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Foto: Pablo Vignali / adhocFOTOS

Menos ghosting, más responsabilidad afectiva: cómo transformar las maneras de relacionarse en la era de la hiperconectividad

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Si bien “clavar el visto” o desaparecer sin explicaciones son patrimonio tanto de varones como de mujeres, hay diferencias en las razones y en el impacto.

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Leído por Abril Mederos.
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Dentro del diverso mundo de las relaciones afectivas o sexoafectivas existen comportamientos que no califican estrictamente de violencia o maltrato, pero que también afectan a la persona destinataria. Algunos han existido desde siempre y hoy sólo adoptan nuevas formas o tienen nombres específicos: desaparecer de repente y sin dar explicaciones de la vida de alguien con quien mantenemos un vínculo no es una novedad, pero ahora se le dice ghosting. Otros han surgido en los últimos años, en la era de la hiperconectividad, facilitados por las redes sociales, la mensajería instantánea y las aplicaciones de citas: clavar el visto, no responder mensajes durante días para mostrar quién tiene el control, dar likes en publicaciones de redes sociales o mirar las stories sin llegar nunca a interactuar.

Los pocos estudios que hay sobre el tema aseguran que estos comportamientos son ejercidos tanto por los varones como por las mujeres, aunque las mujeres parecen ser las que mejor identifican lo que ocurre y más lo visibilizan. Sin embargo, autoras feministas encuentran diferencias a la hora de analizar las razones por las cuales se ejercen estas actitudes y el impacto que generan. En parte, estas diferencias se explican por la manera en la que son socializadas las mujeres y los varones desde la infancia, y lo que se les enseña a unas y a otros acerca de las relaciones interpersonales, la gestión de las emociones y el ejercicio del poder.

“Nombrar ayuda”, dice la periodista feminista española Ana Requena Aguilar para referirse al ghosting y a otros comportamientos similares que hoy tienen una denominación en inglés. “Esas definiciones nos dicen que hay un problema que trasciende nuestros comportamientos individuales y nuestras historias personales. Nos ayudan a poner, una vez más, la mirada en lo estructural para superar nuestras culpas y poder gestionar nuestro deseo y nuestra autonomía. Nos ayudan a saber que [las mujeres] tenemos derecho a pedir. Nos hacen saber que existe un conflicto que tiene que ver con la manera en que históricamente se ha construido la masculinidad y la feminidad, las relaciones sexoafectivas y el poder”, asegura en su libro Feminismo vibrante (2020).

La autora española no niega que las mujeres también practican estos comportamientos, pero lo que plantea es que “muchos hombres los ejercen en un contexto concreto, como reacción a la autonomía deseante y sexual de las mujeres”. En esa línea, habla de una “venganza” de algunos varones “contra la autonomía sexual de las mujeres”, que “a veces es ejercida adrede, otras veces se trata de comportamientos más o menos intencionados que terminan por afectarnos e incluso dañarnos”. Y resume: “No es maltrato, pero sí destrato”.

En el paraguas del destrato entran conductas como el desprecio, la indiferencia o el descuido. Son comportamientos que no califican de violentos –al menos no en su acepción más tradicional–, pero que de alguna manera marcan quién tiene el control de la situación. Las razones detrás son múltiples y, en algunos casos, difieren según se trate de un varón o una mujer.

Especialistas hablaron con la diaria sobre qué hay detrás de las diferencias de género en las formas de relacionarse y propusieron claves para avanzar hacia un nuevo modelo que ponga en el centro los cuidados emocionales y la responsabilidad afectiva.

Las diferencias de género

“Cuando un hombre practica el ghosting, desaparece o está mucho tiempo sin contestar un mensaje, lo hace para ejercer poder”, sintetizó Darío Ibarra, doctor en Psicología especializado en masculinidades y director de la organización civil Centro de Estudios sobre Masculinidades y Género. El especialista dijo que también puede suceder porque los hombres “no saben procesar algunos aspectos vinculares con otras personas, sobre todo con las mujeres”. Esto se debe a que son “socializados para inhibir las emociones, dominar y controlar”, por lo que les “cuesta mucho procesar emociones básicas”, como el miedo, el dolor, la tristeza, la alegría y la rabia, aunque esta última es la única que de algún modo tienen “habilitada”.

