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Fernando Cánepa, Valentina Luizaso, Rodolfo Schultze y Miguel Montrasi. Foto: Pablo Vignali

Rodolfo Schultze, alias Lolo, y su preocupación por el vínculo con los estudiantes para –entre otras cosas– enseñar matemática

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La cita para la entrevista estaba pautada para las nueve de la mañana en su casa. La idea era conversar sobre el lanzamiento de su libro, El profe, y también de su experiencia como docente de matemática en secundaria durante 34 años. Como en sus clases, Rodolfo Schultze se salió del libreto y lo que iba a ser un mano a mano se transformó en una reunión en el living de su casa. “Yo puedo decirte que soy un genio, pero lo que vale es el testimonio de mis estudiantes”, se justifica. Desde España y mediante una videollamada, Emilia Chiossi cuenta que antes de segundo año, cuando se topó con Rodolfo, no entendía de matemática, pero gracias al docente pudo encontrarle la vuelta.

A la distancia relata que está más que agradecida a la dedicación de Rodolfo y recuerda que sus clases eran “totalmente diferentes” desde el momento en que pisaba el salón de clases. “Siempre llega contento, parece que viene a hacer algo que le gusta; es diferente de lo que a veces nos acostumbramos en el liceo”, acota en tiempo presente, como si todavía fuera su docente. Según cuenta, uno de los méritos del profesor es la capacidad de percibir los problemas o carencias que sus estudiantes tienen en su casa y que les impiden desempeñarse en clase como quisieran. “Sabe bajar a tierra y explicar ideas de matemática para que puedas entenderlas sin conocimiento previo, como era mi caso, que no entendía nada”, afirma, y recuerda que también daba clases extras por las que –supone– nunca cobró. “Lo de él es un apostolado”, resume.

Un ejemplo de cómo trabaja Rodolfo a partir del vínculo es el caso de Fernando Cánepa, quien fue su estudiante en 1996 y 20 años después le escribió una carta en la que cuenta que su profesor le cambió la vida. Ahora, sentado en el living de la casa de Rodolfo, Fernando rememora que en ese momento tenía 16 años y estaba acostumbrado a funcionar en base al error y al castigo, ya que cuando se equivocaba sufría violencia física pero no le explicaban por qué estaba mal lo que hacía. En ese momento trabajaba en la construcción. Recuerda que a veces iba al liceo sin comer, pero lo que lo marcó fue una charla de café con Rodolfo, que hasta ese día no le caía del todo bien. Después de haber vivido una situación de violencia en su casa, Fernando decidió ir a clase para ver si podía “cambiar el ambiente”. Al percibir su rostro, el profesor le pidió que se quedara unos minutos al terminar la clase. Fernando recuerda con claridad cómo Rodolfo le puso una mano en su hombro, lo miró a los ojos y le preguntó: “¿Qué te pasa, guacho?”. En ese momento rompió a llorar y sintió un gran alivio al sentir que por fin alguien se interesaba en saber cómo se sentía. La charla siguió en el café, donde el docente le recomendó que lo mejor era irse de su casa, algo que terminó haciendo meses después y que cambió para bien el rumbo de su vida, según afirma, convencido.

De relatos

En El profe pueden leerse artículos, apuntes y reflexiones de Rodolfo, más conocido por sus estudiantes como Lolo. Las lecturas van desde una carta de sinceramiento de cuando fue sumariado hasta cuentos sobre el día en que pidió a los estudiantes que entregaban en blanco el escrito le escribieran los motivos por los que no habían estudiado. También hay decenas de cartas de sus estudiantes, que el docente considera los trofeos de las victorias de los docentes.

