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Fernando Santullo

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Fernando Santullo: “Hay un cierto capricho en todo lo que hace Peyote Asesino”

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La banda se presenta este sábado en La Trastienda y lanza nuevo disco, luego de más de dos décadas.

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Serial es el nombre del nuevo álbum de estudio de Peyote Asesino, que verá la luz el 5 de noviembre y rompe con un silencio discográfico que llevaba más de dos décadas, ya que el último disco de la banda hasta ahora era Terraja, de 1998. El grupo no pudo disfrutar mucho de las mieles del éxito de aquel álbum, porque más pronto que tarde se separó, para luego regresar pero en forma intermitente.

Desde octubre de 2020 hasta hace una semana, Peyote Asesino fue publicando en su canal de YouTube los tres cortes de difusión del álbum que se viene: “Vos no me llamaste”, “La tumba de los crá” y “Es lo que hay”. Esas canciones que no dejarán de sonar hoy cuando la banda suba al escenario de La Trastienda.

El disco se llama “serial” porque es parte de la serie de álbumes de la banda pero también para jugar con el sintagma “Peyote Asesino Serial”. “Aparece 23 años después, pero es una cosa que conecta con lo que hicimos antes. El desafío que enfrentamos fue cómo hacer que conecte con lo que hicimos antes sin que sea igual a lo hicimos antes y que refleje quien sos ahora, no quien fuiste”, dice Fernando Santullo, vocalista y compositor del grupo.

Agrega que, al mismo tiempo, Peyote Asesino “es una banda que tiene una entidad y una forma de hacer las cosas”, por lo tanto, el camino que siguieron fue el de “recuperar la forma de hacer las cosas, más que el sonido en sentido estricto”.

Me da la sensación de que estas tres canciones que lanzaron siguen la línea estética de Peyote Asesino a tal punto que podrían haber salido en el año 2000.

Creo que una canción como “Es lo que hay” no habría salido ni a palos en el 2000, porque no habíamos pasado por la cantidad de cosas artísticas que fuimos atravesando, sobre todo Carlos [Casacuberta] y yo, que por lo general somos los que hacemos las letras. En este caso, por ejemplo, Carlos cayó con la idea de una especie de milonga totalmente deforme, con ese personaje que no rapea sino que va entre cantando y sufriendo; es el payador angustiado. En el 2000 tampoco habría existido todo el puente de “La tumba de los crá”, porque esas referencias musicales no estaban en la banda ni sonando especialmente en la vuelta. El Peyote en la época de Terraja se caracterizaba por tener un tipo de dinámica de chiquito a grande, un poco lo que se heredó de Nirvana: hacíamos transiciones directas, entre estribillos más acotados y explosión. Pero tanto en “Es lo que hay” como en “La tumba de los crá” la dinámica es totalmente distinta, pasa por unos puntos intermedios. Ciertas herramientas de composición aparecieron porque somos más viejos que antes y porque hicimos otras músicas que no son ni hip hop ni rock.

Terraja lo produjo Gustavo Santaolalla, y en el nuevo disco ese rol lo tiene Juan Campodónico, que desde que grabaron aquel álbum y este produjo a medio mundo. ¿Cómo lo ves en este nuevo papel dentro del grupo?

Una cosa que noté en Juan cuando estábamos laburando fue cómo pasó de un personaje a otro. Primero estuvimos componiendo, esa parte es muy de armado de maquetas básicas. Luego viene el resto de la banda: [Daniel] Benia hace uno de esos bajos grooveros que no se le ocurren a nadie más en el grupo, y el Pepe [Canedo]... En “Es lo que hay”, por ejemplo, la maqueta de la batería no tenía un carajo que ver con lo que terminó tocando él, pero venía enroscado de su casa con no sé qué cosa, tocó eso y funcionó. A lo que voy es que en el caso de Juan está sanamente separado el rol de artista del de productor. Hubo un momento en que se desinteresó de la interna de la música y se empezó a preocupar por cómo hacer que eso funcionara sonoramente. Yo le dije: “Ayer de tarde arrancaste como productor”. “Sí”, me contestó.

¿Notás diferencias entre la forma de producir de Campodónico y la de Santaolalla?

