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25 años formando educadoras de primera infancia: una política que hizo escuela

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Este año se celebran los 25 años de la Formación Básica de Educadores en Primera Infancia (FBEPI), uno de los programas emblemáticos del Centro de Formación y Estudios (Cenfores) del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU). Desde el año 2000, esta propuesta se ha convertido en referencia para quienes trabajan con niñas y niños desde el nacimiento a los 3 años en los centros del INAU (CAPI), CAIF y múltiples dispositivos de educación y cuidado en todo el país.

No se trata de “un curso más”. La FBEPI fue la primera política de formación sistemática pensada específicamente para quienes sostienen, en el territorio, el cuidado y la educación de la primera infancia. En un campo históricamente feminizado, asociado a la idea de “ayuda” o “vocación natural”, esta formación vino a decir algo fuerte: educar a las y los “recién llegados” es un oficio complejo, que requiere saberes específicos, reflexión ética y reconocimiento social.

De las “guarderías” a la educadora de primera infancia

A fines de los años 80 y durante los 90 del siglo pasado, Uruguay amplió considerablemente la cobertura de atención a la primera infancia, en particular a través del Plan CAIF. Pero esa expansión convivía con grandes desigualdades en las condiciones de trabajo y en el nivel de formación de quienes estaban a cargo de los niños y niñas. La figura de “la educadora” aparecía muchas veces diluida entre la “madre sustituta”, la cuidadora con experiencia, pero sin un perfil profesional claramente definido.

En ese contexto, y sobre la base de experiencias previas de capacitación, en cooperación con la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) y la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP), Cenfores diseñó a fines de los 90 una propuesta de formación que se concretaría, a partir del año 2000, en la FBEPI.

Detrás de esa propuesta hubo una decisión política y también una escena pedagógica muy concreta: en 1999 llegó a Montevideo una misión de especialistas españolas que, junto con equipos uruguayos, pusieron en marcha el Curso de Formación de Formadores para quienes trabajaban con niñas y niños de 0 a 5 años. Durante varias semanas intensivas se seleccionó y acompañó a un primer núcleo de educadoras, maestras y técnicas que se formarían como futuras docentes de la FBEPI, al tiempo que se iba armando el plan de estudios, la metodología y los materiales de apoyo.

Ese curso de formadores fue el laboratorio donde se ensayó lo que después sería la formación básica: trabajo en duplas, talleres, observación y análisis de la práctica, escritura de la experiencia, cruce entre marcos teóricos y vida cotidiana en los centros. Parte de los marcos y materiales trabajados en aquella experiencia terminaron nutriendo también el acervo bibliográfico y los marcos de referencia conceptual de quienes se dedican a la educación en la primera infancia y se forman para ello.

La FBEPI no sólo ofrecía horas de curso (más de 500, organizadas en distintos niveles y módulos), sino que contribuía a construir un nuevo sujeto profesional: la educadora de primera infancia. Un sujeto que ya no se define sólo por “el cariño por los niños”, sino por su capacidad de leer contextos, trabajar en equipo, diseñar propuestas, sostener vínculos, documentar y evaluar procesos.

Un dispositivo con señas de identidad

Las sistematizaciones realizadas en aquellos primeros años, como la Memoria del diseño de una didáctica –de Irrazábal y Liberman– y otros, mostraban que la FBEPI no era una suma de asignaturas, sino un dispositivo de formación con señas de identidad bien marcadas: trabajo en duplas docentes, articulación entre curso y taller, reflexión situada sobre las prácticas, escritura de la experiencia, lectura compartida de autores y autoras que en Uruguay casi no circulaban.

Por las aulas de Cenfores pasaron –y siguen pasando– nombres que se hicieron familiares para muchas educadoras: Elena Lobo, Alfredo Hoyuelos, Vicenç Arnaiz, por mencionar algunos desde la tradición hispana del trabajo en centros infantiles; Peter Moss, Gunilla Dahlberg y Alan Pence, con su crítica a los modelos tecnocráticos de calidad y su defensa de una educación infantil como espacio público, ético y político. Esa “biblioteca” que la FBEPI ayudó a instalar se volvió parte de la trama de saberes del campo de la primera infancia en Uruguay.

Al mismo tiempo, la propuesta puso en el centro algunas ideas-fuerza que hoy parecen obvias, pero hace 25 años no lo eran tanto: que educar y cuidar son dimensiones inseparables; que el juego, el cuerpo, la exploración y el vínculo afectivo no son “extra”, sino el corazón de la propuesta; que las familias no son meras destinatarias, sino coprotagonistas; que las condiciones de trabajo importan tanto como los contenidos.

De la formación a los marcos curriculares

Buena parte de estas discusiones encontró más tarde un lugar explícito en documentos nacionales: el Diseño Básico Curricular para niños y niñas de 0 a 36 meses aprobado por el Ministerio de Educación y Cultura (MEC) en 2006 y el Marco curricular para la atención y educación de niñas y niños uruguayos desde el nacimiento a los seis años, elaborado interinstitucionalmente por CCEPI, Uruguay Crece Contigo y otros organismos.

