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La gimnasta estadounidense Simone Biles durante una sesión de entrenamiento en el Centro de Gimnasia Ariake, en Tokio, el 22 de julio de 2021.

Foto: Loic Venance, AFP

Un mundo sobre sus hombros: Simone Biles y sus batallas dentro y fuera de la pedana

7 minutos de lectura
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Leído por Andrés Alba.
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Los pies tocaron el suelo después de sólo una vuelta y media. Una recepción profunda, al borde del piso, con un paso largo hacia adelante para controlarla. Un salto de menor dificultad que el anunciado en el tablero antes de correr, que no se correspondía con la ejecución habitual de Simone Biles. Tampoco con uno realizado por una gimnasta estadounidense en una final olímpica. La noche apenas empezaba para el equipo que domina la gimnasia artística femenina desde 2010, pero para Simone sería el final de su jornada. Su cara de terror en el aterrizaje y la posterior visita al médico indicaban que algo no estaba bien.

Ese “algo” es más grande que apenas una gimnasta de cuatro que conforman el equipo. La clasificación de Estados Unidos el domingo 25 estuvo plagada de errores inusuales, tanto para lo que es el deporte como para lo que ellas mismas son capaces de hacer. El público esperaba que la energía del primer día de competencia se disipara y volvieran renovadas para subir a la cima del podio, pero la baja de Simone las obligó a realizar aparatos no planificados, nuevamente con errores grandes. “Ella es 70% del equipo estadounidense, sáquenla y les ganamos fácilmente”, dijo hace unos meses Valentina Rodionenko, la entrenadora del equipo ruso. Y así fue.

Los días de Marta Karolyi, sus métodos denunciados por decenas de gimnastas y el “éxito” asegurado que se basaba en intimidar adolescentes al punto de quebrarlas quedaron atrás. Esta es una nueva era, con Tom Forster al mando, en la que predominan la voz de las gimnastas, la transparencia y el bienestar. O al menos eso se intenta: el ambiente de la selección ha sido destacado por ser más relajado que antes, pero la estrategia para estos Juegos Olímpicos fue prácticamente nula, poco transparente y recayó en el margen que Biles ofrece al equipo con sus puntajes astronómicos. Sin un buen plan que las sustentara, las gimnastas en Tokio se vieron contra las cuerdas en más de una ocasión cuando las cosas se salieron del guion y tuvieron que respaldarse entre ellas. Forster decidió no responder muchas preguntas sobre sus decisiones. Ya en la final, ni siquiera habló públicamente y dejó a cuatro mujeres de entre 18 y 24 años solas para que enfrentaran a la prensa en la jornada más intensa de sus vidas como deportistas, con Biles a la cabeza.

Perderse en el aire

En un primer momento, todos pensamos que Simone estaba lesionada. Después de todo, es la primera razón por la que una atleta acudiría al médico en medio de una competencia. Sin embargo, se supo durante la jornada que la razón era su salud mental, posiblemente asociada al estrés y la presión con que llegó al torneo. Más tarde declararía: “Intenté un dos y medio, pero terminé haciendo uno y medio. Me sentí un poco perdida en el aire [...] Intenté venir acá y divertirme y la entrada en calor salió un poco mejor, pero una vez que entré dije ‘no, mi mente no está bien, entonces necesito dejar a las chicas que lo hagan y enfocarme en mí misma’”.

Simone Biles, durante la competencia de salto en gimnasia artística, en el Centro de Gimnasia Ariake, el 25 de julio, en Tokio 2020.