Ibarra coincidió con las autoras que explican el destrato de muchos hombres como una “venganza” contra las mujeres deseantes. A su entender, esto podría ocultar detrás el miedo masculino a perder privilegios ante la conquista de derechos que lideran los feminismos. “En el siglo pasado estaban muy claros los roles de género que tenían los hombres y las mujeres, entonces no había fricción entre sexos. Hoy en día, cuando las mujeres se están igualando en materia de derechos, el hombre siente amenazada su masculinidad, por lo tanto, ejerce violencia de todo tipo: los que tienen menos recursos, violencia explícita; los más sofisticados, microviolencias; y los que tienen más recursos intelectuales o cognitivos, violencia simbólica, que es otra forma de ejercer poder y dominio, pero de una manera mucho más sutil”, explicó.

“Lo que estos hombres no saben”, cuestionó el experto, “es que la pérdida de privilegios otorga la ganancia de grandes beneficios, como estar más cerca de sus hijas e hijos, tener vínculos más saludables de pareja, cuidarse ellos mismos física y emocionalmente, conectar con sus emociones e incluso vivir más tiempo”.

Por su parte, la psicóloga feminista especializada en violencia basada en género Victoria Marichal consideró que, si bien muchas de estas conductas “funcionan de la misma manera” en mujeres y varones, “hay una diferencia de género muy marcada entre los motivos y las razones por las cuales se hace”. En línea con el planteo de Requena Aguilar, afirmó que, en muchos casos, “cuando quien lo hace es un varón cis heterosexual, tiene que ver con una respuesta hacia el avance de la mujer, la feminidad o la disidencia que tiene del otro lado”.

“Pasa mucho que cuando me empiezo a mostrar más deseante y tomo la iniciativa, lo que hay del otro lado es una clavada de visto, una desaparición, un ghosteo. Esto tiene que ver con la imposibilidad de poder decir ‘en realidad, no quiero salir contigo’, que está vinculada con el mandato de la masculinidad, de siempre tener que estar disponibles para encuentros sexoafectivos”, señaló la profesional. Además, “ellos históricamente han tenido el rol activo”, entonces “cuando las mujeres empezamos a tomar ese rol y a expresar nuestros deseos, desaparecen como forma de castigo social, para volver a ponernos en el lugar de no decir lo que deseamos”.

Marichal también se detuvo en la “socialización diferencial de género”. Al respecto, dijo que, si bien está mal que a las mujeres se les enseñe que lo más importante es “el amor de pareja” y “conseguir ser amada por otro”, tienen “la ventaja de que nos enseñen la importancia de las emociones, de la responsabilidad con otros y del cuidado”. En cambio, “hay muchos varones a los que ni siquiera se los educa desde la responsabilidad emocional y el reconocimiento de sus propias emociones y deseos, entonces ahí hacemos agua, porque del otro lado no está todo eso, no hay de dónde sacarlo porque nunca fue enseñado, porque nos han educado para ‘complementarnos’”. Frente a eso, la psicóloga abogó por “romper con el binarismo de que las mujeres somos ‘las emocionales’ y los varones ‘los racionales’, porque todas las personas tenemos la capacidad de cuidar, de sentir, de reconocer nuestras emociones, y también de aprender y desaprender”.

Por otro lado, la especialista dijo que ha visto casos en que mujeres y disidencias creen que practican el ghosting, cuando, en realidad, lo que despliegan es una estrategia de protección o cuidado hacia varones con “comportamientos abusivos o de acoso”. “A veces me llegan consultas de personas que dicen ‘lo ghostée porque no sabía cómo hacer para que me dejara de insistir o de presionar’. Eso no es ghostear: eso es preservar nuestra seguridad”, aclaró Marichal. En esos casos, “terminamos interiorizando la idea de que cuando dejamos de contestarle a una persona estamos en falta, aunque a veces tengamos motivos realmente válidos y razonables, como si siempre tuviéramos que dar una explicación”. Sin embargo, enfatizó que, “cuando del otro lado hay un comportamiento abusivo, violento o de insistencia, no le debemos una explicación a la otra persona de por qué dejamos de hablar, contestar o vincularnos. Si podemos darla, la damos, y si no, también está bien, porque lo que importa es que nos sintamos seguras”.

