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Andrés Berrueta, de Lavalleja, de Minas, y Juan Manuel González, Ituzaingó, de Maldonado, el sábado, en el Estadio Juan Antonio Lavalleja, en Minas.

Foto: Fernando Morán

Minas recibió dos partidos de la Copa Nacional de Clubes

4 minutos de lectura
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Lavalleja derrotó a Ituzaingó, mientras que Barrio Olímpico y Lavalleja de Rocha empataron en el estadio con vista privilegiada a las sierras.

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Leído por Andrés Alba.
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“Yo he dejado toda mi vida acá adentro”. Con esa clase de sueltas y ligeras frases largan los fines de semana de Copa Nacional de Clubes, siempre que uno tenga la capaz predisposición de atender las alternativas del boca a boca coloquial. Como si hubiera que escribir la crónica de un doble espectáculo del torneo más amplio y diverso del país en el estadio con mejor vista de todo Uruguay. Estar es percibir. Hay historias mínimas y hay que contarlas.

El partido y el escrito se fundan cuando Barrio Olímpico presenta una camiseta de franja rosa. Lo hizo en su sede, donde anunció que vestirá la casaca durante todo octubre y destinará lo recaudado por sus primeras 50 ventas a Lazos de Vida, una organización minuana motivada por el anhelo de concientizar sobre la prevención del cáncer de mama. El club prolongará el apoyo con 20% de la suma posterior al manto 51. Es el mismo Barrio Olímpico que hace perpetuo su vínculo con la escuela 7, de nombre Juan José Morosoli y enclave barrial. Fútbol, comunidad, pertenencia.

“Lavalleja Ituzaingó, CABO Lavalleja Rocha. Estadio”, se leyó en un pizarrón lindero a la sede de Lavalleja Fútbol Club, a un lado de la avenida Baltasar Brum, vía de salida hacia Montevideo o de ingreso a Minas, dependiendo del grado de centralismo padecido. Allí se situó un punto de venta de entradas. Obra doble: dos partidos, cuatro equipos, tres pueblos, tres departamentos, una región, una tarde nublada, ventosa y objeto de garúa. Entre sierras, sólo dos de los 32 cruces comprendidos entre la Punta de la Salina y el río Cuareim.

Historias mínimas

Lavalleja recibió a Ituzaingó. A las dos de la tarde, precipitando almuerzos, zarpó la segunda fecha de la copa, que juntó al vigente campeón del interior y al mejor del año 2000. En agosto de fin de siglo, Martín Semperena marcó y cerró la historia del primer y único título nacional verde y peninsular. Ituzaingó le ganó a Salto Uruguay y fue “campeón invicto del interior”, como consigna una extensa bandera que vistió al Juan Antonio Lavalleja. Por entonces, el Lava, que ahora juega, compite y gana en todo el país, reñía en la B serrana por tercer año consecutivo. El fútbol fuera de Montevideo es muchas cosas. Sacrificio, escasez, territorio. Y también es pender de un hilo todo el día, todos los días.

El juego se hizo parejo y remitió a viejos duelos esteños. Capricho, Pérez, Berrueta; Saldaña, Alba, Recarey. Son apellidos que se leyeron en el formulario del último sábado y se leyeron en otros formularios de otros sábados. Lavalleja, de probada jerarquía, comenzó ganando por un gol de Germán Fernández, en la boca del arco y a los 22. El trámite nunca se tornó muy favorable a una u otra escuadra; con matices, primó la paridad. El convencido elenco visitante alternó salidas en corto y en largo que propiciaron errores puntuales –casi fatídicos–, pero también permitieron interesantes progresiones. Aun así, el empate llegó por un resbalón de Gastón Hernández, arquero carolino de Lavalleja que pasó por el profesionalismo. Esperó el balón, lo controló, se cayó y cedió el tanto a Matías González. Por aquello de la dinámica de lo impensado, 1-1.

