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Sindy Ramírez, durante un entrenamiento de la selección uruguaya de fútbol femenino, el 21 de febrero, en el Complejo Celeste.

Foto: Mara Quintero

Sindy Ramírez, una mentalidad ganadora

6 minutos de lectura
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Una vez la definieron como la “crack de elegante zurda”; su actual entrenador en Racing de Avellaneda cree que es “una jugadora muy incidente e inteligente”. Como referente ineludible del fútbol femenino del Río de la Plata y de la selección uruguaya, Sindy Ramírez charló con la diaria en Argentina de sus inicios, siendo niña, y del ansiado profesionalismo del fútbol femenino.

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En la memoria primera de Sindy Ramírez hay un pueblo y hay una emoción. El pueblo es el suyo, Sauce, donde cada respiración de la vida vale la pena y donde, además, cada minuto transcurre como un minuto y no con los vértigos que rompen el tiempo en las ciudades que indiferencian a la gente. La emoción es el fútbol, su juego, su hallazgo, su deslumbramiento en la infancia más infancia, viendo patear a Jorge, su papá, y percibiendo hormigas o fiestas o esperanzas o lo que sea en los ojos y en las plantas de los pies, porque ahí la habitaba una voluntad enorme de eso mismo, de patear. Pateaba con su papá, entonces, Sindy. Y con su hermana. Y con los varones, que, desde luego y desde siempre, pateaban también. Casi no había construcción de fútbol pateado por mujeres ahí y en esa etapa. Pero un papá es un papá y una hija es una hija, y, en consecuencia, Jorge se las arregló para que el club Sportivo Artigas de Sauce cobijara lo ausente y Sindy empezara un camino que ahora, con esa emoción ya lejana en los calendarios e invariablemente próxima en el corazón, desembocó en una carrera reconocida, exitosa e internacional que incluye ser una referencia cumbre en la selección celeste y en Racing de Avellaneda, del otro frente del agua dulce. De la canchita de Sauce al profesionalismo, de Uruguay a Argentina, de ser una chiquita que miraba a quienes pateaban a ser una figura a la que enfocan con admiración otras chiquitas que se estrenan en el arte de patear, lo que hay es una existencia. La de Sindy.

La primera imagen del fútbol es tu papá...

Seguro. En Sauce. Él jugaba y armó todo para que yo pudiera jugar porque veía que me gustaba. Me acuerdo de muchas cosas a los 12, 13, a los 14 años. Ya a los 15 me citaron de la selección mayor. Maravilloso. Son circunstancias que te van quedando: el primer día, ese momento, el debut. Y el temor. Claro que tenía miedo, no sabía lo que podía pasar. La verdad, era muy chica, pero salió. Y, de allí en más, siempre tratamos de mejorar.

Ahora, aunque volvés a Uruguay por razones personales y futbolísticas, tu residencia es Buenos Aires, la capital gigante donde estamos hablando. ¿Cómo ocurrió que esa piba que quería mucho fútbol en Sauce terminó instalada y brillando acá?

Yo jugaba en la selección mayor desde 2006, y a nivel local en INAU y River, pero en 2008 jugué el Sudamericano sub 17 en Chile. No pasaban los partidos por la tele, por supuesto, consideremos la época. Pero sí se filmaban. Y el entrenador de San Lorenzo me vio, se comunicó y surgió la oportunidad de cruzar el charco. Vine, me probé, me quedé un año. Volví porque extrañaba, era muy chica, bravo. Jugué en Nacional y Wanderers. Mis viejos me respaldaban en todo. En 2013 San Lorenzo me convocó de nuevo, y aunque la situación económica en principio no me ayudaba, ya estaba más grande. Bueno, en San Lorenzo, a lo que recibía como jugadora, que eran viáticos más la comida, me sumaron un trabajo en el archivo del club. Y entre los dos ingresos más o menos fui ordenando mis números y mi realidad.

¿Notabas contrastes en el desarrollo del fútbol entre Uruguay y Argentina?

Era toda una prueba. Antes de jugar acá, sólo veía jugar a la selección argentina. Chicas jóvenes, muy buenas. Yo sentía que en lo técnico y hasta en lo táctico estaba a la altura. La diferencia andaba en lo físico. Allá nos entrenábamos dos o tres veces por semana. Otra cosa.

¿Esos contrastes persisten?

El tema es que en Uruguay tenemos muy pocos equipos y eso genera escasa competición. En Argentina, en cambio, el fútbol no es profesional del todo pero sí lo es en muchas cuestiones. Sin ese paso, hay más obstáculos para mejorar. Se complica ser profesional, se complica trabajar en lo físico. Inevitablemente, todo es más difícil.

Para crecer

Ahora en la fecha FIFA jugaste con la celeste ante Ecuador. ¿Qué señales te ratificaron que siguen esos contrastes y, al revés, qué evoluciones percibiste?

Vos fijate que en nuestra lista de la fecha FIFA había 18 gurisas que juegan en el exterior. Un número: 18. Parece que hay que migrar para cumplir ciertos sueños. Veo que tenemos muy buenas jugadoras. Y, en especial, muy pero muy jóvenes. Ahí hay un cambio: juegan de chiquititas. Llegan con adaptación en las inferiores. Eso es un salto, una oportunidad. Pero está pendiente un montón para seguir creciendo. El fútbol femenino necesita más equipos, más competitividad. Si no es así, nunca terminás de expandirte. Sin eso es imposible.

