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Un aficionado invade la cancha, en un partido de la fase de grupos del Mundial de Fútbol Qatar 2022 entre Portugal y Uruguay en el estadio Lusail en la ciudad de Lusail (28.11.2022).

Foto: Rodrigo Jiménez, EFE

Más sumisos que nunca: sobre el accionar de FIFA y los futbolistas en el Mundial de Qatar 2022

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Es violento que nieguen el uso de un brazalete que pugna por los derechos, a la vez que reparten un brazalete por fecha que reivindica la supuesta paz, la supuesta igualdad, el mentado medioambiente.

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El Mundial es contexto. Es sabido lo que pasó en el explícito Mundialito del 80 en nuestras narices y con Diego en la cancha: taparon muertes, secuestros y miseria con fútbol y magia y cañitos. De alguna forma esa también es la historia de los mundiales y lamentablemente del fútbol como rehén. Porque no es el fútbol el que tira las bombas ni el que las para. Sin embargo, el señor Gianni Infantino pidió el cese de los bombardeos por un mes durante el certamen, a la vez que instó a las federaciones participantes a no hablar de política. Aquello desencadenó una serie de críticas que se sumaron a la serie previa de críticas por los regímenes establecidos en la sede mundialista.

Lxs alemanxs fueron, en lo que quizás sea un simbolismo enciclopédico, quienes más estuvieron al pie del cañón de la lucha por los derechos. Los noruegos también, pero estos quedaron afuera con toda la fuerza de Erling Haaland guardada en el cajón de los botines y eso opaca los sentires y los aleja de las canchas, el lugar de manifestación por excelencia. Hay figuras que destacan por no estar. Algo parecido pasó con la futbolista noruega balón de oro Ada Hegerberg, quien se niega a jugar por su selección, siendo la mejor jugadora de la historia de su nación, hasta que no se iguale la realidad de las mujeres y varones futbolistas de aquel país.

Lo cierto es que en Alemania el día de la inauguración del Mundial de Qatar 2022, más precisamente en el estadio del Herne, se encendieron más de 20.000 velas y se colocaron sobre el campo de juego unos 6.500 balones rellenos de arena, uno por cada muerte de inmigrantes trabajadores esclavizados durante la construcción de los estadios para el Mundial. A esa performance visual, sublime y devastadora, se sumaron las bocas tapadas para la foto de los futbolistas germanos previo a su debut por la cancelación del uso del brazalete de One Love, y la presencia de la ministra del Interior alemana, Nancy Faeser, con el brazalete de la diversidad puesto, en el palco oficial entre los altos mandos qataríes y los altos mandos de la FIFA, vaya matufia, vaya ovarios.

Es violento que nieguen el uso de un brazalete que pugna por los derechos, a la vez que reparten un brazalete por fecha que reivindica la supuesta paz, la supuesta igualdad, el mentado medioambiente. Martí dijo que los derechos no se piden, se arrancan, y esto es todo lo contrario, le están arrancando los derechos a la gente. La FIFA es controladora y violenta, y este es un fútbol, a la vez que exquisito, sumiso. Más sumiso que nunca.

Quizás hayan sido lxs iraníes también dentro de una simbología de enciclopedia quienes han marcado la cancha y quienes han derribado muros como barreras para tiros libres donde los que se agarran los huevos y el corazón son los políticos. No sólo en el evento de fútbol playa previo al Mundial, donde un futbolista iraní realizó un festejo de gol emulando el corte de cabello de las mujeres iraníes en protesta por la muerte de Mahsa Amini en manos de la Policía, sino también en el debut mundialista, cuando los futbolistas callaron el himno de su país, o en la tribuna cuando una mujer iraní con lágrimas negras pintadas en la cara alzó una camiseta con el nombre de la joven muerta y el número 22 en la espalda, la edad de su muerte. La mujer no sólo fue detenida por la Policía sino también fue retirada del campo.

La misma Policía disfrazada de árbitro revisó el brazalete de Neuer pero no así sus botines con los colores de la diversidad, y la misma Policía, esta vez disfrazada de machito subalterno, confundió en las calles de Qatar una bandera del estado de Pernambuco con la bandera LGTBIQ. Llevan en las venas la persecuta de una droga melada, y en las cachiporras llevan la permisión de los gobiernos de derecha, el abuso del poder, la sangre de otras muertes viejas como la de Santiago Maldonado, que nada tiene que ver con el fútbol ni con el Mundial, pero sí con los gobiernos, las colectividades, las comunidades y los milicos.

Marruecos le ganó un partido importantísimo a Bélgica 2-0. El defensor marroquí del París Saint-Germain Achraf Hakimi realizó una de las manifestaciones más tiernas y también políticas del Mundial. Luego de la victoria se acercó a las gradas y le regaló la camiseta a su madre, con quien se besaron con el amor más lógico.

Es una historia vieja la de un futbolista y su madre, una historia maradoniana de lucha y de rescate del barrio, una historia de resiliencia que a la vez desnuda la desigualdad mundial entre pobres y ricos. La demostración de Hakimi sostiene algo a la vez cuestionable y romántico: jugar al fútbol para ganar dinero y apoyar a la familia. La historia sigue siendo la misma, el barrio pobre que busca en la pelota la salida a la desgracia. Dijo el futbolista: “Mi madre limpiaba casas. Mi padre era vendedor ambulante. Que yo practicara fútbol era un sueño para mí y un sacrificio para ellos. Mis hermanos sacrificaban cosas. Éramos muy pobres. Ahora yo lucho por ellos”.

Uruguay debutó en el Mundial del Oriente contra Corea y fue un 0-0 que se nos parece. Nos quedó la imagen de competir, la del campito eterno en la barrida con posterior festejo por el quite de Federico Valverde, los récords de algunos eternos, y la noción de haber podido quedarse con los tres puntos. Hay quienes hablan de que debimos salir a buscarlo, hay quienes dicen que nos faltó tal o cual cosa, hay quienes sostienen que hay que hacer cambios. Los tres millones de técnicos están alertas.

Pero acaso lo más preocupante es saber que nuestra selección está muy lejos de taparse la boca para la foto, de que el ministro del Interior aparezca con un brazalete con los colores del arcoíris a reivindicar a las minorías en la cara de los jeques. Ni se plantearon el uso del brazalete más famoso del mundo, ni estamos esperando que lo hagan. Qué vacío nos genera eso, qué desamparo, el de tan sólo esperar ganar o perder. Para saber sobre el trámite del partido con Portugal habrá miles de cosas escritas: el mejor jugador del partido fue el italiano Mario Ferri, reconocido por saltar a los campos de juego con consignas reivindicatorias. En este caso, entró con una bandera parecida a la de la diversidad a la cancha y con una camiseta que pedía respeto para las mujeres iraníes y paz para Ucrania. La seguridad se ocupó de sacarlo. Lo cierto es que eso sí lo estábamos esperando.

Lo otro cierto es que los futbolistas miraron todos al piso, incluso Bentancur, que quedó cerca de la bandera regada en el suelo. El árbitro agarró el trapo diverso y lo dejó a un lado de la cancha. Otro anónimo, documentado, entró a sacarla definitivamente de la vista, nunca para siempre.

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