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Fernando Cabrera

Foto: Alessandro Maradei

De las noches mías: como en la “vieja normalidad”, Fernando Cabrera se presenta viernes y sábado en La Trastienda

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Viveza, una pequeña comparsa, Ciudad Vieja, el barrio de Fernando Cabrera, su apartamento, en que recibe a la diaria. Afiches, multicolores que anuncian sus dos toques en La Trastienda, viernes y sábado a las 21.00. Dinero, yo compro, tu compras, él compra, nosotros compramos las entradas por Abitab a $ 1.000 (mesas) y $ 1.300 (platea preferencial). Minutos, pequeñas celdas sacadas del invierno; canuto, esta introducción diminuta se hace humo.

Vas a presentarte como siempre: con tu voz y tu guitarra, y un invitado, Gustavo Ripa, como en la “vieja normalidad”.

No cambia nada. Retomamos las dos fechas que teníamos previstas para mayo y fueron suspendidas. Perdí otras fechas, en la Rural del Prado, en la Semana de Turismo, y dos en Argentina, en Rosario y Córdoba. Chau, olvidate.

“Estoy experimentando una manera nueva de encarar la interacción de la voz con la guitarra”.

No es muy común el formato de cantautor solo con guitarra eléctrica. ¿Por qué te parece que encontraste tu lugar ahí?

Así como me encanta –¿y a quién no?– tener una banda, hacer arreglos y los distintos manejos musicales que se pueden lograr, con esto fui desarrollando una manera de tocar la guitarra y de cantar que pienso que va a seguir progresando. Todavía hay muchas puertas por atravesar con esa forma, que me deja muy contento por el resultado musical y que me permite experimentar con más de una faceta de la música. Tiene que ver con la dinámica, los matices, pero también con el manejo de la armonía, con la música analizada verticalmente, cuando aparecen tres notas al mismo tiempo, con los acordes; vengo experimentado desde hace mucho tiempo con cómo utilizar la armonía y también con los ritmos. Parece mentira, porque una persona con una guitarra no tiene nada de novedoso, pero estoy experimentando una manera nueva de encarar la interacción de la voz con la guitarra. Algo que resolví –por primera vez en mi vida– llevar a la práctica en una nueva grabación que estoy haciendo, para un futuro disco, que ya está muy avanzado.

¿Saldrá este año?

Capaz que sí. Faltan la mezclas, pero si lo termino en 15 días o en un mes no veo por qué no pueda salir antes de fin de año. Con este disco –y en vivo– hay una especie de rotura de la continuidad. No es como estamos acostumbrados, que una canción empieza y generalmente todos los instrumentos que van a tocar arrancan juntos y siguen sonando sin descanso hasta el final.

Es una cuestión de economía –en el buen sentido– musical.

Sí, la palabra aplica y se entiende, pero no es por ahorrar, es porque los elementos que estoy usando para mi necesidad estética son suficientes, no hace falta sobrecargar.

Pero tampoco es minimalismo.

No. Además, el concepto minimalista, que ha sido muy usado en los últimos tiempos, antiguamente tenía un significado un poco diferente, por lo menos aplicado a la música: también incluía la cuestión repetitiva, pero yo no voy por ese lado. Había varios compositores en aquella onda.

Philip Glass.

Exactamente, que tiene como una especie de razón de ser en lo repetitivo, con mínimos cambios que a veces uno ni los percibe. Por ahí no ando.

Siempre me dio la sensación de que lo que hacés en vivo con tus canciones y con las de los demás es como agarrar un puzle, desarmarlo y volverlo a armar pero de una forma distinta. Mi duda es si hay algo de improvisación en eso.

Me gusta mucho esa imagen, y le agrego un detalle: cuando vuelvo a armar el puzle no uso todas las piezas. Hay una improvisación pero es mucho menor que el armado previo. Yo no soy una persona que ensaye mucho ni toque todo el día la guitarra. Proceso mucho las cosas mentalmente, las toco así una vez y luego las toco en vivo.

¿Sos de ponerte a escuchar tus discos?

No, una vez cada tantos años, algunos más que nada por un tema de curiosidad, para ver cómo sonaban, cómo eran las mezclas. A veces me da mucha satisfacción hacer eso. Escucho cosas mías de los 25 o 30 años y digo: “Bueno, caramba, la personalidad ya estaba desde mis comienzos”. Desde mis primeras grabaciones creo que hay algo que es muy mío, no estaba siguiendo la línea de este o la de aquel. Eso me da orgullo, más allá de que te pueda gustar o no. En definitiva, esa es la búsqueda de cualquier compositor, también de un pintor o de un novelista. Nadie hace las cosas para que luego le digan: “Qué bien, la novela te quedó igualita a Kafka”. En todo caso, se te pueden colar las influencias, pero nadie tiene, me parece, la intención de ser clon.