Una de sus estudiantes fue Valentina Lizaso, que ahora tiene 16 años y señala a Rodolfo como uno de sus mayores referentes. “Lolo es el profesor más humano que conozco, porque cuando entran al salón, todos se convierten en algo que realmente no son. Se convierten en alguien que te manda a seguir reglas”, ilustra Valentina. Al preguntarle sobre anécdotas, inmediatamente recuerda que hace un tiempo una de sus amigas sufría anorexia y ella no sabía a quién recurrir para ayudarla. Cuenta que el único que se tomó un tiempo para escucharla y hablarle al respecto fue Rodolfo, a partir de lo que pudo entender la situación y ayudar a su amiga.

Según el profesor, en el liceo hay que hablar de los temas que preocupan y ocupan a los estudiantes, pero muchas veces existe miedo e incapacidad de escuchar y hablar. En particular, señala tres temas de los que no se habla en los centros educativos: las drogas y el suicidio y el embarazo adolescentes. “Esos tres temas hacen que el liceo se asuste y [para hablar de ellos] dicen que hay que mandar técnicos”. Sentada a su lado, Analía Martínez, su esposa, también docente, plantea que a pesar de que el sistema educativo es muy permeable a todo lo que sucede en la sociedad, cuando pasan hechos como la muerte de alguien cercano, la forma de tratar el tema es escondiéndolo, o se dice que lo tienen que abordar especialistas.

Al respecto, Valentina siente que es frecuente que a los adolescentes “no les den bola” o los manden callar porque “no saben nada”. Está segura de que si eso fuera diferente el sistema educativo también lo sería. Cuenta que los adolescentes viven el momento de la entrega del boletín de calificaciones con “una angustia tremenda”, e incluso hay quienes en ese momento se ponen a llorar. “Los castigan o les hacen creer que no son nada por tener baja matemática, literatura o historia. Va más allá. Y si el estudiante tiene nota baja en una materia, no lo hagas sentir un fracasado; en lugar de eso, ayudalo a mejorar. Hay un cuento de una madre que va a hablar con el profesor y le dice que su hijo tiene muy baja matemática y muy alta dibujo. El profesor le pregunta qué va a hacer y ella le dice que lo va a mandar a clases de matemática, a lo que él le responde que lo mande a clases de dibujo si es en lo que es bueno. Nadie entiende eso: consideran que si tenés baja matemática sos un inútil y no vas a llegar a nada, pero no ven lo que tienen que ver”, reflexiona.

La marca

Rodolfo plantea que hay una guerra entre el conocimiento académico y la realidad, que no entran en vínculo. Al respecto plantea que no hay un conocimiento académico que te lleve a ser más feliz, porque no existe la materia Felicidad, ni tampoco están curricularizadas la autoestima ni la pobreza. “Enseñamos siempre lo académico, y así está el mundo”, señala, e ironiza con que los nazis debían de ser buenísimos en matemática.

Según afirma con seguridad, las personas necesitan que alguien les diga “vamo’ arriba que podés”. En ese sentido, el sistema educativo muchas veces se transforma en una conspiración contra los jóvenes. En particular cuestiona algunas prácticas en el liceo, como la sanción colectiva, porque no se puede sancionar a todo el grupo si todos sus integrantes no actuaron de la misma manera. Sostiene que se necesita personalizar la enseñanza y tratar a los estudiantes como seres humanos de quienes nos preocupen las cosas que los ayudan a crecer.

Otro de los temas que preocupa y ocupa a Rodolfo es el bullying. Suele decirles a los estudiantes que cada persona es particular y que en cierto punto todos somos un poco raros, y está bien serlo. Valentina cuenta que hace unos años se afligía porque sus compañeros la tildaban de rara, hasta que un amigo le explicó que su forma de ser la hacía única y especial. Desde ese momento, cada vez que le dicen que es rara, en vez de sentir que no es aceptada se siente feliz de no ser igual al resto. A raíz de esa anécdota, en la clase de matemática se gestó la confección de un cartel con la frase: “Ser único es lo más maravilloso que hay”, de la propia Valentina. “La base del bullying es hacerte sentir pésimamente mal porque sos diferente. De esa forma lo contrarrestamos”, explica Rodolfo.

