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Bajocero, otra demostración de la buena salud del thriller en España

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Lejos quizá del reconocimiento crítico pero parte fundamental de la relación entre público y taquilla, el género thriller –y particularmente, el thriller policial– se ha afirmado durante la última década en España, alcanzando un nivel realmente de destaque y que es, en sí mismo, garantía para el espectador. De la mano de figuras protagónicas reconocibles –Luis Tosar, Mario Casas, Antonio de la Torre o Javier Gutiérrez, a quien volveremos más adelante–, relatos de estructura clásica y algo de sabor ibérico, una docena larga de películas se han establecido como una gran opción para todos aquellos que gustamos de los policiales redondos, las investigaciones tensas y los momentos de máximo agobio, producto de una trama asfixiante.

Grupo 7, La isla mínima, Que Dios nos perdone, Tarde para la ira, El desconocido: la lista es larga y se confecciona al gusto de cada uno, pero lo innegable es que estamos ante un gran momento para este género en el país europeo. Este cine, gracias a las variadas plataformas de streaming, se ha vuelto de exportación. Bajocero, de Lluís Quílez, se suma a todas las anteriores y propone una nueva entrega de este tipo de relato, quizá no a la altura de sus picos, pero sin decepcionar en lo más mínimo.

La tormenta perfecta

Martín (Javier Gutiérrez) es un policía veterano en su primer día en una nueva seccional. Su primera tarea es supervisar y acompañar un traslado de presos en un vehículo blindado. Es una tarea de rutina, pero tiene sus particularidades: ni los presos ni los policías conocen del traslado hasta una hora antes de realizarlo, puede ocurrir a cualquier hora (este es en plena noche), los celulares están prohibidos y se extreman en todo caso las medidas de seguridad.

Es así que parte este mínimo convoy. Cuatro policías, Martín y Montesinos (Isak Férriz) en el camión y dos más en una patrulla de escolta, más seis presos, salen a primeras horas de madrugada y en medio del más feroz invierno. Hay unos minutos para construcción de los personajes –Martín es respetuoso de las reglas, mientras que Montesinos es todo lo contrario; los seis presos son un mafioso rumano, un político corrupto, un par de adictos, un inmigrante ilegal y el criminal profesional Ramis (un Luis Callejo que se roba cada escena que puede)– pero pronto surge el problema: alguien ataca y sitia el convoy, buscando a uno de los trasladados en particular, pero completamente dispuesto a matar a todos para conseguirlo.

A la mejor usanza de John Carpenter y su Asalto al precinto 13, policías y convictos deberán unir fuerzas –en una alianza tensa, pasajera y, sobre todo, muy poco confiable– si quieren sobrevivir al frío y al ataque de ese misterioso enemigo, en un relato que se propone simple y contundente. Hay, cierto es, algunos saltos al vacío en el guion que compuso el propio director Quílez junto con Fernando Navarro –tales como la cambiante puntería del atacante (capaz de ser infalible o fallar una decena de disparos, dependiendo de a quién le dispare), la notable resiliencia de personajes gravemente heridos pero que ponen el empeño del T1000 en Terminator 2, o que aquello que busca el atacante se guarda caprichosamente en secreto hasta el final, dado que si lo revela antes la película se termina mucho más rápido– ante los que hay que hacer oídos sordos, pero es la efectividad de su relato y el empuje de su protagonista lo que nos lleva sin dudar hasta el final.

Justamente, es el protagónico de Javier Gutiérrez la mayor baza de esta Bajocero y la principal razón para verla. Gutiérrez es uno de los actores más recurrentes de España, capaz de interpretar todo tipo de personaje, un actor de variadísimo registro y una entrega ejemplar que aquí demuestra una inmensa versatilidad como héroe de acción y entregado custodio de este viaje que en una escasa hora y cuarenta se torna infernal.

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