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Fue amor: a 30 años del primer disco de Jazzy Mel

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Leído por Andrés Alba.
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Ningún fenómeno surge de la nada. Siempre, por más difícil que sea, se pueden rastrear líneas que se cruzan para dar inicio a algo, o un caldo de cultivo formado por innumerables componentes que lo posibilitan. Fue corta la vida del fenómeno Jazzy Mel, pero quizá haya dejado una estela más importante que la de simple boom pasajero, destinado hasta la eternidad al consumo irónico o a las fiestas retro bizarras de la Noche de la Nostalgia. Este año se cumplen 30 años de su primer disco, el más conocido, el que lo volvió una celebridad en el Río de la Plata, y recordarlo puede no sólo arrojar luz sobre su influencia sino también ayudar a entender fenómenos que lo atravesaron o derivaron de él, que pueden llegar hasta nuestros días.

Quienes éramos niños en el principio de los 90, muchas veces sólo consumíamos la música que pasaban las radios y la televisión, y no tanto la de los discos a los que teníamos acceso. Por allí ya habíamos escuchado algo de rap y house con Technotronic y Mc Hammer, pero todavía era algo aislado y mezclado con otras mil expresiones. Lo que no sabíamos era que del otro lado del río se estaban cruzando caminos, casualmente surgidos en Uruguay, que terminarían por consolidar ese fenómeno a nivel masivo en estos lares.

Una línea empieza en Las Piedras, donde nació, en 1966, Mario Alberto Petriuska. De niño se fue con su familia a vivir a Buenos Aires, y luego volvieron a Uruguay. Por intermedio de amigos de la adolescencia conoció música poco común en Montevideo, como The Sugarhill Gang, Superwolf y Grandmaster Flash. Se volvió a ir a Argentina, donde hizo una barra de amigos que frecuentaba un crew del oeste de Buenos Aires y del conurbano bonaerense. Se vincula con la movida del hiphop, algo que todavía era extraño en Argentina, y con quienes serían figuras importantes, como Los Adolfos; Eduardo Sormani, uno de los pioneros de la música electrónica argentina con su grupo Terrestres Anónimos; Carlos Shaw, quien luego sería un importante DJ de electrónica; Walter Villafañe, conocido posteriormente como MC Ninja, y con gente que luego formaría el Sindicato Argentino del Hip Hop.

Pero la Argentina de Raúl Alfonsín se estaba derrumbando, y ya no presentaba un panorama alentador para los jóvenes, así que Mario decidió irse a Brasil. Luego de trabajar de cualquier cosa, conoció en San Pablo a un ejecutivo importante de TNT Records y lo convenció de que le permitiera grabar un disco de rap y funk. La condición que le impusieron fue que estuviera en inglés. Así, con el nombre de Jezzy Mel, grabó primero Jezzy Mel Rock en 1989, y luego, más volcado al funk, I’m back again en 1990. Pero también lo alcanzó la crisis en Brasil y decidió volver a Argentina. Recorrió productoras y discográficas y se cruzó con otra línea importante en esta historia: el productor Bernardo Bergeret.

Casualmente también nacido en Uruguay, Bergeret había estado relacionado con el teatro antes de emigrar a Buenos Aires, donde además se vinculó a la radio, a la televisión, a la música. En los tiempos en que se cruzó con Petriuska, Bergeret y los hermanos Guerrieri –que luego fundarían el sello Oíd Mortales junto con DJ Deró, fundamental para terminar de instaurar la movida electrónica en el Río de la Plata– producían proyectos musicales, de los cuales el más exitoso era The Sacados. Con este grupo se buscaba extrapolar el éxito del house ibérico en Argentina, y se logró rápidamente en el momento en que versionaron “Ritmo de la noche”, canción del grupo alemán Chocolate, y explotó todo. Con Petriuska intentaron continuar ese rumbo, pero agregándole la capacidad para rapear y, en menor medida, para bailar, de quien dejaría de ser Jezzy Mel para transformarse definitivamente en Jazzy Mel.

La propuesta era sencilla pero efectiva. En lo estético y lo musical se trataba de una mezcla de rap, a lo MC Hammer, Run DMC, con el house de Technotronic o de los DJ de house europeos. Jazzy rapeaba a lo Kurtis Blow, versionaban canciones efectivas como “Found love”, de Double Dee, transformada en el éxito “Fue amor” o “In Zaire business”, que derivó en “Afrolatino”, y tenía detrás a dos bailarines, Verónica Ponieman y Eduardo Caro, que también daban cuenta del fenómeno de break dance que se estaba gestando también en Buenos Aires, al punto de que entre las atracciones de Ritmo de la noche, el programa que marcaba la hegemonía estética del momento, una eran Charly y los gemelos, un trío formado por Charlie Breaker, un bailarín experimentado de break dance, y los hermanos Lombardo, dos adolescentes que la rompían.

Rápidamente la cosa se expandió y el rap invadió todo. Las marcas de championes uruguayas se dispusieron raudamente a fabricar botas como de rapero, se inundó la calle de gorros, viseras, las publicidades ya eran al ritmo del rap, y hasta las maestras, que solían llegar tarde a los fenómenos culturales y seguían haciendo bailar “Oh, Susana” o el Pericón Nacional a los niños, ahora armaban rutinas de rap para las fiestas de fin de año. En el recreo de la escuela había fútbol, rayuela, bolitas y cuerda, pero también break dance o algo que se le parecía. Jazzy Mel había generado una versión accesible y descafeinada de los pasos difíciles de MC Hammer, y cualquiera podía bailar y sentirse un verdadero rapero. Para los niños que no teníamos acceso a discos internacionales, de alguna forma, masivamente, Jazzy Mel fue la puerta de ingreso al rap. Años después comenzaron a venir los CD de bandas de rap “en serio”, como Cypress Hill, House of Pain o Beastie Boys, y luego los raperos latinos como Control Machete, Actitud María Marta o Delinquent Habits, pero nunca sabremos si esos grupos no nos pegaron tanto porque antes vino Jazzy a mostrarnos que había algo llamado rap.

El fenómeno Jazzy Mel se extinguió rápido principalmente por dos factores. El house se comenzó a fusionar con ritmos tropicales como el merengue, y explotó, con bandas como Proyecto Uno, Ilegales o Sandy & Papo, pero también con un argentino, muy amigo de Jazzy Mel, ex integrante de The Sacados, que se hacía el dominicano y había cambiado su nombre por Machito Ponce. El otro factor fue el propio Jazzy. Quizás un poco harto del fenómeno, y seducido por Europa, se fue a Bélgica a grabar con el sello Ars, que también grababa a Technotronic, entre otros, con quienes hizo dos discos, que no tuvieron casi impacto por estas tierras. Así fue que siguió vinculado a la música, pero más que nada a través de su estudio, en el que, por ejemplo, se compusieron las canciones del disco del Sindicato Argentino del Hip Hop que ganó el Grammy en 2001.

Hoy todo quedó reducido al consumo bizarro, esa forma canchera que usan los emperadores del buen gusto que deciden por todos para destinar a un rincón lo que creen que no sirve. MC Rapper, el disco de Jazzy Mel de 1991, quizás no sea uno de los mejores discos de la historia –seguramente, lejos está de ser de los peores–, pero su importancia, su repercusión, la valentía de animarse con un sonido distinto de casi todo lo que se hacía en el Río de la Plata y la forma en que todavía sobrevive en el imaginario colectivo hacen que merezca que lo saquemos del estante de lo bizarro, nos calcemos las Pony flúo, la vincha y la gorrita, y bailemos un poco en su honor sin que nadie nos diga si está bien o es una terrajada.

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