Analía señala que en educación a veces es difícil hablar de priorizar y respetar lo diferente, porque, por definición, los sistemas educativos suelen intentar homogeneizar, debido a que es más fácil gobernar instituciones o sistemas educativos que no permiten lo diferente.

Alias Lolo

Justamente, a lo largo de su carrera, que comenzó en 1983, muchas veces Rodolfo se ha sentido raro. Él dice que cada vez que va a ver una obra de teatro piensa qué puede sacar del actor para su clase, y dice estar dispuesto a subirse al pupitre para enseñar el teorema de Pitágoras. El profesor considera que todo debe estar al servicio del aprendizaje, y señala que “no se puede planificar que va a venir un chiquilín al que le pasó algo y va al liceo a sufrir, y eso hay que tratarlo”.

Esta forma de pararse con respecto a la docencia también le ha costado, y señala que en promedio ha tenido cuatro entradas a dirección por año. “Me da ganas de llorar lo que he sufrido por ser diferente. Los alumnos son los que te consuelan en esos casos. Ellos son los que perciben las cosas con más claridad”, afirma. Incluso, muchas veces ha recibido cuestionamientos de los padres por expresar sus sentimientos en clase y abordar temas como el suicidio de una estudiante.

En ese sentido, la presentación de su libro, el viernes pasado, a sala llena, en la Biblioteca Nacional, es el sueño de su vida, porque significa que “una vez alguien le está dando pelota” a la alarma que intenta encender. “Me gustaría que se lanzara un debate, pero no con los señores que se sientan detrás de un escritorio y opinan. El verdadero curso que hay que hacer es dentro del aula. Los docentes somos soldados de trinchera, estamos con la escopeta peleando en primera fila para que esta sociedad no se transforme en algo peor. Merecemos ser más respetados y más escuchados. Yo salí del ropero, di mi versión, pero cada docente tiene miles de historias y reflexiones interesantes, y estamos como un ciudadano de segunda clase. Ahora ya están empezando a pegarnos. Es hora de empezar a discutir si no es cuestión de enseñar con el alma y no tanto con la cabeza”, concluye.

Tras casi 40 años junto a su esposa, han reflexionado acerca de que esa preocupación por el vínculo también tiene impacto en el resultado académico de los estudiantes, en particular en una materia como matemática, en la que destruir el mito del miedo o de la incapacidad muchas veces es posible gracias a la empatía y a la confianza. “Es muy difícil construir un mensaje cuando eso no existe”, cuestiona Analía. Más allá de lo difícil que es nadar contra la corriente, ambos son optimistas en cuanto observan que, poco a poco, se van logrando cambios en el sentido de tener vínculos más humanos entre estudiantes y docentes.

Fernando lamenta que muchas veces, para obtener un certificado que acredite determinados estudios, es necesario repetir lo que dice un libro. “Lo que nos enseñó Rodolfo es el tema de la empatía, que es lo que le falta a todo el mundo. Te ve como persona, no como un horario que tengo que cumplir. Entendí matemática, pero si él no me hubiera entrado por ese lado no me hubiera entrado nada”, cuenta.

De primera mano

Una de las cosas que suele hacer Rodolfo es llevar invitados a dar charlas sobre temas que exceden lo académico y tienen que ver con la vida y los intereses de los estudiantes, como el consumo de drogas o el embarazo adolescente. Uno de sus invitados más frecuentes es Miguel Montrasi, quien después de perder a su madre cuando era muy chico, estuvo en la indigencia durante varios años. Cuenta que en virtud de su esfuerzo hoy es licenciado en Bellas Artes y también trabaja como cuidacoches. El objetivo de llevar a Miguel a la clase es que los adolescentes puedan tener de primera mano un relato sobre cómo se puede salir adelante a pesar de atravesar grandes dificultades. Además, Miguel es hoy el encargado de la distribución del libro El profe, que puede encargarse a los teléfonos 23579767 o 096304981, y que además se encuentra en algunas librerías.

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