Leyendo los créditos del casete de MonTRESvideo caí en la cuenta de que se grabó hace exactamente 40 años. ¿Qué recordás de aquello?

Fue la primera vez que grabamos en un estudio, una experiencia formidable. Me duró años la sensación de la más total ignorancia de lo que es el mundo del audio. Yo no tenía ninguna formación en electricidad, ni en electrónica, ni en audio ni en nada, entonces, para mí, ver esos aparatos y esas cosas era una especie de misterio. Todas las sugerencias que nos hacían los técnicos –fue más que nada Francisco Grillo el que grabó el disco– para mí eran bienvenidas porque todas eran novedades.

Si bien MonTRESvideo era un trío, vos tenías un perfil bien marcado y más destacado, porque la mayoría de las canciones eran de tu autoría. ¿Cómo recordás tu rol?

Los tres, Daniel [Magnone], Pacho [Martínez] y yo, veníamos del ambiente coral y éramos muy compinches al margen de lo musical: vacacionábamos juntos, conocíamos a nuestras familias. Yo no era lo que hoy se diría el líder, sino uno más de los tres, pero era el que más canciones hacía y más ideas de arreglos llevaba. Eso mismo volvió a pasar en Baldío, mi siguiente grupo. A esta altura de mi vida me di cuenta de que quizás siempre fui un tipo obsesivo. Toda mi vida viví engañado, pensando lo contrario: “No, yo no soy obsesivo, soy un tipo normal”. Pero ahora me doy cuenta, por anécdotas o cosas que me cuentan mi primo o mi hermano, y pienso que sí. Por ejemplo, yo era el que más insistía para ensayar, el que me ocupaba de hacer la prensa, de alquilar el teatro, de organizar el tema del afiche, de ir a la imprenta, lo hacia todo yo, en las dos bandas.

Ya que estamos: la primera canción de ese disco, “Agua”, es bastante obsesiva, con esa palabra que se repite al principio de varios versos, una anáfora. ¿Recordás cómo nació?

Es una de las pocas canciones mías que recuerdo cómo compuse. Todavía vivía en la casa de mis viejos y estaba con gripe. Quizás tenía ese piquito de fiebre de más de 37, con el que es fácil que te dé un tenue delirio, cerrás los ojos y soñás enseguida. Así se me ocurrió hacer una canción que se llamara “Agua”. Ese fue el punto de partida, sin saber de qué iba hablar, no sé por qué. Entonces, agarré un papel y puse “Agua” arriba, y algo me impulsó a empezar a escribir. Te aseguro que en unos pocos minutos escribí toda la letra. Le hice una música que después grabó Estela Magnone, acompañada por mí, para el compilado de varios artistas Tiempo de cantar 2 [1980], pero era con otra música, otro ritmo y otra atmósfera. Pasó un año y, como me gustaba esa letra, se me ocurrió una segunda música, que es la que se hizo más conocida, que por decirlo de algún modo es más pop, más rápida y más rítmica. Porque yo pensaba que para el repertorio de MonTRESvideo necesitábamos un tema más fuerte, con música más contagiosa. Y años después la versioné para el disco Buzos azules [1986], más rockera.

Foto: Alessandro Maradei

Recuerdo que Rubén Olivera comentó que la dictadura la censuró por los versos “agua que saca de quicio / la valiente paciencia / de todos mis hermanos”.

Sí, se supone que fue por eso. Más de una vez no nos permitieron cantarla. Yo no la veo como una canción de barricada, pero algún censor de aquella época en esa frase encontró... En la época de MonTRESvideo unas cuantas veces no permitieron que se subiera al escenario Daniel Magnone, porque tenía un pasado de militancia política, figuraba en algún fichero.

Sos uno de los pocos músicos de gran trayectoria de Uruguay que cuando otros artistas lo llaman para grabar o tocar, la mayoría de las veces se prende.

La mayoría no, todas. Pero no es que me prenda, lo hago porque me honra que colegas –la mayoría de la veces más jóvenes y de otros palos– me convoquen para sus discos o recitales. Eso pasa acá y multiplicado por diez en Argentina. Es lindo que gente más joven se acuerde de uno. No me están tirando para la cuneta, me convocan, quiere decir que para ellos todavía existo. Entonces, humildemente, agradezco eso y voy. Aparte, me permite aprender lo que están haciendo los demás. Yo soy medio perezoso para estar al día con todo, y esa es una manera de enterarme de lo que hacen las nuevas generaciones y de distintos géneros. Porque me invita uno que hace tango, blues, de todo. Para mí no es común, por ejemplo, tocar en vivo con una banda como La Triple Nelson, La Tabaré o No Te Va Gustar. Eso me aporta, porque son destinas dinámicas, volúmenes y conceptos musicales. O tocar con Liliana Herrero o con una orquesta de tango de Argentina. Fijate la oportunidad increíble que tengo de estar por dentro de fenómenos musicales muy ricos y muy difíciles de reproducir. Yo no puedo armar una orquesta de tango.

