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Hospital Albert Einstein, el 29 de diciembre, en San Pablo.

Foto: Miguel Schincariol, AFP

¡Murió el Rey Pelé, viva el Rey!

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La muerte de Edson Arantes do Nascimento.

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Leído por Mathías Buela.
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En nuestro idioma, y tal vez en el idioma del fútbol, nadie podría contarlo mejor que Eduardo Galeano, quien en sus maravillosas apiladas futbolísticas desde la raya de la prosa y la poesía, jugó junto al mejor Pelé, aun sin que el 10 lo supiese.

“Verlo jugar bien valía una tregua y mucho más. Cuando Pelé iba a la carrera, pasaba a través de los rivales como un cuchillo. Cuando se detenía, los rivales se perdían en los laberintos que sus piernas dibujaban. Cuando saltaba, subía en el aire como si el aire fuera una escalera. Cuando ejecutaba un tiro libre, vales que formaban la barrera querían ponerse al revés, a la meta, para no perderse el golazo.

Había nacido en casa pobre, en un pueblito remoto, y llegó a cumbres del poder y la fortuna, donde los negros tienen prohibida la entrada. Fuera de las canchas nunca regaló un minuto de su tiempo, y jamás una moneda se le cayó del bolsillo.

Pero quienes tuvimos la oportunidad de verlo jugar hemos recibido ofrendas de rara belleza: momentos esos tan dignos de inmortalidad que nos permiten creer que la inmortalidad existe”, escribió inmortalmente Eduardo Galeano.

Murió Pelé, el que ya era inmortal, tal vez desde aquel perdido gol a sus 15 años en Santo André ante Corinthians de aquella ciudad del ABC Paulista, o desde que hizo su último gol sobre una dura alfombra verde con el Cosmos de Nueva York.

A los 82 años se paró para siempre el corazón de Edson Arantes do Nascimento. Sus piernas habían parado unos años atrás, y la genialidad de su juego también.

Su inmortalidad por su juego, por su construcción, por su simbolismo haciendo esquina con la genialidad, y también por su aprovechamiento por parte del poder, nunca considerada como tal, aunque aun así seguían facturando a sus expensas.

De aquí a la Luna

El 19 de noviembre de 1969, Edson Arantes do Nascimento tenía 29 años. Había nacido en la mineira ciudad de Três Corações, de donde se marchó a los cinco años y muy pocas veces volvió. El hombre había llegado ese año a la Luna en la nave estadounidense Apolo 11. Cuatro meses antes de aquella noche en el Maracaná, Neil Armstrong se había transformado en el primer terrícola en pisar la Luna.

Cuatro meses después, a Pelé –que por esos días era bicampeón mundial con la selección brasileña, bicampeón de la Libertadores, bicampeón de la Intercontinental y seis veces ganador con Santos de la Taça Brasil–, según su propia confesión, le temblaban las piernas para patear el penal que, decían las cuentas de la época, representaba el gol número 1.000 de su carrera deportiva.

El futbolista santista, mineiro de nacimiento pero baururense de crianza –porque vivió en Bauru entre los diez y los 15 años, y debutó en el fútbol en Sportivo Bauru–, antes de mudarse al puerto de Santos, sin saberlo estaba marcando a un torturador y cómplice de la dictadura argentina, el Gato Edgardo Andrada, quien por lo menos a la vuelta a su patria se sabe que fue partícipe del terrorismo de Estado.

Esa noche, la del gol número 1.000 de Pelé, anotado en el Maracaná ante Vasco da Gama, ya Edson Arantes do Nascimento, Pelé en las ruas de Baurú, Gasolina en sus primeros tiempos en Santos y ya definitivamente El Rey Pelé debido al apodo que le puso la revista francesa Paris Match tras su imponente irrupción desde el tercer partido de Brasil en el Mundial de Suecia de 1958, era considerado el mejor jugador del mundo y, con algo de atrevimiento, porque no se puede juzgar comparando prestaciones con actores que nunca vimos porque definitivamente vivieron en otro tiempo, el mejor futbolista de la historia.

Máximos goleadores de Brasil

Jugador Ciclo Goles
Pelé 1957-1971 77
Neymar Jr 2010-actualidad 75
Ronaldo 1994-2011 62
Romário 1987-2005 55
Zico 1976-1989 48

La ubicuidad

¿Por qué, teniendo el fútbol desde su irrupción casi 100 años, habiéndose jugado campeonatos mundiales desde varias décadas antes, recién irrumpió el concepto de indiscutido mejor jugador del mundo a nivel global avanzada la década de 1960? ¿Es que durante el medio siglo anterior no había existido ningún cultor de este deporte de tan amplio destaque? ¿O será que simplemente la evolución de los medios de comunicación nos iba acercando a todos a lo que sucedía aquí cerca y allá lejos?

¿Conocían los ingleses al Mago Héctor Scarone en los años 20? ¿Conocíamos los rioplatenses a Ferenc Puskas? Hubo durante esas decenas de años un mejor jugador del mundo hasta que un muchachito, casi un niño, debutó y ganó el Mundial de 1958, el primero que se pudo ver por la televisión, escuchar por la radio, leer en los diarios.

Como sea, Pelé inició en ese 58 su reinado, y tras su título de campeón mundial en Suecia, en Chile 1962 después, y antes de su tercera conquista en México 1970, convertiría a Santos en un club de referencia y en una suerte de trotamundos como equipo invencible que dominó absolutamente el fútbol brasileño y paulista durante buena parte de esa década, saliendo de giras enormes y extraordinarias para jugar partidos en distintas partes del orbe solamente porque era el equipo de Pelé.