Allí aparecen, con otras palabras, muchas de las claves que se venían trabajando en la FBEPI: la primera infancia como etapa crucial de la vida, los niños y niñas como sujetos de derechos, la integralidad, el juego, la escucha, la comunidad, la contextualización de la propuesta educativa. No es casual: Cenfores fue parte activa de esos procesos y aportó la experiencia acumulada en la formación de educadoras.

Dicho de otro modo: la FBEPI ayudó a que ese lenguaje común sobre la educación y el cuidado en la primera infancia no quedara sólo en los documentos, sino que llegara a los centros, a las salas, a las prácticas cotidianas, a través de miles de educadoras que fueron apropiándose de esos marcos desde su experiencia y sus preguntas.

Una política que llega al territorio

Con el tiempo, la FBEPI se consolidó como parte de la arquitectura de las políticas de cuidado. En 2015 se la reconoce como la formación pública no terciaria requerida para trabajar en los servicios de primera infancia del Sistema Nacional Integrado de Cuidados.

Sólo en 2024, 1.352 personas participaron de la FBEPI en sus distintos niveles y 833 aprobaron al menos uno de ellos, en 27 cursos desarrollados a lo largo del país. Ese volumen habla de una política que no se agotó en los primeros años, sino que sigue siendo una puerta de entrada clave para la profesionalización de quienes trabajan con niñas y niños pequeños en múltiples formatos –CAIF, centros diurnos, privados, comunitarios– y territorios muy diversos.

En paralelo, la articulación con el Plan CAIF permitió, especialmente entre 2007 y 2011, avanzar hacia la universalización de la formación de las educadoras de los centros conveniados, integrando la perspectiva de derechos y los marcos curriculares en un programa que ya no miraba sólo “lo asistencial”, sino la calidad de la propuesta educativa.

Lo que está en juego hoy

Celebrar los 25 años de la FBEPI no es sólo mirar el pasado con nostalgia. Es, sobre todo, preguntarnos qué queremos para los próximos 25.

En estos años no han faltado señales de alerta: recortes presupuestales que impactan en las posibilidades de continuar trayectorias formativas; incertidumbres sobre la continuidad de la carrera de Educador en Primera Infancia; decisiones que debilitan la formación específica en primera infancia en el sistema educativo; tensiones entre la expansión de la cobertura y la calidad de las propuestas.

En un país atravesado por desigualdades estructurales, donde las brechas se marcan con fuerza desde los primeros años de vida, desatender la formación de quienes están con los niños y niñas más pequeños no es neutro: es una forma silenciosa de aceptar que haya “infancias de primera” e “infancias de segunda”.

En un país atravesado por desigualdades estructurales, donde las brechas se marcan con fuerza desde los primeros años de vida, desatender la formación de quienes están con los niños y niñas más pequeños no es neutro: es una forma silenciosa de aceptar que haya “infancias de primera” e “infancias de segunda”.

Algunas tareas para el próximo cuarto de siglo

Si algo nos enseña la historia de la FBEPI es que las buenas políticas no nacen de un día para el otro ni se sostienen solas. Requieren decisión política, recursos y, sobre todo, colectivos que las habiten, las discutan, las transformen.

De cara al futuro, al menos tres desafíos parecen evidentes:

  1. Cuidar y fortalecer la FBEPI como política pública, garantizando financiamiento estable, condiciones dignas para sus equipos docentes y continuidad en todo el territorio, compromiso que las autoridades actuales han asumido públicamente. No puede quedar librada a la lógica de “proyecto” ni a la voluntad circunstancial de algunos equipos.

  2. Reconocer el saber construido en estos 25 años, valorando la producción de memorias, sistematizaciones e investigaciones surgidas al calor de la formación básica y haciéndolas dialogar con las discusiones actuales sobre calidad, currículos y derechos.

  3. Asegurar trayectorias formativas integrales, articulando la FBEPI con la Tecnicatura de Educador en Primera Infancia y con las carreras de formación docente, de modo que educadoras y educadores puedan seguir formándose sin perder su especificidad ni quedar atrapados en un “techo” formativo. Asimismo, promover la formación permanente de quienes egresaron.

En definitiva, celebrar los 25 años de la Formación Básica de Educadores en Primera Infancia es una oportunidad para algo más que cortar una torta de cumpleaños. Es el momento de afirmar, con fuerza, que no hay derecho a la educación y al cuidado en la primera infancia sin derecho de quienes cuidan y educan a contar con una formación sólida, situada y reconocida.

Porque cada educadora y cada educador que pasó por la FBEPI es, también, parte de la trama que sostiene la vida desde el comienzo. Y esa trama no deberíamos darla nunca por supuesta.

Javier Alliaume Molfino es maestro, magíster en Derechos de Infancia y Políticas Públicas, y doctorando en Ciencias de la Educación. Es docente e investigador del Departamento de Primera Infancia del CFE (ANEP) y formador en Cenfores (INAU). Actualmente se desempeña como coordinador del Área de Educación en la Primera Infancia (DNE-MEC). Verónica Irurueta es psicóloga y maestranda en Derechos de Infancia y Políticas Públicas. Integra el equipo docente del Cenfores (INAU) como formadora de educadoras en primera infancia.

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