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Diego Aguirre, el 30 de octubre, en el estadio Centenario.

Foto: Alessandro Maradei

Otra forma de ganar: Peñarol venció 3-1 a Botafogo, pero no llegó a la final de la Libertadores

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Los aurinegros hicieron un gran partido y cerraron su participación en la copa de buena manera.

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Peñarol ganó, hizo un partidazo, y aunque en resultado no estuvo cerca de la hazaña de levantar cinco goles en contra que traía de Río de Janeiro, sí se aproximó a estirar la esperanza de los miles de carboneros que vistieron el Centenario de fe y esfuerzo. Peñarol hizo un gran juego, pero se autosaboteó en el entretiempo cuando irresponsablemente Washington Aguerre dejó a su equipo con uno menos cuando debía superar a un rival de altísima calidad. Nunca sabremos cómo hubiese sido, pero es seguro que fue altamente perjudicial.

Leo Fernández no fue el goleador de la noche —los goles fueron de Jaime Báez, dos golazos, y de Facundo Batista— pero fue la gran figura del partido, articulando él solo a todo su equipo para la ofensiva. En suma, Peñarol fue mejor en tres de los cuatro tiempos que compusieron esta llave, pero eso no alcanzó y Botafogo será finalista contra Atlético Mineiro.

Jaime Báez, de Peñarol, y Bastos, de Botafogo, el 30 de octubre, en el estadio Centenario.

Foto: Alessandro Maradei

Creer

El fútbol es nuestra religión. No hay nada más maravilloso que la camiseta, la globa, el perfume del césped y nosotros y nosotras. Difícilmente se pueda encontrar en este lugar del mundo un dinamizador de la sociedad que atraviese de punta a punta clases sociales e ideologías, y que convierta en motor de lo popular la adhesión y la fe hacia algo que nos representa, o aún siendo ajeno, como puede pasar, con los clubes más populares y masivos cualquiera pueda decodificar esa energía.

El Centenario, ese épico, histórico y omnipresente templo de la verdadera fe de los uruguayos, tuvo horas que representan un estadio único de adhesión, creencia, reconocimiento y, ante todo, compromiso. Era Peñarol; era el fútbol uruguayo que otra vez, aunque sabía de un imposible, se presenta y representa la fe inquebrantable de los orientales.

Expulsión de Washington Aguerre, golero de Peñarol.

Foto: Alessandro Maradei

Con todo

Peñarol asumió de entrada el todo o nada y por ello fue una tromba en los primeros diez minutos, cargando y cargando contra la Amsterdam, aprovechando esa adrenalina única y también un poco la actitud bastante irresponsable y arrogante del portugués Artur Jorge de dejar casi medio equipo titular en el banco de suplentes.

Con Leo Fernández con destaques y acierto, y las ganas y la velocidad de Leo Sequeira más la pelea permanente de Maxi Silvera, el equipo de Aguirre puso en bajada el juego para el arco de la Amsterdam. Recién a los 20’, el mundo vio que Aguerre estaba todo de verde con un tiro libre de Alex Telles que pasó muy cerquita. Pero al llegar a la media hora, Leo Fernández volcado sobre la derecha cedió a media profundidad a Báez, que antes de recibir estaba escorado a la izquierda. Controló y se fue yendo al medio y de 35 metros sacó un bombazo impresionante poniendo el 1-0 para Peñarol que hizo explotar el estadio.

Después del gol, los cimientos ostentosos del 5-0 empezaron a ceder. Nadie entiende cómo aquella pelota terminó en el caño, ni cómo esos tres ataques consecutivos a los 37’ no terminaron en las redes.

Espectacular y esperanzador el final del primer tiempo carbonero, hasta que terminó. Es que fue ahí, en ese momento, cuando comenzó el intervalo y la mayoría de los jugadores de Peñarol ya se estaban retirando, Aguerre agredió a su colega brasileño, John, se fue expulsado y tiró todo por la borda. La presión, la temperatura y la fe decrecieron de manera dramática, aún cuando los jugadores estaban en los vestuarios y en la tribuna no podían creer lo que estaba pasando: Peñarol volvió al campo con un futbolista menos y con Guillermo de Amores en el arco, saliendo Damián García.

Bastos, de Botafogo, y Maximiliano Silvera, de Peñarol.

Foto: Alessandro Maradei

Inexcusable

Imposible realizar el ejercicio contrafáctico de cómo habría sido el segundo tiempo con 11 contra 11 y el empuje de miles de voces y corazones, pero sí sabemos cómo empezó el complemento: con el plafón bajo y la furia apagada.

Todo mal, hasta que el VAR corrigió un penal mal cobrado por Robles a favor de Botafogo, y Peñarol tomó vigor que se tonificó cuando, en otra gran jugada de Leo Fernández con Lucas Hernández, y otra enorme definición de derecha de Báez, pasó a ganar 2-0 y seguir soñando.

Después, diez contra diez por la expulsión de Mateo Ponte para estirar una utopía que tuvo dos episodios más con el gol al final del partido de Thiago Almada tocando en el área chica para vencer a De Amores y la inmediata respuesta del gol de Batista para cerrar la victoria, que es derrota por 3-1.

Hinchas de Peñarol, el 30 de octubre, en el estadio Centenario.

Foto: Ignacio Dotti

Fue un digno y emocionante cierre de la Libertadores para Peñarol, que no llegó a la final por 45 minutos de desesperación, inexperiencia y ausencia de entendimiento de lo que quedaba.

La gente gritó y saludó como si hubieran sido campeones, porque hay veces que se puede ganar con otras cosas que no sean goles y triunfos.

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