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Ilustración: Luciana Peinado

Cómo eliminar la pobreza infantil con 0,4% del PIB y por qué con eso persistirán los problemas

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Un alegato en favor de correr el eje de la conversación sobre pobreza. Artículo de Matías Brum en Razones y Personas

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Leído por Mathías Buela.
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El jueves 30 de marzo el Instituto Nacional de Estadística (INE) publicó los microdatos de la Encuesta Continua de Hogares (ECH), tras publicar unos días antes los datos más recientes de pobreza, indigencia y distribución del ingreso. Largamente comentados, los datos mostraron una reducción en la pobreza global en 2022 en relación a 2021 y una alarmante pobreza infantil (de 0 a 6 años) en torno a 17%. En esta nota, a primera vista, comento tres formas de acabar con la pobreza infantil y explico por qué dos de ellas no son del todo útiles. De fondo, trato de poner sobre la mesa asuntos que se pierden en la discusión semestral del dato puntual.

Como punto de partida, vale recordar que la pobreza se mide a nivel de hogares: el INE entrevista a todas las personas dentro de un hogar, suma todos los ingresos y, si el monto total está por debajo de una línea de pobreza, el hogar entero (y sus integrantes) es considerado pobre. La línea de pobreza varía según la cantidad de integrantes, el mes y la ubicación geográfica (Montevideo, interior urbano, localidades rurales) y busca aproximar el costo de una canasta básica de consumo de bienes alimentarios y no alimentarios (es decir, incluye costos de vivienda, electricidad, ropa, etcétera).

La forma más rápida de eliminar la pobreza infantil consistiría en desalojar y desahuciar a todos los hogares pobres que tengan menores de 6 años. Esto es una bestialidad, pero lo menciono para recordar que medimos la pobreza mediante una ECH, por lo que las personas sin techo no entran en el estudio. Los lectores preocupados por el incremento en la cantidad de sin techo que miran con perplejidad cómo la estadística difiere de la “sensación térmica” sepan que ambas son compatibles: los pobres e indigentes que pierden su techo dejan de figurar en la estadística. Este primer método “elimina” la pobreza infantil estadística, pero no soluciona las carencias y lo que intuitivamente entendemos por pobreza infantil. Vale recalcar que no es una propuesta seria, sino una ilustración de cómo la estadística en ocasiones no nos sirve del todo para tratar temas de fondo.

El segundo método consiste en transferir a los hogares pobres con menores de 6 años los recursos necesarios para superar la línea de pobreza. Esto es calculable: tomé la ECH 2022 y contabilicé la cantidad de dinero que le falta a cada hogar con al menos un menor de 6 años para llegar a la línea de pobreza y hallé el monto total. Conclusión: si el Estado pudiera transferir exactamente lo necesario a cada hogar (supuesto fuerte), serían necesarios unos 15 millones de dólares mensuales para llevar la pobreza infantil a cero y 22 millones mensuales en el caso de la pobreza en menores de 15 años. Esto asciende a unos 264 millones de dólares al año o un 0,4% del PIB. La parte cruda de este artículo, a continuación, es argumentar que este método tampoco resuelve (del todo) el problema intuitivo de la pobreza infantil.

Es claro que incrementar las transferencias a los hogares pobres con menores de 6 años casi que mecánicamente debiera de redundar en mejoras en su alimentación, salud, vivienda y condiciones en general, todo lo cual mejora las chances de que los niños tengan un buen (mejor) futuro. Y que quede claro que no me opongo, sino que hasta defiendo incrementos en transferencias focalizadas en primera infancia. Pero el ejemplo del primer método bestial ilustra que, en ocasiones, una solución “estadística” es tapar el sol con un dedo. La pobreza infantil es preocupante por varios motivos, y aquí me concentro en dos. Primero, por los niños en sí mismos, que ven vulnerados sus derechos en varios casos y que tienen vidas y existencias por debajo de lo que todos quisiéramos para nuestros propios hijos (por ponernos intuitivos).

Segundo, y más “utilitariamente”, porque es razonable pensar que la pobreza infantil de hoy será la pobreza adolescente, joven y adulta del mañana. En términos menos intuitivos, la evidencia empírica muestra que los niños que crecen en la pobreza tienen menos acceso a educación, cuidado médico y alimentación adecuada, lo que puede afectar su salud y desarrollo cognitivo, y están en mayor riesgo de sufrir problemas de salud mental, como ansiedad y depresión. En otras palabras, la pobreza infantil tiene efectos negativos a largo plazo en el desarrollo físico, mental y emocional de los individuos, que pueden convertirse en permanentes/estructurales: niños pobres tienen altas chances de ser adultos pobres.