Pah, es difícil. En Terraja fue la primera vez que laburaba con un productor productor, porque hasta ese momento no existía, vos hacías un poco de productor. Gabriel Casacuberta nos dio una mano pero relativa, porque muchas cosas las decidía y otras tantas no; con Santaolalla era más claro que había un espacio dentro del proceso que era de él. Recién años después, cuando fui a producir por segunda vez con Santaolalla mi disco solista [Bajofondo presenta Santullo, 2009], entendí cuál era el rol del productor, pero no siempre es igual, depende de cada disco. Yo en Terraja no entendía mucho, sí entendía que Gustavo nos aportó un montón de cosas en la fase de preproducción. Por ejemplo, la canción “Denso”, en lugar terminar como lo hace, se iba perdiendo, venía un solo, después otro, volvía el riff, se iba a la mierda, duraba cinco minutos y pico y era un divague; vino Gustavo y dijo: “Che, ¿por qué cuando termina el solo no hacen dos vueltas de estribo, el riff y se acabó?”. Ese tipo de soluciones te las aporta alguien que ha escuchado un montón de música, más que vos, sin duda. Creo que con Juan pasa un poco eso: en todos estos años ha escuchado un montón de música. De todos modos, no producen igual: Santaolalla es un tipo que se deja llevar más por la intuición, y Juan la intuición la reserva para la parte artística, en la producción es como una cosa más estructurada. Yo no sé cómo hace Juan, a mí me resultaría muy difícil decir: “Bueno, hasta acá llegué como artista y acá arranco como productor”; supongo que por eso los productores cobran aparte.

Desde que grabaron aquel disco, hace 23 años, no sólo cambiaron ustedes sino todo lo demás.

Sí, cambió el mundo. Siempre jodo con que el Peyote es una banda que desapareció en el mundo analógico y cuando volvió el mundo era digital. Es un enigma; cambió sobre todo la industria, porque la música al final sigue siendo canciones que la gente escucha, las baila, se copa o no, pero cómo esa música llega a la gente cambió salado. Yo no sé si el Peyote va a encontrar esos mecanismos, ni siquiera sé si tiene que ir a buscar esos mecanismos. No sé si la banda tiene que convencer a los botijas de 14 años de que escuchen al Peyote.

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De hecho, hay referencias en las letras que son viejas. Por ejemplo, en “Es lo que hay” decís: “No te pongas lastimero y largá la alcancía, / tierra p’al golero como el Pepe Sasía”.

El 80% de las referencias del Peyote son viejas para mí, se las escuché decir a mi abuelo. Por ejemplo, “vejiga” es una palabra que usaba mi abuelo, mi padre ya no porque le parecía vieja, y yo tampoco, pero la banda siempre fue de buscar elementos del lunfardo totalmente caídos en desuso, en parte, porque hay un cierto capricho en todo lo que hace Peyote. Por ejemplo, en la música: “Quiero ver qué pasa si a este bajo discotequero se lo pongo a este momento metalero”, eso es un capricho, no tendrías por qué hacerlo. Y con las letras pasa un poco eso: a mí me suena peor ir a buscar referencias del vocabulario adolescente teniendo más de 50 años, me parece un papelón; prefiero utilizar el vocabulario que yo manejo, e incluso ir a buscar un vocabulario más viejo, como un chiste, que decir expresiones de las que no tengo la menor idea de lo que quieren decir, que son las que usan los pendejos.

En los primeros versos de “Vos no me llamaste”, otro de los temas nuevos, decís: “Nunca digas payador / adelante de un botija. / Sos flor de cara de pija, / te tupiste a vino lija”. ¿No es raro un tipo de 50 años cantando “cara de pija”?

¿Y vos como le decís a la pija? ¿Y cuando te encontrás con un cara de pija qué decís que es?

¿Pero es lo mismo una canción que la vida cotidiana?

Creo que tenés una visión un poco rara de la gente de 50 años. ¿Vos pensás que la gente después de los 50 años no dice “pija”, por ejemplo, en un bar, a los gritos?

“El Peyote en un momento era como el centro de nuestra existencia, pero ahora no. Es sano que sea un proyecto artístico del cual nadie depende para ser feliz”.

Sí, claro, pero el tema es por qué llevar eso a una canción.

Porque es gracioso. ¿No te reíste? Yo me reí.

La rima “botija/pija” es directa.

Por eso está en el arranque de la canción, por algo estamos hablando de eso y no de otra parte de la letra. Te impactó, cumplió con su función.

El estribillo de “Es lo que hay” dice “es lo que hay, valor”. Imagino que sale por la frase de Alberto Kesman; después, en “Vos no me llamaste” están los versos: “Me tocás muy bien la quena / y le pegás de rambullé”, y en el video aparece la cara del relator. ¿Tenés una obsesión con Kesman?

No, siempre me impresionó cómo habla, parece que está como a punto de reventar la garganta. Es uno de esos locutores exagerados, que transmiten una emoción que si estás mirando el partido no es muy verdad. Dice “escapa por la punta” y el tipo va trotando por la media cancha. Pero, más allá de eso, me parece que Kesman, como un puñado de gente, es uno de los que han definido el habla popular de este país. Si vos pensaste en Kesman cuando dije esa frase es porque él la impuso. Que Kesman aparezca en el video viene por el “rambullé”, que me parece una expresión maravillosa, inventadísima, además, y el director lo puso ahí porque era de cajón. Pero no hay una obsesión con Kesman, le tocó aparecer dos veces, pero nada más.