Foto: Martin Bureau, AFP

La sensación de no distinguir el suelo del piso tiene un nombre y se llama síndrome del elemento perdido (LSS). Es una condición psicológica en la que un/a atleta pierde la capacidad de realizar un elemento que ya realizaba previamente y ocurre en varios deportes con componente acrobático, como la gimnasia, el salto desde plataforma y el trampolín. Simone lo describió como una pérdida total de control de su propio cuerpo que en este caso en particular afectó su capacidad de girar en el eje longitudinal. Gimnastas actuales y retirados lo entendieron de inmediato: el síndrome tiene una prevalencia de 80% en varios deportes y requiere un reentrenamiento paulatino de habilidades más básicas, además de un trabajo extra a nivel mental. Hasta Svetlana Khorkina, leyenda de la gimnasia de las décadas de 1990 y 2000 conocida por sus ácidos comentarios y su personalidad histriónica, la defendió: “Por suerte, Biles es tan fuerte físicamente y coordinada que pudo aterrizar sobre sus pies”.

La ciencia no tiene una respuesta única con respecto a las causas del síndrome, pero entre los posibles motivos se encuentra el estrés. Los olímpicos y olímpicas de sillón no tardaron en criticarla por sucumbir ante la presión, acusándola de débil, perdedora y hasta de abandonar a su equipo. Sin embargo, los calificativos no resisten el menor análisis. Biles ya había sufrido este síndrome anteriormente y sabía que necesitaba cierto tiempo para recuperarse. De seguir compitiendo, la acumulación de errores provocaría una pérdida de puntos considerable para su equipo y, posiblemente, la medalla.

El formato de competencia no permitía que nadie la reemplazara, pero aún quedaban sus tres compañeras, quienes sin haber planificado ni entrado en calor en algunos de los aparatos lograron sobreponerse y ganar la plata. Esta decisión fue más que inteligente en términos técnicos y significó un voto de confianza para las demás componentes del equipo. También fue la correcta en términos de salud: con el grado de dificultad de sus ejercicios, un aterrizaje donde no lleguen los pies primero puede resultar en una lesión grave, hasta fatal.

En pie de guerra

“De verdad siento que tengo el peso del mundo sobre mis hombros a veces”, dijo Simone en su perfil de Instagram un día antes de la final, refiriéndose a la clasificación en la que cometió algunos errores. No es la primera vez que va a unos Juegos Olímpicos como favorita, pero las expectativas se han ido acumulando y no sólo se espera que gane, sino que deslumbre, que continúe empujando los límites de la gimnasia y de lo posible. Fuera del deporte, pocos conocen la batalla a la que se enfrenta casi a diario y las barreras que ha roto para sobrevivir en un ambiente en que su voz incomoda a altos cargos del deporte. Cuando se pospusieron los Juegos, tenía un desafío adicional: seguir lidiando con USA Gymnastics (USAG), organismo rector a nivel nacional con el que actualmente se enfrenta en la Justicia.

Después de que saliera a la luz el caso del exmédico Larry Nassar, sentenciado a 175 años de prisión en 2018 por el abuso sexual de más de 265 sobrevivientes, la federación deportiva parece no encontrar el rumbo. Tras remover al consejo directivo completo y cambiar tres veces de director ejecutivo en tres años, continúa negándose a llevar a cabo una investigación independiente y a fondo sobre quiénes encubrieron al entonces médico de la selección y/o hicieron caso omiso a las denuncias. En particular, el exdirector ejecutivo Steve Penny fue detenido por destruir o esconder evidencia. En noviembre de 2016, cuando la Policía del estado de Texas estaba investigando el caso Nassar, supuestamente ordenó a una empleada de USAG que removiera documentos y archivos médicos claves para la investigación. Estaban en el rancho Karolyi, el famoso centro de entrenamiento de la selección, tristemente célebre por ser el escenario de varios de los casos de abuso denunciados por las gimnastas. Penny se declaró inocente de los cargos y su caso sigue pendiente. Esta es la organización que Biles, también sobreviviente de Nassar, se ve obligada a representar.

