Podías nacer de nuevo, en verano (gestos en el agua, movimientos suaves en la arena). Suponete que te echás en un sillón cómodo y manoteás un libro del montón de libros que tenés al lado. Es la casa de alguien, nada es tuyo (nada es tuyo nunca), y el libro, su tapa color naranja pálido, no te dice nada. Suponete que lo abrís y empezás a leerlo por cualquier parte.
“Mire, yo soy como un hidroavión. Se trata de despegar. Lo puede hacer porque tiene flotadores que lo llevan... Luego toma altura. No es con sus flotadores que emprende el vuelo. Una vez que está volando, ha olvidado sus flotadores. Ya no le sirven para nada. Los flotadores es todo lo que usted quiera... el Louvre... los maestros... todo lo que conocí... Se trata de perderse”.
Reflexiones sobre el arte es el título del libro que tomaste al azar, y el que habla es el pintor francés Henri Matisse.
Matisse, decís en voz alta, pensativa, y enseguida te preguntás: ¿quién era?, ¿cuál era? Tenés que buscarlo en Google para recordarlo. Ah, es este. El de los cuadros coloridos, el de los cuerpos desnudos y en ronda.
En otra de las páginas del libro, visible, como si alguien lo hubiese subrayado, leés: “Se diría que los pintores de hoy le tienen miedo a la luz”.
Repasás la frase y te preguntás si ser pintor y tenerle miedo a la luz será igual que ser contador y tenerles miedo a los números, ser almacenero y tenerles miedo a los productos de almacén, ser chofer y tenerle miedo a la velocidad, ser marinero y tenerle miedo al mar. Suponés que sí. Que será igual que ser escritor y tenerles miedo a las palabras.
Y entonces recordás que días atrás, alguna tarde del año que ya terminó, pasaste por la calle Nuestra Señora de la Encina, en Palermo, donde está una de las sedes de la Escuela de Artes y Artesanías Dr. Pedro Figari, más conocida como Escuela Figari, y algo llamó tu atención. Es probable que primero fuese aquel cartel pegado por los estudiantes en una de las puertas de vidrio. Te acercaste y el cartel, colorido y escrito a mano, decía: “¿Qué es para vos un bachillerato, Figari?”.
Y abajo y alrededor, y en todas partes, las distintas respuestas de los estudiantes, escritas con distintas letras, claro: “un hogar”, “lugar de aprendizaje”, “respeto hacia otros”, “sentirse escuchado y acompañado”, “creación”, “lleno de arte, colores y fantasía”, “paz”, “felicidad”, “mentes abiertas”, “el arte no es un lujo, es una necesidad”, “pensar fuera de la caja”, “el lugar donde me conocí”, “equidad”, “sí, homosexualidad”, “¡expresarse!”, “amor”, “igualdad de género”, “revolución”, “autoridades, dejen de mirar para un costado”, “pintaron de gris, quieren entristecernos”.
Diste dos o tres pasos hacia atrás y entonces entendiste qué era esa segunda cosa que había llamado tu atención. Aquel edificio colorido que recordabas no existía más. Ahora era una mole gris, con distintas tonalidades de... gris. Parecería que las autoridades de la educación responsables del cambio le tenían miedo al color. Parecería que le tenían miedo a la creatividad, al amor, a la homosexualidad, a pensar fuera de la caja, a la igualdad de género, al arte, a la revolución. Parecería que les tenían miedo a los estudiantes, y es posible que a los docentes también.
Querer ser (o hacer) algo y tenerle miedo a esa parte constitutiva, esencial de ese algo, debe ser de las cosas más tristes que hay en este mundo. Sobre todo si uno no hace nada para solucionarlo.
Aunque, quizás, sea más triste aún no ser consciente de ese miedo, tenerlo y ponerle otro nombre, uno bonito, uno adecuado; creer y hacerles creer a los demás que uno conoce todas sus intenciones, sus motivaciones; llamarlas benévolas, promocionarlas; apurarse a colocarse en el pecho las cocardas, sin hacerse cargo ni de lo hecho ni de sus consecuencias.
Todo eso pensás, en verano, a pocas cuadras del mar, en la ciudad balneario, y agradecés a Matisse el haberte extendido así, tan fácilmente, esa explicación primordial. Aunque sepas que hay otra explicación más, una que tiene que ver con la política y la economía, una vinculada a una visión del mundo con la que no concordás, y con la que esos alumnos de la Figari tampoco parecen concordar.
Cerrás el libro, lo dejás apartado para leerlo con más atención durante la noche, y te levantás porque algo o alguien te espera en alguna parte. El verano y sus distracciones, pensás (gestos en la arena, movimientos suaves en el agua).