El impacto del destrato

Es innegable que surge algún grado de malestar si una persona con la que nos estamos vinculando nos empieza a hablar con monosílabos de la noche a la mañana, deja de respondernos los mensajes o directamente desaparece sin aviso. Las consecuencias emocionales o psicológicas de estas formas de destrato son similares a las que aparecen en otros conflictos interpersonales: ansiedad, angustia, e incluso “pensamientos rumiativos”, que Marichal definió como los “pensamientos intrusivos sobre un tema, que aparecen cuando no los queremos, en cualquier momento, y que tenemos una gran dificultad para evitarlos”.

A la vez, si no hay una explicación por parte de la otra persona, puede haber dificultades para procesar o resolver lo que está pasando. “En ese caso, la respuesta con la que nos tenemos que quedar para bajar la ansiedad es que la otra persona no supo expresar lo que necesitaba. Pude haber hecho algo mal o capaz que no, pero esta persona en realidad nos ghostea porque no está pudiendo expresar lo que necesita, no está pudiendo hacerse cargo de su responsabilidad con este vínculo o no está pudiendo darle lugar a mi deseo”, expresó la psicóloga.

Esto lleva a otra reacción frecuente en las mujeres que es la culpa. “Nos adjudicamos a nosotras la responsabilidad de que la otra persona deje de contestar cuando, en realidad, que la otra persona se borre tiene que ver con su incapacidad de gestión emocional”, insistió Marichal. “Todos nos podemos equivocar, pero para reparar esa equivocación, del otro lado tiene que haber una comunicación de qué es lo que está pasando”, puntualizó.

Otra forma de vincularse es posible

Lo opuesto al destrato es el cuidado y la responsabilidad afectiva, que, en líneas generales, es “hacernos responsables emocionalmente de los vínculos que estamos creando con las otras personas”, especificó Marichal. Según la psicóloga, a la hora de terminar una relación con alguien, es importante “reconocer el vínculo” y comunicar la intención de manera muy concreta. “Hasta este momento, yo venía disfrutando, era lo que elegía y tenía ganas; hoy deseo otra cosa y te lo quiero comunicar”, sugirió. La especialista dijo que “si queremos dar explicaciones, podemos hacerlo, pero tampoco tenemos por qué. A veces es simplemente poder decir ‘reconozco lo lindo de este vínculo o lo bien que me hizo en su momento, hoy necesito otra cosa, no quiero o no puedo sostenerlo más’”.

Para la psicóloga, en esta sociedad “capitalista y neoliberal” hay una tendencia general a que “todo es ya, todo es rápido, todo es descartable y desechable, entonces salgo tres veces con alguien y parece que eso no es tan importante y no debo una explicación”. Sin embargo, hay que “poder asumir que la responsabilidad con la otra persona empieza desde el momento en el que yo me empiezo a vincular y, si no tengo intenciones de continuar con este vínculo, hay que poder explicarle a la otra persona. Hay una dificultad muy grande de hacernos cargo de nuestro deseo y del no deseo, y eso genera el ghosting”.

Para transformar las formas de vincularnos, también es necesario seguir trabajando en la construcción de nuevas masculinidades. “Primero que nada, hay que transformar a toda la sociedad, en cuanto a la organización social patriarcal. Pero como eso no se va a poder hacer en el corto plazo, la idea es trabajar con varones para que puedan ser conscientes de su cuerpo, de sus emociones, de sus conflictos”, explicó Ibarra. “A partir de esa base, hay que poder desarrollar vínculos saludables, lo cual implica conectarnos con otra persona, pareja, desde la responsabilidad afectiva, la sexualidad responsable y la alteridad, es decir, mirar y ver al otro como un sujeto o sujeta que es centro de su propia subjetividad, reconocer y aceptar las diferencias y, a partir de eso, vincularse de una manera más saludable”, detalló el experto en masculinidades.

En ese sentido, su propuesta es avanzar hacia un modelo de “masculinidad cohesiva”, que se opone a la masculinidad hegemónica. “Esta masculinidad cohesiva implica que los varones podamos desarrollar la capacidad de empatía, alteridad, solidaridad, responsabilidad, una sexualidad consciente, el respeto por los derechos humanos de las otras personas y la ética del cuidado”, apuntó. Ibarra reconoció que el proceso es lento, pero que “estamos avanzando hacia ahí”.

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