Por falta sobre Edgardo Velozo, el primer tiempo culminó con un penal que ejecutó Andrés Berrueta. El zurdazo antecedió al segundo gol de la temporada para el Pelo. Sólo a los cinco minutos de iniciada la segunda parte, Max Rauhofer, que corrió por canchas españolas, argentinas, estadounidenses y dominicanas, cruzó el esférico y lo coló entre Hernández y el poste izquierdo. Todo igual, otra vez.

El fútbol es una aglomeración de historias que el tiempo solapa. La narrativa asume dimensiones amplias, se guía por referencias grandilocuentes, establece mojones para viabilizar el cuento. Eso sí: al fenómeno popular lo arman y eternizan las historias mínimas.

Mathías Lacoste rompió contra los centrales de Ituzaingó, que cancelaron la ofensiva. Berrueta, libre y gestual sobre el segundo palo, se escandalizó. No lo podía creer. “Mientras disfrute el fútbol voy a seguir”, declaró (a Tenfield) a 25 minutos de odiarlo por tres segundos. El fútbol es fútbol, sin embargo, porque tres jugadas después de la desgracia Lacoste picó por la diestra y asistió a Berrueta. Fondo y gol. La reacción fue insólita. La tribuna gritaba un poco por el gol y se reía otro poco por la combinación. Bajo nubes, todo terminó con Lacoste y Berrueta caminando abrazados y Lavalleja ganándole 3-2 a Ituzaingó. A 600 kilómetros de Rosario, una pizca de Fontanarrosa. Él no lo sabía, pero amaba el fútbol del interior oriental.

Cuatro barrios

Para Barrio Olímpico, jugar la Copa A es cumplir un sueño. Parte y ser de su barriada, el club, finalista de la B en la última edición, se estrenó con empate en Piriápolis. 1-1 en el Anselmo Meirana y ante su símil franjeado. Entre potencias nacionales, todo le cuesta un poco más. Aúna juveniles y experientes mayores en un equipo que aspira a sostenerse en la categoría primera. De ella saldrán los últimos de cada grupo.

“La vida de cada una de las instituciones deportivas del fútbol local encierra historias y agrupa personajes que constituyen una buena porción de la identidad cultural de un pueblo. [...] Cuna de varios conjuntos murgueros y lubolos y hogar donde se aprendió a querer, a defender, y donde se sufren y explotan alegrías de acuerdo a cómo le haya ido al Lava”. La referencia es del histórico poeta rochense Enrique Silva Rocha, el Gallineta, sobre Lavalleja, el cuadro de los barrios Viera, Machado y Lavalleja. La albiverde de los tres barrios. Semifinalista en la última Copa y vicecampeón en la de 2011, empató en Melo (con Melo Wanderers, 1-1) y viajó a Minas.

No hay novedades: Lavalleja era el favorito y jugó mejor en el primer tiempo. No brilló, pero exhibió su jerarquía al comando de Santiago Barboza, el renombrado delantero de rica trayectoria profesional. Sobre los 38, hizo gala de su dominancia al fundir la red por la vía del primer palo. Poco ángulo, brutal derechazo y gol rochense. Con Carlos Keosseian al centro y el ex Real Madrid (en la era de los galácticos, entrenó durante dos meses en el equipo B) Roberto Pioli a un costado, ganaba Lavalleja.

Lluvia es platea. Si se está en el estadio municipal de Minas y cae una gota, el éxodo se activa. Por el techo de la estructura inferior, el traslado es inmediato. Desde allí se vio a Ricardo Queiro picar, controlar, calibrar, disparar y anotar. Empató Barrio Olímpico. Iban tres minutos del segundo tiempo. Queiro, montevideano y goleador, representa a un modelo de centrodelantero siempre convencional. Corre, cuerpea, lucha, cae, persevera, pasa, asiste, remata. Generar un seguimiento visual personalizado sobre él en el transcurso del juego es garantizarse espectáculo. Productor ofensivo de honda capacidad, personifica el oficio. No escatima en choques y mejora exponencialmente los ataques. Cuando nada hay, tiro libre para Barrio Olímpico, que empató y miga a miga suma. Con Lavalleja, 1-1.

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