Ahora bien, los canales de transmisión de la pobreza de padres a hijos son varios. En términos generales, los pobres tienen menos recursos económicos, de tiempo y emocionales para cuidar y ayudar a sus hijos a desarrollarse. Además, los hogares pobres se concentran en zonas con mala infraestructura en general (peores escuelas, mala seguridad, transporte, etcétera). En este párrafo sucinto queda claro el eje de esta nota: incrementar los ingresos de los hogares es condición necesaria para paliar carencias, pero también es necesario que mejoren los elementos ajenos al hogar para cortar la transmisión intergeneracional de la pobreza.

De vuelta, es necesario incrementar las transferencias a hogares con pobreza infantil, ya que niños bien alimentados y protegidos del clima aprenderán más y se enfermarán menos. Pero darles más ingresos a los hogares no mejora la calidad de los centros de estudio a los que concurren los niños ni aumenta la cobertura del sistema de cuidados y probablemente tenga poco impacto en la capacidad del hogar de mejorar sustantivamente su vivienda o acceder a mejores oportunidades laborales. Se puede reparar la gotera, pero no cambiar el material del techo, y si bien se puede pagar el ómnibus, sigue demorando hora y media en llegar a “los buenos” trabajos. Y la (in)seguridad sigue siendo la misma.

Por otra parte, la evidencia empírica muestra que los recursos usados en mitigar la pobreza o sus efectos tienen mayores retornos cuando se concentran en los tramos etarios bajos (niños y niñas, principalmente). En otros términos, en el corto plazo, y especialmente en el largo plazo, tiene más sentido desde el análisis costo-beneficio atacar la pobreza infantil: todo dólar invertido en evitar efectos negativos en niños, niñas y adolescentes implica ahorros de una mayor cantidad de dólares necesarios para atacar los problemas derivados de la pobreza de los mismos individuos una vez tengan mayor edad.

En términos llanos, y a modo de ejemplo, es más barato invertir en primera infancia y en educación primaria para fomentar el desarrollo de capital humano y la capacidad de los individuos de seguir aprendiendo por sí mismos, en comparación con los costos de programas de finalización de primaria o de recalificación enfocados a personas que no terminan la escuela y ya cuentan con más de 20 años de edad. Para el lector que crea que la pobreza lleva a la delincuencia: es más barato atender al niño pobre hoy que lo que cuesta “atender” al delincuente adulto mañana. Y para “atender al niño pobre de hoy”, de forma que no sea el adulto delincuente del mañana, no alcanza con transferencias que lleven a los hogares por encima del umbral de pobreza.

Quiero apuntar, entonces, que cada seis meses el INE publica la cifra de pobreza infantil y debatimos si el cambio está o no dentro del margen de error y qué significado o interpretación tiene el cambio semestral, anual, intersemestral, etcétera. La pobreza infantil se va a mover en el corto plazo con los ingresos de los jefes de los hogares donde viven esos niños, en los que inciden elementos como cambios en transferencias, efectos de inflación, decisiones de consejos de salarios, si la UTE ajustó o no, entre otros.

Sería fructífero incorporar a la discusión sobre pobreza infantil no solamente los elementos de corto plazo que hayan movido los indicadores (ejemplo: recuperación salarial vía consejo de salarios que impacte en hogares con niños pobres), sino también las medidas, reformas o políticas de fondo que no van a mover el indicador en el corto plazo, pero sí apuntan a mejorar las oportunidades a las que pueden acceder los niños que viven en contextos desfavorables, y que, además, son más costoefectivas. Aquí entran políticas educativas, de seguridad, de cuidados, de vivienda, de transporte y movilidad, de todo como en botica. Esta es la tercera forma de “solucionar” la pobreza infantil con la que abrí la nota.

Resumiendo

Es necesario incrementar las transferencias a los hogares con niños pobres. Esto puede tomar la forma de transferencias directas a las familias (lo que defiendo), pero debe incorporar las dimensiones externas al hogar para atender el problema de pobreza infantil en su dimensión más conceptual. Cierro esta nota sin ninguna propuesta concreta sobre esto último. Hay personas con mayor expertise que yo estudiando y proponiendo caminos, y mi punto es mover el eje de la conversación, es decir, una vez cada seis meses, en vez de discutir la estimación puntual, podemos revisar qué hicimos como sociedad para cortar la transmisión intergeneracional de la pobreza, aunque los efectos se vean mucho después.

Tomado de Razones y Personas. Esta obra está bajo una licencia Creative Commons Atribución 3.0 no portada.

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