Cuando dejaron de tocar, luego de lanzar Terraja, estaban un poco peleados; eso ahora ya no pasa. Una vez que están en comunión, componiendo, ¿se ponen a pensar qué es lo que hicieron mal o bien en aquella época?

Pocas cosas son más al pedo que mortificarte por lo que no hiciste o dejaste de hacer hace 25 años. En todo caso, sacamos un aprendizaje: ver qué cosas negocié mal que nos dejaron a todos sin banda; bueno, no hagamos esas cagadas de vuelta, conversemos todo a tiempo. Justamente, que te haya pasado eso también hace que ahora no caigas en esas tensiones que caíste por primera vez. Estamos todos más viejos... Y otra cosa importante: el Peyote en un momento era como el centro de nuestra existencia, pero ahora no. Es un proyecto artístico muy lindo, al que ojalá le podamos dedicar un montón de tiempo, pero nadie se va a morir si con el Peyote no ocurre absolutamente nada; nuestras vidas siguen, todos hacemos otras cosas. Es sano que el Peyote sea un proyecto artístico del cual nadie depende para ser feliz.

¿Antes dependían de la banda para ser felices?

Estábamos como locos. Onda “tocamos en no sé dónde, ahora hay que ir a tocar a no sé dónde; nos dio pelota no sé quién, hay que ir a convencer a no sé quién”, y lo que obteníamos nunca era suficiente, teníamos que ir a buscar algo más. Llegó un momento en el que terminamos como en una especie de ambiente de submarino: todo el mundo encerrado; empezás a pirar, te hartás y la parte linda del proyecto queda sepultada por todos los tironeos diarios. Si armás una empresa con amigos o ponés un boliche, debe de pasar lo mismo, después de un tiempo odiás a todos los que están ahí, con los que estás haciendo cosas ocho horas por día. Esta vez, conscientemente, dijimos: “Que sea una cosa atractiva en lo artístico y que no nos vuelva locos”.

Además de la banda, tenés una columna de opinión sobre actualidad en el semanario Búsqueda y desde hace pocos meses estás como panelista en el programa de debate político Todas las voces, de Canal 4. ¿Cómo conjugás todo eso?

Siempre digo que lo raro es el músico, porque soy sociólogo y estudié un máster en periodismo; hago cosas relacionadas con el periodismo desde antes de empezar con la música, lo que pasa es que nadie se enteró. Durante 20 años nadie se enteró de que yo hacía cosas como periodista, pero mi firma está en Posdata y en La República. Lo que ocurrió, simplemente, es que la firma empezó a aparecer en un semanario que tiene una proyección que, evidentemente, no tenían ni Posdata ni La República, aunque Posdata en su momento fue un medio importante. Pero para mí no hay ninguna contradicción, ya te digo, lo raro es la parte de la música. Yo no estudié nunca un carajo de música, eso es lo sorprendente: haber logrado estar en proyectos serios, como Peyote o incluso el solista, que lo llamo así pero con resistencia, porque tampoco es solista.

¿Fuiste autodidacta?

No sé tocar ningún acorde, no sé qué es un do. Intenté aprender bajo con Gabriel Casacuberta en México, pero yo jugaba al fútbol, de golero. A los goleros les quedan los dedos todos amorfos; entonces, los lunes iba a clase con Gabriel, pasaba toda la semana y cuando llegaba el otro lunes me decía: “Pero ¿qué mierda te pasó en los dedos?”. “Jugué al fútbol”. “Pero el fútbol es con los pies”. “No, pero yo soy golero”. “Bueno, tenés que elegir: fútbol o música”. A los 14 años, elegí futbol. Mucho tiempo después intenté aprender batería, pero mis viejos no consideraron una gran idea tener una batería en la casa. La única enseñanza que tuve fue lo que me pasó Juan Campodónico: una serie de cursos que hizo un francés que se llamaba [Georges] Dandelot, que era leer una partitura rítmica e ir marcando el tempo con una lapicera. Es lo único que puedo decir que estudié; me comí ese librito y aprendí a marcar el ritmo en mi cabeza e ir haciendo figuras rítmicas con la voz. Después, por suerte, apareció el rap y dije “esto capaz que lo puedo hacer”, y ahí entré. Luego aprendí a utilizar una computadora, el tecladito y componer por mi cuenta. También convencí a gente para que laburara conmigo, que es una virtud poco reconocida en la música pero que no es menor: convencer a tipos que son mejores que vos en un montón de rubros y que te ayuden a llevar adelante esa idea que tenés. Mi mayor mérito en la música es ese: convencer gente.

Hablando de que fuiste golero: las referencias futboleras no se te escapan: están en Peyote Asesino, en tus discos como solista, en esta entrevista...

Están en mi vida. Si no usara expresiones futboleras sería terrible gol en contra.

Peyote Asesino hoy a las 21.00 en La Trastienda (Fernández Crespo y Paysandú). Entradas por Abitab a $ 1.200 y $ 1.500.

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