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Fabiana Llofriu.

Foto: Natalia Rovira

Fabiana Llofriu: “Yo sentí que representaba a un grupo de mujeres que no sólo veían diezmados sus derechos en el fútbol, sino en otros ámbitos de la sociedad”

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Leído por Abril Mederos.
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Cuando Fabiana fue concebida sus padres esperaban encontrarse con Alberto Fabián. Quizás por saber desde la panza que estaba habilitada para jugar al fútbol, de niña descubrió que le apasionaba, aunque por su género posteriormente revelado ese destino impuesto se volvió un impedimento. Sin embargo, aquella niña no se rindió ante ninguna de las adversidades que tuvo que enfrentar.

Actualmente es mucho más aceptado que el fútbol es un espacio de y para todos, mujeres y varones, pero para llegar a este punto hubo que atravesar un largo y sinuoso camino, y fueron nuestras pioneras las que abrieron esa vía derribando la mayor cantidad de obstáculos posibles y liberando el pasaje para las nuevas generaciones.

A las que salieron a las primeras canchas, formaron los primeros equipos y disputaron los primeros campeonatos el machismo las golpeó una y otra vez. Fueron discriminadas por sus familias y su entorno, a tal punto que algunas debieron abandonar sus hogares para poder seguir jugando, otras debieron dejar sus vínculos, entre otras atrocidades que hicieron que algunas de ellas inhibieran su pasión. Además de esos machismos alevosos, hubo otros más silenciosos, que perduran hasta el día de hoy en la mayoría de los casos, como la falta de recursos y de apoyo para la práctica deportiva y la inexistencia de los factores que conforman una estructura sólida en ese sentido. Pero en aquel entonces ese infortunio se topó con una generación de verdaderas guerreras que no necesitaron nada más que una pelota y una cancha para demostrar que las mujeres querían, podían y debían jugar al fútbol.

Pasos con obstáculos

Fabiana no nació sabiendo que el fútbol era cosa de varones, por eso nunca se cuestionó que le gustara patear la pelota. “Cuando nací ya tenía una pelota de fútbol en mi regazo. No sabían que era una nena y mis papás esperaban a Alberto Fabián”, cuenta. Pronto entendió que estaba mal ser futbolista siendo mujer porque su madre le transmitió su disconformidad. Paradójicamente, fueron su tío y su abuelo quienes la incentivaron a vivir su pasión. Su padre, que tenía un vínculo deportivo con el básquetbol, también la apoyó, sobre todo cuando era adolescente.

“En la época en la que vivíamos, de dictadura y con estereotipos de género súper instalados, mi madre no estaba a gusto con que yo jugara al fútbol y me sacaba las cosas que podía utilizar para eso. Tengo imágenes en la memoria de mi abuelo en la situación de decirme: ‘Escondete que ahí viene tu madre’, recuerda.

Fabiana tenía 14 años y viajaba en auto, de paseo con su familia. El paisaje era intrascendente hasta que algo le llamó la atención. Vio a adolescentes mujeres jugando al fútbol, vestidas de Nacional, en la avenida Centenario y José Pedro Varela. “Mi padre estaba manejando, le pedí que parara, me bajé y me quedé hasta el final del partido para preguntar si podría jugar. La mayoría de ellas me doblaban en edad, y a pesar de que soy hincha de Peñarol desde siempre, fue más fuerte que yo porque era algo que deseaba y siempre lo había hecho a escondidas porque la sociedad misma te condicionaba”, cuenta.

Fabiana fue aceptada y empezó a practicar en la plaza de Deportes 5. Cuando llegó el momento de jugar contra conjuntos fuertes, como lo era Amazonas en esa época, se vio condicionada por su físico y su edad. “Me frustré porque era muy chica y paré hasta unos años después”, recuerda.

Los primeros verdaderos pasos llegaron con la oportunidad de jugar en La Costa con Enrique Peña, el artífice del fútbol femenino en la zona metropolitana. Se formó un equipo que participó en el primer campeonato organizado por la Asociación Uruguaya de Fútbol. Se llamaba Aquelarre Cerro.

Foto: Natalia Rovira

“Allí compartí con Silvia Arévalo. Dimos el batacazo porque jugamos contra equipos de Montevideo, como el decano en el fútbol femenino, Rampla, y nosotras le ganamos la final. Fue en plena rambla, en el Nautilus. Para ese partido en particular se cortó la calle, estaba lleno de gente”, asegura Fabiana, que jugaba arriba y hacía goles, aunque después también supo desempeñarse en otras posiciones.

Prendele, Chumbo

Llofriu fue la primera en convertir un gol en el campeonato oficial. Fue el 17 de octubre con Cerro, contra Liverpool, de tiro libre desde afuera del área.

