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Mauricio Larriera.

Foto: Alessandro Maradei

Mauricio Larriera: “Ojalá que los futbolistas lleguen al Mundial sabiéndose humanos”

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El director técnico analizó la previa mundialista, habló del negocio del fútbol, de la humanización de los jugadores y de su salida de Peñarol.

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La vieja barriada sin fin de Malvín trepa por colinas hacia la avenida. El floridense le tiene afecto al barrio que lo abriga. Mauricio Larriera es una persona apacible. Es humilde por crianza y por defecto profesional, porque la dirección técnica, dice, tiene que ver con los sentimientos y las emociones. Desde ese lugar sensible decidió dejar Peñarol, el lugar que acunó las primeras pasiones de su infancia y que significó, a la vez, uno de los picos más importantes del camino de Larriera, porque prefiere llamarlo camino, porque nadie lo corre ni corre a nadie. Dice que siente pasión por el juego y que aborrece lo que lo rodea, por eso a donde cree que hay que llegar es al corazón del futbolista, donde está la esencia del juego, el fútbol del barrio, el espíritu amateur. Habló de la muerte del Morro García, de un mensaje de Schiappacasse que lo hizo llorar y de la discriminación contra Denis Olivera; habló del Mundial, de Diego Alonso y de la localía de Qatar, donde supo dirigir: “Que el último Mundial de Messi sea en Catar me parece surrealista, y no está alineado con lo que yo quiero del fútbol”, más allá de que tampoco le sorprendió la decisión por ese rincón del desierto en este tiempo de “negocio del fútbol y cosificación del futbolista”.

¿Cómo te encontrás después de un tiempo de tu salida de Peñarol?

Ha sido un año de mucha sensibilidad. Al otro día de irme de Peñarol, vino Nacho [Ruglio] a casa; tenemos una relación muy transparente y desacartonada, a pesar de que éramos el entrenador y el presidente del gigante del fútbol uruguayo. Después, entre otros, me llegó un mensaje de [Nicolás] Schiappacasse que terminé de escuchar llorando, venía conteniendo mucha cosa. La decisión de salir fue tomada desde un punto de vista sentimental, no impulsivo, pero cuando empecé a recibir estas cosas vi la dimensión de lo que había decidido. Empecé a recorrer por mi memoria todo lo que había pasado. A Schiappacasse traté de darle la contención de un padre. Conmigo se pusieron a llorar mi señora y mi hija más chica, que estaba ahí. Pasé varios días así. De mi pasaje por Peñarol tengo que destacar el sentimiento, la emoción, y lo que tuve que hacer para gestionar emociones desde el inicio hasta el final. Ojalá haya quedado un legado, más allá de ser campeón.

¿Qué tipo de emociones y sentimientos son los que se gestionan?

Es importante haber recorrido la amargura, la alegría, la felicidad, la tristeza, la nostalgia, la melancolía, la bronca, la efusividad. Desde la primera charla que tuve con Pablo Bengoechea hasta el último día tuve que gestionar sentimientos. Logré sentirme maduro, tener templanza para poder hablar sin mostrar sentimientos, delante de los medios al llegar, delante del plantel cuando me fui. No tengo la riqueza filosófica ni de palabras para explicar lo que voy sintiendo, pero soy transparente. Cuando hablo en primera persona hablo de cuerpo técnico: Bruno Piano, Alejandro Martínez, Raúl Zalazar, Óscar Ferro, y el trabajo magnífico de un gran ser humano, de un gran entrenador y un gran deportista con quien hoy me une un afecto inmenso, que es Darío Rodríguez. No puedo decir ni siquiera que cumplí un sueño, porque para mí era imposible llegar a Peñarol. Sólo se le ocurrió a Bengoechea, que es el gran hacedor y a quien le voy a estar eternamente agradecido. El año y medio transcurrió siendo auténtico, la gente me encontraba en el supermercado ganando, perdiendo o empatando. Seguí la misma vida, porque sé que esto es efímero, las medallas y los trofeos se oxidan, la plata se gasta, lo que queda es lo otro.

