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Luis Lacalle Pou y Francisco Bustillo en conferencia de prensa por el TLC con China, el 13 de julio, en la Torre Ejecutiva.

Foto: Alessandro Maradei

China: no es el qué, es el cómo

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Sobre las políticas de inserción internacional y sus necesarios consensos.

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Como muchos de los grandes temas de abordaje nacional, el potencial tratado de libre comercio con China va y viene en la discusión pública, y también regional. Uno de esos asuntos en los que se llevan años en la agenda, incluso de sucesivos gobiernos.

La semana pasada se cumplió un nuevo hito en ese sinuoso camino: la comunicación pública por parte del gobierno de que se ha concluido el esperado estudio bilateral de factibilidad sobre los efectos esperados o proyectados del hipotético acuerdo. Las autoridades nacionales han decidido realizar este anuncio a días de la próxima cumbre del Mercosur. Repasemos, pues, algunos ingredientes de este nuevo episodio, de una serie que tiene demasiadas temporadas.

Más allá de cuestiones técnicas, tener la posibilidad de alcanzar un acuerdo comercial con la actual segunda economía mundial, que, a la vez es nuestro principal mercado desde hace más de una década, es sumamente tentador. Además de ser una forma de profundizar la penetración en aquel mercado de diversos rubros de producción nacional, será también un escudo competitivo en la medida de que no tenemos una gran diferenciación productiva con bienes producidos en otros orígenes. De modo que, a productos similares, importadores chinos preferirán aquellos que presenten mejores condiciones, entre ellas las de acceso. Los atributos esperados de estos instrumentos son no sólo arancelarios, también es de esperar menores o nulas barreras pararancelarias, obstáculos técnicos y, en general, estos acuerdos son un incentivo para mayores flujos de inversión.

Con el objetivo de moderar expectativas, es imposible que un acuerdo de esta naturaleza sea fuente de solución de todos nuestros problemas. Tampoco podrá impactar positivamente en todas nuestras verticales productivas. Es posible, entonces, potenciar aquellos sectores que sí se verán rápidamente beneficiados (básicamente, producción agropecuaria, agroindustrial y alimentaria) y trabajar en planes alternativos sobre aquellos sectores que puedan verse potencialmente dañados por el acuerdo.

Ahora bien, para continuar dando pasos en esta dirección, creo que se precisa otro tipo de preparación y otra estrategia, tanto a nivel local como regional. Un tratado de libre comercio excede largamente el radar de un período de gobierno, y excede también cualquier situación de coyuntura geopolítica. No es con ese alcance que se definen las grandes políticas de inserción internacional, sino que lo que distingue a los procesos saludables y duraderos versus los mediocres es que se construyen con base en consensos y diálogo.

Recordemos que este tipo de acuerdo deberá sí o sí ser aprobado por el Parlamento, donde de mínima se precisará un consenso formal. ¿Se están dando los pasos para construirlo? En los últimos meses han aparecido opiniones, incluso dentro de la coalición de gobierno, con dudas sobre la pertinencia del tratado con China en estos momentos. Pero en un país como Uruguay, donde existen aceitados mecanismos de democracia directa, se precisan también amplios consensos en torno a la sociedad civil. Esto es, organizaciones, sindicatos, cámaras empresariales, por sólo nombrar algunos potenciales actores.

Además de los consensos internos, precisamos de un acuerdo regional para que esto ocurra de forma sana. No es correcta esa sensación de que estamos bajo la tiranía de nuestros hermanos mayores Argentina y Brasil; pertenecemos a un bloque comercial por voluntad nacional, que tiene como elemento sobresaliente de configuración una política común frente al resto del mundo. Por tanto, si Uruguay por diferentes motivos compartibles ya no se encuentra confortable con lo acordado oportunamente, los pasos a seguir son intentar modificar los acuerdos en torno al bloque, o repensar nuestro vínculo con él. Lo que no es conveniente es estirar lo normativo hasta alcanzar una interpretación que se ajuste a nuestros intereses, porque allí estaremos debilitando lo jurídico para colocar lo político por encima.

Amplia transparencia en la información y procesos de consulta pública no vinculantes son instrumentos utilizados en países que han tenido un recorrido saludable en la materia. Buen ejemplo pueden ser Australia, Nueva Zelanda, Canadá o incluso Chile. Las formas son relevantes, la oportunidad de abordar estos temas de forma participativa genera la posibilidad de entender a la mayor cantidad de actores involucrados y tener la instancia de construir procesos colectivos generando mayor probabilidad de suceso. La estrategia de avance con base en confidencialidad de la información y hechos consumados encontrará inequívocamente grandes obstáculos, internos y externos, muchos de ellos de difícil resolución.

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