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Ilustración: Ramiro Alonso

Hay que ghostear el Mundial de Clubes

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Deportivo Sentimiento.

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Tuve la idea de empezar estas líneas contando que no estoy mirando el Mundial de Clubes, que no le estoy dando pelota, que es una metáfora sugerente y apropiada para la temática a desarrollar, pero antes de traducirlo a letras ya supe que no era cierto, que no se ajustaba a la realidad y que, si así fuera, no hablaría bien de mi profesionalismo y de mi apego al buen ejercicio de la profesión.

Sí, estoy siguiendo el desarrollo de esta competencia inédita hasta el momento, que se está llevando a cabo en Estados Unidos, hasta por un natural respeto con las compañeras y compañeros que se encargan de la información de este evento, que no sólo requiere tags y etiquetas para que los motores de búsqueda y la inteligencia artificial lo muevan adecuadamente para sumar más fidelidades. Allá, al final de todo, este nuevo esquema aparece como el verdadero tesoro: el valor de la información bien trabajada con la orfebrería de los protocolos periodísticos ensayados y respetados.

El deporte, en particular el fútbol, es todo eso y más en mi vida y también en la de cientos de miles de personas que sueñan por estos confines de la tierra. Pero dije “el fútbol” y no “un producto virtual que me venden a diario”, ya sea como consumidor de pantalla –llevándome al síndrome de la pantalla verde– o de todos sus subproductos, que van desde una invitación casi compulsiva a las apuestas hasta el consumo problemático de la versión regional de los licenciatarios locales de Cuatro gordos hablando de fútbol online, on demand o en streaming, para poder comprar el mejor rulemán, limpiar los filtros de aire o conseguir, en algún polo de galpones chinos más grandes que un estadio, un rascador y limpiador de dedo meñique con cargador USB.

Cuando hablo, pienso y me sublimo con fútbol, estoy pensando en sol o en frío, en tribunas, gritos, pasto, alambrados y, ante todo, en pelota, camisetas, jugadores. El fútbol es un acto de amor. “El fútbol es cultura”, dijo César Luis Menotti en un verano tórrido de los 90 mientras daba una pitada larga y se apoyaba contra la pared, a un metro de la línea de cal.

“Es muy posible que todo sea una consecuencia socioeconómica de nuestros días, todo lo que está ligado a la cultura está así y no es casualidad. Es una manera de dominación. Sigue siendo como decía Discépolo. Me parece que no hay ningún respeto por la cultura. Y atención, cuando hablo de cultura no quiero transformarme en ningún pelotudo haciéndome el intelectual, porque cultura son los fideos que hace mi mujer, cultura es un uruguayo tomando mate y cebándolo bien. No es que solamente haya que leer a Borges para tener cultura. Cultura es el buen gusto hacia la calidad, y es importante que la gente defina qué es la calidad. Yo pienso que la definición justa la dio Guevara, que dijo que calidad era el respeto al pueblo. Entonces todo lo que se hace con respeto, con trabajo dentro de un concepto de lo que es la cosa, debe tener una valorización diferente a lo otro. El fútbol ha caído en eso y a mí me asusta”, avispó el Flaco hace 35 años, cuando no había cable ni cadenas televisivas, ni internet, ni streaming ni on demand.

El fútbol, la casa de al lado

Estoy viendo algo: los highlights y ni siquiera todos los días. Como dijo Marcelo Bielsa en el mismo territorio estadounidense mientras Uruguay jugaba la Copa América de 2024, “dígale a un uruguayo que mire los highlights de ‘la celeste’ y cada vez habrá más, pero no tienen nada que ver con la esencia que permitió el enamoramiento de una población con el signo de identificación más significativo que tiene un pueblo”.

El Mundial de Clubes me (nos) es ajeno, pero eso no quiere decir que no sea bueno, que no esté bueno. De hecho, hay una decena larga de clubes que son selecciones del mundo, hay centenas de futbolistas en competencia que por capacidad técnica e idoneidad para el juego están valuados en cifras millonarias, cuerpos técnicos multidisciplinarios que conciben proyectos de 90 minutos que apuntan al ideal. ¿Cómo desconocer o ignorar tales circunstancias?

