacía de Leo Nucci en el rol de Rigoletto. Tanto el espía británico como el bufón jorobado son hombres de otro tiempo. Para ambos la mujer es decoración o moneda. Si en algunos pasajes asume un rol heroico, la Gilda del Rigoletto de Giuseppe Verdi no logra calzar los puntos de una Tosca, de Giacomo Puccini. Gilda se sacrifica por salvar una vida que quizás no lo valga, movida por el amor, el deseo y la confusión, pero está muy lejos de ser esa fuerza a la vez calculadora y arrebatada que es Tosca.

Por eso la puesta de Rigoletto que se vio la semana pasada en el teatro Solís, dirigida por Jorge Takla, tuvo un enfoque escénico que intentó sacudirle la naftalina sin cambiar una coma del libreto original. Lo logró desde ese comienzo en que puso en escena, con crudeza y plasticidad, la violación de una joven. Por momentos parecía que estábamos asistiendo a una escena de Saló o los 120 días de Sodoma, de Pier Paolo Pasolini. Y aunque luego mostró algunos baches, después de ese inicio ya nadie podía festejar como una ocurrencia del simpático duque la célebre aria “La donna é mobile”. Por algo el público del martes 17, que estalló en aplausos más veces de las necesarias, mantuvo sus manos quietas cuando llegó la que, se supone, es uno de los hits del repertorio verdiano.

Takla, que apostó por una escenografía despojada e intensa, y momentos que apelaban, no sólo visualmente, a una Carmen, generó, con su enfoque político –sí, ese es el término– un regreso a los orígenes, más que una renovación. Aunque ahora, como pasa con toda la ópera, se lo haya domesticado como un producto de lujo, el Verdi de los tiempos de Verdi era un autor que componía en contra de los privilegios. Hablando de esa palabra, aunque en un sentido diferente, quizá en estas tres funciones del Solís haya estado alguno de los privilegiados que en 1998 cruzaron a Buenos Aires a escuchar a Nucci cantar Macbeth en el Colón. Pero incluso ellos han de haber sentido que la semana pasada Montevideo asistió a un gran Rigoletto en la voz y presencia del argentino Fabián Veloz.

En abril de 2020, cuando un nuevo Rigoletto suba a escena en La Fenice para repetir el error de contratar a Sparafucile para su vendetta, en el resto del mundo saltará a las pantallas una nueva entrega de la franquicia Bond. Será la última de Daniel Craig. El gran Nucci la verá en pantuflas de jubilado, ya que se retiró de su papel el viernes, con una función en la Scala de Milán después de 550 noches en 46 años. Su relevo son los centenares de barítonos que se están colocando ahora, y se seguirán colocando luego, uno de los trajes más desafiantes del repertorio lírico. El relevo de Craig está por verse. Pierce Brosnan –injustamente infravalorado como 007– opina que lo mejor es darle a una mujer espía la revenida licencia para matar. Porque hoy la donna ya no se deja llevar como una pluma en el viento.

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