Pelé durante la semifinal Brasil - Francia del mundial de Suecia, el 24 de junio de 1958.

Foto: Olle Wester, TT News Agency, AFP

La de aquel niño-garoto fue una irrupción maravillosa en la precuela del fútbol global, y fue además el precario y apurado símbolo de un país continente que nunca había podido ser y ahora era. Era campeón mundial con un muchachito de una técnica brillante, de una capacidad única, de un atrevimiento inaudito.

En 1959, Santos jugó 99 partidos y Pelé, su estandarte, más de 100, porque también jugó con la selección brasileña. Arrancaron jugando 14 partidos en mes y medio por América del Sur y América Central, pero después, entre el 23 de mayo y el 5 de julio, jugaron en 20 ciudades de nueve países de Europa la friolera de 22 partidos en 44 días, y en todos y cada uno de ellos estuvo en la cancha Pelé, porque Santos cobraba el máximo cachet si O Rei estaba en campo.

Pelé era muy rápido, poseía una gran técnica e inventiva. Sólo tenía 18 años y ya era un producto comercial. Su club jugaba y ganaba a su alrededor.

Hablamos de la construcción de un mito y de un circo que facturaba muchísimo en entradas, porque sólo se podía ver a Pelé si se iba a los estadios.

Pra frente Brasil

Su presencia no sólo fue determinante para la época más gloriosa de Santos. También fue el máximo goleador y multicampeón. Con sus compañeros iniciales, en un grupo apodado Os Santasticos, dio título tras título al club de Vila Belmiro, que ganó un quinquenio en la Taça Brasil entre 1961 y 1965, y agregó otro título máximo en 1968, pero además fue campeón paulista en 1958, 1960, 1961, 1962, 1964, 1965, 1967, 1968, 1969 y 1973, además de las ya referidas conquistas de la Libertadores y la Intercontinental.

Fue tricampeón del mundo en 1958, 1962 y 1970. En su Mundial inicial, con 17 años, jugó los últimos cuatro partidos. En el de Chile sólo pudo jugar los dos primeros encuentros, y recién en México 1970 alcanzó, con enorme liderazgo y capacidad, a jugar todos los partidos con los que Brasil ganó y se quedó en propiedad con la Jules Rimet.

Después de una pobre experiencia en Inglaterra 1966, Pelé renunció a jugar en la selección y recién volvió en 1969, después de que la larga dictadura brasileña dio su paso más brutal con el acta 5, que restringía todas las libertades y derechos, dejando la barbarie al descubierto. Cuando Pelé fue consultado, en el buen documental en Netflix, acerca de qué cambió en su percepción de la vida cuando el golpe, la dictadura y la barbarie en Brasil, O Rei dijo que nada y se estiró en la respuesta: “Para mí, nada”.

Inmediatamente después del gol 1.000, fue recibido en Brasilia por el dictador Emílio Garrastazu Médici, que lo recibió a toda pompa. Un tiempo después, cuando el entrenador de la selección João Saldanha, quien era sospechado de izquierdista, empezó a relegar a Pelé en la selección en la preparación para México 1970, João Havelange, al parecer a instancias del dictador o en acuerdo con él, cesó al técnico y puso a Mário Lobo Zagallo. Brasil fue campeón y Pelé, en el tope de su madurez, fue potenciado por sus compañeros, de absoluta excelencia.

El mejor del mundo, O Rei, mantenía el trono y toda su parafernalia.

La larga dictadura brasileña se fue extendiendo, así como el reinado de Pelé.

Santos ya no era el multicampeón, pero seguía siendo el Santos de Pelé, quien ya era treintañero y tenía pocas ganas de seguir de puerto en puerto con la camiseta santista.

Camiseta en exhibición en el Museo Tierra del rey, en su ciudad natal de Tres Corazones en el estado de Minas Gerais.

Foto: Douglas Magno, AFP

Dicen que se fundió, que quedó con nada o muy poco, entonces aparecieron el Cosmos, Henry Kissinger, secretario de Estado de Estados Unidos, y su relacionamiento con el gobierno dictatorial de Brasil para convencer a Pelé de jugar por el equipo de Nueva York. Por un fangote de dólares nunca visto antes en el fútbol, Edson Arantes do Nascimento marchó al club estadounidense, donde fue campeón y terminó su carrera.

La historia del mejor del mundo no terminó ahí. El niño de Três Corações, el muchacho de Bauru, O Gasolina, el garotinho de Santos terminó de moldearse como una figura que representaba el éxito, estereotipado como el mejor negro en el mundo de los blancos, y quedó flotando en los días, en los años, en las décadas, como el protagonista que no concebía un antagonista en la competencia por esa increíble figura del mejor del mundo.

Murió Pelé.

Fue O Rei.

Palmarés

  • Tres mundiales con Brasil (1957, 1962 y 1970)
  • Diez veces campeón del Campeonato Paulista con Santos (1958, 1960, 1961, 1962, 1964, 1965, 1967, 1968, 1969 y 1973)
  • Seis veces campeón de la Serie A con Santos (1961, 1962, 1964, 1964, 1965 y 1968)
  • Cuatro veces campeón del Torneo Río-São Paulo con Santos (1959, 1963, 1964 y 1966)
  • Dos veces campeón de la Copa Libertadores con Santos (1962 y 1963)
  • Dos veces campeón de la Copa Intercontinental con Santos (1962 y 1963)
  • Una vez campeón de la Supercopa de Campeones Intercontinentales (1968)
  • Una vez campeón de la NASL con New York Cosmos (1977)

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