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Perfume que se entregaban de suvenir en el Mundial de 1950.

Foto: Natalia Rovira

Jorge Fortunato, coleccionista y dueño del museo Uruguayos Campeones

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Los cazatesoros del fútbol uruguayo: primera parte.

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Leído por Mathías Buela.
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Sobre el pasto se desplaza con un bailecito especial. El botija la mueve de acá para allá. En el área se saca a varios de encima y la clava en el ángulo ante los ojos de aquellos que, entre bancos de cemento, actúan expectantes, listos para aclamar el grito de gol. Lo terminan chillando y resuena por todo el recinto, haciendo eco. El grito que tantos disfrutan proviene del alma colectiva, propia del fútbol, deporte que es magia por sí mismo.

Jorge, en el Museo Uruguayos Campeones.

Foto: Natalia Rovira

Llantos de felicidad y llantos de decepción. Uno de los ámbitos de la vida que más emociones encontradas genera, porque en un partido o en un relato aparecen los sentimientos, deseos y sueños más profundos del ser humano.

En Uruguay, donde respiramos fútbol, hinchas, seguidores y fanáticos están obsesionados; después, también, están los aficionados. De todos los que se ubican en cualquiera de estas categorías, que tire la primera piedra el que no tenga guardada una entrada de algún partido importante. Hay quienes registran cada momento y cada detalle, también están los que conservan tesoros más exclusivos, de diversas formas, siendo los más comunes los tesoros en forma de camiseta. Un objeto que tiene vida propia.

Foto: Natalia Rovira

Cada prenda es un mundo

La mayoría de los coleccionistas comenzaron a acumular elementos relacionados con el fútbol cuando eran adolescentes, sin plantearse el porqué. Jorge Fortunato es el dueño del museo Uruguayos Campeones, al que se ingresa atravesando un molinillo que descansa al lado de un buzón de la Asociación Uruguaya de Fútbol.

Foto: Natalia Rovira

Su riqueza no es igual a la de las típicas colecciones que se conforman de cientos de camisetas, porque más que telas tiene objetos muy variados; desde archivos de documentos y recortes de diarios hasta bolsos, banderines, discos de vinilo y championes.

Es cierto que lo material es finito, pero cuando acarrea en su existencia momentos históricos, y sobre todo momentos felices, días e instantes que se convirtieron en los ratos más importantes de la vida de una o de varias personas, esa finitud se transforma en algo indestructible.

Foto: Natalia Rovira

Estas telas tienen un poder único; el poder del recuerdo, que no permite que muera ese momento, ese día y ese lugar, para quien estuvo allí y para quien se apoderó de ese tesoro.

Foto: Natalia Rovira

Piezas del tesoro

Entre sus reliquias Jorge Fortunato tenía tres discos que contienen grabaciones originales, tomadas directamente de la transmisión de la radio La Voz del Aire, del clásico disputado entre Nacional y Peñarol en 1948. Lo cedió a Nacional, que quiere crear la Comisión de Historia de Nacional en el Parque Central.

El tricolor ganó ese clásico 2-0 con goles de Luis Ernesto Castro y Atilio García.

El material incluye el relato del gol de Atilio y hasta la narración del penal que Schubert Gambetta tiró adrede afuera diciendo: “No lo necesitamos para ganarles”.

Otro elemento llamativo es el bolso oficial del Mundialito de 1980, en cuerina blanca y azul, con la leyenda “Copa de Oro 80’ Uruguay”. La celeste ganó la Copa de Oro de Campeones Mundiales tras vencer 2-1 a Brasil en la final disputada el 10 de enero de 1981 en el estadio Centenario.

En el mercado y en las subastas hay algunos ejemplares de este artículo, cuyo valor ronda entre 150 y 300 dólares.

Remontándonos al suceso tal vez más glorioso del fútbol uruguayo, Fortunato guarda un envase de perfume que se entregó como souvenir en el Mundial de 1950. El frasco es una réplica del trofeo Jules Rimet, la copa entregada al vencedor de la cuarta Copa del Mundo, que se disputó en 1950 en Brasil y que ganó Uruguay.

La ronda final se jugó en Río de Janeiro y San Pablo, y comenzó el 9 de julio con la primera fecha del cuadrangular. En la última fecha, frente a Brasil, Uruguay llegó invicto a su octavo partido en mundiales, cuatro en 1930 y cuatro en 1950, tras siete victorias y un empate. El invicto, como cuenta la historia, se prolongaría ese día, agregando una nueva victoria.

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