Imposible, pero ¿cómo podemos conectar sana y gozosamente con individuos que llevan camisetas que no sé qué representan, con expresiones que no me acercan, con clubes que no sé qué son o qué quieren, porque ninguno de mis compañeros o compañeras del liceo defendió con frenesí sus virtudes o se mofó de sus debilidades, porque ningún niño de mi cuadra me invitó un día con su padre a ir a verlo, porque el carnicero que no es ni de Nacional ni de Peñarol no supo o no sabe qué cantan esos gringos que tienen un toro en su pecho?

En mis utopías urbanas y seculares siempre habrá una búsqueda más mientras haya fútbol. Búsqueda de proyectos, búsqueda de esperanzas, búsqueda de ocupaciones, búsqueda de placer. Un bloque en donde pararme para ver el partido del mañana, un par de manos para hacerme piecito y colarme en los días lindos del futuro.

Mil millones de dólares o más repartidos en premios. 32 clubes, 63 partidos.125 millones de dólares para el campeón. Mil millones de euros pagos por la multinacional del entretenimiento con sede en Londres, DAZN, por los derechos televisivos. Una cifra seguramente mucho mayor aún es la de los patrocinadores y anunciantes del evento que se agregan a los sistemáticos patrocinadores de la FIFA.

Es un negocio. Yo sé que es un negocio y siento un poco de aversión inicial a que me lo inoculen como un préstamo, como una oferta de algo que terminaré comprando aunque no tenga posibilidades.

El circo romano con sus mejores gladiadores en los campos, sin importar la alta competencia y la maratón de partidos. Hay clubes como Real Madrid, que llegó a Estados Unidos con 62 partidos en sus espaldas, de los cuales Federico Valverde jugó 59, sin contar los siete en los que vistió la celeste por Eliminatorias. Pero la FIFA, una de las mayores transnacionales del mundo, no se fija en esas cosas y procura que no las veamos ni las escuchemos.

El mundo del fútbol

El fútbol como elemento cultural es una construcción capa a capa, generación a generación, alimentada por virtudes y esfuerzo, adhesiones y pasiones, goces y sombras desde que por estos campos empezó a rodar una pelota.

“Al tiempo que nos roba derechos y bienes comunes, el poder económico también ha bastardeado al fútbol, lo ha convertido en un objeto más de consumo, en un nido de corruptos y corruptores sin escrúpulos (comenzando por la FIFA y los poderes públicos) para lo que todo vale con tal de seguir amasando fortunas”, dicen Ángel y María Cappa en su libro También nos roban el fútbol.

El fútbol fue primero un juego, pero rápidamente se convirtió en un deporte que creció en su competencia. Pero aquel fútbol popular y del pueblo fue transformándose en una oportunidad comercial que lo convirtió en un negocio y, por ende, en un centro de poder. El fútbol fue mutando –lejos de aquella intacta pasión lúdica que aún hoy nos hace correr detrás de una pelota– en una gran oportunidad económica para terceros que poco tienen que ver con aquellos 11 que están de un lado y con los que están del otro.

Se negocian cosas que no tienen nada que ver con destrezas técnicas ni con esfuerzos físicos, sino con porcentajes en compras y ventas, retornos comerciales, derechos de imagen y hasta ambiciones políticas y de poder.

Entretenimiento, negocios y poder

“La multitud grita, y sé que los camarógrafos lo tienen en una toma aislada y que los espectadores en Melbourne, Berlín, Río de Janeiro y Los Ángeles están llenos de emoción en sus sillones”.

William Harrison, escritor y guionista, en 1973 viajó al futuro y volvió a su tiempo para escribir el cuento “Roller Ball Murder”, que se desarrolla en un futuro situado por el autor, 45 años después del tiempo en que escribía dándole vuelo a su imaginación: 2018. Aquel cuento en el que “los hombres más poderosos del mundo son los ejecutivos. Dirigen las grandes corporaciones que fijan precios, salarios y la economía en general, y todos sabemos que son corruptos, que tienen poder y dinero casi ilimitados”, apareció en la revista Esquire el 1º de setiembre de ese año con el siguiente acápite: “Hola, fanáticos del deporte, tiempo de juego nuevamente, y un gran día para castigar los tendones y los huesos”.

El Mundial de Clubes es un programa de televisión. Durante más de 100 años, su crecimiento, su desarrollo, su evolución, su involución, su corrupción se basa en nosotros y nosotras que, física, emocional y económicamente, damos basamento a aquellos héroes del césped, a estos clubes-corporaciones que rigen los destinos del mundo del fútbol, igual que los sin cancha ni lugar, sin una victoria que recordar en años.

¿PSG o Centralito? Yo ya sé lo que miraré y en dónde.

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