¿Cuál es la esencia del futbolista?

Es un tema profundo, hay varios puntos desde donde enfocarlo. Yo siento pasión por el juego y estoy aborreciendo todo lo que lo rodea, por eso a donde creo que hay que llegar es al corazón del futbolista. La esencia es el juego, el espíritu agonístico, el fútbol del barrio, el espíritu amateur que está en el corazón del futbolista. Debuté en Godoy Cruz contra Gremio en Porto Alegre por la Copa Libertadores, Gremio venía de ser campeón y tenía un valor de no sé cuántos millones de dólares. Nosotros éramos un equipazo, un plantel precioso. Lo metimos abajo del arco a Gremio. En la charla previa habíamos apostado a recuperar el espíritu amateur, el del barrio, incluso vimos un video de nuestra construcción como futbolistas con la canción de Tabaré Cardozo “El juego”, que pinta exactamente lo que me pasa con el fútbol. Los menos juegan a la pelota por plata; jugamos porque nacimos jugando a la pelota. Nos llega mucho más la riqueza, el negocio, el fútbol europeo, y eso nos aleja del espíritu amateur que nos ha llevado a ser figuras a nivel mundial y que vengan los ricos del mundo a buscar futbolistas acá porque tienen esa chispa, ese carácter, la gambeta, el dribling, la moña, que es parte de la inconsciencia, de la supervivencia del futbolista.

¿Cuánto sufre un futbolista? ¿Cómo viviste la muerte del Morro García, a quien dirigiste en Godoy Cruz?

Lo del Morro me liquidó. Con Santiago tuvimos una linda historia. Debutó cuando estábamos en Nacional con [Gerardo] Pelusso, convirtió goles que nos permitieron ser campeones, ganar un clásico, clasificar a la semifinal de una Copa Libertadores, con 17 años, un carácter, una personalidad. Era un desfachatado. En ese momento no había un auge como ahora de las redes sociales, que a nivel humano son rotundamente negativas, sobre todo porque aparecen los anónimos, esos odiadores seriales, como dijo Martín Bossi. Escuché también de alguien que “Twitter es un lugar virtual donde los anónimos se hacen famosos y los famosos se transforman en tontos”. A los futbolistas hoy en día les incide muchísimo eso. Es muy necesario, sobre todo después de la pandemia, que el futbolista trabaje con psicólogos. En Godoy Cruz, justamente, me pasó de trabajar con Francisco Arnut, un psicólogo que venía del mundo del rugby, donde creo que ven el deporte en otra dimensión. Me gustó su forma de trabajar; tenía trato personal con algunos, estaba en el día a día. El futbolista le creía a Francisco. Hablé incluso con el Morro y se llevaban bárbaro. Es fundamental el trabajo del psicólogo en lo personal y del coaching en lo profesional, pero para eso el futbolista tiene que creer. En la decisión de Santiago no sé qué tanta influencia tuvo el ámbito profesional y deportivo.

Cuando los medios, los críticos, hablan mal de los jugadores, influyen. Por ejemplo, Denis Olivera; cuando lo puse se ensañaron con él. Un jugador que tuve en Danubio, de los que mejor tiran centros en velocidad. ¿Cuál es el problema, que es afrodescendiente? Hay mucha hipocresía. Por suerte, lo hablé con él en su momento y lo estaba manejando bien, no le hizo tanto daño. En otro momento que también hice un llamado de atención desde mi lugar, fue cuando a [Agustín] Cannobio le dio el positivo, porque pasó parecido. Los futbolistas son humanos. Si la cara del fútbol no es la de David Luiz llorando cuando Alemania los goleó, o la de Cristiano Ronaldo sacando a [Edinson] Cavani lesionado, ¿cuál es?