“El loco”, otra de las grandes canciones de aquel primer y único disco de MonTRESvideo. ¿Cuál fue el disparador?

Mi idea fue retratar esa situación pero hablando desde la primera persona del que está internado, del que tiene una enfermedad psiquiátrica, imaginándome –y seguramente me debo de haber equivocado en mucho de lo que dice la canción– qué podría sentir un enfermo psiquiátrico equis –porque hay mil enfermedades psiquiátricas–. Es todo imaginación mía. Me parece que esa es la razón de ser de toda persona que escribe canciones, cuentos, novelas o es cineasta. De algún modo, tenés que imaginar muchos personajes, cómo pensaría otra persona, no cómo pensás vos. Tenés que hacer el esfuerzo de desprenderte de vos y ponerte en el lugar de otro.

¿Cómo te llevas con otras expresiones artísticas? ¿Sos de leer y de ver cine asiduamente?

Desde la adolescencia empecé a ser un consumidor compulsivo de literatura, tanto de narrativa como de poesía, también de historia, ensayo y muy por arribita algunas disciplinas de ciencias sociales. Toda mi vida tuve esa necesidad, nada más que por gusto, porque fui descubriendo placeres en eso. Pero todo eso en los últimos años está muy disminuido, de la mano de una pérdida de energía o de voluntad general que estoy experimentando. No tengo empacho en reconocerlo, es la verdad: no tengo ganas de tener vida social, de ir de viaje o ir al cine. Hay una enorme cantidad de cosas que hice toda mi vida que ahora tengo menos ganas de hacer. No voy a decir nada novedoso: tiene relación con la vejez, obvio. Pero sigo leyendo porque tengo el hábito y el placer de apoyar la vista en algo que está escrito; puede ser un cartel, un prospecto médico o lo que esa. Sigo leyendo, no tanto ficción sino más que nada biografía, ensayo, historia y cuestiones de música.

Hace un rato me decías que no estás todo el tiempo tocando la guitarra. ¿No te vienen ganas de tocar por placer? Por ejemplo, de agarrar la guitarra y tocar una de los Beatles.

No, de más joven sí, con amigos en reuniones. Tenía un repertorio de bossa nova, folclore, tango y Beatles, además de mis cosas. Eso también se fue diluyendo o tengo menos necesidad. Al menos por ahora las manos me responden. Entonces, capaz que me paso dos meses sin agarrar la guitarra y cuando la agarro toco igual que la última vez o un poquito mejor. Hay un misterio, porque aunque no esté haciendo el ejercicio físico lo estoy haciendo en la mente. Si hay una cosa que no se modificó para nada es que en mi cabeza todo el tiempo estoy pensando en música o en una letra. Creo que eso me hizo mal, porque me aleja de la disciplina. Nunca tuve la actitud que veo en muchos amigos colegas, que se pasan estudiando con su instrumento varias horas por día. Es lo lógico, lo que hay hacer. Pero nunca tuve eso y creo que me llevó a no ser un gran virtuoso en la guitarra ni nada que se le parezca, pero lo que toco me resulta suficiente.

Entonces, no sufrís la abstinencia de no tocar.

Ni de cantar. Siempre me llama la atención de amigos que son músicos y van a una reunión social, nada profesional, y no tenés que pedirles “che, tocate una”: ellos ya sacan la guitarra y se ponen a tocar sin que nadie se los pida, y se pasan tres horas cantando. Profesionales conocidos, famosos, tienen esa actitud de no poder estar con gente adelante sin mostrarse tocando y cantando. Yo no tengo eso, al contrario, soy tímido, en una reunión no me gusta cantar. Me gusta cantar en el escenario, cosa que disfruto como nada en la vida, pero tocar en un asado, en un cumpleaños... Si me piden y me insisten mucho, y hay una guitarra por ahí, capaz que canto una canción, pero de mí nunca va a salir. Yo nunca voy con un instrumento a una reunión, y aparte tampoco voy más a reuniones.

“No sufro el enclaustramiento porque vivo enclaustrado ya hace décadas”.

Así que todo esto del confinamiento no te vino mal.

Es una tristeza enorme y es una cosa horrible lo que está pasando, pero el enclaustramiento no me hace mal, no lo sufro; obviamente, sin exagerar. No sufro el enclaustramiento porque vivo enclaustrado ya hace décadas. No tengo la necesidad. ¿Viste esas reuniones que hubo en no sé dónde, que hicieron fiestas de 500 personas? Todos desesperados bailando... No tiene por qué haber coronavirus, yo no voy a una discoteca ni que me lleven con un revólver. No me meto en una playa llena, en un shopping, en un estadio... ni loco. No disfruto nada de eso, lo esquivo. Hay una cosa que decía mi padre: “Esquivá cuando veas mucha gente junta”.

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