Varias de las exgimnastas que se identificaron como víctimas o sobrevivientes, como Aly Raisman y Rachael Denhollander, continúan presionando en la prensa y en la Justicia para que la verdad salga a la luz. Simone lo hace también como la única de ellas (al menos declarada) que continúa compitiendo y a menudo utiliza su poder e influencia para defenderlas y defenderse. El tuit en el que se identificó públicamente como sobreviviente de Nassar en 2018 incluía lo difícil que le resultaba volver al rancho Karolyi, donde fue abusada, como parte de su preparación para Tokio. Tres días después, el centro de entrenamiento fue cerrado. Algo similar sucedió el mismo año con una de las presidentas interinas y directoras ejecutivas de USAG, la excongresista Mary Bono. Se descubrió que en el pasado había criticado en redes sociales a Nike por su apoyo al jugador y activista Colin Kaepernick. Como atleta negra y además teniendo a la marca como sponsor en ese entonces, Simone compartió la publicación y se quejó diciendo: “No se preocupen. No es que necesitamos una presidenta de USAG más inteligente ni algún sponsor ni nada”. Bono renunció apenas cuatro días después de ser elegida.

Simone Biles, tras competir en salto, el 25 de julio, en el Centro de gimnasia Ariake, en Tokio 2020.

Foto: Lionel Bonaventure, AFP

Recuperar el poder

Más allá del sarcasmo y las redes, de vez en cuando la carga se vuelve realmente pesada. En 2019, luego del entrenamiento de podio del Nacional de Estados Unidos, una Simone al borde del llanto les dijo a los periodistas: “Es difícil venir acá a representar una organización y que nos haya fallado tantas veces. Nosotros teníamos una meta e hicimos todo lo que nos pidieron, incluso cuando no queríamos y no pudieron hacer ni una tarea. [...] Tenías una única tarea y no pudiste protegernos”. A su lado estaba Leslie King, vicepresidenta de comunicaciones de USAG, quien bajaba la mirada.

Simone ha sido abierta acerca de su lucha con los coletazos del trauma. Al principio no podía reconocer que formaba parte de las decenas de víctimas y sobrevivientes de Nassar, que luego serían cientos. Una vez que lo puso en palabras, el mundo se le vino abajo. En una entrevista con Priyanka Chopra, contó que asumir su condición fue un proceso. “Estaba muy deprimida, no salía de mi habitación. Dormía todo el tiempo y le dije a uno de mis abogados ‘Duermo todo el tiempo porque es lo más cercano a la muerte’. [...] No fue fácil, pero siento que hoy soy una mujer más fuerte, y contar mi historia ayudó a otras chicas más jóvenes”.

Simone no está sola. Tiene al “ejército de sobrevivientes”, como se bautizó al colectivo de mujeres durante el juicio a Nassar, quienes además impulsaron una reforma que obliga legalmente a las instituciones deportivas a reportar cualquier indicio de abuso. Más adelante, a raíz del documental Atleta A en 2020, miles de gimnastas alrededor del mundo compartieron sus experiencias y se unieron en sus países para enfrentar a las organizaciones que buscan medallas pero no velan por su bienestar. El movimiento Gymnast Alliance, que nació como un hashtag, se convirtió en una poderosa herramienta que les devuelve la voz a miles de gimnastas, hombres y mujeres.

El estrés y la presión posiblemente precipitaron el episodio de las finales, pero es destacable que frente a la instancia más dura de su carrera en términos competitivos eligió salvaguardar su salud y cuidarse a sí misma. Esto es especialmente difícil para una víctima de abuso sexual que carga con un trauma que la fuerza a desconectarse de sus sensaciones para protegerse. Recorrer el camino inverso y volver a confiar en sus instintos requiere un trabajo profundo y desarrollar la capacidad de gestionar su pasado para vivir en el momento presente. En un escenario en el que todos esperan que sorprenda con una vuelta más en sus rutinas, ella aprendió a distinguir cuándo es momento de parar para poder seguir y le demostró al mundo entero que las barreras, sobre todo las propias, no siempre están para romperse.

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