“Silvia me dijo: ‘Prendele chumbo’, y yo, que siempre le pegaba al arco, le pegué y entró. En ese momento no entendés la valía que tiene ese gol. Fue un hito, formó la historia de algo que en nuestro país es mucho más que un deporte”, considera. De esta manera surgió el sobrenombre con el que se la conoce hasta hoy.

Aquella niña que creció deseando jugar al fútbol nunca se imaginó que un día recibiría la invitación para formar parte de la primera selección uruguaya de mujeres, que disputó el primer Sudamericano en 1998. “Una se acota hasta en su propia imaginación debido a los estereotipos tan instalados, que no te permiten ni siquiera soñarlo”, expresa.

“En el fútbol femenino se involucra la esencia de cada una como mujer. Es una construcción permanente y jugarlo es trascendental”.

Ese momento, que atesora como los mejores en su carrera deportiva, se concretó a través de una llamada de Jorge Burgell que le anunció que había sido seleccionada para jugar con la celeste. “Es alguien que admiro y quiero mucho. Él es el artífice de que hoy por hoy el fútbol femenino tenga esta base de jugadoras. No di crédito de lo que estaba escuchando, me emocioné mucho y empezó la competencia conmigo misma para mejorar lo técnico”, cuenta.

Haber sido parte fue para Fabiana “una vivencia fuerte que tiene que ver con lo social, para lo que tiene que haber una estructura, con valores y construcción personal; a ese grupo de chicas lo que nos unió y nos hizo fuertes y con carácter fue que no nos rendíamos ante la adversidad”, sostiene.

Así llegaron los partidos internacionales, instancias como jugar un preliminar en las eliminatorias de varones, donde Fabiana logró hacer un gol en el estadio Centenario de tiro libre. “Ver mi apellido en el antiguo tanteador del Centenario, con mi padre alentándome, fue muy emocionante. Me estremezco con sólo pensar en ese momento”, dice, con la mirada fija en ese pensamiento.

Vestir la camiseta de Uruguay fue un sueño para Fabiana, pero para ella no sólo representaba a la celeste. “Está instalada esa frase de que ‘representás al país’. Yo sentí que representaba a un grupo de mujeres que no sólo veían diezmados sus derechos en el fútbol, sino en otros ámbitos de la sociedad. A nivel profesional había que pelearla desde ese lugar”, explica.

Foto: Natalia Rovira

En todas las canchas

En cuanto a los equipos que integró, además de Cerro estuvo en River Plate (“tenía una muy buena estructura y brindaba mucho apoyo a sus jugadoras; jugábamos en el Saroldi, por ejemplo”, sostiene), luego formó parte de Wanderers, de Central Español, de Rampla y de Nacional.

En paralelo jugaba fútbol sala, por lo que en ocasiones disputaba hasta tres partidos por día. En esta disciplina estuvo en Malvín y formó parte de la selección, con la que jugó el primer Sudamericano, y vivió una experiencia no grata: “Nos transmitieron que si quedábamos en los cuatro primeros recibiríamos un premio, lo que veíamos como una utopía porque competíamos con equipos como Brasil y otras selecciones que venían jugando desde hacía pila. Cuando estábamos por viajar nos avisaron que no teníamos plata para el avión: hicimos un viaje de 40 horas en ómnibus hasta San Pablo y quedamos entre las mejores cuatro. No se cumplió el trato”, cuenta.

En este momento, por otra parte, tuvo la oportunidad de emigrar. Fue el ayudante técnico de Brasil, que dirigía al San Pablo femenino, quien le propuso ir a jugar allí. La presidenta del femenino de ese entonces, Matilde Reich, iba a manejar las tratativas, y el arreglo se truncó. “Otra persona me ofreció un contrato para jugar en China. Nunca pensé en lo económico sino en lo futbolístico. Nos hicieron un contrato y con mi padre lo consultamos desde el punto de vista jurídico. Incluía derecho de imagen y otras cosas, pero el contrato no condecía con la propuesta de esta persona, que tampoco tenía carnet de representante, y no me fui”, recuerda.

La vida desde el deporte

En sus últimos años jugó futsal universitario y decidió dejar cuando comenzó a notar que ya no rendía lo mismo. Además, siguió estudiando y se especializó en la salud, y también experimentó la maternidad.

Tras su experiencia como futbolista, considera que se trata de un deporte maravilloso, que aporta mucho más que lo lúdico. “En el fútbol femenino se involucra la esencia de cada una como mujer. Es una construcción permanente y jugarlo es trascendental, vas a contracorriente de lo que la sociedad espera de vos”, alega, y hace énfasis en que es fundamental la visibilización: “Las futbolistas deberían tener una incidencia. Podés ser muy bueno porque estudiaste y te formaste, pero hay una parte que no se aprende de los libros, sino de la experiencia. Cambiaría todo si formaran parte del mando referentes como Sarita Figueiras o Stefania Maggiolini, que están muy preparadas y tienen todas las condiciones. Sería muy productivo para las nuevas generaciones”, finaliza.

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