La superioridad más grande que existió y que siempre va a existir es la cualitativa, la calidad del futbolista.

Cosa mundial

¿A qué se va a jugar este Mundial?

Veo la Champions y me aburre. Parece que estoy viendo partidos de básquetbol, con el juego de posición, las salidas, las superioridades numéricas. Lo estamos tecnificando de una manera que está dejando la esencia. Detrás de las bambalinas, después que las luces se apagan y está el silencio y el estadio vacío, como decía [Eduardo] Galeano, creo, espero y deseo que esa llama no se apague nunca. En los latinos está, nos va a dar para ser muy competitivos. Uruguay tiene jugadores en el mejor nivel, pero que además mantienen esa chispa, esa llama, y son humildes de verdad, no de la boca para afuera. Toda esa plata de la que se habla, que es demencial, y es demencial que se gane tanta plata por hacer algo tan primitivo, no va a apagar la llama del Río de la Plata, que es la cuna del fútbol. La diferencia que se puede sacar está justamente en eso, porque todo está demasiado mecanizado. La superioridad más grande que existió y que siempre va a existir es la cualitativa, la calidad del futbolista.

¿Cómo ves a Diego Alonso?

Es el entrenador con mayor proyección. Diego tiene mucha cosa del entrenador uruguayo de la vieja guardia y tiene cosas del entrenador actualizado. Ahora tiene la tarea durísima de elegir los futbolistas. Siento que los que tienen que estar son los que te van a sacar cosas de la galera. Pero tienen que estar listos. Hay cuestiones físicas que son importantes, se está corriendo tanto que cada vez el espacio y el tiempo son más pequeños. Los futbolistas van a llegar al Mundial con tolerancia a nivel público y con otro tipo de conciencia, por lo tanto, con otra fortaleza. Ojalá que los futbolistas lleguen sabiéndose humanos, sabiéndose imperfectos y sabiendo que pueden errar. Como dijo el Maestro [Óscar Tabárez], el error es titular todos los partidos, lo tenemos adentro y nos cuesta convivir con eso.

Habiendo dirigido en Qatar, ¿qué opinión te merece la localía?

Es contradictorio. Estamos viviendo un momento del fútbol como negocio y de la cosificación del futbolista. En esa cosificación, que parece que son máquinas, no me llama la atención que el Mundial sea en Qatar; es un lugar que me permitió desarrollo humano porque me estuve codeando todo el tiempo con desigualdades, pero además me enfrenté, por ejemplo, con entrenadores de Europa del Este que vivieron regímenes complicados, en guerra casi permanente. Tuve que plantear partidos en un campeonato en el que ganan los equipos que tienen más dinero, y yo fui al equipo menos poderoso para salvarlo del descenso, siendo un entrenador ofensivo, y además tuve que ver qué retribución tenía mi forma de trabajar, que es gestionando las emociones: soy de contacto, soy afectuoso. Un lugar diferente para todo, para que te visite la familia, para cruzar una mirada con una mujer, un lugar con una religión de las que para mí hay más devoción en el mundo, un lugar donde existe la pena de muerte.

Es difícil pensar en cómo van a recibir a la gente si el Corán no permite beber alcohol, por ejemplo. ¿Cambiarán algunas reglas? Cuando me iba a visitar mi familia, con tres mujeres, el trato era diametralmente opuesto. Me parece surrealista que sea el último Mundial de alguien que marcó una época como [Lionel] Messi, como [Luis] Suárez, un Cavani, un [Diego] Godín del lado nuestro. Pero sobre todo Messi, que termine en Qatar es surrealista y no está alineado con lo que yo quiero del fútbol. Tendría que haber sido en España, Italia, Inglaterra, el Río de la Plata, porque esas son las raíces del fútbol. Justo vamos a un lugar que está en las antípodas. Entonces la localía en Qatar es la muestra de que el fútbol se transformó definitivamente en un negocio.

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