Con frecuencia contar la historia del fútbol femenino, en Uruguay y en todas partes, implica contar una larga lucha contra los prejuicios. ¿Cuánto pesan ahora, luego de tantas luchas, esos prejuicios?

Prejuicios habrá siempre. Seguimos viviendo en una sociedad machista. Se escuchan las cosas de otros tiempos. Es cierto que hay menos, pero eso está. Y, en este tiempo, brota mucho a través de las redes sociales. Por ahí, aparece algo tuyo en Instagram: tenés unos cuantos comentarios que te elogian o que analizan el juego, y tenés también aquel que pone una barbaridad. Es muy complejo que se vaya del todo. Se trata de prejuicios generales que se expresan en el fútbol.

En Avellaneda, patria de Racing, Sindy desplaza su talento de acá para allá dentro de las fronteras de un predio con nombre de dama. Tita Mattiussi se llama ese recinto, en honor a una mujer que cuidó a los futbolistas jóvenes y las instalaciones sagradas con tanto amor, que, de modo unánime, es considerada “la madre de Racing”. El lugar, una construcción generada por socios y socias en un tiempo de abismos del club, se emplaza sobre la calle Pitágoras, y, como si eligiera tributarle un homenaje al genio que justifica ese nombre, la zurda uruguaya clava pelotazos dignos de una clase de geometría en los ángulos de todos los arcos. Excentrodelantero de Boca y Rosario Central, con un pasado que articula muchos goles en Argentina, Rusia y otras latitudes, Héctor Bracamonte, el entrenador de la primera del femenino que hoy empieza su andamiaje en un nuevo torneo argentino, sabe retratar a esa futbolista con la que comparte día a día: “Es una jugadora muy incidente e inteligente. Te da en pelota parada: a favor, con su pegada; en contra, con su poderío aéreo. Técnicamente tiene pases y una pegada muy importante que te dan la esperanza de que si agarra una pelota bien ubicada, algo puede pasar. Tiene una mentalidad ganadora, es inteligente en los duelos y juega con frescura. Se esfuerza para ayudar al equipo a recuperar la pelota, cosa que la hace una jugadora sólida y polifuncional. De hecho, en su carrera ha jugado hasta de arquera. Y, si percibe que tiene una limitación, conoce cómo maquillarla. Lo más importante siempre es lo humano. Y es alguien que nunca deja de ser humilde, colaborativa y alegre”.

¿Qué representó para vos pasar de San Lorenzo a Racing, en 2023?

Es muy linda esta etapa. Lo primero que me pasó con el club es que, como uruguaya, me hablaban de un uruguayo glorioso con esta camiseta: Ruben Paz. Él está en la historia del fútbol uruguayo y yo lo sabía perfectamente. También eso fue y es muy bonito. Representar a Racing me provoca mucho: orgullo, alegría, la sensación de que soy parte de una gran familia.

Cumpliste 33 años, hace 18 que sos futbolista de la selección, vestís la 10 de Ruben Paz... ¿Qué viene después?

Estoy estudiando para ser entrenadora. Racing me dio una beca para cursar en la escuela de César Luis Menotti. Ya obtuve la licencia para dirigir en algunos niveles y voy por más. Es una actividad semipresencial, así que hay mañanas en las que, antes de irme al entrenamiento, leo y leo en mi casa.

¿Para ser como quién?

El entrenador que más me gusta es Pep Guardiola. Todo, en especial su estilo. En el fútbol siempre le presté atención a muchas cosas y vas teniendo referencias. Cuando era chica me fascinaba ver a Pablo Bengoechea. Qué futbolista: su pegada, su juego. Y en la lista de favoritos están Diego Forlán, Fede Valverde, Matías Vecino, y siempre Luis Suárez. Ni hablar que ahí incluyo a la estadounidense Alex Morgan y a la española Alexia Putellas, dos cracks. Igual, mi ídola, única en la especie, es Marta, la brasileña. Extraordinaria, por muchas cosas. Debuté a los 15 en la selección y la enfrenté. Hasta me saqué una foto con ella. Insuperable por su fútbol y por todo lo que representa. ¿Dónde estará esa foto?

Sindy lo narra todo con alegría y sin secretos. Igual que cuando relata su cotidianidad en Buenos Aires, impregnada por entero no sólo por la gran familia que son sus compañeras y Racing, sino por la familia también grande que supo cimentar junto con la periodista Micaela Cannataro, su pareja: un hogar en el barrio de Caballito, dos perros y un gatito, la organización de las rutinas en torno al fútbol, el hábito de amanecer temprano, la certeza de que las huellas pequeñas de lo diario suelen ser parte de un camino que rumbea hacia la felicidad.

El futuro es aprender

Viene una piba uruguaya que admira tu carrera y tu fútbol, alguien como eras vos hace mucho, y te pide una sugerencia. ¿Qué le decís?

Que siga con su sueño, que siempre labure duro, que se entrene. Habrá piedras, pero vale sacrificarse para ir detrás de lo que se ama. Y que no pare de aprender. Hay que aprender hasta el último día.

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